BABELICUS nº30
REVISTA LITERARIA EN ESPAÑOL - AGOSTO, 2025
FUNDADORES:
ADRIANA ALARCO, JEAN LOUIS BROUILLAUD, STEFANO VALENTE
ADMINISTRADORES:
ADRIANA ALARCO,
STELLA ROQUE, CARLOS ENRIQUE
SALDIVAR Y ELENA ZADRA
A nuestros
fieles y amados lectores: presentamos el número 30 de nuestra revista
Babelicus: https://babelicus.blogspot.com, cumpliendo
diez años desde el primer número. Contiene relatos en español para entretener a
la familia y dar a conocer escritores hispanos de varias latitudes. Ruego a
escritores interesados en publicar en Babelicus (grupo abierto sin fines de
lucro) que envíen sus colaboraciones, (máximo 1000 palabras) preferiblemente en
Word, al correo: infocorrectoradepapel@gmail.com, junto con una semblanza del autor de cinco
líneas. Los escritos publicados, luego de un escrutinio, no pierden sus
derechos de autor. La revista es publicada en la página Babelicus de Facebook y
se puede bajar del blog de Babelicus https://babelicus.blogspot.com, donde se encuentran
todos los números anteriores de la revista.
Portada: Lago de Garda, acrílico de Adriana Alarco de Zadra
Fundadores
de Babelicus
El
primer BABELICUS en español salió a la luz en el año 2016. A inicios de nuestras
colaboraciones quienes fundaron la revista Babelicus fueron:
PIERRE JEAN BROUILLAUD, (Paris 1927-2021)
Escritor francés quien publicó desde el año 1962, dos novelas
(Calmann-Levy y Robert Lafont), cuatro colecciones de relatos y mas de 80
relatos o novelas cortas desde 1962, muchos de los cuales han sido traducidos y
publicados en diversos países. Ha
traducido obras de arte e historia (ediciones Vianello) y más de 150 relatos en
inglés, alemán italiano y español. Ha
colaborado con diversas revistas francesas y extranjeras, principalmente en
Italia (revista Futuro Europa, ediciones Scudo y ediciones della Vigna, entre
otras). Varios de sus textos aparecen en el sitio web: Un Autor de Noticias.
STEFANO VALENTE, (Roma 1963)
Licenciado en lingüística, colaboro con periódicos y radios italianos y
extranjeros. También trabajo como
guionista y dibujante de comics e ilustrador y traductor. Publicó la novela Del
Morbo en 2004, una crónica de 1770, ed. Serarcangeli. En 2008, su novela Neokulturali con su novela Di Altre
Metamorfosi, la primera de 2,046 novelas. Ha impartido lecciones de narrativa y talleres de escritura y edición de
textos, y su blog El Sueño del Minotauro se ha convertido en un referente de la
micro ficción internacionLial. Su sitio web: www.stefanovalente.com
ADRIANA ALARCO DE ZADRA, (Lima 1937)
Traductora y secretaria ejecutiva en su juventud,
escribió libros de geografía del Perú, dramas y cuentos, con los cuales gano
diversos premios. Dirigió la Fundación Ricardo Palma en Lima durante 10 años,
la cual se ocupa de mantener la Casa Museo del escritor peruano. En 1978
publico su primer libro: El Libro del Viajero, guía turística del Perú. En 2023 le publicaron su libro de relatos
Diario de una Sombra”.
argentina
Cruzar el Rubicón
Luis Duarte
En aquellos
tiempos en los que la falta de tino se pagaba con la vida, un artista plástico
chino fue llamado por el emperador para pintar en el palacio. Hokuching
abandonó lo que estaba haciendo y fuertemente escoltado se presentó ante el
gran emperador. No llevaba más ropa que un harapo largo de dos bolsillos, y su
imaginación.
—Hoy quiero
—le dijo el gran emperador entre sollozos reales— que pintes algo que me saque
la tristeza.
Hokuching
juntó las manos y se inclinó. Pensó un instante y dijo:
—Para eso, Su
alteza, necesito las patas de un pollo muerto y un pollo vivo, tinta azul y
tinta bermellón. Ah… y un largo rollo de papel de paja de arroz.
Tres minutos
después ya contaba con lo que había solicitado. Ante un centenar de curiosos
sumisos, el artista sumergió las patas del pollo muerto en tinta azul y las
arrojó suavemente sobre el rollo de papel. Al pollo con vida le sumergió las
patas en tinta bermellón, y simplemente dejó que el asustado animal caminara
sobre el papel.
