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Monday 7 March 2022

BABELICUS N° 17

 BABELICUS N° 17

REVISTA LITERARIA EN ESPAÑOL – Marzo 2022

ADMINISTRADORES: ADRIANA ALARCO, STEFANO VALENTE, DANIEL ANTOKOLETZ, CARLOS ENRIQUE SALDÍVAR, ELENA ZADRA.

Estimados amigos: 

Les presentamos el número 17 de BABELICUS EN ESPAÑOL, el segundo del año 2022: https://babelicus.blogspot.com/HYPERLINK "https://babelicus.blogspot.com/%A0%A0HYPERLINK%20%22https://www.facebook.com/Babelicus/%22%A0"  HYPERLINK "https://babelicus.blogspot.com/%A0%A0HYPERLINK%20%22https://www.facebook.com/Babelicus/%22%A0" (grupo abierto de Facebook), con relatos de autores hispanos, con el fin de entretenerlos.

Les deseamos una feliz recuperación de la vida a la normalidad durante este año, luego de que el covid ha desangrado el mundo tanto física y económicamente.

Ruego a los escritores de lengua española interesados en publicar en Babelicus, que envíen sus colaboraciones de no más de 1000 palabras, adjuntas en Word, a los administradores de la edición en español de la revista virtual, al correo: babelicus2021@gmail.com

Los autores no pierden sus derechos de autor. Quien desee comentar sobre sus autores preferidos lo puede hacer en la página Babelicus de Facebook. Pueden encontrar los números anteriores en el blog de Babelicus.

 

Adriana Alarco de Zadra

Portada: de Adriana Alarco de Zadra.

 

ESPAÑA

DOMINGO ALBERTO MARTÍNEZ

CRIATURAS

 

Pasábamos mucha, muchísima hambre. No quedaba pan ni forraje, y las culebras desaparecieron con las primeras nieves.  En el viejo molino vivía una viuda: tropezó al bajar al arroyo y se partió la nuca. Era todo pellejo, cartílago y hueso, pero peor es no comer nada.  Cortamos lo que sobró en trozos pequeños para traerlos a casa.

Lo de la bruja y la casa de chocolate se le ocurrió a Grétel.

 

Domingo Alberto Martínez (Zaragoza, España, 1977). Filólogo de formación y apasionado de la palabra escrita, es autor de dos novelas: Las ruinas blancas (premio «Santa Isabel de Aragón, reina de Portugal», convocado por la Diputación de Zaragoza) y Trovas de fierro (premio «Alfonso Sancho Sáez» del Ayuntamiento de Jaén). Colaborador habitual de revistas digitales, sus cuentos han sido premiados en más de sesenta certámenes literarios.

 

ARGENTINA

DANIEL FRINI

LOS ÚLTIMOS MINUTOS DE BÉRENGER DE LACROISILLE

 

Fray Bérenguer de Lacroisille ha sido torturado.

Hoy es sábado, once antes de las calendas de noviembre del año de Gracia del Señor de mil trescientos siete.

Hasta hace diez días, Fray Bérenger era Turcoplier de los Pauperes Commilitones Christi Templique Solomonici, la Orden de los Caballeros Templarios; y ahora está en la Tour Grosse de la que fuera la Fortaleza del Temple en París, y en manos de los verdugos que dirige Guillaume Imbert, Inquisidor General de la Fe en Francia y confesor de Felipe IV, el Hermoso.

Fray Bérenger ha sido sometido al strappardo; le ataron dos grandes campanillas de bronce a sus testículos, a modo de burla; y también pasó por la squassation, con lo que le han dislocado hombros y brazos, y quebrado las piernas en varias partes. Ha sido fustigado y le han arrancado tiras de piel y carne con garras de gato. Le han sacado las uñas de los dedos y en su lugar han colocado clavos candentes; y le han quemado las plantas de los pies con planchas de metal al rojo.

Fray Bérenger ya se reconoció sacrílego, hereje, apóstata, idólatra, sodomita y simoníaco. Ha declarado que él y sus hermanos del Temple escupieron sobre la Santa Cruz, renegaron e insultaron a Cristo, rindieron culto a dioses paganos, veneraron a vírgenes negras, adoraron al Bafometo y practicaron ritos obscenos, incluso el Osculum Infame.

Fray Bérenger no sabe de las intenciones del rey Felipe, de su canciller Nogaret y de su chambelán Portier de Marigny, ni de la indecisión del Papa Clemente V.

Está solo y desnudo en una celda sin, siquiera, el confort de un poco de paja sobre la fría piedra del piso. Desconoce que su Gran Maestre Jacques de Molay ha caído, también, en desgracia y está prisionero a unos cuantos pasos de él.

Supone, sí, que no es el único cautivo. Cree haber escuchado a los verdugos cuando nombraban a sus amigos Fray Robert de Plessiez y Fray Reinald de Milly; y entre idas y venidas de los continuos desmayos, le parece haber escuchado las súplicas de su Senescal, André de Périgord, que venían desde una celda no muy lejana.

Sin embargo, el dolor que siente en algún lugar de su pecho es infinitamente más fuerte que aquel que le provoca la tortura. Fray Bérenger respondió afirmativamente a todas y cada una de las aseveraciones de sus inquisidores; no por temor al tormento, sino como resguardo para no delatar a la única persona que le importa: Cécile de Monssac.

