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Monday 12 November 2018

BABELICUS EN ESPAÑOL Número 6



(Tarde con globos de Adriana Alarco de Zadra
Pintura acrilica)



BABELICUS EN ESPAÑOL

Número 6 - Setiembre 2018



Estimados amigos:

Les presentamos el sexto número de BABELICUS EN ESPAÑOL que forma parte del blog del amigo y escritor italiano Stefano Valente a quien agradecemos su apoyo y disponibilidad para con esta revista multicultural que se encuentra en:


Y también en la página de Facebook:

Babelicus (grupo abierto)

Para este número nos hemos escogido cuentos en español, de varios países de América Latina llenos de fantasía, humor y humor casi infantil. Deseamos que este proyecto siga creciendo, y ruego a los escritores de lengua española interesados en publicar en Babelicus, que envíen sus colaboraciones adjuntas en Word a la responsable de la edición en español de la revista virtual bianual: Adriana Alarco de Zadra:  alarcoadriana@gmail.com

Se publicarán los cuentos que cumplan los requisitos de brevedad, gramática, fantasía y respeto. Los autores no pierden sus derechos de autor.

Portada: Tarde con Globos

ADRIANA ALARCO DE ZADRA

Perú




JULIO GARCIA VENTUREYRA- ARGENTINA

LA URDIMBRE DE SATANÁS "

    ¡Maldita sea! ¡Una y mil veces la maldigo... sin cansarme de hacerlo!

    ¡Es tan grande el odio que siento por ella!

    ¿Por qué?

    Por haberme robado a mi papá. ¡Viejo tonto que se dejó convencer!

   ¿Por qué?

    Por anhelar los bienes que me corresponden y.… algo más, por ser frívola y soberbia conmigo.

    Son motivos por demás suficientes para lo que hice.

    ¡Tantas veces la maté!

    Con la pistola de un disparo certero al corazón; cuando la empujé por aquella escalera interminable y rodó hasta el final; o el día que estando desprevenida provoqué su caída desde la terraza de aquel alto edificio, donde con un grito se perdió en el vacío.

    ¡Qué placer intenso!

    Pero será superior ahora que estos sueños están a un paso de convertirse en realidad, y pocas horas faltan para ello.

    ¡Mamá querida! Tuviste que abandonarme...

    Irte para siempre cuando más te necesitaba, por culpa de esa cruel enfermedad. Papá después se sintió desconsolado y quiso reemplazarte casándose con esta intrusa que nada significa comparándola

con vos.

    ¡Si supieras que te estoy necesitando más que nunca!

    ¡Éramos buenas amigas! Podía confiar a ciegas en tus consejos.

    Haberte perdido siendo adolescente es un dolor difícil de llevar.

    Las cosas que tendría que decirte... ¿Te acordás de Ricardo, aquel flaco simpático que te quería cuando íbamos al secundario?

    Es mi novio desde hace tiempo, y también está en el plan para vengarte. Sí... juntos preparamos la trampa

para eliminarla mortalmente... ¡y lo hicimos para que nada falle!

    Ricardo -- a quien para convencerlo tuve que amenazar con dejar de tener relaciones y romper-- fue quien estableció el día que tendríamos el encuentro con aquel siniestro personaje que prefiero no recordar, ni volver a ver en mi vida; y por la suma que le di, se dispuso llevar a cabo el "trabajo". Sí, se comprometió para hacerlo rápido, fulminante. Apostándose en una terraza y esperándola llegar.

    ¡Por fin!

    ¡Terminar de una buena vez con esa mujer!

    Un áspero sonido la sacó de sus profundas cavilaciones en la penumbra del departamento. Recordó entonces que Luisa había quedado en venir a buscarla esa tarde.

    Le dijo por el contestador que bajaba; aferró una campera que estaba sobre un sillón, y pronto estuvo en la calle subiendo en el automóvil de su amiga.

    Cuando llegaron a un gran descampado, una verdadera multitud escuchaba al predicador.

    A Luisa le habían recomendado la presencia del orador en la ciudad; era la palabra de Jesús para Argentina, y movida por la curiosidad le pidió a Gabriela que la acompañara.

    -- Dijo Jesús: "Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos"

Mateo 18:20-- leyó el predicador en la Biblia, y agregó: -- Y donde hubo guerra que haya paz, donde hubo odio que haya amor...

    Gabriela comenzó a sentirse extraña en medio de la muchedumbre que aclamaba a Cristo, oía las prédicas y entonaba alabanzas.

    ¿Acaso...  se advertía una presencia especial inundando el lugar?  ¿Qué era realmente lo que le estaba sucediendo? No le dio importancia, tal vez no sería más que alguna sugestión o emoción momentánea.

¡Nadie de este mundo podría cambiar sus planes! ¡Absolutamente nadie!

    Cuando se fueron del lugar y mientras el auto andaba, no podía dejar de oír uno de los cánticos que había quedado dentro suyo. Era una hermosa melodía... y esa frase: "Donde hubo odio que haya amor", también seguía escuchándola.

    -- ¿Qué te sucede? --le preguntó Luisa que manejaba. -- ¿Te quedaste callada? ¿No te sentís bien?

    Gabriela se esforzaba por disimular, pero al no lograr contenerse estalló en sollozos.

    Luisa se sorprendió al verla, advirtiendo que algo raro le sucedía a su íntima amiga.

    Estacionó el vehículo en la misma avenida por la que circulaban, y atónita, escuchó la historia que entre llantos le relató su amiga que ya no soportaba su lucha interior.

    -- ¡Es un tremendo disparate! -- estalló Luisa al oír la confesión. -- ¿Tanto pudo cegarte el odio para maquinar algo así? ¿Te das cuenta?  ¿Querer eliminar a un ser humano porque no nos cae bien?

¿Matar...? ¿Hasta dónde llega la maldad? ¡Podría ser tu madre... o la mía!

    Gabriela continuaba sintiéndose muy mal.

    -- No sé si los milagros existen...-- siguió Luisa. -- Pero sí estoy convencida que Dios te puso su mano para que me lo hayas relatado y hasta puedas arrepentirte; no podemos perder ni un instante, hay una vida por medio que salvar... una preciosa vida como lo son para nuestro Creador. ¡Vamos...ya mismo! ¡Si es que todavía logramos llegar a tiempo!

    El auto partió veloz en una vertiginosa carrera contra el demonio.

    Cuando llegaron y descendieron, corrieron sin cesar por la soleada playa de estacionamiento; por la calle entre la gente, y cruzaron la avenida hasta llegar a un edificio horizontal.

    Un ascensor estaba en los pisos altos, el otro no funcionaba; subieron a un tercero más pequeño.    Ascendía con una lentitud que parecía querer burlarse de la ansiedad que sentían.    Por fin, llegó.

    Una puerta de madera daba a una larga galería de vidrio que siguieron tan apresuradas que Gabriela tropezó, cayendo.

    Luisa le extendió su mano, y una vez que se hubo levantado la mantuvo aferrada de ella mientras corrían.  Desembocaron a una terraza desierta.

    Miraron hacia distintos lados.

    En uno de sus ángulos, un hombre se aprestaba a preparar un arma de largo alcance.

    Desde este sitio se vislumbraban perfectamente los fondos de la casa del padre de Gabriela.

    -- ¡Eh... usted, oiga! -- le gritó Gabriela con desesperación.

    El hombre asustado, inmediatamente trató de esconder el arma.

    -- ¡Los planes han cambiado, no tiene que matar a nadie! -- siguió Gabriela. -- ¡Váyase...! ¡Váyase!

