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Tuesday 31 October 2023

BABELICUS No 23

 BABELICUS nº23 

REVISTA LITERARIA EN ESPAÑOL – Noviembre, 2023 

ADMINISTRADORES: ADRIANA ALARCO, ELENA ZADRA, 

 STEFANO VALENTE, CARLOS ENRIQUE SALDÍVAR 





A nuestros fieles y amados lectores:  


Presentamos el número 23 de BABELICUS EN ESPAÑOL, https://babelicus.blogspot.com/ 

Contiene relatos en español para entretener a la familia y dar a conocer escritores hispanos de varias latitudes. Ruego a otros escritores interesados en publicar en Babelicus, (grupo abierto en Facebook sin fines de lucro) que envíen sus colaboraciones, preferiblemente de no más de 1000 palabras, adjuntas en Word, a los administradores de la edición en español de la revista virtual, al correo: babelicus2021@gmail.com,  junto con una semblanza del autor de cinco líneas. Quienes vienen publicados en la revista luego de un escrutinio, no pierden sus derechos de autor. La revista viene publicada en la página Babelicus de Facebook y se puede bajar del blog de Babelicus, indicado más arriba, donde se pueden encontrar todos los números de la revista. 

Portada:, óleo de Adriana Alarco de Zadra 

 


COLOMBIA 

LUIS ANTONIO BOLAÑOS 

Anécdotas Mínimas sobre seres extraños 01: Ail-lo 

 

Hay ocasiones en que siento que la felicidad consiste en recordar, y al comprobar las transformaciones que sufren los recuerdos, sonreír. Lanzo mi mirada al pasado y recojo historias que por motivos indescifrables han perdurado en los arrecifes de la memoria y las comparo con los registros para narrárselas. 

Restregué min manos superiores para limpiarlas de mini-esferoides olorosos, restos de epidermis, animálculos y granos de polvo antes de agarrar por su talle la hermosa copa de aluminio y cristal colmada de vino joven y tomarla de un solo sorbo antes de empezar a desgranar la reminiscencia. 

 

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Las parejas de macacetas son leales y se aman por largos períodos, siendo usados con frecuencia para representar y ostentar títulos de fidelidad por su conducta amorosa; tremendamente empáticos y entregados a su labor socio-asistencial hacia los más vulnerables humanoides, su presencia es frecuente en los cuerpos auxiliares de la organización galáctica dedicada a la gestión de riesgos ambientales. Así eran Mircelis y Kamjursee. 

El embrión óseo que crece en uno de sus hombros rodeado de músculo y que se constituye en el elemento principal para la reproducción de su especie, en apariencia fruto de la telescopización temprana, los mecanismos de aislamiento mientras las agrupaciones específicas se expandían, la radiación adaptativa y la dinámica intraespecie de las macacetas en su evolución, requiere de una especie de ordalía o prueba de sangre donde dichos huesos son extraídos y reemplazados por el de la pareja, luego crecerá y se multiplicará durante un luengo periplo repleto además de dilaciones según lo considere necesario la pareja -o el individuo- si han sido separados por algún motivo, así que durante la gestación es normal verlas con sus balones coloridos en lo alto de sus fornidos cuerpos incrustados al pie de su masiva cabeza. 

En la naturaleza, anterior al advenimiento de bisturíes láser y salas operatorias se enfrentaban e intercambiaban mediante protocolos que eximían la violencia, las agresiones y requerían de la precisión en el uso de sus elementos corporales; así, cuando dos se amaban con sus garras arrancaban el huesecillo embebido en carne y lo reintroducían en su estuche gemelo para una vida feliz. 

Es, asimismo, frecuente que paran en simultánea. Cercadas por el cariño recorrían los mares y atiborraban ciertos archipiélagos según las oscilaciones climáticas de Tackilloah, su mundo de origen para volcarse en oleadas migrantes; pareciera que estaban destinadas al equipo auxiliar donde encajaron con facilidad y eficiencia contagiando a los demás con su devoción a la tarea, facilidad para cambiar de entorno y ternura en el trato. 

Sin embargo, llegó una ocasión en que su institución las separó destinándolas a misiones diferentes, Mircelis acompañando a una fuerza de tarea militar a Seklitaros, donde cumpliría con las complejas encuestas y enrevesadas entrevistas destinadas a elaborar las pirámides de datos e intersecciones de referencia de los sufrientes sobrevivientes de la catástrofe que atenderían. 

Kamjursee formaba parte de un grupo de exploración que recorría los valles y bosques de Quanasbees, un planeta recién abierto a la investigación, del mismo sólo diremos que era de una biodiversidad apabullante y que uno de sus miembros fue seleccionado por ella para enviar un mensaje de amor través de la galaxia. 

Mircelis añoraba la exquisita fragancia que impregnaba la penumbra de sus encuentros, Kamjursee practicaba con ahínco las contracciones y distensiones de sus grandes masas musculares, ambas rememorando ese instante que conduce a un goce titilante y filoso conseguido con la persistencia del artesano que se abre hacia la desvergüenza embriagadora y la sacudida agotadora decidieron intercambiar sendos regalos. 

Solas y en mundos distantes podían aferrarse a los recuerdos o conectarse al multiansible eyector de burbujas semitemporales y recreador de situaciones pretéritas si logra acceso a las mentes que participaron del evento. Ambas acariciaron idéntica idea, enviar un mensaje Físico, a pesar del costo que las dejaría endeudadas por un dilatado período con la Oficina Galáctica de Gestión de Riesgos. 