Una vez
terminado, se inclinó respetuosamente ante su amo real y le mostró la pintura,
a la que llamó “El dado de las 64 verdades”.
—Me gusta, sí
—dijo el gran emperador—, pero no me saca la tristeza.
—Pero…, Su
alteza —dudó Hokuching—, acá no ha terminado la obra.
Falta que le
lea alguna de las 64 verdades. O todas, si así lo desea, Su alteza.
—De acuerdo.
Escucho tres verdades, y decido qué hacer —dijo el emperador, sin siquiera
mirar al artista y ante un silencio doliente—. Tu suerte está echada.
Hokuching sacó
un dado del bolsillo y lo arrojó al aire. Lo miró y dijo:
—Primera
verdad: “El pollo vivo es bizco”.
Y el emperador
sonrió, la multitud lo imitó reservadamente.
—Segunda
verdad: “Al dado lo maneja Dios. Y a este lo maneja Su alteza”.
El emperador
se ensanchó sonriente. La multitud luego de unos segundos aplaudió.
—Tercera
verdad: “Quien mata a un artista está condenado a perder el reino”.
El gran
emperador posó sus ojos llameantes sobre los de Hokuching. Y luego de un largo
silencio agregó:
—Cuarta
verdad: “Y quien mata a un emperador se convierte en artista” —El gran
emperador sacó entonces de entre su vestimenta un enorme un cuchillo. Y ante el
estupor ciego de la multitud, lo clavó en su propia garganta.
La sangre real brotó en cascada… Y así el gran emperador anduvo a los tumbos hasta que caer pesadamente al piso. Desde abajo, apagó su vida señalando a Hokuching.
Luis Duarte,
escritor argentino, nacido en Lanús, prov. de Buenos Aires, en enero de 1969.
Estudió periodismo y fue conductor del programa “Mano y contramano”, en FM La
Tribu 88.7 mhz. Actualmente conduce su propio programa de radio “El Quijote
Stream Tv”. El cuento pertenece al libro “Lagartijas”. Ha publicado: “La
herradura de Freud”, 2013. “Fósforos gemelos”, 2014. “Latigazos del azar”,
2016. “Los guantes de Zaratustra”, 2018. “Rombos”, 2022. “Lagartijas”, último
libro publicado en abril de 2024. Correo: luisenriqueduarte@hotmail.com
ARGENTINA
LOS GRADOS DEL AMOR
ROLANDO MARTIÑÁ
Él se levantó esa mañana del mismo modo como lo venía haciendo desde
unas semanas atrás: animoso, entusiasta, y a la vez como viviendo en otro
mundo… Para sorpresa de todos, últimamente parecía salirle todo bien, muy bien…
Pero además, ese día era muy especial, era un día de fiesta. Se bañó y comenzó
a vestirse para la ocasión. Demorando mucho menos que de costumbre, a la media
hora andaba por la calle, tarareando una canción y dispuesto como pocas veces
se lo había visto.
Al llegar, no tuvo más remedio que sumergirse en el caos multitudinario
y el ruido atronador. Y lo aguantó como quien sabe que es el precio que debe
pagar para llegar a su destino. Tras un par de horas de discursos, canciones y
números músico-teatrales de dudoso gusto, finalmente la escena final, que él ya
tenía pensado desde hacía mucho, cómo iba a ser.
Se dirigió al patio central y la vio: parada bajo el terrible sol de
diciembre, con los brazos cruzados y la mirada anhelante. Se acercó decidido,
mirándola fijamente a los ojos por primera vez, y tomándole la mano con
delicadeza le dijo: “Ojalá que en séptimo grado, estemos juntos otra vez…”.
Rolando Martiñá, escritor argentino
de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Tiene publicados ocho libros de
educación, dos de cuentos, una novela y su último libro de cuentos: “Cuentos de
todos los Amores. Experiencias terapéuticas y ficciones del enamoramiento”
(2016), “Fin de siglo. Todos los amores, el amor” (2018) y “Dicho sea de paso.
Hojas sueltas” (2021). Su último libro “Islas, héroes y princesas”. Este cuento
pertenece a “Cuentos de todos los Amores. Experiencias terapéuticas y ficciones
del enamoramiento”. Facebook: @rolando martiñá escritor.