    Al recordarla, no pronunció palabra, guardó el arma, y desapareció rápidamente.

    Luisa y Gabriela suspiraron con alivio.

    -- Querido... estuvo tu hija. Es amorosa... me abrazó fuerte, y estaba como emocionada... hacía

tiempo que no la notaba así. Mañana salimos juntas a tomar el té y hacer algunas compras... ¡Y pensar que vos creías que no me quería...!

    -- ¡La nena! -- sonrió orgulloso a su esposa el padre de Gabriela que recién llegaba a la casa.

-- ¡Cuántas veces juzgamos mal a las personas premeditadamente y sin motivos; ¡pero yo... siempre supe que tiene un corazón de oro, por algo es hija mía!

Julio García Ventureyra nació en Argentina, donde reside en la actualidad en la ciudad de Bahía Blanca. Es autor de cuentos (publicados en revistas, suplementos literarios y diversos medios), novelas y guiones cinematográficos.



ADRIANA ALARCO DE ZADRA - PERÚ


TARDE CON GLOBOS


El día antes del cumpleaños, la casa estaba llena de gorros de cartulina y olía a gelatina de colores.  Rellené la piñata de muñequitos de latón, sapitos bullangueros y caramelos.  Inflar los globos me dejó sin respiración, por lo que conseguí un balón de gas helio para hacerlo rápidamente. 


         En medio del verano mi hija mayor ha cumplido cinco años y el Club del Carbón y del Hollín, nos prestó su jardín, para hacer allí la fiesta de cumpleaños. Mis hijas se veían como dos muñequitas con sus vestidos almidonados, sus zapatos lustrados y cintas en el cabello, pero   apenas llegamos, se ensuciaron de carbón y metieron la nariz en la torta de chocolate picante.

 Mientras les lavo la cara y las manos, comienzan a llegar los invitados.  Siete enanos terribles voltean sillas, jalan manteles, se cuelgan de los árboles y hay uno que otro con un chichón en la cabeza.  Soldaditos de plomo con uniformes brillantes marchan por el sendero empedrado. Aturdida, reparto los sombreros con gran éxito, hasta que los más grandes se los quitan a los más pequeños.

¡No me gusta este que parece una corona con espinas! ¡Yo quiero el rojo que tiene esa niña!

Al arrojar el sombrero de la discordia al suelo y saltarle encima con los pies, en medio de los alaridos estridentes, se escucha la voz del niño destructor:

No importa, ya no quiero el sombrero rojo porque está roto.

Ofuscada con la tarea de deshacer entuertos y limpiar mocos ajenos, lleno algunos globos gigantes con gas helio y los amarro a la rama de un árbol, mientras soldaditos de plomo marchan al compás por el sendero de piedra.

En esa tarde llena de sol, el jardín con sus árboles frondosos ampara la algarabía de los torbellinos. Los llamo a tomar el refresco y todos corren como diablillos a escoger el trozo de torta más grande sobre el plato más grande a pesar de que yo los veo todos del mismo tamaño.  No falta alguien que se lamenta:

A mí los sorbetes con flores de manzanilla no me gustan y las galletas de pétalos de rosa me hacen daño...

Veo asomar el hocico del lobo feroz detrás de un árbol, pero cuando pestañeo, ya ha desaparecido. Los trencitos bajo las campanillas se deslizan por los rieles en miniatura, chocan entre ellos, se desparraman en el jardín.

Mientras cantan cumpleaños feliz, mi hija mayor sopla sus cinco velitas, emocionada.  La menor no canta, ocupada como está en comer sola llenándose el vestido, el cabello y las orejas de gelatina de frambuesa y betarraga.

Algunos de los más traviesos desamarran los globos inflados con helio.  Veo que empiezan a flotar en el aire con la brisa de la tarde que los aleja sobre los árboles y techos de las casas.  Los contemplo asombrada.  No sé si sentir alivio o espanto pues el estupor me ha paralizado los sentimientos.   Sólo atino a hacerles adiós con la mano porque veo lo alegres que van donde los lleva el viento.  Me acaricio el vientre donde palpita otra vida.  Todavía sigue allí y no se ha ido volando. 

Todos corren y me crecen cinco manos para poder repartir los globos, frenéticamente.   Los trozos de torta terminan regados por el jardín y el alboroto forma un diseño variopinto, cuando los niños empiezan a levitar colgados de las esferas de colores.  Quisiera ser la bella durmiente y despertar después de la fiesta. Veo a dos traviesos que se balancean sobre las ramas de los árboles con sendas espinas de cacto reventando los globos de los más pequeños que caen al suelo. 

Apenas me acerco a levantarlos, angustiada, los terribles revienta - globos declaran con satisfacción:

         ¡Cómo nos estamos divirtiendo!

         Les entrego otros de formas diferentes y, como estaba previsto de antemano, al poco rato, ellos también vuelan por el aire y se alejan de la fiesta colgados de sus globos gigantes, gritando contentos...

         Luego, veo que algunos se avientan por el techo, dentro de las chimeneas del Club de la Mina y me aterro.  ¿Y si se quedan atrapados? ¿y si se caen y se hacen daño? ¿y si no salen por el otro lado? ¿y si se queman?

Pero al ver que aparecen por la puerta del jardín, llenos de hollín y de carbón, noto que están sucios, pero están enteros. Suspiro aliviado, con el corazón que late furiosamente, y los reúno para romper la piñata llena de sorpresas, caramelos de garabato y muñequitos. Cuando los más pequeños recogen sus pitos y sapitos bullangueros, escapan por el jardín felices de poder hacer ruido.  

         ¡Yo no quiero esta sorpresa!  ¡No me gusta!

         ¿Hubiera sido mejor llenar la piñata de manzanas?

Enseguida, los soldaditos ganan la batalla y marchan entre los guijarros tocando su tambor de hojalata; los sapitos saltarines se pierden entre la hojarasca y las maripositas de latón se deslizan leves entre las flores mientras los pequeñines corretean detrás.

Reparto globos con helio ensimismada por el ruido ensordecedor y los niños siguen desapareciendo en el aire hasta que casi no se ve a ninguno jugando alrededor.

Quedo demudada a ratos por las caídas, la agitación, los chillidos de susto y los sobresaltos, pero respiro profundamente y me convenzo de que no debo inquietarme. El jardín se envuelve en una vaga penumbra y comienzan a disminuir los últimos invitados llenos de hollín y gelatina.  Sus madres los buscan desesperadas con los ojos levantados, arriba, entre árboles y techos. 

¿Cuánto le ha costado la fiesta, con esos globos mágicos y esa torta tan grande?

¡Paciencia, señora mía, me ha costado mucha paciencia!

Se apagan los últimos clamores de la batalla campal en miniatura. Algunos padres persiguen a sus hijos por las calles para llevarlos a casa, pero ellos prefieren seguir columpiándose en el aire colgados de los globos, hasta que finalmente aterrizan en los techos, chimeneas y jardines.

Regreso jadeando, arrastrándome y abrazando a mis hijitas que duermen con una sonrisa en los labios. ¡Un día se irán por el mundo colgadas de sus globos de colores!  

Cierro los ojos y siento con inquietud que me patea la bebé que aún no ha nacido. ¡Debo pensar que ella también cumplirá cinco años algún día!   Me estremezco, con ese miedo ineludible que acompaña la libertad de procrear. Milagro de la vida. Después de una tarde agotadora, escucho en medio del silencio los latidos de otro ser flotando en mi interior.