Dijo que sí cuando le preguntaron si era verdad que él y sus hermanos participaron en orgías en las que no había mujeres, mientras pensaba en los destellos de los hermosos y grandes ojos negros de Cécile.

Dijo que sí cuando le preguntaron si era verdad que él y sus hermanos reverenciaban al demonio encarnado en un gato, mientras recordaba una radiante y franca sonrisa dorada.

Dijo que sí cuando le preguntaron si era verdad que él y sus hermanos quemaban niños y bebían sus cenizas mezcladas con vino consagrado, durante la celebración de la Santa Misa, mientras evocaba unas trenzas azabache, que brillaban como el ébano de Santa Helena a la luz del sol.

Dijo que si cuando le preguntaron si era verdad que él y sus hermanos afirmaban que Cristo había sido un falso profeta, y que no había padecido en la cruz para la redención del género humano, mientras rememoraba la tersura de una piel blanquísima y el rubor del decoro de su amada. Pero Fray Bérenger de Lacroisille jamás vio a Cécil de Monssac. Ni siquiera sabe si existe. Hace más de diez años, en uno de sus tantos viajes por el Rousillon, oyó la cansó que trovaba Amanieu de Sescars, y se extasió ante aquella declaración de amor que imaginó suya:

La belleza y el bien que hay en mi dama

me tienen gentilmente atado y preso.

 Y Bérenger imagina que no es la Inquisición quien lo tortura. Sueña que es Cécil quien maneja la fusta o arranca sus uñas, y delira que ella le canta, aunque las palabras sólo suenan en su mente afiebrada.

                               No está curada la llaga que me hiciste, amor,

cuando me heriste con tu cruel espada.

No le importa el Temple, ni su Maestre, ni su Senescal, ni sus compañeros. Está dispuesto a firmar cualquier confesión, y hasta renegar de la gracia del perdón ofrecido por los domínicos, si se lo ofrendasen. Está dispuesto, incluso, a inventar cuanta maldad le insinúen y ponerla en boca hasta del mismísimo Papa, si se lo ordenasen.

No sabe por qué, pero espera de manera ardiente la sesión de tortura venidera en la que le arranquen la lengua con tenazas para asegurarse de que ni en el delirio de la fiebre que lo abrasa va a nombrarla.

Yo ardo sin ser quemado en vivas llamas de amor.

Fray Bérenger soporta todo sin desmayarse porque teme pronunciar su nombre y que sus jueces se interesen en ella, y la busquen. Le espanta la idea de que Cécil exista, y los verdugos de la inquisición la encuentren y la sometan al espanto por el puro placer de apagar su hermosura.

 

Daniel Frini. Escritor y poeta argentino. (Berrotarán-Córdoba, Argentina, 1963). De profesión Ingeniero, fue redactor y columnista en varias revistas, colabora en varios blogs y e-zines (Químicamente Impuro; Ráfagas, Parpadeos; Breves no tan Breves; La Oveja Negra; Axxón; Micrópolis; miNatura; Plesiosaurio: Insolito e fantástico; Pegasus). Publicó (Ed. Libros en Red, Buenos Aires); y tiene dos libros de cuentos inéditos: “El Diluvio Universal y otros efectos especiales” y “Manual de autoayuda para fantasmas”. Sus obras fueron galardonadas con varios premios y traducidas a varios idiomas. Participó como jurado en varios concursos. Es integrante del Grupo Literario “Heliconia” y coordinador del Taller Literario Virtual “Máquinas y Monos” de la revista digital “Axxón”.

 

PERÚ

Carlos Enrique Saldívar

la rapidez de las fiestas

 