Kamjursee observó que un citracoong, ave de dulce cantar y constructora de complicados nidos, a base de los tubitos cilíndricos que contenían las semillas que le alimentaban era también susceptible de aprender y memorizar melodías y cantatas hasta constituir una crónica, Se decía que el diseño enrevesado y en apariencia frágil del nido expresaba a su vez el vertiginoso ascenso en melismas que el silbido podía alcanzar para exponer en detalle cada semilla, frutilla o brácteas de la autora de la crónica. Le dedico empeño y suavidad hasta conseguir que grabara el mensaje. 

Mircelis eligió una combinación de Burysool, el más famoso licor del planeta que provocaba unas resacas melancólicas e inolvidables, con un par de gotas de su sangre, se suponía que la receptora desenredaría el ARN enresortado para reconocer y compartir las emociones de la donadora, cumpliendo parcialmente con identificar su tarea de Testimonio Técnico de Transiciones (según la OGGR), o Receptora de la Declaración de Carencia Lindante con la Desaparición Corporal (de acuerdo con la administración de Seklitaros) para enterarse de su vida y sucesos extraordinarios. En un santiamén su botella estuvo lista para ser despachada 

Ambas eligieron como embalaje Burbujas de Papel de Impacto Cero bañadas en salivas vítreas envueltas en campos de Acción a Distancia, colocadas en una caja de cartón biodegradable para asegurar que no sufrirían mácula alguna, ya estibadas podían resistir aceleraciones FTL (Fast Than Light) y torsiones multidimensionales, tránsito por agujeros de gusano, traslados por velero o trenes orbitales con impulso estelar y arribar en fecha. 

Aliviadas y esperanzadas recibieron en el tiempo señalado por el brazo de transporte anexo a cada órbita planetaria sendos paquetes así que la frustración y la desilusión perforaron su coraza anímica lo suficiente para acudir al MEBS (multiansible eyector de burbujas semitemporales). 

¿Qué había sucedido? La enorme biodiversidad de Quanasbees incluía un componente que sólo aparecía allí por efecto sinérgico y que no podía replicarse ni recolectando volúmenes gigantescos de aire, polvo, hojitas, varillitas, fragmentos de corteza o fungi, ni atrapando un segmento de atmósfera y embalándolo, ni recolectando miríadas de miniespecímenes que simulasen su origen. Así que el citracoong apenas abrieron la caja se lanzó a piar desaforadamente pero sus sonidos eran lamentables y provocaban fastidio. 

Y que ocurrió con la botella de Burysool?, fue descorcharla y la invasión de ese mismo elemento sinérgico inasible pero concreto convirtió su contenido en un vinagrillo chirle que no servía ni para cocinar. 

Mircelis y Kamjursee se mantuvieron juntas según consta en los registros de la OGGR, pero se mudaron de rubro, en este momento viajan criogenizadas y con soporte físico de hasta tres versiones de miniaturas genéticas atravesando el gran vacío hacia una galaxia quizás cercana. 

Y a todo esto Dribanio, hasta ahora no aparece el Ail-lo en tu remembranza... o estabas equivocado? 

No, la rememoración estuvo destinada a homenajear el Ail-lo, al embrión óseo, el huesecillo reproductivo de las macacetas. 

 

Luis Antonio Bolaños De La Cruz  Sociólogo (no fundamentalista) y escritor de ciencia ficción nacido en Ciénaga, Magdalena (Colombia) en 1950, residente en Perú. Consultor de Concytec (Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica), del Ministerio de Educación y de MINAM (Ministerio de Ambiente); ha transitado asimismo los caminos de la Educación Ambiental y de la Psicobiología. Ha fatigado claustros universitarios, selvas y ecosistemas diversos; participado en periódicos, ONG's, cineclubes, sindicatos e institutos de investigación, dejando huellas de sus reflexiones; ha publicado en Velero25, Sitio, Axxon, Mil Inviernos, Candor Chasma, Ciencia Ficción Perú, Alfa Eridiani, Casa Jarjacha, Papirando, Argonautas, el Horla. 

 

ARGENTINA 

FERNANDO SORRENTINO 

RECUERDOS DE UN JOVEN ARISTÓCRATA  

 

A los dieciocho años padecí ser empleadillo en cierta compañía de seguros, de cuyo nombre, repitiendo a Cervantes, no quiero acordarme.  

El diablo me puso bajo la égida de uno de los hombres más estúpidos que en el mundo han sido. En melancólico jolgorio íntimo, di en fingirme discípulo del señor B para que este ejecutivo —acucioso en su nadería, risible en su severidad— imaginase que yo aspiraba a devenir una persona parecida a él en un futuro venturoso. 

La conjunción de su pequeñez física y el vestir siempre los llamados “trajes de saco cruzado” le confería un aspecto de figurita de cartulina, recortada de la revista Billiken. 

Se presentaba como “subdirector” de la sección, aunque esa jerarquía sólo existía en su caletre. Con respecto a mí, uno de sus confesados propósitos consistía en “modelar” mi personalidad. Objetivo, declaró con tristeza, que no había podido concretar con “el señor H”, díscolo e insensible empleado cuarentón, cuya testarudez lo tornaba inepto para todo modelaje. En cambio, puesto que yo ni siquiera había alcanzado las dos décadas de vida, el señor B me consideró arcilla apta para ejercer su labor de Pigmalión. 