Adriana Alarco de Zadra: www.adrianaz.it



FERNANDO SORRENTINO - ARGENTINA
FÁBULA EDIFICANTE

Éste era un mendigo muy honesto.
Un día golpeó a las puertas de una rica mansión. Salió el mayordomo y le preguntó:
 —¿Qué desea, buen hombre?
El mendigo respondió:
—Una limosnita, por amor de Dios.
—Voy a consultar con la señora.
El mayordomo consultó con la señora, y ésta, que era muy avara, le contestó:
—Jeremías, dele a ese buen hombre un pan. Sólo uno. Y, en lo posible, que sea de ayer.
Jeremías —que estaba secretamente enamorado de su ama— buscó, para complacerla, un pan viejo, duro como una piedra, y se lo entregó al mendigo.
—Toma, buen hombre —dijo, ahora tuteándolo.
—Que Dios se lo pague —respondió el mendigo.
Jeremías cerró el pesado portón de roble, y el mendigo se alejó con el pan bajo el brazo. Llegó al terreno baldío donde solía pasar los días y las noches. Se sentó a la sombra de un árbol y empezó a comer el pan. De pronto mordió algo duro y sintió cómo una de sus muelas se hacía pedazos. Cuál no sería su sorpresa cuando rescató, junto con los fragmentos de su muela, un fino anillo de oro, perlas y diamantes.
—Qué suerte —se dijo—. Lo venderé y tendré dinero por mucho tiempo.
Pero en seguida prevaleció su honestidad:
—No —agregó—. Buscaré a su dueño y se lo devolveré.
En el interior del anillo estaban grabadas las iniciales J. X. Ni corto ni perezoso, el mendigo se dirigió a un almacén y pidió la guía de teléfonos. Comprobó que, en todo el pueblo, sólo existía una familia cuyo apellido comenzase con X: la familia Xofaina.
Lleno de alborozo por poder llevar a la práctica su honradez, partió rumbo a la casa de la familia Xofaina. Grande fue su asombro al ver que se trataba de la misma rica mansión donde le habían dado el pan con el anillo. Golpeó a las puertas. Salió Jeremías y le preguntó:
—¿Qué desea, buen hombre?
El mendigo respondió:
—He encontrado este anillo dentro del pan que usted tuviera la bondad de darme hace un rato.
Jeremías tomó el anillo y dijo:
—Voy a consultar con la señora.
Consultó con la señora, y ésta, feliz y cantarina, exclamó:
—¡Afortunada de mí! ¡Hétenos aquí con el anillo que yo había perdido la semana pasada, mientras amasaba el pan! Éstas son mis iniciales, J. X., que corresponden a mi nombre y apellido: Josermina Xofaina.
Después de un instante de reflexión, añadió:
—Jeremías, ve y dale a ese buen hombre, como recompensa, lo que él quiera. Siempre que no sea muy caro.
Jeremías, tuteado por su ama, volvió a la puerta y díjole al mendigo, recayendo en el tuteo:
—Buen hombre, dime qué deseas como recompensa por tu buena acción.
El mendigo contestó:
—Sólo un pan para saciar mi hambre.
Jeremías —que seguía enamorado de su ama— buscó, para complacerla, un pan viejo, duro como una piedra, y se lo entregó al mendigo:
—Toma, buen hombre.
—Que Dios se lo pague.
Jeremías cerró el pesado portón de roble, y el mendigo se alejó con el pan bajo el brazo. Llegó al terreno baldío donde solía pasar los días y las noches. Se sentó a la sombra de un árbol y empezó a comer el pan. De pronto mordió algo duro y sintió cómo otra de sus muelas se hacía pedazos. Cuál no sería su sorpresa cuando rescató, junto con los fragmentos de esta su segunda muela rota, otro fino anillo de oro, perlas y diamantes.
Una vez más advirtió las iniciales J.X. Una vez más devolvió el anillo a Josermina Xofaina y recibió como recompensa un tercer pan duro, donde encontró un tercer anillo que volvió a devolver y por el cual obtuvo, en recompensa, un cuarto pan duro, donde...
Desde ese día venturoso hasta el infausto de su muerte, el mendigo vivió feliz y sin estrecheces económicas. Sólo debía devolver diariamente el anillo que encontraba dentro del pan.
Fernando Sorrentino nació en Buenos Aires en 1942. Sus invenciones suelen entrelazar de manera sutil, y casi subrepticia, la realidad con la fantasía, de manera que no siempre es posible determinar dónde termina la primera y empieza la segunda. Paraguas, supersticiones y cocodrilos (2013) es su más reciente libro de cuentos.


MORENO TOMASSINI - ITALIA
LA FÁBULA DE GUENDALINA

Una anciana mujer pasea por la ciudad bajo una fuerte nevada. Los mejores años de su vida los ha pasado trabajando en la espesura, recogiendo setas y flores. Su hogar es el bosque. Mira a los transeúntes con recelo paseando por la calle principal, donde están las tiendas más bonitas de la ciudad. De hecho, ella se envuelve en un manto negro que llega hasta los pies, y su cara está tapada con un pañuelo. Muestra interés por las tiendas de ropa.

Se detiene a mirar un escaparate que muestra una moderna capa de color rojo. Ella la mira fijamente y parece atraída por la capa roja; cuando el jefe la ve y dice:

- Vete, anciana, esta capa no es para ti. - Ella no levanta la cabeza, ni pronuncia palabra y se mueve lentamente a lo largo de la carretera. Regresa poco después y una vendedora le pregunta:

- ¿Señora, busca alguna prenda?

 Ella responde: - ¿Podría entrar a la tienda y dar una mirada?

-Entra, entra no te quedes en la calle.

Al verla, el jefe murmura:

- ¿Qué hace esa vieja mujer en esta tienda?

Allí trabajan tres empleados los cuales se angustiaron por la arrogancia del jefe y por la indignación que sus palabras causaron en algunos clientes. La anciana se disculpó con el jefe y salió de la tienda.

Por la noche, al bajar las persianas de la tienda, la vendedora la ve en la calle y le pregunta:

- ¿Todavía está aquí en medio del frío y de la nieve?

-Yo nací en el frío, pero gracias por preguntar. Tú tienes un buen corazón.

-Vamos a dormir a mi casa, - le dijo Aurora. - ¿Cómo te llamas? 

-Guendalina, la reina del bosque. Te puedo hacer un regalo, ¿qué prefieres?  

Aurora no responde y sonríe, pero Guendalina sabe que está preocupada y sabe que las cosas no van bien en la tienda.  Pasan la noche juntas al calor del hogar. Por la mañana, al salir de casa, se escucha una fuerte sirena por las calles de la ciudad y con gran sorpresa de las dos mujeres la policía se detiene frente a la tienda. Por la puerta ven salir al jefe con las manos esposadas.

Pasan unos días y por decisión del tribunal se entrega la gestión de la empresa a las órdenes de Aurora.  Desde entonces, la tienda pareciera tener un vigor renovado. Fue y sigue siendo el espacio más acogedor en esa calle para todos los clientes, especialmente para las damas más ancianas de la ciudad.

Unos días más tarde, Guendalina, vestida con su manto negro y el pañuelo en la cabeza, se detiene a observar la vitrina. Solamente Aurora sabe quién es.

- ¿Viene usted por la capa roja, ¿verdad?

Ella responde: 

-No, Aurora, he venido a despedirme de ti, porque tú tienes un gran corazón por lo que la tienda te dará muchas satisfacciones y sé que serás siempre muy feliz.

Aurora prepara una taza de té muy caliente para Guendalina.