Mi socio y yo decidimos lanzar un nuevo producto digital para las navidades. Trabajamos en ello los primeros meses de 2021 y supimos que había tiempo de ofrecerlo a los posibles compradores para diciembre. A inicios de noviembre ya estaba lista nuestra aplicación para celulares y conseguimos aliarnos con una empresa para vender esta nueva tecnología. Yo veía los anuncios en radio y televisión por aquellos días donde se promovía la Navidad, obviamente con un objetivo comercial y me daba cólera, pensaba: «Tarados, recién estamos 4 de noviembre». No solo eso, me gustaba leer y vi cómo se hacían lanzamientos literarios navideños: Regale un libro, jo, jo, jo. Opté por dedicar ese mes al Noviembre Negro, evento que tenía su origen en España, y en el cual se disfrutaban de novelas y cuentos de género negro. Lo cierto es que en noviembre leí varios géneros, desde ciencia ficción hasta terror, para imbuirme en las notables letras peruanas. Hubo ferias de libro. Reuniones con amigos, con las medidas de salubridad, por la pandemia. Llegó diciembre, mi socio y yo no nos preocupamos demasiado, hasta que en cierto momento mi camarada me dijo dónde pasaría la Nochebuena y le mencioné que en mi casa, con mi familia. No obstante, de tanto charlar sobre damas y licores, me junté con él y con un grupo de amistades de nuestro club de lectura «Bisonte de papel». Cenamos, bebimos, miramos «El Grinch» y «Krampus» en una plataforma streaming y dormí con apacibilidad. Al despertar, me di cuenta de que no habíamos ofertado nuestro producto. Tras coordinar con la empresa, nos tocaba a nosotros realizar la campaña de promoción y no lo hicimos. ¿Qué pasó? El tiempo voló sin que nos percatáramos. Nos perdimos la época navideña, empero, aún podíamos aprovechar el Año Nuevo. A ello nos abocamos, ya teníamos todo diseñado, solo era cuestión de prender la computadora y darle clic al inicio de la publicidad. Mi socio me consultó dónde celebraría el Año Nuevo, le dije que esta vez sí lo haría en mi hogar, mis hermanos acordaron no salir de casa, por la nueva variante del virus. Ya nos habíamos vacunado, sin embargo, debíamos ser precavidos. No había sido un «gran» año este 2021, pero, a comparación del 2020, todo mejoró bastante. Igual necesitábamos el dinero, para enfrentar el 2022. Y en esos diálogos nos hallábamos cuando dieron las doce de la medianoche y tronaron los cohetes en la calle. Mi camarada me saludó: «Feliz 2022». Comimos, bebimos, vimos un par de cintas sobre el fin del mundo una, de superhéroes la otra, en Netflix, y me quedé a dormir en la casa de mi amigo. Cuando abrí los ojos, supe que sería difícil vender mi aplicación porque solo era útil para la etapa de fiestas. Cavilé en tanto abrían las playas, retornaban las ferias de libro, mis lecturas se redujeron porque tenía que sobrevivir con mi trabajo como empleado de una botica. Enero, febrero, marzo, abril… y cuando abrí los ojos una mañana, descubrí que la nueva aplicación para celulares que se me había ocurrido podría servir para Fiestas Patrias, no obstante, cuando me comuniqué con mi socio, él me comentó: «¿Qué dices, payaso? si ya estamos domingo 31 de julio, mejor ve a descansar. Mejor actualicemos y relancemos la nueva tecnología la Navidad que viene. Este año ha sido mejor, la gente saldrá más, habrá menos restricciones, la gente será más feliz, la economía se está reacomodando, piénsalo, trabajemos con cuidado, este año sí la hacemos». Me sentí desilusionado porque cuando me fui a descansar, ya era agosto y cuando me levanté ya era septiembre. Supe de este modo que no lograríamos comerciar nuestro producto nunca, porque el tiempo pasa cual suspiro.

 

Carlos Enrique Saldívar (Lima, 1982). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019). Compiló: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018, 2021), Muestra de literatura peruana (2018), Constelación: muestra de cuentos peruanos de ciencia ficción (2021) y Vislumbra: muestra de cuentos peruanos de fantasía (2021).

ESPAÑA

JOSÉ LUIS GUERRERO CARNICERO

EL BAÚL

 

Juan y su hermano esperaban impacientes al empleado de la funeraria que les iba a hacer entrega de los objetos de la madre de ambos. Ella había fallecido de forma repentina el día anterior, y a ninguno de los dos se les ocurrió hacerse con la llave del desván que llevó colgada de su cuello, con una cadena de plata, durante más de veinte años.

Cuando el circunspecto empleado apareció portando en su mano la pequeña bolsa de plástico que contenía los objetos, Juan casi se la arrebató, aunque un instante después sonrió avergonzado y agradeció al desconcertado empleado sus servicios.

Ninguno dijo nada, pero los dos pensaron lo mismo, por fin podrían comprobar, como siempre sospecharon, que allí guardaba su madre las cartas que nunca recibieron de su padre. Él les había abandonado hacía más de dos décadas. Según les contó su madre, se había enamorado de una mujer más joven y se fugaron juntos una aciaga noche de principios de un verano, que fue el peor de la existencia de Juan y su hermano pequeño.

Cuando abrieron la puerta del viejo desván, un fuerte olor, característico de los lugares cerrados durante mucho tiempo, les hizo arrugar la nariz. Entraron y sintieron una extraña mezcla de aprensión, inquietud e impaciencia. Estaban a punto de salir de una duda que siempre tuvieron. Los dos hermanos, especialmente Juan, que era el mayor, recordaban a un padre cariñoso y entrañable. No podían creer que se hubiese olvidado de ellos, sin más, tal vez se hubiera ido a vivir a otra ciudad, o a otro país, lo que explicaría que no le hubiesen vuelto a ver, pero tenían la razonable sospecha de que les hubiera mandado cartas y que su madre les hubiese privado de ellas. Podría haberlas roto según llegaban, pero el hecho de que les prohibiera entrar en el desván durante todos estos años, les hacía pensar que, tal vez, guardase allí las cartas. Cuando su vista se adaptó a la escasa luz del habitáculo, comenzaron a escrutar con la mirada cada rincón del desván, hasta que los dos se fijaron en un enorme baúl que Juan recordaba haber visto en la casa cuando era muy pequeño. Comprobaron que estaba cerrado con un candado. Instintivamente, Juan miró el colgante que llevó la madre, pero de sobra sabía que solo había una llave y era la de la entrada. Buscaron por los alrededores, pero no tenía mucho sentido cerrar algo y dejar la llave a la vista. Bajaron a la vivienda y se organizaron para buscar minuciosamente en los cajones de toda la casa, pero especialmente en la que fue la habitación de su madre durante los últimos años. La búsqueda fue infructuosa, pero eso no les iba a disuadir, en absoluto, de despejar aquella duda que se había convertido en una obsesión para ambos. Juan correspondió a la sonrisa de su hermano cuando enarboló un gran martillo que encontró en uno de los cajones.

Bastó un par de golpes secos para que el candado cayera destrozado al suelo. La tapa chirrió tenebrosamente al ser abierta y los dos hermanos comprobaron que no había ninguna carta, pero entendieron en ese mismo momento la razón de que no existieran, así como la explicación al persistente mal olor que sufrieron en la vivienda durante una gran temporada, tras la desaparición de su padre.