Entre otras exigencias, se hallaba la de trabajar con saco y corbata. Además del pérfido señor H, éramos cuatro empleados: una chica de modales edulcorados, dos muchachos y yo. Siendo nuestra primera incursión en el llamado “mercado laboral”, la dama y los tres caballeros acabábamos de cursar el colegio secundario. A pesar de esta cuasiadolescencia, nos estaba prohibido tratarnos informalmente dentro de la compañía: debíamos utilizar el riguroso usted, como lo requería una atmósfera de aristocracia administrativa. No obstante, una vez puesto un pie en la acera, se hallaba legalizado emplear el infecto pronombre vos y sus formas verbales correspondientes. 

Mis tareas distaban de fascinarme. Nada me cuesta declarar que, gracias a las Academias Pitman, yo era, y sigo siendo, un excelente dactilógrafo, al tacto y con los diez dedos. El señor B. solía entregarme una carta de su puño y letra, para que yo, cambiando las señas del destinatario, la copiara, Olivetti mediante, doce o quince veces a fin de enviarla a similar cantidad de “productores de seguros” domiciliados en diversas provincias.  

Las epístolas del señor B nunca suscitaron mi envidia.  

Su estilo abrevaba en el arcaísmo ceremonioso (muy señor mío), en la zalamería (no escapará a su elevado criterio) y en el barroquismo oficinesco (cumplimentar dicho actuado). Poseía sus propias reglas de acentuación escrita (asímismo, capáz, ésto, Luís, mas rapido, cafe o te) y se mostraba generoso y ecuánime con los signos de puntuación, que derramaba al azar entre las palabras del texto. 

Mis tareas, aunque en extremo tediosas, resultaban muy sencillas, y un paramecio o una ameba podrían ejecutarlas con éxito consagratorio. Sin embargo, el ideal del señor B (a su manera, un hombre superior) se hallaba en un horizonte lejano: el de alcanzar la citada aristocracia administrativa 

Consecuente con estos principios, el señor B intentó convencerme de que los gerentes y jefes constituían una élite de semidioses, hacia los que yo debía sentir la veneración más profunda. Lo cierto es que ante todos ellos en conjunto, y cada uno en particular, jamás la admiración alteró mi ritmo cardíaco. 

Mi fervor religioso no le parecía tan vehemente como exigían las justicias divina y humana. Y, según pude ir notando por las reprimendas a que me sometía a menudo, lo embargaba la desazón de un nuevo fracaso creador: mi personalidad, gemela de la del señor H, continuaba siendo tan reprochable como antes de ingresar en la empresa.  

Al igual que don Quijote a Sancho y que Martín Fierro a sus hijos y a Picardía, el señor B consideraba meritorio aconsejarme. De sus consejos recuerdo dos:  

1) Señor Sorrentino: dígale “señor” a todo el mundo. 2) Señor Sorrentino: sea humilde 

En cuanto al primero, no veo la necesidad; respecto del segundo, creo que identificaba humilde con sumiso o rastrero o abyecto 

Si el señor B era “subdirector” de la sección, tenía que existir un “director”. Y, en efecto, existía. Sólo que, divinidad al fin, su presencia resultaba más espiritual que física. Ignoro cuáles eran sus funciones fuera de la oficina, pero las presumo importantes e imprescindibles, pues cuando, una vez por semana, hacía “acto de presencia”, el señor B, ante esta epifanía, se desmoronaba en un estado de emoción lindante con la catatonia y la catalepsia. 

En tales fastos el director se presentaba en binomio con un hijo suyo, un papanatas de unos treinta años (en mi barrio lo habríamos catalogado de pelotudo alegre), con ojos algo desorbitados. Entre sonoras risotadas, este hombre feliz se lanzaba a bromear estentóreamente con nuestros semidioses menores, a quienes llamaba fariseos, humorístico apóstrofe a los que aquellos respondían con el mote de filisteo: torneo de agudezas que los conducía a un compartido éxtasis intelectual. En la siguiente semana se repetían exactamente la escena, las bromas, las risotadas, hasta alcanzar las proporciones de una tremebunda batahola, reñida, claro está, con la aristocracia administrativa 

A mí no me molestaban en absoluto esas manifestaciones de estulticia; al contrario: me colmaban de maligna felicidad, ya que esa parafernalia de gritos y carcajadas entraba en colisión con los principios aristocrático-administrativos preconizados por el señor B. Y este asistía, impotente y acobardado, encogido y enfurruñado, a esa invasión festiva contra la cual carecía del mínimo poder represor: sólo un insensato ateo podría cometer el sacrilegio de censurar las acciones del hijo del semidiós principal de la sección. 

El director vestía siempre traje oscuro y ostentaba un aspecto “digno”, “caballeresco” y “señorial”. Puesto que aquila non capit muscas, era impropio de su mente ocuparse de minucias: en cierta ocasión planteó a la azucarada muchacha el siguiente enigma: “Dígame, señorita, realizado ¿se escribe con ese o con zeta?”. 

En cuanto pude, abandoné aquel ámbito aristocrático y regresé al mundo plebeyo en que nací y en el que continúo viviendo hasta el día de hoy. 