URUGUAY
BRISA DE PRIMAVERA
C. M. FEDERICI
Habían transcurrido
ocho décadas desde que Tiburcio Fagúndez emitiera su primer vagido en este
valle de lágrimas, pero él no lo creía.
¿Ochenta años? ¡Un vejete! No le cabía en la cabeza. La
idea que él tenía de los vejetes provenía de las películas: voces cascadas y
encías despobladas, a lo Walter Brennan o Gabby Hayes, o actitudes
patriarcales y luengas barbas, como Donald Crisp o Finlay Currie (1)
... ¡Pero él no se sentía así! ¿Cómo podía aceptar sus... ochenta? ¡Si ni
siquiera había asumido los cincuenta, tres decenios atrás! ¡Inadmisible!
Por eso
caminaba con andar garboso y firme (aunque, eso sí, procurando pisar bien,
porque las veredas no eran del todo confiables, sobre todo en horas de la
noche) y cuidaba su atuendo, que era estrictamente formal, pero no “de viejo”.
Y su imaginación, siempre despierta como en los años de su adolescencia, seguía
soñando con el encuentro providencial de la Mujer Ideal. Era un gran admirador
de la belleza femenina, destacando el “femenina”. Él sabía que aún quedaban
en este mundo mujeres-mujeres, y algún día, o alguna noche, se cruzaría con
una.
Claro que el
destino se estaba demorando un poco, pero estaba convencido de que tarde o
temprano vería recompensada su constancia. Mientras recorría la avenida,
sus ojos se mantenían siempre alertas.
—¡Ay, perdón,
señor!...
Lo inesperado.
Ella había tropezado frente a él; prácticamente le cayó encima.
Se apresuró a
ayudarla a incorporarse. Bastó el contacto de aquella mano exquisita en la
suya, y lo asaltó una revolución dentro de sí, agitándose íntimas fibras por
largo tiempo aletargadas. Sus sienes palpitaron, y sus pensamientos saltaron a
lo lírico. “Es una obra primorosa del Supremo Escultor”, se dijo, con recóndito
alborozo. “Esa suavidad..., esa tibieza..., la finura de sus formas..., desde
la deliciosa cordillera diminuta de sus nudillitos a la perfección del dibujo
de las uñas, impecables en hechura y color...”
Se las compuso
para hablar con bastante naturalidad:
—¿Se encuentra
bien, señorita? ¿No se lastimó?
Alzó ella su
rostro. ¡Albricias! A los ojos de Fagúndez, se conjugaban en esas delicadas
facciones todos los encantos que otrora le deslumbraran desde la pantalla del
cine..., una adorable combinación: algo de Linda Darnell, un poco de Gene
Tierney..., una pizca de la sin par Elizabeth Taylor (2). ¡Una diosa
caída a la Tierra!
—No fue
nada... ¡Suerte que usted me sostuvo! ¡Ay, qué desgracia! —ella miró hacia
abajo—. ¡Se me rompió un taco!
Era cierto.
Uno de los finos tacones-aguja (precisamente los que exaltaban el fetichismo
secreto de don Tiburcio) se había despegado.
—No se
preocupe —se apresuró a decir—. Yo la ayudo. Veremos si encontramos quién se
lo arregle. Aunque a esta hora...
—No importa
—dijo ella, con hechicera expresión—. Vivo cerca. Si me acompaña...
Él llevó la
mano al ala del sombrero, elegantemente ladeado a lo Dick Powell (3),
característico de su personalidad. No llegó al extremo de quitárselo, claro,
porque de haberlo hecho quedaría al descubierto la infamante zona yerma de su
cráneo.
—Reinaldo
Arenas, a sus órdenes, señorita. ¡Será un placer y un honor escoltarla!
No había
dudado más que una fracción de segundo en presentarse bajo el seudónimo con que
firmaba sus novelas. Era impensable arruinar la gloria de aquel encuentro con
un plebeyo “Tiburcio Fagúndez”. Y tal vez ella conociera sus escritos..., quién
sabe.
Los
espléndidos ojos azul cobalto relucieron, y una sonrisa de hada separó los
rosados labios.
—¡Reinaldo
Arenas! ¡Quién iba a decir que me encontraría en persona con mi autor
preferido! Porque es usted, ¿verdad? ¡Su novela “Crimen de pasión” me erizó el
pelo! ¡Es increíble cómo supo penetrar en la siquis de una mujer locamente
enamorada que llega a matar!