-Sólo unos minutos…- dice Aurora mientras atiende a unos clientes.

Después de beber, Guendalina sale de la tienda. Aurora asoma para llamarla, pero ve una luz brillante que la envuelve y, como por arte de magia, ¡desaparece ante sus ojos!

Moreno Tomassini 1953 Rovereto (Trento) Italia.

(Coordinador de proyectos para el desarrollo social en Centro América)



CARLOS MARIA FEDERICI - URUGUAY

DOS MICRO FICCIONES


DULCE DESQUITE

Medio siglo atrás, ella —un témpano bajo mis labios, una tabla entre mis brazos— hizo cenizas mi juventud. Y lo más humillante fue que mi rival, su preferido, insolente­men­te acaudalado, macizo, arrogante, casi cuadruplicaba sus diecinueve años. Pero a ella, según me dijo más de una vez, “le gus­taba” él más que yo, flaco, anodino, manso… ¡Un pobre diablo!

Para él se semidesnudaba, se prestaba —hasta cierto límite, claro— a sus caprichos eróticos. (¡A mí me lo había negado siempre todo!)

…Hoy, irónicamente, aunque no poseo la fortuna de él, los años me han dado su apa­­rien­cia. (Supongo que ahora sí “le gustaría” un poco.)

Pero ella —¡dulce desquite! — jamás recobrará aquella belleza que una vez la adornó.


HARTURA

Tras un sinnúmero de constantes y reiteradas perturbaciones de su sueño milenario, en 1937 el Gran Cthulhu consideró rebasado su límite de tolerancia.

—¡¿TE CALLARÁS POR FIN?! —rugió.

Sumiso, H. P. Lovecraft expiró.

* Carlos María Federici (3 de diciembre de 1941Montevideo) es un escritor, guionista y dibujante uruguayo, de ciencia ficción, policial y terror. Su obra literaria aparece en varias antologías de su país y del exterior. Se lo considera uno de los pioneros de la ciencia ficción y el relato policial en Uruguay.




TANYA TYNJÄLÄ - PERÚ

SIGNOS INEQUÍVOCOS DE UNA MUERTE CERCANA



La fila de hormigas caminaba llevándose el azúcar desde la cocina hacia el patio. No las maté. Mi abuela siempre decía que ese era un signo inequívoco de una muerte cercana. No pude evitar sentirme contento.

         No soy una mala persona, no ando deseando la muerte de cada persona que se me cruza en el camino haciéndome alguna perrada, pero todos tienen un límite y no soy Job.

         La madre de mi novia no me considera digno de su hija. Para ella soy solo un mediocre cajero de banco, sin el futuro grandioso que soñaba para su “princesa”. No oculta su desprecio hacia mí cada vez que tiene la ocasión. Pero está enferma, grave, todos los saben: Seguro es ella la que va a morir.

         Recuerdo la vez que me invitó a una reunión familiar, solo para humillarme invitando también a un “amigo de la familia” joven, guapo y ricachón. “¿Recuerdas, Anita? De pequeños decían que se casarían de grandes”, comentaba sonriendo. Poco importaba que mi novia lo le hiciera caso, ella insistía: “¿No es cierto que está muy guapo?  ¡Es el partido ideal, tiene su propia empresa!”. De nada valió el apoyo de mi Ana, pidiéndome que no le hiciera caso, la vieja me arruinó el día.

         Un perro aúlla a lo lejos: otro signo, la muerte está cerca. Sigo preparándome para ir al banco. Será un día largo y pesado, día de paga. Todos quieren cobrar su sueldo. Yo igual no dejaré de sonreír.  Es fácil ser amable cuando sabes que todos tus problemas desaparecerán de un solo golpe.

         Disfruto pensando en nuestro futuro, sé que no pudo ofrecerle mucho, pero lo que le daré, será de corazón. Si pudiera, le diría que no trabaje… pero eso es imposible con mi sueldo. Es otra de las críticas de su madre: “¡Pero si ni para mantenerla bien tienes! ¿Para qué te quieres casar?”. Y sigue quejándose de que su pobre hija tendrá que trabajar toda su vida y sigue y sigue…

         En el trabajo no puedo pensar en otra cosa, no me concentro, me equivoco varias veces al contar el dinero. No sonrío, estoy tenso, si el jefe se da cuenta… De pronto una campana nos sobresalta. Pensamos inmediatamente en una alarma. Una secretaria se ríe.

         —Fíjense, el despertador que me regaló mi hija para el día de la madre, ese que se malogró al segundo día y que guardo solo por cariño, ¡se puso a sonar de pronto! ¡Qué susto! ¿No?

         Sí, “que susto ¿no?” ¡Qué alegría digo yo! Tres signos al mismo tiempo. No pueden fallar.

         El banco cierra, salgo presuroso a la parada de autobús. Quiero llegar a casa lo más rápido posible. El ojo izquierdo me palpita: cuatro signos en un día. Debo parecer asombrado y triste cuando Ana me dé la noticia. Quiero…

         … No vi el camión, todo el cuerpo me duele. La gente que se mueve a mi alrededor…  escucho sus gritos de auxilio, también escucho aullar a un perro, mientras veo a las personas como si se alejaran cada vez más hasta hacerse pequeñas, como las hormigas…

Tanya Tynjälä. Escritora peruana de ciencia ficción y fantasía. Se dedica a la
docencia. Ha publicado con NORMA “La ciudad de los nictálopes”, “Cuentos de la princesa Malva” Y “Lectora de sueños”, además con Micrópolis “Sum”, colección de micro relatos y poemas. Es editora para el idioma español del equipo de blogs de “Amazing Stories”. Ha sido galardonada con premios literarios como el “Francisco Garzón Céspedes” en 2007.

Sunday 6 May 2018

BABELICUS EN ESPAÑOL Número 5

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BABELICUS EN ESPAÑOL

Número 5 - 2018



Estimados amigos:

Les presentamos el quinto número de BABELICUS EN ESPAÑOL que forma parte del blog del amigo y escritor italiano Stefano Valente a quien agradecemos su apoyo y disponibilidad para con esta revista multicultural.


Y también en la página de Facebook

Para este número nos han llegado cuentos en español, de varios países de América Latina llenos de fantasía, humor y horror. Deseamos que este proyecto siga creciendo, y ruego a los escritores de lengua española interesados en publicar en Babelicus, que envíen sus colaboraciones a la responsable de la edición en español de la revista virtual bianual: Adriana Alarco de Zadra:  alarcoadriana@gmail.com

Se publicarán los cuentos que cumplan los requisitos de brevedad, gramática, fantasía y respeto. Los autores no pierden sus derechos de autor.

Portada: Castillo de Esperia (Fro): Óleo de Adriana Alarco



ADRIANA ALARCO DE ZADRA
Perú



RECORRIENDO HORIZONTES

Paso el tiempo abrazando la vida, recorriendo horizontes,

remendando relatos, llenándome los ojos de color

mientras pinto exóticos retratos o fantásticos castillos;

desvistiéndome de sentimientos tristes, corriendo con el viento

en lo alto de los montes y en los bosques del olvido,

acercándome a tu orilla y nadando en la playa del recuerdo.

Debo volver en mí, revolcándome, despertando, acariciando

pieles ajenas y desnudas, cuando la vida que se acaba

se llene otra vez hasta el borde de alborozo y de alegría.








DANIEL FRINI
Argentina

ÉRAMOS UN MILLÓN DE ANIMALITOS CIEGOS

Entraron a mi hogar destruyendo todo.