 

José Luis Guerrero Carnicero (Madrid, 1959). Comenzó su actividad literaria creativa con relatos cortos y poemas presentados a diferentes concursos y certámenes en los que obtuvo numerosos premios y reconocimientos, algunos de los cuales fueron recogidos en antologías editadas por los organizadores. Debutó en la novela con “ Alter Ego” a la que siguieron otros títulos como: “Niño, no molestes a la vivos” “La prisionera de Vincennes” “Duende” “Bastet” “Locus Mauriacus”.

 

MÉXICO

ASTRID G. RESENDIZ

TRAS TU VENTANA

 

Te mira tras la ventana. Te asecha desde lejos, esperando el momento idóneo. Ese, en que todos se van a dormir y permaneces despierto. Siempre sale a deambular por las calles luego de las diez y media, abre bien tus ojos y escucha muy bien, te contaré por qué. Posee características que le proveen cualidades especiales para acechar a sus presas. De dia, es un pobre espíritu sin fuerza. Luego de que el ultimo rayo de luz deje de filtrarse por las rendijas del ventanal, empieza su metamorfosis. Le salen filosas garras y colmillos; su cuerpo se ennegrece como la noche y adquiere un aspecto humeante; a pesar de esto, su gélido cuerpo congela todo a su paso, dejando detrás de sí, aquel rocío que caracteriza a la noche. De esa forma sabrás que se encuentra cerca, acechándote. Conforme las tinieblas se van aprovechando de la despedida del sol, adquiere otras habilidades; se comienza a multiplicar lo que le permite abarcar otras regiones. Su visión nocturna se vuelve aguda y su olfato se potencializa; pudiendo oler a miles de kilómetros a un pequeño apestoso que no se quiso bañar; así, saborea mejor a los pequeños desobedientes. La ropa sucia se engancha con mayor facilidad entre sus garras. Es sutil y silencioso, se escurrirá debajo de tu puerta; humeante traspasará tus ventanas, entrará por tus narices y como oleada irá recorriendo cada parte de tu ser, hasta envolverte con su cuerpo, posará sus garras en tu espalda, sujetándote para que no puedas escapar y con sus colmillos devorará desde la cabeza hasta tus pies cualquier rastro de tu alma, así hasta consumirte. Muchas personas insensatas, no lo creen y no previenen a sus hijos. Por las mañanas los encuentran dormidos, sin saber que no volverán a despertar porque se los ha devorado por dentro. Por eso te ruego que te prepares para dormir, intenta cerrar tus ojos, suspira y arrópate entre tus cobijas, las cuales serán tu escudo por si el coco entra a confirmar si ya estás dormido. El ultimo rayo de luz está filtrándose por la ventana, ha llegado su despertar. Lávate las manos, acaba de cenar, tiende tu cama pequeño mío. Apúrate, te pido, que solo te queda poco tiempo antes de que el coco busque famélico a quienes devorar. Me despido con un beso, tu madre está por llegar, recuerda lo que te he contado, es hora de volver a mi morada. Pero, no tengas miedo, mi niño, tú sabes que te amo, por eso te lo he contado, no quiero que mueras como lo hizo mi hermano.

 

Astrid G. Resendiz (1995, Tamaulipas, México). Miembro de "el Taller Alquimia de Palabras". Ha participado en diversas compilaciones como "La sonrisa del abismo", "Zona de cuentos" y "Cuentos cortos para noches largas". Ha colaborado en diversas revistas y blogs digitales como: De la tripa, narrativa y algo más, Fóbica fest, El perro negro de la calle, El Narratorio edición #53, #55 y #63; Revista Literaria Raíces, entre otros.

 

PERÚ

LUIS ARBAIZA

PEQUEÑO TRATADO DE MATERIALISMO DIALÉCTICO ZOMBIE O LA HISTORIA DEL ZORRITO

 

Regreso lánguido a Chiclayo, antes enseñaba allá una disciplina ya inútil: marketing, han pasado tantos años, todo es tan distinto. El bus viajaba por la noche, atravesando minúsculo la oscuridad, a mi lado estaba un viejo muy curioso, ropa anticuadamente elegante, gestos artificiales de intelectual de otra época, un bigotito casi nazi. El pintoresco señor leía un librito gastado con mucha solemnidad.

Había olvidado mi smartphone y empezaba a desesperar de aburrimiento, necesitaba algo para que mi mente no esté hueca. Miré de reojo el librito del señor buscando entretenimiento:

 

…primera ley dialéctica, todo encierra su contrario, los opuestos son uno, esto lo ignora la lógica burguesa…

 

Fingía dormir con mi cabeza ladeada hacia el libro, leía de reojo, no entendía nada, pero hacía ruido en el insoportable silencio de mi mente:

…lucha lo viejo contra lo nuevo… lo vivo contra lo muerto, lo que muere contra lo que nace...

Levanté la mirada del libro al señor, era un viejo comunista, una raza ya inofensiva, una extravagancia, ya nadie creía en esos cuentos, ahora creíamos otros, y luego de la hecatombe zombi, ya dada.

Cansado de no entender ni divertirme con ese librito, giré a la ventana, a la noche sin Luna, al desierto incesante. Se veía cada tantos kilómetros figuras en la negrura, pasos quebradizos, ropas rasgadas, famélicos, sin mente. Caminaban por años por las arenas de las costas del Perú, pero no morían, muertos pero inmortales… uhm.