Le estaban
acariciando el ego. Tiburcio se esponjó. Pero elaboró una expresión modesta,
al decir:
—Una novelita
de quiosco, nada más... Un “divertimento” mío. Tengo otros trabajos de más
envergadura (enseguida se arrepintió de la palabra, por sus connotaciones chabacanas,
pero ya estaba dicha), pero espero encontrar un editor que los aprecie como es
debido. Entre tanto, me entretengo con mis tramas de terror y misterio. ¡Pero
pongo todo mi afán en su escritura; no la menosprecio, como hacen algunos
críticos fatuos!
Ella se había
tomado de su brazo, lo que lo hizo estremecer, aunque procuró disimularlo.
Siguieron caminando. El hombre aprovechó para deslizar una mirada admirativa
por aquel cuerpo grácil, ceñido por un vestido rojo ajustado que revelaba sus
curvas y meandros, dejando al descubierto un generoso escote y unas piernas
bien torneadas emergiendo de la falda tubo.
A Fagúndez le
ocurría algo peculiar: se sentía repentinamente aislado de los ruidos, de las
luces de la calle y de los transeúntes, como si ellos dos deambularan por una
especie de túnel de su exclusividad. Pensó que era el momento de entrar un
poco más en confianza.
—No estamos
parejos —dijo, con una sonrisa.
Los preciosos
ojos de la mujer se dilataron.
—¿Parejos?...
No le entiendo, perdone.
—Usted sabe el
nombre de su autor preferido, pero yo ignoro el de mi lectora más dilecta. Me
lleva ventaja, ¿ve?
La risa de
ella le sonó a Fagúndez a cascabeleo. Pero la cortó de golpe.
—Me siento
algo dolida —dijo—. Pensé que yo tampoco sería una desconocida para usted.
Ahora fue
Tiburcio el sorprendido. Se detuvo y fijó en ella los ojos.
—¿Es que... ya
nos habíamos visto antes?... —Sacudió la cabeza—. ¡No, no! ¡Imposible! ¡No me
iba a olvidar nunca de un rostro como el suyo! ¡Jamás en la vida!
La joven
volvió a reír con suavidad, instándolo a seguir andando.
—No quise
decir eso. Es que trabajo en televisión. Telenovelas... Me imaginé que tal vez
me habría visto. Soy Carmen Del Solar...; en estos días aparezco en “Mi perdida
virtud”. Ya estamos por el vigésimo episodio, y los productores dicen que
tiene un “rating” muy alto, por eso me pareció que...
—¡Ah, vamos,
vamos! ¡Estrella de telenovelas! Claro, con esas gracias que Dios le ha dado...
Debí haberlo supuesto, perdone. Es que, ¿sabe?, hace mucho que deserté de la
televisión. Estoy muy ocupado con mis lecturas y el trabajo de mi nuevo libro.
No tengo tiempo para eso.
Ella esbozó un
mohín de desencanto.
—¡Me ha creado
un complejo, hombre malo! Me había creído más popular... Pero lo entiendo, lo
entiendo. Usted es un intelectual; debe estar en lo suyo. Lo comprendo.
Sus curvadas
pestañas aletearon, y el hombre carraspeó, algo confuso.
—Y créame que
lo admiro más por eso... Pero, vamos, cuénteme algo de lo suyo, de cómo se
inspira, de dónde le llegan las ideas... —Sonrió pícaramente, con resplandor de
inmaculada dentadura—. ¿Tendrá quizás alguna Musa?
Él se atrevió
a palmear la hermosa mano que descansaba en su brazo.
—Creo que
acabo de encontrar una —repuso, sonriendo.
Le complacía
íntimamente que ella no recurriese al tuteo indiscriminado que predomina
entre la gente de estos días. Esto, a su parecer, le daba un cariz más
romántico al encuentro. Adicto confeso a la formalidad, no aprobaba las
libertades excesivas.
—Pues
dedíquele a ella ese libro que está escribiendo. Sería lo justo, ¿no? Pero...,
ya llegamos. Aquí vivo.
Estaban ante
la puerta de un edificio de departamentos, frente al cual había pasado nuestro
hombre más de una vez. “¡Si lo hubiese sabido!...”, pensó, pero no dijo nada.
—Bueno,
¡muchísimas gracias por su amabilidad! Y además..., ya tengo algo para
contarles a mis compañeros del estudio. ¡Conocí a un famoso autor!