 

Fernando Sorrentino nació en Buenos Aires en la primavera de 1942.  Sus más recientes libros de cuentos son El crimen de san Alberto (Buenos Aires, Editorial Losada), El centro de la telaraña (Buenos Aires, Editorial Longseller), ambos del año 2008, Paraguas, supersticiones y cocodrilos (Veracruz, Instituto Literario de Veracruz, 2013), Problema resuelto / Problem gelöst (2014), edición bilingüe español/alemán (Düsseldorf, Düsseldorf University Press, 2014) y Los reyes de la fiesta, y otros cuentos con cierto humor (Madrid, Apache Libros, 2015). 

 

CHILE 

SERGIO LIDID 

 MARÍA DE LOS ANGELES (cuento inédito) 

Siempre me ha emocionado escuchar, de labios de desdichados que tuvieron que abandonar su patria, la historia de un amor que aún arde en sus corazones… Los he visto retornar al pasado y descubrir ante mí, con los ojos encendidos y la voz temblorosa, una pasión que los ha acompañado a través de sus vidas. Por razones que no vienen a cuento, dejé mi país y encontré otra patria, otros amores… También sufro y me desvelo cuando me asalta el recuerdo de aquella muchacha por la cual perdí el sentido... Sé que ya no debo seguir soñando con ella… pero no la puedo evitar... 

     Pocos cristianos conocen el pueblo de R., ni habrán oído hablar de su cura, apodado, El Potro. El pastor murió a fines del siglo pasado, la iglesia fue incendiada y nadie ha intentado reconstruirla, pero el villorrio sigue allí, abandonado de la mano de Dios. Sólo visité dos veces esa aldea perdida entre los cerros: la primera vez casi pierdo la vida, y la segunda, tuve que huir para salvarla. Pero empecemos por explicar cómo llegar allí, por si un osado lector quisiera comprobar la veracidad de mis palabras. 

     R. se encuentra en la ribera norte del río Bío-Bío. Si no hay huelga, catástrofe natural o el gobierno de turno no ha eliminado el servicio de trenes, hay que tomar en San Rosendo el convoy para la gran ciudad de Concepción, descender en una parada de un par de minutos en Huenuraqui y seguir la indicación de un cartel borroso.  Hay por lo menos tres caminos, si aciertan con el correcto llegarán al cabo de veinte kilómetros; si toman otro, no puedo garantizar la seguridad de quien se pierda por esas tierras. 

      Los afortunados que logren llegar verán un caserío, en su centro una plaza descuidada, en el costado norte una iglesia quemada. Encontrarán hombres mal agestados y, seguramente, borrachos. Si no logran descifrar los códigos de comportamiento de esa gente desconfiada, estarán en peligro. Un consejo: no hagan preguntas directas: “¿Por qué esto y por qué lo otro?”, ni demasiado personales: “¿Cómo se llama?” “¿Está casado?” “¿Siempre ha vivido aquí?“ No rechacen un vaso de vino, lo beban con la mano izquierda o dejen un resto, son horribles afrentas. No hablen de política: son monárquicos, R. fue un reducto español, allí recuperaban fuerzas para atacar a los mapuches; únicos testigos de aquello tiempos: el Museo de la Conquista, un coso y el cementerio. Celebran corridas de toro y peleas de gallo, prohibidas en el resto de la república. No hay puesto de policía, correo ni cárcel, nada más que callejones rodeados de herrumbosas casas de adobe, cantinas, corrales, chacras, fincas; caballos finos, toros de casta, ganado, perros aulladores, gatos escurridizos, gorriones y jotes por el cielo. 

     A mi amigo, Salvador, de quien se rumoreaba que era hijo del cura de R., lo conocí en Concepción. Nos topábamos en escaramuzas políticas entre estudiantes de la universidad y en peleas callejeras en el barrio de los lenocinios, único sector de la ciudad con vida nocturna. Nos hicimos íntimos y así frecuenté dos tías beatas de misa diaria y tres hermanas hermosas (la madre vivía en R., el padre se había largado a la Argentina). Me sentí atraído de Reyes, la mayor; no me aceptó como novio, pero gracias a mi aire de quiltro abandonado, pasé a vivir en la casa. Allí nadie trabajaba, el dinero para los gastos era sufragado por el tío cura, incluidos los estudios de mi amigo y sus hermanas, además del sustento de la familia y el mío. Debo aclarar que por esos lares a muchos les dicen tío y nadie sabe con claridad qué significa o, si lo saben, se callan. 

     Y un día fui invitado a R. La mansión del cura estaba llena de mujeres. Por sus enormes pasillos y jardines correteaban bulliciosas criaturas, en la cocina se esmeraban mozas rozagantes y desinhibidas. El lugar retumbaba de risas y parloteos, que llegaban apaciguados a las habitaciones del sacerdote, por las cuales deambulaba sobre gruesas alfombras o, encerrado en su estudio, disfrutaba del uso de su valiosa biblioteca políglota. La mejor hora era el almuerzo, cuando el clérigo, desde un mullido sillón (alguien había tallado Potro en el respaldo), precedía la ingesta de cocídos, cazuelas, lechones, ranas, empanadas, ensaladas y vino de su cosecha. Era alto, enjuto, amable, rasgos faciales latinos, ojos de mirada inquisidora. Me interrogó en un fluido francés (como tantos que no tienen nada que hacer con sus vidas, yo ya había pasado hambre en París) si sabía cómo Salomón podía hacer el amor con quinientas mujeres, además de alimentarse y gobernar durante el día. No lo sabía, y él me lo explicó: “Dios misericordioso alarga las noches de los elegidos para que cumplan a satisfacción sus obligaciones en el lecho”. Se jactó de que si no hubiese amado el campo, incluído el ciudado material y espiritual de sus habitantes, y se hubiera quedado a vivir en el Vaticano (lo habían invitado un par de veces) habría llegado a Papa. Afirmación que no puse en duda. 