A veces el bus se sacudía, alguno había sido atropellado. A años de la invasión de la capital, no me sorprendía, así éramos los limeños, soportamos cualquier cosa. También eso me aburrió, giré de nuevo a espiar. Pero ahora el señor me sonreía.

-Tenga amigo –dijo amistoso–, puede leer hasta que lleguemos.

Sonreí aceptando y me presenté. Me contó que regresaba a su tierra Chiclayo, luego de no sé qué tareas en Lima. Leí aliviado de poder llenar mi mente hueca:

 

... no hay que temer las contradicciones, son el meollo del ser, hay que superarlas mediante la lucha…

 

No era divertido leer sin espiar. Quería cerrar ya ese aburrido folletín. Para no parecerle al señor un milenian caprichoso, decidí conversarle.

-¿Qué tal Lima?

-Un horror, sinceramente. El sueño de la burguesía se hizo realidad, gente sometida a su voluntad, sin alma… casi cosas.

-¿Nosotros?

-No, los zombis, felizmente mi Chiclayo está libre, ¿y usted para qué viene?

-Para buscar a alguien –dije y le conté la vieja historia del zorrito:

-Fue antes de la epidemia, trabajaba como coach en Chiclayo. No tenía mucho que hacer y tenía urgentemente que llenar el vacío…

-Su generación no se dedica a otra cosa, y nunca logran llenarlo…- susurro. Yo continué.

…paseos, museos, piscina en el Paseo de las Musas y gimnasio en el Coliseo Cerrado, cerca al Mercado Modelo, ahí lo… la conocí.

Benigno levantó una ceja, pero no entendió, yo debía cambiar de género para que el viejecito me entendiera.

-Ella… y su primo lo regenteaban, me impactó, lo admito, su cuerpo, cada semana la veía más bella, ni me miraba, pero cuando no estaba su “primo” inmediatamente me hablaba, no había nada que decirnos, pero se esforzaba, ahora comprendo que yo le gustaba.

El viejo pícaro sonreía complacido de mi historia. Contar una historia es hacer vivir al otro lo que uno vivió, sentir lo que uno sintió. ¡Si supiera!

-Su cuerpo era monumental, naturalmente hermoso como solo los climas calientes saben criar, sus cejas eran negras y salvajes, como un águila levantando el vuelo, sus largas pestañas tenían el salvajismo de estos desiertos calcinados y la ferocidad de esas cumbres pedregosas y frías… tenía una noche y un universo en los ojos… me atreví una vez a decírselo.

-¡Caramba! ¡Veo que se enamoró de esa dama! -dijo el señor Benigno emocionado.

-Sí, platónicamente, pero en mi mente nuestra relación se hacía más fuerte e íntima…

-Pero nada pasó… -dijo adivinando mi carácter torpe.

-Pues no.

-¿La señorita estaba casada? ¡Hay muchacho! -dijo asombrándose de tanta tontería en mí, sospeché en el pasado de Benigno una fogosa juventud, finalmente era norteño y de sangre muy caliente. Me miró como a un hijo torpe, pero querido.

-Mi rutina cambió de pronto, me plantearon quedarme en Chiclayo definitivamente, la epidemia zombi empezaba a descalabrar la capital, yo no acepté, vivir fuera de Lima para mí era como vivir fuera del agua para un pez, solo estaba el problema de no verla, me decidí, contra toda esperanza debía declararme ya, acaso me rechazaría… pero…

-Le iba decir que sí hijo… -comenté ya convencido de lo tonto que era.

-Creo que sí. Era mi último día. Salí a las 2 p. m., pero ella llegaría al gimnasio recién hasta las 6, así que decidí andar, caminé tanto que salí de la zona urbana, campos costeros, sembríos, acequias. Respiraba ese aire sano. Avancé cauto por un maizal y ahí paseando vi algo. Se detuvo y me detuve. Era un hermoso zorrito que me miraba con esos ojos inteligentes y negros. Su cuerpo era flexible como el de un gato y su piel hermosa. Naranja como en los libros de cuentos. Me miró un segundo y luego su imagen salto entre el verde y desapareció. Quedé maravillado. El zorro es un brujo para antiguos mochicas. Es decir, un emisario de lo infinito al plano mundo de los hombres, jugué con la fantasía de ha sido mirado por la eternidad. Ya era las 5 y debía volver, caminé feliz de mi experiencia. De regreso me crucé con varios campesinos, me saludaban sin conocerme como es costumbre de esa amable gente.

-Buenas tardes, señorito –me dijo una señora.

Le contesté sonriente:

-¡Señora, vi un zorro entre el maíz! -y con los ojos le comuniqué mi emoción.

-¿Y el zorro le miró a usted?

-Sí -le dije.

-Entonces nunca volverás a Chiclayo… - dijo y se fue.

Me asombró lo poco cortés de la profecía. Volví a ser un citadino y no le contesté, supersticiones sin sentido, no necesitaba volver, ella se iría conmigo y si no, podría volver muchas veces… hasta convencerla.

Ya estaba en el centro, debía juntar valor, pero debía ser natural, no esconder mi miedo. Caminé hasta el gimnasio por la Av. Balta, entre por la puerta de latón con cuidado de no golpearme, me latía el corazón, ¿cómo declararse?, pensaba ser directo:

Le pido permiso para cortejarla… Venga conmigo a Lima… no hay nada acá para usted.… Mi vida será feliz si la tengo cerca y yo haré todo por hacer feliz la suya…

-No estaba... -dijo Benigno.