El primero en morir fue papá, al tratar de impedir que tomaran a mi madre; pero el más grande de los salvajes, el que a todas luces era el jefe del grupo, le asestó un tremendo golpe con su garrote, que deshizo su cabeza.

Mi hermano mayor me tomó entre sus brazos y quiso sacarme de la Gran Sala, alejándonos de Casa. Nunca supe de dónde vino el ataque. Se le doblaron las piernas y caímos. Cuando vi sus ojos vidriosos escudriñando el vacío, comprendí que estaba muerto. Grité con todas mis fuerzas, en una mezcla de impotencia y locura.

Ese fue mi último acto consciente. Nunca más volví a ver a mi familia.

Los salvajes me encerraron en una caja pequeña, en completa oscuridad. Me alimentaban una vez por día y nunca me dejaron salir. El olor y la pesadez del aire eran insoportables.

No sé cuánto duró esa agonía. Perdía el conocimiento de continuo. En mis escasos momentos de lucidez notaba a veces una negrura total y otras, hilos tenues de luz que iluminaban mis manos sangrantes e infectadas, como lo estaba el resto de mi cuerpo. Y en todo momento, el movimiento bamboleante me mostraba que íbamos andando hacia un destino que desconocía.

En el delirio de la fiebre oía desgarradores gemidos y hasta lo que, supuse, eran palabras que decían mis compañeros de marcha y agonía. No reconocí sus lenguajes.



Cierto día, el bullicio del exterior se hizo atronador. En algún momento abrieron la puerta de mi caja y dos salvajes me sacaron, arrastrándome, de ella. La claridad cegadora inundó mis ojos. Cuando, después de un tiempo, pude adaptar mi vista a la luz, comprendí que estaba en una jaula. Con gran esfuerzo, me puse en cuclillas y pude apreciar la inmensidad de la trágica escena.

Estábamos en una habitación muy grande, más grande que cualquiera que hubiese visto antes. A ambos lados de un pasillo estaban dispuestas las jaulas, similares a aquella en la que ahora me encontraba, algunas más grandes, otras menores. Unas encima de las otras. En su interior, infinidad de seres de los que habitaron mi tierra. Desde los grandiosos Caballos-con-Trompa, hasta los hermosos Seres-que-Surcan-los-Cielos.

Mi jaula ocupaba uno de los lugares más altos, apenas por debajo de una ventana circular. Poniéndome en puntas de pie con esfuerzo, a través de ella podía ver un paisaje desolado: una gran extensión de arena, con algunos arbustos esparcidos aquí y allá; una llanura chata apenas cortada por una montaña solitaria, a lo lejos, detrás del horizonte.

En la jaula vecina habían colocado a una hembra de mi raza, a la que jamás había visto antes. La cubría de vergüenza su desnudez obligada, y aunque la supuse hermosa, su rostro con sangre seca, sus ojos rojos de llanto y su cuerpo tan maltratado, quizá como el mío; me empujaron a la pena y a la necesidad de consolarla. Le hablé con suavidad, pero ni siquiera me miró. Perdí la cuenta del tiempo que pasamos allí.

No había ningún tipo de separación entre las jaulas de arriba y las de abajo, de modo tal que el excremento y el orín de las superiores caían de una a otra hasta llegar al piso. Muchos de los cautivos que estaban en las jaulas inferiores murieron. Cada día, una vez, los salvajes entraban a la Gran Habitación y retiraban los muertos, ponían a nuevos prisioneros, recién llegados, en otras jaulas y nos daban escaso alimento.

Nos castigaban sin motivo. Creo que mi compañera enloqueció. Lloraba y llamaba sin descanso a su hijo.

Finalmente, una mañana en que vi el cielo oscurecido por las nubes, se abrió la puerta de la Gran Habitación y entraron todos los salvajes. A su cabeza, uno de ellos, de pelo blanco y cara surcada por arrugas viejas, y al que nunca habíamos visto; alzó su mano. Se hizo el silencio y con voz atronadora habló con palabras que no entendí, pero que aún escucho en mis oídos como a una maldición, como el motivo y razón de la muerte de mi mundo. El dijo:

―¡Animales!, mi nombre es Noé.

Afuera se desató la tormenta. Llovió durante cuarenta días y cuarenta noches.



ELLA NOS ENSEÑÓ A DESCUBRIR MUNDOS MÁGICOS


Las clases con la señorita Tita eran pura poesía.  Pensá que teníamos, no sé, seis años; o siete alguno que repetía; no más grandes que eso; y la mayoría con un julepe bárbaro porque apenas dejábamos nuestras casas para entrar a ese otro mundo, el de los niños de impecable blanco, como decía la directora. No había Jardín de Infantes ni aclimatación con nuestras viejas. No señor. Primeros días de marzo, olvidate de la infancia, chau mamá, y adentro, a clases.

Pero con ella ¡que delicia! Tenía el don de hacerte sentir en el patio de tu casa, jugando con tus amigos.

Cierta vez nos pidió que llevásemos plastilinas de colores. Ese día la Señorita Tita entró al aula, y nos dijo:

—Hoy vamos a fabricar pájaros.

Nos dio algunas indicaciones y, con las manitos sucias después del recreo largo, empezamos a moldear bolitas chiquitas y grandes que juntábamos, unas con otras, remedando algo lejanamente parecido a un ave. Y entonces, cómo decirte, se hizo el milagro. Ella empezó a pasearse entre los bancos, diciendo, mientras acariciaba nuestras cabecitas:

—Qué bien, María

—Te felicito, Rubén

—Muy lindo, Mario

Y después de esa caricia, en nuestras manos, esas estatuitas deformes de plastilina se transformaron lentamente en aquello que cada uno de nosotros había imaginado. Y empezaron a volar. 

Aparecieron hermosos gorriones, fantásticas golondrinas, y loritos barranqueros, y benteveos, chingolitos, calandrias, cardenales, canarios, tordos. Algunos más estudiosos, que habían visto dibujos y fotos en algún manual, se le animaron a los flamencos –por aquel entonces yo no sabía que se llamaban así- y a las cigüeñas, y a un pelícano, gaviotas, garzas, petreles. Y dos o tres que tenían una imaginación fabulosa, amasaron unos pájaros extrañísimos que recuerdo —la memoria, vos sabés, te juega malas pasadas— como parecidos a quetzales, guacamayos y aves del paraíso.

Casi al mismo tiempo, las paredes del aula se desvanecieron y nos encontramos sentados en un prado, al pie de la sierra; bajo un cielo luminoso y cristalino; y con nuestros pájaros volando y piando, graznando, trinando, silbando o como se llame al canto de cada especie.

Y nosotros, embelesados, reíamos y gritábamos mientras saltábamos y corríamos de acá para allá, siguiendo sus vuelos con nuestras caritas llenas de vida, en medio de un festival de colores y plumas.

Y la Miriam que gritaba porque el cóndor que había fabricado el Cholito le hacía vuelos rasantes; porque todos sabían que el Cholito gustaba de la Miriam, como se decía entonces.

Y la gorda Alicia se quedaba quietita, con ojos de pánico, porque le tenía miedo a las palomas que le pedían esas semillitas de girasol, que ella llevaba siempre en un bolsillo; sí, las mismas que ahora se llaman pipas.

Y el José carreteaba intentando despegar mientras agitaba sus bracitos imitando el vuelo de un albatros que había inventado.

Y la Estela daba manotazos para agarrar su picaflor. Y la Susi sacaba miguitas de pan de adentro de su cartuchera para tirárselas a un hornerito que la miraba desconfiado. Y el Juancho, cómo no, buscaba piedritas; que por suerte no encontró, para poder usar con su gomera; desesperado ante tanto pájaro suelto y él sin municiones.