Le extendió la
mano. Él, súbitamente acometido por una extraña cortedad, no se la estrechó,
aunque se moría de ganas de sentirla dentro de la suya.
Hizo una
inclinación de cabeza, tocando una vez más el ala del “Borsalino”.
—Y yo conocí a
la mujer más despampanante de esta ciudad. —Sonrió—. ¡Volvemos a estar
desparejos!
Ella se le
acercó y lo tomó por los brazos, a la altura de los codos.
—Emparejémonos,
entonces. ¿No querría pasar a tomar un café? ¡De alguna manera tengo que
agradecerle su ayuda! Y además, podemos seguir charlando, porque me interesa
mucho lo de su trabajo, sus conceptos, sus metas... Dígame una cosa: ¿nunca
pensó en escribir libretos? Porque se me ocurre que tal vez...
Unos
inoportunos ladridos la interrumpieron. Era un perro callejero persiguiendo
airado a una motocicleta.
—Parece
existir una animadversión instintiva entre los canes y esos engendros mecánicos,
plaga de las calles... —comentó Fagúndez, por decir algo.
Ella soltó de
pronto una carcajada musical. El escritor la miró, confundido.
—¿Qué es lo
que le causa tanta gracia, Carmen?
—Es que me
acordé de un chiste... “¿Qué haría el perro si por casualidad llegase a
alcanzar a la moto?” ¡Ja, ja, ja! —Y se tapó la boca con sus finos dedos.
En ese
instante, un soplo de brisa tocó la nuca de Tiburcio Fagúndez. Sintió que se le
ponía carne de gallina. La primavera había venido más fresca de lo previsto, al
parecer.
Retrocedió
unos pasos. Un velo de gravedad nubló sus facciones.
—¿Sabe una
cosa, señorita Carmen? ¡Había olvidado que tengo un compromiso importante con
mi editor! Va a tener que disculparme... Y a usted, por su parte, seguramente
la estarán esperando. —Se tocó por última vez el ala—. ¡Buenas noches! ¡Fue un
verdadero placer conocerla, créame!
Y se marchó,
intentando dar firmeza a su paso.
—Bueno...
—murmuró, emprendiendo el regreso a su casa—, creo que cabe la posibilidad de
que llegue a aceptar mis cincuenta, después de todo...
(1)
Walter Brennan (1894-1974), Gabby Hayes (1885-1969), norteamericanos; Donald
Crisp (1882-1974) y Finlay Currie (1878-1978), británicos, actores de carácter
en películas de Hollywood.
(2)
Linda Darnell (1923-1965), Gene Tierney (1920-1991) y Elizabeth Taylor
(1932-2011), famosas beldades de la pantalla en los años 50 y 60.
(3)
Dick Powell (1904-1963), primero cantante y bailarín en musicales, se decantó
posteriormente a películas “noir” y a la dirección y producción de las mismas.
Carlos Maria Federici es
un escritor y diseñador uruguayo, conocido por sus novelas de genero policial y
de horror. Recordado en particular por su personaje, "Jet Galvez" y el
protagonista de sus novelas, el detective Dorteros. Empezó sus
publicaciones en los años 60 en editoriales sudamericanas y europeas.
PERÚ
OBEDECER
NANINA LIMA
Hay que seguir las reglas. Todo llega con instrucciones y si no se
siguen explícitamente puede ocasionar desastres.
No podemos salirnos de la raya y debemos obedecer a
las leyes y ordenanzas que nos envían por el ordenador. Me ha llegado un modelo nuevo y lo he
encontrado en la puerta de mi casa al llegar.
Lo he abierto sobre mi escritorio y he comprobado que tiene nuevos
programas enviados por el Centro de Información y Educación del Planeta.
Abro el programa que dice: “Seis Nuevas Reglas para
el usufructo del ordenador y para mejorar la calidad del sistema”.
La primera regla es: NO DESOBEDECER
(Tampoco debo pasar por alto las reglamentaciones y
señalizaciones del ordenador).
Segundo: No enseñar lo que contiene en vano
Tercero: Abrirlo diariamente
Cuarto: Respetar sus deberes y derechos
Quinto: No cambiar las reglas
Sexto: No eliminar el nuevo Programa para
Sobrevivientes
He abierto el nuevo programa. No hay vuelta que darle: si no cumplo
estrictamente con lo ordenado existe el peligro de desaparecer. ¡EL PELIGRO DE DESAPARECER!!! Eso es muy grave y voy a enterarme de cómo
puedo evitarlo.