     Pero no fue el Potro lo que me más me impresionó, la que arrebató mis sentidos fue María de los Ángeles –ojos zarcos-profundos, trenzas rubias al vuelo, boca jugosa- , la niña mimada del cura. Cuando la veía jugar con sus hermanitos me recordaba a la dulce Carlota, el amor imposible del desgraciado Wherter. Envalentonado por el pipeño, estremecido de deseos, la perseguí por corredores, jardines y huertas… La arrinconé contra una cerca… Nos besamos… Acaricié extasiado sus senos... Si no me hubiera detenido, para permitirle con hidalguía desprenderse de mis brazos, habríamos terminado haciendo el amor en medio de flores, hortalizas y terrones. Era tal la atracción que sentía por ella que me confesé con mi amigo, le expliqué que deseaba hablar con sus padres para solicitar ser el novio oficial… Mi anfitrión me arrojó una mirada burlona, fue a buscar una botella de tinto, era un buen bebedor. Después del primer trago, me advirtió: “¡Olvídala!"... "Aquí los únicos padres que cuentan son El que está en los cielos y el Potro…  Mi tío es el amo de R. Todo le pertenece”. Su tono, su mirada, y lo que conocía de él me decidieron a no desafiarlo ni responderle con indignación. 

     Me emborraché cada día, perseguí a Ramona, le arranqué muchos besos y caricias... Hasta un atardecer en que al amparo de unas zarzamoras por fin fue mía... Pero todo era clandestino, prohibido, y presentía que la perdería. Embriagado como una cuba, tuve la ocurrencia de interceder por un viejo a quien le estaban dando una paliza de muerte en un callejón del pueblo (diaria entretención de los vecinos). Los interpelé: “¿De qué es culpable?" "¿Por qué lo golpean?” Se volvieron contra mí, me arrojaron al suelo y ya me iban a rematar con sus garrotes cuando llegó Salvador, les explicó que estaba alojado en la casa del Potro. Le advirtieron que hacía demasiadas preguntas. Derrotado, magullado y con el corazón malherido, regresé con él a Concepción… Ni en el camino ni en el tren nos sinceramos. Decidí abandonar su casa. 

Al cabo de un par de años, ya reconciliados, me rogó que lo acompañara a R. El Potro había muerto, habría una misa, dada por el arzobispo de Chillán, el entierro sería en el mausoleo de la familia. Secretamente, esperaba reencontrarme con Ramona, su recuerdo aún me turbaba. En esas tierras, alejadas de las entretenciones de las ciudades, los velorios son una verdadera fiesta, se echa la casa por la ventana. No reconocí el pueblo, rebosante de familias que habían acudido de las aldeas de la zona; banderas españolas y nacionales adornaban las casas, se oían cantos folclóricos, pasodobles, sevillanas... Las manadas de perros callejeros habían desaparecido, mi amigo me explicó que eran un peligro para los visitantes y, con una media sonrisa maligna, agregó: “A los güevones les gusta comer perritos calientes”. Salvador era el dueño de casa: ordenaba sacrificar gallinas, perdices, liebres, cerdos y corderos; aguardientes, damajuanas de vino y botellas de chicha se amontonaban por los pasillos. La cocina estaba llena de mujeres hacendosas preparando platos criollos - sopaipillas, causeos, curantos, humitas, pastel de choclo- y peninsulares: cocidos, paellas, conejos, porras... Me tembló el corazón al divisar a Ramona inclinada sobre un fogón, pero cuando intenté acercarme, mi amigo me lo impidió y me arrastró al salón. 

“Déjame hablar con ella, el Potro está muerto.” 

 “Ahora, yo soy el amo”, me desafió. 

“¿Cuál es el problema? ¿Qué no somos amigos?”, insistí. 

“¿Amigos? Ya veremos”. 

La iglesia estaba llena a rebozar. Todo estuvo perfecto hasta que el arzobispo empezó a hablar en forma injuriosa del Potro: “Irá al cielo, porque Dios es misericordioso… A pesar de su vida licenciosa, de las amantes que tenía, los hijos, las orgías… / Irá al cielo, porque Dios es infinitamente bondadoso… A pesar de su existencia pecadora, a pesar…” Brotaron amenazadores los gritos; siguieron las pedradas, las persecuciones al clérigo y sus acompañantes; al final la chusma se inflamó por injusticias viejas que clamaban a los cielos, furiosa prendió fuego a la iglesia y a la casa del Potro. Escapamos milagrosamente y esta vez Salvador se explayó conmigo: 

"... ... mi tío era el dueño del pueblo y sus almas... Los campesinos le temían y odiaban...  Ya no quiero volver”. 

 “¿Y las tierras?”, pregunté. 

“Que las aprovechen los que las trabajan… Me quedaré con las casas que mi tío poseía en Concepción…   

“Cuando todo se calme tienes que acompañarme. Regresaré por Ramona… ¿Me ayudarás?", le rogué. 

“¿Estás loco?... ¿Quieres hacerte cargo de una campesina y sus críos?” 

“¿Qué críos?” 

“¡Los hijos del Potro, imbécil!” 