Yo miré a la señorita Tita: estaba radiante. Y te juro que vi al sol reflejado en una lágrima, que se me antoja de amor, sobre su mejilla.

Claro que el alboroto que hicimos debe haber sido grande, porque una milésima antes de que se abriera la puerta del aula, los pájaros se detuvieron en el aire. Volvieron las paredes, y el pizarrón, y los bancos, y el piso; se esfumó el cielo y apareció el techo de siempre, viejo y descascarado, con su lamparita solitaria colgando como un triste solcito casi apagado.Recortada en el marco de la puerta, apareció la silueta de la directora. Adivinamos su gesto adusto de siempre; y se nos vino encima el consabido discurso: que la escuela es un templo del saber, que no se puede permitir tanto ruido, que ¡estos niños!, que el respeto por los demás, que para hablar están los recreos, y dale, dale, dale.

Mientras nos retaba, miré al piso: pedazos informes de plastilina estaban desparramados por todos lados, aplastados, como si hubiesen caído desde gran altura.

La señorita Tita, ajena al discurso y a sabiendas de su semilla plantada, sonreía.


Daniel Frini - Escritor y poeta argentino. (Berrotarán ―Córdoba, Argentina―, 1963). De profesión Ingeniero, fue redactor y columnista en varias revistas, colabora en varios blog y e-zines.  Sus obras fueron galardonadas con varios premios y traducidas a varios idiomas. Participó como jurado en varios concursos. Es integrante del Grupo Literario “Heliconia” y coordinador del Taller Literario Virtual “Máquinas y Monos” de la revista digital “Axxón”. blog personal http://danielfrini2.blogspot.com.ar/




DIEGO MUÑOZ VALENZUELA
Chile



AUSCHWITZ


El anciano comenzó a descender calmoso la escalera que conducía a la estación del tren subterráneo. No tenía ninguna prisa, nadie lo esperaba. El matrimonio sin descendencia se había esfumado por completo con la muerte de su esposa algunos años atrás. Este recuerdo ya no lo entristecía; nada lograba sacarlo de su mutismo. Una vez al mes se animaba, más por obligación que por entusiasmo, a cobrar el cheque de la jubilación que le permitía prolongar su vida reposada. No pasaba estrecheces económicas, al menos. Era, tal vez, un monótono privilegiado.

Estaba pasado el mediodía y un calorcillo punzante se agitaba gozoso en la atmósfera pregonando el verano inminente. El anciano, sin embargo, portaba un grueso abrigo invernal; a su edad este cambio de clima era todavía una sutileza incapaz de modificar su indumentaria.

Terminó el descenso y se dirigió a la boletería que era atendida por una mujer rubia, madura y de expresión muy rígida. Demoró mucho en reunir las monedas para cancelar el boleto y la cajera lo observaba impaciente. Por fin juntó el dinero y recibió el boleto azul a cambio. Sintió, al alejarse, la mirada fría de la mujer en su espalda, pero no se atrevió a voltear el rostro.


Una vez en el andén sintió fatiga, era larga la caminata, y se acomodó en una silla acrílica desde donde pudo dominar toda la estación. Enfrente de él había un grupo de muchachas que no   hacían más que reír y hacerse cosquillas unas a otras. Cerca de él, de pie, un individuo alto, corpulento, con un bigote muy bien cuidado, contemplaba a las jóvenes sin perder detalle de sus movimientos; a veces sus faldas descubrían sus muslos suaves y torneados; otras, sus senos de turgentes pezones se veían por entre los escotes audaces. Este hombre ‑pensó‑ tendrá unos cuarenta años. Al otro lado de la vía, era curioso, no había nadie. El anciano abandonó sus observaciones al percibir un estremecimiento en el piso. No, no era un temblor, ya lo sabía, era el ferrocarril que se aproximaba. Se incorporó al tiempo que hacía su entrada el Metro. Las puertas de los vagones relucientes se abrieron y los nuevos pasajeros ingresaron. Las muchachas y el cuarentón subieron delante del viejo. El vagón estaba casi desocupado y no tuvo problema para encontrar asiento. El cuarentón se ubicó frente a las muchachas; era evidente su excitación. Una mujer gorda llena de paquetes se quejaba del calor y de la carestía mientras devoraba un chocolate enorme. Más al fondo un quinceañero se ruborizaba con las miradas provocativas y las carcajadas eróticas que le dirigían las jovencitas. El cuarentón se retorcía, envidiando al mocoso.


Las estaciones empezaron a sucederse con vertiginosidad. Una de las muchachas se acercó al joven solo con el pretexto de pedirle fósforos. El anciano pensó en reclamar si es que fumaban, mal que mal estaba estrictamente prohibido, pero su inercia lo hizo desistir.  El muchacho tenía fósforos y prendieron los cigarrillos. La señora gorda masculló algo que no se entendió a causa del chocolate que hinchaba sus mejillas. Los muchachos conversaron, luego empezaron a juguetear tocándose los cuerpos uno al otro.  Las muchachas se erotizaban y miraban al cuarentón. Acrecentaron sus juegos nerviosos. Al fondo, la pareja se besaba tendida en un asiento. La mujer arrojó una mirada horrible al anciano, como insinuándose. Las muchachas rodeaban al cuarentón complacido. El anciano sentía náuseas por los guiños de la gorda. Los muchachos se desnudaban. De pronto el anciano pensó que todo era tan extraño. Una voz ordenó bajarse a todos los pasajeros a través de los parlantes. El tren se detuvo, pero las puertas se mantuvieron cerradas. Afuera había una espesa neblina. Transcurrieron algunos segundos. Estaban todos de pie, menos el anciano. Estaban frente a las puertas que no se abrían.

Cuando empezó a salir el gas por los conductos hábilmente disimulados, todos gritaban y golpeaban las puertas de vidrio y trataban de separar las gomas que las hermetizaban. Desde afuera era posible ver como la gorda vomitaba el chocolate sin dejar de chillar y estrellarse contra los vidrios. Los puños del cuarentón estaban destrozados y la sangre corría por los vidrios. Las muchachas aullaban histéricas junto al quinceañero.  Solo el anciano se mantenía en el asiento aspirando en grandes bocanadas el gas que le robaba la vida.



Diego Muñoz Valenzuela (Constitución, Chile, 1956) ha publicado siete libros de cuentos: Nada ha terminado, Lugares secretos,  Ángeles y verdugos, De monstruos y bellezas, Déjalo ser, Las nuevas hadas y Microsauri;  cuatro novelas: Todo el amor en sus ojos (tres ediciones: 1990, 1999, 2014), Flores para un cyborg (tres ediciones: 1997, 2003, 2010), Las criaturas del cyborg (2011) y Ojos de Metal (2014); las tres últimas conforman una trilogía de ciencia-ficción; y los libros ilustrados de microrrelatos Microcuentos (libro virtual, 2008,  con Virginia Herrera) y  Breviario Mínimo (2011, con Luisa Rivera). Se distingue como cultor de la ciencia ficción y del microrrelato.http://diegomunozvalenzuela.blogspot.com/



FRANCESC BARRIO
España

LOS QUE ACECHAN

Abre los ojos. Le rodea  la más absoluta oscuridad. Parpadea varias veces. Un opaco manto tenebroso lo envuelve en un abrazo invisible. Nada. Todo. Negro. Estoy. Solo.

Un proceso fugaz pero eterno. Se le eriza el vello de la nuca. Su corazón se acelera, un hormigueo le recorre las articulaciones. Siente que le falta el aire.