PROGRAMA PARA SOBREVIVIENTES DEL PLANETA
Primero:
Seguir todos los puntos del programa (lo estoy siguiendo).
Segundo:
Indicar en los cuadrados en blanco si está de acuerdo o no (he
contestado como me parece que es lo correcto y algunas luces se prenden y se
apagan).
Tercero: Los
que han sobrevivido a esta respuesta, sigan con el cuestionario hasta
terminarlo (he contestado y he sobrevivido, al menos todavía estoy aquí...).
Cuarto: No usar palabras alienígenas en el
cuestionario (¿cuáles? ¿cómo? ¿qué tengo que decir? ¿qué es lo que no debo
decir porque me borran?).
Quinto: No desobedecer al programa (¡no estoy
desobedeciendo y quiero una respuesta inmediata!).
Sexto: Los que han respondido correctamente a todas
las preguntas deben cerrar el programa del ordenador.
No se cierra.
Por más que aprieto el botón cerrar, no se cierra. Debe estar atorado. Busco nuevas ventanas: ayuda, detectar y
reparar. No pasa nada. Busco el botón
suprimir, eliminar, excluir, prescindir, alejar, pero no obedece. Aprieto el
botón de auto recuperación. Mi imagen aparece reflejada en la pantalla. Soy yo mismo.
He entrado en el programa y ya no estoy en mi escritorio sino adentro
del ordenador. Leo desde cerca las reglas que me siguen informando: “Los que
han respondido correctamente a todas las preguntas deben cerrar el programa del
ordenador”.
¿He contestado correctamente a todas las preguntas
del ordenador? Como yo pienso que sí, busco en la pantalla la Barra de
Herramientas y aprieto desde adentro: Archivo, cerrar. No cierra.
Tampoco debo desobedecer, pero el programa no me obedece. Me estoy volviendo loco. Aprieto el botón que
dice: ejecutar, suprimir, abortar, eliminar, exterminar, aniquilar y siento que
mi imagen va desapareciendo del ordenador.
Ya no soy, ya no existo, ESTOY DESVANECIÉNDOME.
Ya no tengo tampoco cuerpo ni reflejo ni reflexión
ni clon ni original ni copia ni grabado ni plantilla personal ni imagen ni ....
oooooooooooo
Nanina Lima: Nací en Perú y he trabajado como
maestra de escuela y secretaria. Viajé a
muchas ciudades de Perú por trabajo. En
mi tiempo libre escribo cuentos. Espero que mi escritura les guste para poder
seguir colaborando con Babelicus.
PERÚ
EMANCIPACIÓN
JORGE QUISPE CORREA
Frente a frente, conversando como amigos más que
como enemigos, el virrey La Serna y San Martín buscaban llegar a algún acuerdo
aquel 02 de junio de 1821 en la hacienda Punchauca, al norte de Lima. La
propuesta de San Martín, según La Serna, no podía ser aceptada sin la
aprobación real.
San Martín insistía diciéndole que “uno y otro
tenían la oportunidad de hacer feliz al país”, que había que tomar una decisión
lo más pronto posible.
Posteriormente ambos se encontrarían en el campo de
batalla con la intención que sus ejércitos dieran lo mejor de sí. De pronto los
rayos provenientes de la nave espacial que estaba frente a ellos mermaron la capacidad
de resistencia militar drásticamente. Nada pudieron hacer ambas huestes frente
al enemigo común. Daba así inicio a una nueva era: la de la colonización del
planeta Tierra.
Jorge Quispe Correa
Angulo. Escribe microrrelatos, cuentos y poesía. Ha publicado “Pasajeros de lo
efímero” (Microrrelatos, Ed. Saxo, Perú, 2019), “Jardín de Levedades”
(Microrrelatos, EOS Villa, Argentina, 2022), “Visitando a la abuela Estela”
(poesía, Laia, Argentina, 2023), “Soñábamos con naves a propulsión” (cuentos de
ficción especulativa, Omicrón Books, Ecuador, 2023) y “Zumo del tiempo”
(Microficciones, Editora BGR, España, 2024).
PERÚ
EL ANILLO DE MI MADRE
MIRZA MENDOZA
Qué bueno que ya estás muerta.
El último recuerdo que tengo de ti es vomitando. Te
habías antojado una ensalada de percebes. La trajeron de no sé dónde, sabían
que eran tus últimos días con nosotros. Un mes antes de tu diagnóstico yo
planeaba tu muerte. O debería decir: tu asesinato. Consulté los servicios de un
sicario y el precio de las armas, por si me envalentonaba a jalar del gatillo.