 

Sergio Lidid: Nacionalidad: chilena-española. Profesor de castellano, actor, dramaturgo. En 1967 emigró a París, regresó a Chile en 1970. Para el Golpe fue detenido, exonerado y expulsado. Reside en España. Ha publicado cuentos,   artículos y poesía en revistas de Inglaterra y España. Su primera novela "La desaparición de Cristal" en editorial CEIBO, 28. Santiago de Chile, 2014. 

 

ARGENTINA 

LUIS DUARTE 

LO DE SIEMPRE 

 

En el corazón del bosque vivían felices tres chanchitos. Un día, mientras jugaban, vieron de lejos a un lobo. Aterrados, corrieron. Hallaron un refugio bajo un arbusto pequeño, donde permanecieron abrazados, muertos de miedo. 

Fermín, el más chiquito, dijo: 

—Recuerden qué nos decía Papá. ¿Ya se olvidaron? Nadie puede hacerte daño sin motivos. A mí me parece que si no nos metemos con el lobo, él nos va a ignorar y, así como vino, se irá.  

—Vos lo nombrás a Papá como si fuera Mao Tse Tung —dijo molesto Rolo—, y creo que olvidaste que a él los leñadores lo asaron para las fiestas con una manzana en la boca. 

Beto, el mayor, les pidió calma.  

—Tengo una idea —agregó—: construyamos una casa cada uno. Y chau lobo. ¿Qué me dicen? Además recuerden que del susto no pudimos verle la cola. Ahí nos hubiésemos dado cuenta si transmitía fuerza, sumisión, agresión o miedo. 

Oíme, Beto —dijo Rolo—, ¿vos me estás jodiendo? ¿Un lobo con miedo? Está bien que el lobo tenga mala prensa, pero eso no significa que sea un bambi. El tío ese, que ahora nos debe estar mirando con agua en la boca, procede por instinto, si tiene sueño duerme... No es careta, si tiene hambre come, ¿entendés? Por más que nos escondamos, el tipo nos va a seguir hasta Madagascar. ¿Y saben qué es lo peor? Que si él no nos come, atenta contra la naturaleza, y ella misma se encarga de cobrárselo.  

—Qué decís, pelotudo —dijo Fermín—, puede que yo no sea un gran pensador, pero tampoco soy un chancho depresivo y culposo como vos, Rolo. Si nos guiáramos por vos, el próximo día de la primavera seríamos costillitas.  

—¡Che, paren de pelear! —intervino Beto—. Ustedes tienen que pensar. Recuerden que papá odiaba a los ignorantes. Piensen. 

—Eso, pensemos… ¿Cómo hacemos para construir nuestras casas? 

—Sencillo —dijo Beto—: lo de siempre, con ladrillos. 

—¿Y cómo conseguimos ladrillos? 

—Con un padrino político. 

—Ah, mirá vos. ¿Y cómo encontramos un padrino político? 

—Pegando afiches, aplaudiendo sonrientes todo lo que haga el padrino. Y nos mandamos hacer una tarjeta que diga Si querés salir del chiquero, seguime. Lo de siempre. 

  —El viejo tenía razón: las vacas no sufren, palazo en la sabiola y a otra cosa.  

—¿Ves lo que te digo, Rolo? —Fermín señaló a Beto—. Cambiemos de barrio, porque este se está haciendo burgués.  

—Bueno, bueno, ya basta de agresiones. —Beto se entusiasmaba—. Hagamos una cosa: que cada uno construya la casa con el material que pueda conseguir en el bosque, y en un mes nos volvemos a juntar acá. Les voy a dar un consejo, pasen por la casa del guardabosque, que quedó a medio construir. Ahí debe haber muchos ladrillos. ¿Les parece?  

—Buenísimo, manos a la obra —dijo Fermín, y se fue corriendo.  

—Está bien, en un mes nos vemos —dijo resignado Rolo—. Chau… y no se olviden que si se duermen son jamón. —Y se perdió en el bosque. 

 

Pasó el mes y se reencontraron en el mismo lugar. Durante todos esos días no habían tenido noticias del lobo.  

Beto fue el primero en tomar la palabra: 

—Bueno, queridos hermanos, imagino que a partir de hoy el miedo al lobo será un mal recuerdo. Por suerte hemos tenido tiempo para construir cada uno su casa. Ahora estamos a salvo de ese predador.   

—Sí, de acuerdo —dijo Rolo—. Yo los dejo, prefiero ir a ver si llueve antes que escuchar sermones. 

—Beto, dejalo, no le hagas caso. Este es el típico resentido porcino: quiere la chancha y los veinte. No le des bola. Estoy calentando maíz. ¿Querés venir a la noche? Te muestro mi casa y comemos algo.  

—Dale. ¿Pero no lo vas a invitar a Rolo? 

—¿Para qué? ¿Para que nos bañe con su aliento depresivo? No, gracias. 

A media tarde, el lobo salió de los matorrales y se acercó a la casa que Fermín se había hecho con paja. Aulló tan fuerte que lo despertó. Fermín gritó ¡auxilio auxilio! Pero nadie lo oyó. Entonces el lobo sopló con tanta fuerza, que la casa de paja voló por los aires como un papel.  

El menor de los chanchitos corrió desesperado hasta lo de Rolo. El lobo lo siguió.  