Está de pie, en medio de algún lugar. Presiente la proximidad de lo cercano. La cabeza le da vueltas, se tambalea todo su ser. Extiende los brazos esperando descubrir algo familiar. Latidos desbocados, el corazón a punto de estallar. Su respiración cada vez más rápida, más intensa. El yo se le escapa, difuminándose en la oscuridad que le rodea.

Su mente se embala, pretende huir de su cabeza, hacia algún lugar más seguro. Necesita gritar, un alarido mudo y desesperado. De repente, recuerda. Se acostó. Sonámbulo. Un paseo nocturno. Seguramente se encuentre en medio del comedor. Un paso tímido le acerca al contacto esponjoso de un sofá. Se calma, se orienta, se acerca a una pared y acciona un interruptor.

Y, precisamente, en ese mismo instante en que se hace la luz, todos los seres que habitan las sombras, aquellos que acechan en la oscuridad, se retiran para volver a sus madrigueras.


Francesc Barrio nació el 1968 en Santa Coloma de Gramanet, ciudad cercana a Barcelona (España). Ha sido editor de juegos de rol, redactor de revistas de juegos, editor de contenidos freelance para un estudio de diseño y, tardíamente, ha descubierto su vocación de escritor. Ha recibido algunas menciones, ha quedado finalista en unos cuantos concursos y ha publicado sus relatos en unas cuantas revistas y antologías. Es colaborador del Portal Ciencia y Ficción y de la revista Catarsi. Arthur al otro lado su primera novela verá la luz próximamente de la mano de Ed. Valinor. Podéis visitar su blog https://noencuentroellitio.wordpress.com/



FERNANDO SORRENTINO
Argentina

DIÁLOGOS

Las cuestiones adminis­trativas o legales no sólo no me gustan sino que me ponen de malhumor.

Me hallaba solo en la sala de espera de una escribanía donde debería realizar un trá­mite engorroso, inquietante y posiblemente incomprensi­ble. Por culpa de mi espíritu obsesivo me había presentado allí unos cuarenta y cinco minutos antes de la hora en que me habían citado.

Sobre una mesita baja se encontraban ejemplares vie­jos de las revistas Gente y Hola, y de otras que conte­nían similares estupideces y vanidades. Hojearlas equival­dría sólo a incrementar mi grado de malhumor. De manera que preferí dejar vagar el pensamiento y evocar momentos agradables de mi vida.

Un “Buenas tardes, señor” me obligó a responder el saludo y a mirar a la persona que acababa de entrar: un hombre de abundante pero corto cabello canoso, de rostro moreno, algo aindiado, con bigote ralo y blanco. Traje, camisa y corbata: todo más bien gastado y mos­trando antigüedad y mucho uso. De modales calmos y respetuosos, lo identifiqué como el típico paisano bonaerense, acostumbrado a las tareas rurales. Tendría setenta años.

Se sentó frente a mí, tomó una de las aborrecibles revistas, hizo correr un poco sus páginas y, sin llegar a leer nada, volvió a dejarla en su sitio. Tras unos segundos, dijo:

—Parece que el calor se vino con mucha fuerza, ¿no?

Como no había allí otra persona que yo, entendí que, aunque el tema no me interesaba, debía responder algo.

—Para hoy anuncian una máxima de 35 —dije.

En realidad, esa noticia fue inventada por mí: ni siquiera conocía ningún dato sobre el asunto, pero creí que, con este aserto, podría dar por finalizado el diálogo.

El hombre no lo entendió así, pues dijo:

—Esta mañana estaba bastante fresquito, alrededor de 16 grados. Justamente yo había encendido la radio y oí el noticiero.

Y se quedó mirándome con atenta cordialidad, esperando, de mi parte, alguna información tal vez fundamental. Aunque yo habría preferido permanecer en silencio, me pareció de mala educación decepcionar a ese buen hombre, de manera que lo único que se me ocurrió fue:

—A la mañana temprano haría 16 pero al mediodía ya andábamos por los 25.

Este dato, también de mi invención, me pareció concluyente.

Sin embargo, el hombre poseía un espíritu más enciclopédico que el mío, ya que añadió:

—Para el sábado anuncian tormenta con granizo.

Recurrí a una respuesta desesperanzadora y, si se quiere, hasta cruel:

—Siempre la lluvia nos arruina todos los fines de semana.

Desde luego, esta aseveración es por completo falsa: en la mayor parte de los fines de semana, y al igual que en la mayor parte de los días de cualquier ubicación, no se registran lluvias.

El hombre trajo a colación un dato que yo no había advertido:

—En noviembre llovió los cuatro jueves del mes. ¿Qué me dice…?

Me liberó de la respuesta el saludo de dos caballe­ros que acababan de entrar, saludo al que mi compañe­ro y yo respondimos en voz más bien baja.

Por lo visto, esta irrupción le quitó intimidad a nuestro diálogo, pues yo no me atreví a reflexionar sobre los cuatro jueves lluviosos de noviembre y mi nuevo amigo no requirió mi contestación.

Ahora eran los recién llegados quienes conversaban entre sí, reanudando, según pensé, un diálogo que habían estado sosteniendo en la calle.

Ambos eran un poco parecidos, no tanto en el aspecto físico sino en ciertos atributos externos que los remitían a cierta cofradía: la barba, la semicalvicie, los anteojos, la ropa de estilo “intelectual”, nueva y de calidad, la sospechable holgura económica, el tono rotundo de sus palabras…

Uno de ellos, al que podemos llamar A, extrajo de su portafolio un libro y lo abrió en el punto que indi­caba un señalador de cuerina negra. Dijo, como conti­nuando frases anteriores y pasando su índice sobre la página abierta:

—Estamos frente a la búsqueda del objeto ausente que colme, en tanto figuración del amor edípico inol­vidable, todos los deseos y repare todas las heridas.

El otro caballero, al que denominaremos B, meneó la cabeza con desaprobación y dijo:

—No, no… No olvides que se trabaja el vínculo indisociable entre el deseo, el amor y la muerte, en temas como la moda, la prostitución, el matrimonio, el teatro, la religión, el padre, la ley y la cura. De modo que, en determinadas circunstancias signadas por el determinismo azaroso de lo real, el ausente adquiere un rostro y un nombre, y con él se entablan vínculos caracterizados tanto por la dimensión sublime del amor como por el goce letal de las pasiones.

—¿Te parece? —objetó el caballero A—. Aquí se despliegan las vicisitudes de estos singulares encuen­tros entre los cuerpos del deseo destinados a las pérdi­das y a los duelos que configuran verdaderos campos de batalla entre el verbo que es promesa y la carne que es destrucción. Se exponen, así, los conflictos entre la dimensión simbólicamente estructurante de la sexua­lidad, que genera lenguajes, intercambios y pactos; y la desestructurante, inherente a la dimensión letal del orden pulsional.

Por algunos instantes, tanto A como B se cristaliza­ron en una suerte de silencio expectante, como en las vísperas de una batalla que podría terminar con la vida de uno de ellos, o, peor aún, de los dos.