-Sí, me dijeron algo de una gripe, que mañana… etc. ¡Justo hoy!, ¿Cómo buscarla? No sabía dónde vivía, solo su nombre.

-¿Y cuál era? -dijo el señor Benigno. Pasé saliva.

-No importa, salí del gimnasio y empecé a caminar, quizás en mi camino ella apareciera. Cuánta belleza camina por esta cuidad señor Benigno, algo en esta tierra formaba esos cuerpos, la belleza nos arrebata no por frivolidad, sino por una razón científica -Benigno levantó otra vez la ceja asombrado de mi vida interior-, la belleza es la vida misma, la muerte es fea, pues es desorden, descomposición, incompletitud, como los zombis, la vida es orden, proporción… parado en una esquina de Balta vi esa oleada de belleza que era esa muchedumbre de gente que venía hasta mí y luego me abandonaba, pero la belleza en su estado más puro era ella y no estaba. Pasé la plaza lentamente, “la Romana” donde nunca la llevé a comer. ¡Qué tacaño fui! Subí al bus a Lima resignado. Mientras este corría en el atardecer, mi mirada atravesaba las ventanas y los paisajes pensando en que la próxima semana volvería.

-Y nunca volvió… -dijo él viejo.

-¿Cómo lo sabe?, Pasaron ya cinco años, nunca volví, esa es la historia del zorrito y de su maldición.

-Vea -dijo Benigno-, esa historia es vieja, los limeños dejen plantadas a las pobres muchachas provincianas, a veces descaradamente, otras con justificaciones…

-Nunca la toqué o hice daño a su dignidad.

-Quizá debió… yo en su lugar… bueno, si antes no volvió es porque no quería.

-Sí quería.

-Quería y no quería, hijo, dialéctica… Y ahora quiere llevarla a vivir a una ciudad de muertos. Quizás ustedes puedan vivir ahí, pero eso no es vida... están muertos, sin alma, con hambre permanente, sin libertad ni identidad… -dijo aburrido del desenlace de mi historia, quizás espera algo más erótico. Se durmió, nunca por completo como es usual en los viejos, y no supe si hablaba de limeños o de zombis.

Miré las lejanas luces del camino, a veces una casita en medio de una nada de angustia. Vacié mi mente y me dormí, el bus se hundió en el sueño colectivo adentrándose en la cavernosa noche.

***

El señor Benigno despertó primero. Ya estaba muy acicalado y perfumado.

-Aún estamos en el pueblito de Reque. Si hay una maldición sobre usted, mejor sería que se baje o nos descarrilemos por su culpa –bromeó.

Yo, desvelado, sonreí. En la estación nos despedimos, era un señor muy agradable, pero no había necesidad de verse de nuevo. Mi generación no sabe lo que es la amistad ni el amor duradero. Todo acaba ni bien empieza… dialéctica, supongo.

Desayuné en “La Romana” impaciente por la calma que tienen los chiclayanos para preparar un desayuno, media hora y nada, las puertas de fierro estaban bajas, solo una pequeña abierta, me comentaron de un zombi deambulando, ya pronto pasaría el peligro, hasta mostraban cierto orgullo de que su ciudad fuera tan moderna como para tener siquiera un zombi. Detrás de rejas, cámaras, alarmas y carros con altavoces, la vida continuaba. Comí apurado, ¿por qué le pondrían cebiche incluso a las cosas dulces? De repente descubrí al lado de los cubiertos que el librito de dialéctica estaba aún conmigo, ¡qué vergüenza!

Dejé a medias el desayuno y caminé al gimnasio, Chiclayo se desplegaba todo igual, los mozos en su mismo puesto, el lustrabotas Vladimir en la misma esquina, el mendigo de la iglesia delante de la misma iglesia, a veces el único zombi local caminaba por las calles y estas mutaban, la ciudad entera se iba, y al rato todos regresaban a montar de nuevo una copia exacta de la cuidad que dejé. Lima, en cambio, es como el mar, nunca lo encuentras igual a sí mismo. Qué bueno. Llegué al gimnasio: no había nadie conocido. El encargado, un fornido descendiente moche me miró mal. Salí abochornado de las preguntas que le hice, pero otra vez eludí golpearme con la puerta de latón.

Me acerqué al lustrabotas, a Vladimir, le pregunté disimuladamente por… y me dijo que había otro gimnasio, ahí estaba su primo, también me advirtió que el zombi estaba por avenida B Leguía.

-Los limeños estamos acostumbrados, en Lima hay cientos de miles, incluso han tomado las instituciones de gobierno, los programas de televisión...

Fui y nada, algo me dijo el “primo” que estaba en el campo de jornalero o en Piura de chofer en un mototaxi, le dejé un mensaje escrito en un cuaderno del gym, me sentí burlado. El primo me mentía. Al salir, me golpeé con la puerta de latón, fingí que no me dolía, pero todos me miraban. Busqué todo el día. Al final deambulaba sin rumbo y sin vida interior con las ropas llenas de polvo.