Alertado por los alaridos de su hermano, Rolo abrió la puerta de madera, dejó pasar a Fermín y cerró. El lobo sopló y sopló hasta derrumbar la casa, que quedó hecha un montículo de listones.  

Rolo y Fermín corrieron desenfrenados hasta el chalet de Beto. El lobo, detrás. Tocaron timbre, pero desde el portero electrónico nadie les contestó. Dieron la vuelta, saltaron el paredón, bordearon la piscina y, haciéndoles señas desesperadas a las cámaras de seguridad, siguieron hasta el casco principal. Al parecer no había nadie. Las ventanas estaban cerradas, menos una. Por ahí entraron.  

—Abran el portón —oyeron—. Se los pido por las buenas.  

—No, señor lobo. Usted nos quiere comer y nosotros queremos vivir. No coinciden nuestros planes con el suyo. 

—No busquen a su hermano. Ahí no hay nadie. Esta mañana, Beto se fue a la casa del padrino. Parece que el padrino quería alguien que supiera de números. Abran, él me dejo un mensaje para ustedes. De verdad, deben creerme, abran por favor. Les juro que no los voy a tocar. 

—No, señor lobo, mejor díganos desde ahí cuál es el mensaje de Beto. 

—Okey, como quieran. Dice Beto que se vayan, que me dejen el chalet. 

—¿Ah, sí? ¡Qué piola! A cambio de qué. 

—A cambio de que no me los coma a ustedes dos. 

—Bueno, denos unos minutos para decidirlo.  

Rolo y Fermín conversaron en voz baja. 

—Ya está, señor lobo. Pero antes de responderle, queremos que nos diga quién es el padrino de Beto. 

—El padrino de Beto soy yo, el dueño del correo, por eso sé lo que él quiere decirles. Ahora, abran ya mismo, o tiro el portón. 

El lobo sacó un clip del pelaje y abrió la cerradura. Los cerditos Rolo y Fermín lograron escapar por la parte de atrás.  

El lobo los corrió para asustarlos, pero jamás había estado en sus planes hacerles daño. Solo quería disfrutar de las comodidades de la casa, vivir del esfuerzo de otros. Lo de siempre. 

 

*Luis Duarte, escritor argentino, nació en Lanús en enero de 1969. Estudió periodismo y fue conductor del programa “Mano y contramano”, en FM La Tribu 88.7 mhz. Actualmente conduce su propio programa de radio “El Quijote en el parque”. En cuanto a su carrera literaria, sus libros son los siguientes: “La herradura de Freud”, 2013. “Fósforos gemelos”, 2014. Reedición de este título en España, año 2016.  

Luis Duarte escritor. Correo: luisenriqueduarte@hotmail.com 

 

 

CUENTO COMPARTIDO       

A SEGUNDO SE LO LLEVARON PRESO 

JUAN IGNACIO ALUZ, ADRIANA ALARCO DE ZADRA Y PATRICIO G. BAZÁN 

 

Uno no puede comprender la idea real de una identidad explotada, completamente destrozada, hasta no tener delante de sí a Segundo Acosta. La sensación de estar frente a un ser así, tan despojado de lo que uno guarda para sí: la reexaminación de pensamientos, de las imágenes que se cruzan en la cabeza; eran apenas ideas abstractas e insignificantes, en comparación con los relatos que Segundo venía confesando desde las 3 de la tarde, después de haber sido detenido. Sólo así se hace uno la figuración de un demente. 

— ¡Segundo de nadie! Soy el Primer Caballero de los Arenales del Rey en estas costas del Nuevo Mundo, con poder para hacer y deshacer enredos, trampas y entuertos —repetía. 

—Según mi parecer, Doctor Sabilongo, este paciente sufre de alucinaciones quijotescas. Estoy a cargo de la Cárcel desde hace demasiado tiempo y reconozco a un loco de remate. 

— ¿Y si en verdad es un Caballero nombrado por la Corona? Acabaríamos nosotros en la cárcel si lo encerramos. Propongo, querido Director, que por ahora le llevemos la corriente, que pueda expresar su desvarío. 

—Legalmente, podemos detenerlo 24 horas por averiguación de antecedentes, doctor. 

— ¡Exacto! Dejémosle que nos convenza, y luego veremos si es quien dice, o solo es un mitómano. 

Don Segundo Acosta narró con lujo de detalles sus planes de aventuras ante un auditorio inicialmente escéptico. Le llevó toda la noche. Al otro día, todos partieron alegremente en busca de El Dorado. 

 

*Juan Ignacio Aluz (Argentina) Productor, editor, escritor. 

*Adriana Alarco de Zadra – (Perú) www.adrianaz.it 

*Patricio G. Bazán  (Argentina, 1965). Escritor e ilustrador. Autor de obras de ficción :"Panoplia" (cuentos), la novela "El Tapado y el León", y varias obras de teatro. Participó en las antologías "Grageas 3" (2014) y "Cien Páginas de Amor" (2015). 

 

ARGENTINA 

LUIS DANIEL ALVAREZ 

LA MÚSICA DE RICARDO 

Aquella noche había conciliado el sueño sin la necesidad de consumir mi somnífero. Un milagro, y quizás el único que viví durante los años que me hospede por cuestiones de trabajo en la casa señora Palma, hija de don Ricardo, la única heredera y encargada de alquilar la casa. Hasta que a las tres de la madrugada comenzó a sonar Schubert, a todo volumen, cómo si esa música totalmente aburrida fuera bolichera. 