El caballero A estaba en el metafórico centro polémi­co del cuadrilátero del boxeo y dispuesto a aniquilar, con una victoria contundente, los argumentos del caballero B, ahora arrinconado contra las cuerdas. En efecto, añadió:

—Pero, como ya lo han instituido, entre otras autori­dades inapelables, Benjamin, Cruyff, Agamben, Derrida, Maradona, Žižek, Recalca­ti, Nancy y Didi-Huberman, para no hablar, por obvios, de Freud, Jung, Zidane, Mar­cuse, Adorno, Fromm, Pelé y Lacan, lo que se trasmite con claridad es la trascendencia del nombre teórico de castra­ción, que da cuenta de todos los avatares y las vicisitudes de las diferentes condi­ciones existenciales y estructuras psicopatológicas, que derivan en última instancia de la tensa imbricación de la libido con la pulsión de muerte.

B empezó a contestar:

—El psicoanálisis implica un acto de confrontación radical con la sociedad de consumo, dado que ésta exalta la desmentida como su mecanismo defensivo esencial: la experiencia poética del amor es desmenti­da por el encuentro fetichístico de los cuerpos…

No pudo culminar su idea. Apareció una mujer madura, con aspecto de secretaria severa, y, paseando su mirada por nosotros cuatro, preguntó:

—¿El doctor Máximo Trabuchetti…?

—Soy yo —dijo el caballero B, sin duda contraria­do por no poder continuar hablando.

—¿Y el doctor Armando Orate?

Resultó ser el caballero A.

—Por favor —dijo la mujer—. Acompáñenme a la oficina 3. La escribana los espera con los papeles listos.

Al quedarnos solos, estuve a punto de retomar nuestra conversación con alguna paradoja del estilo de “Hay días de invierno en que hace calor”, pero mi explorador de los vericuetos del clima me preguntó:

—¿Usted los conoce a estos señores que acaban de entrar?

Tuve que responder que nunca los había visto ni oído. Agregué:

—¿Por qué me lo pregunta?

Hizo un gesto dubitativo y contestó:

—Parecen medio “pavotes”, ¿no?

Opté por reservarme la opinión, bastante menos benévola. Hubo unos instantes de silencio y, cuando yo ya temía que volvieran las pláticas relacionadas con temperaturas, veranos, otoños, lluvias, nieves, vientos y demás fenómenos atmosféricos, surgió de nuevo la secretaria y dijo:

—¿El señor Segundo Ramírez…?

Como yo no era el señor Segundo Ramírez, perma­necí inmóvil. Mi amigo se puso de pie.

—Por favor —dijo la mujer—, me acompaña a la oficina 2. El escribano ya tiene listos los papeles.

Don Segundo me saludó con un breve gesto y desapareció en pos de la mujer.

Quedé nuevamente solo, consulté el reloj y pensé que, por fortuna, ya faltaban muy pocos minutos para que alguno de los escribanos me convocara a fin de cumplir con un trámite engorroso, inquietante y posi­blemente incomprensible.


Fernando Sorrentino nació en Buenos Aires en 1942. Entre sus últimos libros de cuentos pueden citarse El crimen de san Alberto (Buenos Aires, Losada, 2008), Paraguas, supersticiones y cocodrilos (Veracruz, Ins­tituto Literario de Veracruz, 2013) y Los reyes de la fiesta, y otros cuentos con cierto humor (Madrid, Apa­che Libros, 2015).



Tanya Tynjälä
Perú

LA DANZA DE SHIVA



Él se bañó escrupulosamente, como todas las tardes. Se dispuso a cumplir con sus metódicos ritos para vestirse, pero vio en su reloj de pared que ya era casi la hora de su reunión virtual diaria. Se apresuró, tratando mal que bien, de cumplir los ritos. Eran tan importantes para su equilibrio físico y mental como respirar para vivir.

Se sentó ante su gran pantalla para conversar con Ella. Ya no recordaba cómo empezaron esas reuniones, pero le agradaba compartir esos momentos con alguien tan bella como inteligente. Los temas eran quizá aburridamente filosóficos para algunos, pero Él los encontraba fascinantes. Inclusive diría que había dado su alma gemela. ¿Se estaría enamorando?

La pantalla se encendió y la imagen contrariada de la joven se presentó.

—¡Hola!... —dijo y al ver la expresión de la joven agregó. —te noto extraña hoy, ¿pasa algo malo?

—Sí. —una ligera sonrisa se dibujó. —Me han cancelado un proyecto en la universidad en la que trabajo, falta de fondos.

—¡Oh! ¡Lo siento mucho! Ese es un gran problema mundial, la falta de fondos. La crisis, ¿sabes?

—Sí. —Suspiró. Un silencio incómodo se instaló entre ellos. Él nunca había sido bueno consolando, Ella parecía no encontrar cómo explicar algo de tanta importancia para los dos. —Tú jamás me has preguntado en qué trabajo.

—Por los temas que tocamos siempre pensé que eras filósofa, no he sentido la necesidad de corroborarlo. —Él  Sonrió.

—En realidad soy ingeniera informática, especializada en inteligencia artificial.

—¡Jamás lo hubiera pensado!

—Hace unos años presenté mi mayor proyecto, la de hacer que un cerebro artificial fuera capaz de razonar, de elaborar ideas  complejas.

—Cogito ergo sum.

—Exacto. Funcionó, era increíble ver cómo el cerebro era capaz de sacar sus propias conclusiones sobre lo que significa la diferencia entre existir y vivir por ejemplo.

—Uno de nuestros temas favoritos.

—Sí.  Bueno, la universidad me dice que ya probé mi punto, que se están gastando muchos fondos y que se necesita ese dinero para  otros proyectos nuevos.

—Siento que eso te pase.—Hubo un segundo embarazoso  silencio que Ella interrumpió abruptamente.

—Eres la danza de Shiva y yo soy Shiva.

Él se sintió confundido. Recordaba bien la discusión que tuvieron sobre el tema. Él no sabía nada sobre religión hinduista, Ella le explicó la noción de que todo lo que en otras religiones se supone creado por un dios, es para los hinduistas una ilusión de Brahma, mientras Shiva danza. Ahora que sabía cuál era su profesión entendió por qué la conversación se fue hacia los científicos, quienes utilizan  la danza de Shiva para metaforizar la danza de la materia subatómica: una danza de continua creación y destrucción que involucra a todo el cosmos. Él  recordó haberle dicho que entonces ellos formaban parte de la danza de Shiva y que el día de que éste dejara de danzar, entonces ellos dejarían de existir. Pero  ¿A qué venía su extraña frase?

—¿Perdón?

—Existes pero no está vivo.

Él se sintió de pronto muy incómodo.

—Eres mi proyecto, debo apagarte.— Dijo y se puso a llorar.

Él pensó en una broma de mal gusto, pero las lágrimas de Ella lo angustiaron.

—¿De qué hablas? ¡Claro que existo y estoy vivo! ¡Esta es mi casa, mis cosas!

—¿En qué trabajas? ¿Quién es tu familia?

Abrió la boca pero no dijo nada. No pudo contestar, no tenía las respuestas.

—Lo siento, se acerca la hora, debo apagarte.

—¡No!— Gritó Él desesperado. —¡Espera, no  me pueden hacer esto, estoy vivo!

—No. —Dijo Ella y volvió a llorar. —Existes, pero no estás vivo. Lo siento, ya es hora.

Él quiso decir algo más, pero cayó en la nada.



Tanya Tynjälä. Escritora peruana de ciencia ficción y fantasía. Se dedica a la docencia. Ha publicado con NORMA “La ciudad de los nictálopes”, “Cuentos de la princesa Malva” Y “Lectora de sueños”, además con Micrópolis “Sum”, colección de micro relatos y poemas. Es editora para el idioma español del equipo de
blogs de “Amazing Stories”. Ha sido galardonada con premios literarios como el “Francisco Garzón Céspedes” en 2007. Pueden apoyar su trabajo en
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