***

De noche llegué al hotel, la chica del mostrador gritó al verme, creyó que entraba el zombi: desencajado, sucio y manchado todo de sangre seca (la puerta de latón). Sobre la cama de mi cuarto vi el libro y lo abrí:

 

Segunda ley dialéctica, cambio de lo cuantitativo en cualitativo. El agua se calienta, (cambio cuantitativo) y de pronto se vuelve vapor (cambio cualitativo), así todo cambio en cantidad se vuelve de calidad: así las revoluciones son precedidas por un lento desarrollo cuantitativo y luego viene una brusca mutación

 

Entre las páginas habían numerosos papelitos y direcciones, la red del señor Benigno, ya sabía dónde devolverlo, salí.

La calle Balta estaba muy exaltada, enrumbé a la dirección, no había gente, puertas cerradas, mala señal, ahí debía estar el único zombi local, no era problema.

-¡Caballero, entre! -gritó una señora desde una ventanita. No era necesario, exageración provinciana. Error. Ahí vi la horda, las invasiones zombis eran así, primer uno que otro y de pronto la horda invadía, no se sabía de donde salían, no tenía sentido. No podría esquivarlos, avancé por la calle, no sabía si tenía salida… ¡diablos no la tenía!

¡La pastilla!, pensé, la horda avanzaba lentamente, tenía un minuto para decidir: podría suicidarme con la pastilla (todos los limeños la llevábamos en la billetera) o dejarme morder y ser uno de ellos.

¿Ser nada o ser un ser resbaloso de vísceras podridas? La muerte era mejor, eso pensábamos todos. No temía a la muerte, anoche en el bus estuve muerto, todos los días morimos, solo soñamos la parte final de la noche, el resto estamos sin mente, inconscientes, o sea estamos muertos, ir a dormir es ir a morir un rato. No debía temer. Todos decíamos eso, pero nadie usaba la pastilla, todos se volvían zombis, si no, estos no existirían. Me apegué al fondo del callejón, temblé de miedo, pero no gritaría.

El más cercano empezó a acariciar lo que luego iba a morder. Grité.

***

De pronto un golpe seco, algo atravesaba su cara, un segundo golpe lo arrojó al piso desasiéndose, un flujo grasiento y pútrido salió de su cráneo ensuciando mis caros zapatos, casi vomito de horror, en el techo un hombre me daba señales frenéticas.

-¡Trepe las ventanas, inútil!

Era el señor Benigno estaba vestido de otro modo, correajes, aditamentos, artefactos y le daba aspecto muy ágil, subí con esfuerzo por mi sobrepeso. Él era delgado pero fuerte, me jaló toscamente.

-Este día tenía que llegar, es un salto cualitativo, la horda tomará la ciudad.

-¿No previnieron?

-Nada se puede hacer con lo inevitable, además esta gente es muy pacientosa, ¡venga!

El señor Benigno caminaba muy rápido, yo me avergonzaba de mi torpeza, Benigno había construido una red de túneles, escaleras y refugios. A eso iba a Lima, a estudiar cómo sobrevivíamos, desde las alturas vimos un Chiclayo caótico, sirenas, altavoces, gruñidos de horror, apagón, disparos…

-¡Entra acá!

En su refugio me dio de comer, miré: comida almacenada, velas, mapas, puertas aseguradas, túneles, me sentí de pronto en Lima y agradecí el ambiente familiar.

-Número uno: deje de buscarla, pocos se salvarán esta noche, ¿sabe que es irreversible, no?

-Sí, lo sé, nunca se ha sabido de que se cure una epidemia zombi, ni en libros o películas hay solución. Es inimaginable. ¿Cómo lo predijo?

-Con ese libro -dijo mirando el libro en mis manos. Me avergoncé.

-Venía a devolvérselo. ¿Cómo pudo entenderlos? La ciencia no ha podido.

-Uso algo opuesto a la ciencia: la dialéctica, ¡habrá leído!

-Sí, pero no entendí mucho -le confieso señor Benigno.

-Ustedes leen solo para entretenerse, nosotros leíamos para aprender. Se lo explicaré. Primero, la ley de la unidad y lucha de contrarios: los zombis son seres dialécticos, vivos y muertos al mismo tiempo. Además, son humanos, no hay zombis de animales, encerramos dentro el germen de nuestro antagónico.

-¿De dónde salieron?

- ¡Debió estudiar este libro!, ustedes solo leen cosas vacías, literatura para analfabetos.

-Eso es contradictorio.

-Como este mundo, hijo. A los zombis los creo el capitalismo, segunda ley dialéctica: los cambios cuantitativos dan cambios cualitativos. La gente en el capitalismo ha perdido su individualidad, su conciencia, su vida, el zombi es eso, tras un salto cualitativo. El individualismo vuelve enemigos a los hombres, les roba el alma, el salto cualitativo del proletario al zombi era inevitable, pero todos ya eran en parte zombis. La burguesía creo humanos resignados, sin alma, esclavos, pero su creación se salió de control y ahora la destruyó, ya no hay burguesía, se la comieron los zombis. Todo crea su antagónico. El capitalismo creó a su verdugo también.

 

Deliraba, pero debía haber algo de cierto en sus palabras, pues él estaba a salvo y en un refugio mientras el resto de Chiclayo moría a dentelladas.

-¿Cómo derrotarlos, señor Benigno? ¿Cómo volver a lo de antes?