Estando medio dormido, pensé que posiblemente era un automovilista apasionado en la música clásica se paró al frente para sacar dinero del banco, pero resultó ser una idea absurda debido a que la mayoría de las personas la escucharían en volumen considerable, modesto, y no como quienes escuchan trap o cumbia. Luego hubo unos segundos en silencio, lo suficiente para retomar el sueño, pero comenzó a sonar Las Walkirias, de Wagner. Pensé que esta vez podría venir de la sala velatoria, porque recordé que de niño cuando moría algún vecino preciado por el barrio, o en semana santa ponían música sacra y por el estilo como una forma de respeto a las familia de los difuntos. Pero bastante fuerte, capaz de reventar los vidrios de las ventanas, no. Imposible. Y en esta casa estoy sólo. Desquiciado me levanté, y al salir de la pieza me di con la sorpresa de que Don Ricardo, estaba bien sentado, en el sofá, con su copa de mistela, leyendo un libro, y en bata. Nos saludamos con una sonrisa. Obviamente que de mi parte fue sarcástica. Me preguntó si me gustaba la música clásica. Le mentí diciéndole que sí. 

Imposible que me gustara a esa hora. Me invitó a sentarme con él, pero le rechacé la invitación explicándole que debía descansar porque en un par de horas tenía que estar en pie para ir a trabajar. Pero insistió tanto que me terminó convenciendo, sobre todo porque sentí una acorazonada de que si fuera mi padre me dolería decirle no. Pensé en escuchar dos o tres canciones, lo suficiente para compartir con él unos quince minutos. Ese lapso fue suficiente para apreciar la historia de la música clásica porque Ricardo me la contó con humor, ironía, actuándola, y me contagió su euforia. La música y los movimientos corporales me hicieron viajar en una ilusión sonora y óptica. Disfruté tanto del momento que perdí la noción del tiempo, en la cantidad de copas servidas, al punto de no recordar si nos despedimos o no. 

Fue al día siguiente que me di cuenta que terminé ebrio. La hija de Don Ricardo, como tiene llave para poder ingresar cuando necesitaba algo de la casa, entró y dejó la puerta abierta, la resolana me impactó en la vista despertándome. En el piso estaba la botella tirada, en la mesa el cenicero lleno de colillas de cigarros, en el piso hojas de libros destrozados a priori. Una mugre total el living. A ella no le gustó nada verme así. ¿Linda noche, no cierto?, me dijo, pensando seguramente: a quién le alquilé. Aproveché su presencia para pagarle, y le conté lo sucedido con Don Ricardo, pidiéndole disculpas por el desorden. Ella sonrió evitando que se formara un nudo en la garganta, y me comentó que él había muerto hace dos años. No le creí. Le expliqué que su comentario me parece una idea disparatada, si la noche anterior estuvo conmigo. Sí, es así, solamente que como murió sólo sin amigos, siempre que alguien se queda en casa intenta hacerse amigo, sobre todo con quienes son medio solitarios, bohemios, usted sabe, de esa onda; me respondió. No estaba errada, soy un poco de eso, y ahora entiendo porque vino a visitarme. 

Después me mudé a un departamento más nuevo, no porque tuviera miedo porque de vez en cuando voy a visitar a Don Ricardo, a escuchar a Paganini o Vivaldi, a tomar algo con él y volarme la cabeza. De pocos los amigos que tengo, él es más vivo. 

 

Luis Daniel Álvarez nació el 28 de enero de 1988 en Andalgalá (Catamarca). publicó: Pueblo y rebelión; (2013), Vuelo onírico; (2015) y “Pájaros de aguardiente” (2017), “Transeúntes” (2020) “La desnudez del oasis” (2020) “Imaginar” (2022) “El Mar” (2022) “Antiestrés” (2023) “Las aves de mi jardín” (2023). En narrativa: “Sueños encajonados” (2015) “La fama de Edward Arparigowsky” (2019) Dirige la página web de cultura; La tuerca andante; https://latuercaandante.wixsite.com/website/blog Instangram: @danielalvarezlit 

 

PERÚ 

CARLOS ENRIQUE SALDÍVAR Y BENJAMÍN ROMÁN ABRAM  

NO DESCUBIERTO  

Reseño libros, sobre todo de autores prometedores y poco conocidos que fallecieron a lo mucho hasta dos años atrás. Los prefiero así porque a la larga ellos se valorizarán y mi crítica literaria igual, es un ganar-ganar. 

Aunque me crean loco, he aprendido a hablar con ellos, con los escritores, por supuesto no del modo tradicional: emisor-mensaje-receptor, sino leyendo sus obras, interpretando, a partir de su redacción, sus inconscientes, con el gran apoyo del psicoanálisis. En una reciente obra de terror me ha quedado claro que el escritor tenía un miedo inconsciente a que alguien lo asesinase para volverlo famoso. Por suerte, aunque estuvo cerca, cada vez que hago mis incursiones homicidas contra estos talentos, nadie me atrapa. 

 

Carlos Enrique Saldívar. Codirige la revista El Muqui. Es parte de la administración de la revista Babelicus. Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010), El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019), El viaje positrónico (en colaboración, 2022). 

Benjamín Román Abram (Lima, 1970). Es codirector de la revista virtual El Muqui. Sus cuentos y reseñas se han publicado en diarios, antologías y revistas nacionales e internacionales. Es autor de los libros de relatos En Envase Pequeño y Bioficciones.