-No se podrá. Tercer principio de la dialéctica: negación de la negación, a algo lo derrota su contrario, y a este su propio contrario, pero no se regresa al principio, los zombis son la antítesis de los humanos y los acabaran, si algo los puede combatir será otra cosa, opuesta a ellos, pero no hay retrocesos en la historia. Ellos han ganado, solo queda soportarlos, debe venir una tercera cosa, pero no será ni humano ni zombi…

Me consterné. Empezaba a creerle.

-Tenga fe, ningún cambio en la historia es definitivo, la historia tiene una creatividad infinita. Yo saldré, ubicaré un bus que le lleve a su tierra y volveré para embarcarle. Siempre tenga la puerta cerrada.

Se fue, quedé helado, estaba loco pero su locura era consistente… Cogí el libro:

 

Tercera ley. La dialéctica no se mueve en círculo, asciende. En la fase superior repetimos algunos rasgos de la fase inferior… pero no es un verdadero regreso...

 

No entendí mucho, pero algo capté, debía esperar, aunque pensé en… él. Esta noche moriría o se convertiría en esas cosas, solo hoy yo podía salvarlo.

-No tuve el valor de tenerte… para que me pertenezcas debo dejar de ser yo… -dije en un susurro.

Así que cuando el señor Benigno regresó, no me encontró. La gente estaría encerrada en el Coliseo, ahí debería llegar, yo estaba acostumbrado a los zombis, pero esta ciudad no, las viviendas eran muy bajas, era inevitable pelear, nunca lo había hecho, pero algo cambiaba cualitativamente en mí.

Eran lentos, los derrotaría con su contrario: la velocidad. Corrí a toda prisa entre ellos, anhelaban nuestros cerebros porque carecían de mente: entonces solo la mente los vencería. Una mente llena no una vacía como la que siempre tuve. 

Así fui avanzando, un ruidoso helicóptero venía del coliseo cerrado disparándoles, error, morían si les daban en la cabeza, la mayoría solo se desparramaba creando una masa viva-muerta amorfa…

Llegué a las galerías de ropa frente al coliseo. Las cuadras eran cercanas una a otra pero no tanto como para saltar, el cableado era seguro, pero yo estaba muy gordo, aunque el cuerpo no era la salida, ni músculos ni agilidad… me volvía otro, acaso encerraba mi opuesto y este me iba tomando… un zombi es un ser dialectico, ¿cómo vencerlo? Está muerto, no lo puedes matar, está vivo, puede matarte… Un zombi es la negación de un humano, pero la negación de un zombi no era lo humano, eran cuerpo sin alma yo sería un alma sin cuerpo… Con esa clarividencia ya estaba dentro del coliseo. No podré explicárselos, no en términos humanos, que son sus términos para entender.

Había ya poca gente ahí, hallé a Vladimir el lustrabotas.

-¿Los demás?

-Los sacó el helicóptero, regresará una última vez por nosotros.

- ¿Has visto a…? -dije agarrándolo nervioso.

-Sí, acaba de irse ... de salvarse en el helicóptero.

- ¿Sabe que volví?

-Sí.

-Gracias –le dije con ganas de llorar.

El helicóptero se fue con los últimos refugiados, la ciudad se quedó sin humanos y llenándose de muertos vivos. Yo quede en el coliseo. No huiría.

Mañana te buscaría… ahora volveré al refugio de mi maestro.

***

Lo temía, había olvidado cerrar una puerta al salir. Benigno yacía muerto, no quiso ser un zombi y tuvo el valor de tomar la pastilla, como lo lamenté, por primera vez sentía compasión por alguien más que por mí, y comprensión, Benigno vio venir a los zombis, pero no imaginó que algo más podía nacer, cogí su libro.

Los limeños habíamos perdido toda relación con el ser que éramos antes, morimos socialmente, éramos objetos de otros, estábamos “alienados”, por eso no podríamos derrotarlos, pero la humanidad también cambiaría, era inevitable. La noche zombi devoraba el día humano, lo que seguía a la noche ya no era un amanecer, sería otra cosa. Me impuse que esa cosa sería yo.

No retornaría a Lima hasta encontrarle, y de hecho, pronto tendría éxito, por ahora saldría al campo, era lo más seguro, hundido en la noche enrumbé por un camino agrario, entré a un maizal, comería choclos crudos, debía disciplinar mi cuerpo, reducirlo al mínimo, solo sería mente. La Luna dibujaba siluetas plateadas de fondo negro, abrí una mazorca y entonces pasó por ahí, a través del follaje, acariciándolo con su suave piel y haciendo un agradable ruido. El zorrito otra vez.

Me miró, yo estaba viéndolo cuando lo hizo. Se alejó de mí como si una superstición le advirtiera del peligro de ser mirado por esa nueva forma de vida que ahora era yo. Y regresó a la inmutable eternidad a la que pertenecía.

 

Mg. LUIS BERTRAND ARBAIZA ESCALANTE. Nació el 20 junio de 1973. Biólogo con mención en genética por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Magíster en filosofía con mención en epistemología por la UNMSM, ha escrito la saga de novelas de ciencia ficción dura: Thecnetos1: Los últimos días del universo,  Thecnetos 2: Las dos teologías de la Vida y Thecnetos 3: Textos apócrifos sobre el tiempo. Ha dictado cátedra de en la facultad de medicina de la UNMSM y de Odontología en la USMP. Ensayista mantiene el blog: http://luisarbaizaescalante.blogspot.com/

y divulgador científico con el canal de youtube:

https://www.youtube.com/channel/UCIsgbH3UaMTkxFOWgEzV-nA