Cada domingo, en misa, le pedía a Dios que retirara
esos pensamientos pecaminosos de mi cabeza. ¿Era necesario hacer justicia con
mis propias manos? Hasta que Dios escuchó mis rezos: no me quitó las ganas de matarte;
me concedió tu sentencia.
Tras el diagnóstico, el peso sobre mis hombros se
alivianó. Pero tú no podías con tu genio y te esmerabas en darme disgustos.
Cuando aún podías hablar, me llamaste a tu habitación. Me pediste que escogiera
una joya que me heredarías. Ahí estaba el anillo de mi madre. Ese gesto tuyo me
dio más motivos para odiarte. Salí dando un portazo y con las manos vacías.
Cuando empezaste a perder el pelo, yo empecé a
cuidar el mío. Me lo untaba con aceite de argán y me lo peinaba día y noche,
frente a tu cuarto.
Tú ya no tenías fuerzas para mirarme con desdén.
¿Te acuerdas cuando llegaste a casa y yo tenía diez años? Maldita.
Quisiste que te acompañara a elegir tu ataúd y la
mortaja. En el fondo, sabías que yo disfrutaría esas coordinaciones. Tal vez
habías perdido la dignidad, el orgullo, la soberbia. O tal vez...me tenías
miedo.
Cuando regresé a casa, viuda y sin hijos, te
sorprendiste. No creíste que el accidente de mi esposo —ese que tú elegiste
para mí— fuera cierto. Habías engatusado a mi padre para casarme a la fuerza,
para que saliera de la casa de mi madre, la que tú usurpaste. Esa espina
siempre la tuviste clavada.
Pero no te preocupes. Podrás preguntarle a mi
difunto marido si se tiró solo del acantilado… o si fui yo quien lo empujó.
Ya lo sabrás.
Mirza Mendoza (Lima,
1985). Es autora del libro de cuentos: Enamórate de mí (Zafiro Editorial,
2024), Futurum, ocaso de la civilización (Editorial Libre e Independiente,
2023) y Tenebrismo (Editorial Sexta Fórmula, 2021). Autora en la antología XIII
Exhumaciones extraordinarias a Poe (Editorial Grafos & Maquinaciones,
2024). Es parte del libro La tentativa de sentir (Ediciones Catarsis, 2024). Es
una de las autoras del libro Perlas urbanas, narrativa hispanoamericana
contemporánea (Grupo editorial Sial Pigmalión, España, 2024).
PERÚ
MONÓLOGO DE UN ERMITAÑO
EDGARD RIVERA RAMÍREZ
—Ella no es como tú, no tiene el color de tus ojos,
ni esa forma apasionante de mirarme. Juro, amor mío, que tampoco tiene la
exquisita textura de tu piel, ni esa suavidad ni su fragancia. Así que estoy
seguro de que tampoco sabrá como tú, pero no tengo de otra, ya casi no me queda
ningún trozo tuyo en el refrigerador.
Del libro “Habitación suspendida, breviario
de locura y muerte” (Penumbra,2025).
Edgard Joel Rivera
Ramírez (Piura, 1994). Licenciado
en Ciencias de la comunicación de la Universidad Nacional de Piura. Ha
publicado los libros de narraciones cortas llamados “Habitación suspendida” (Penumbra,
2025; Sietevientos Editores, 2022) y “De amor y otras mentiras” (Lengash,
2024). Es ganador del Primer concurso de Microrrelatos Tabula Escrita impulsado
por la Editorial Luna Negra (2020). Recibió un accésit en el III Concurso
“Berceo lee a Gonzalo” (España, 2021). Es coautor de las antologías “Escritos
bajo lluvia y fuego” (Apogeo, 2025), “Retazos de papel IV” (Apogeo, 2024),
“Grandes cuentos inéditos de escritores peruanos” (Sietevientos Editores,
2021), “Hojas en Guarda” (México, 2021) y “Pluma y pincel” (América, 2021).
PERÚ
¿QUIÉN ES «S»?
CARLOS ENRIQUE SALDÍVAR
«Sobre el camino pedregoso de una noche taciturna
se ha escrito un poema que a la noche alumbra fiel. Para ello, me desbordo tan
inútil como miel en un desierto, como un cielo mal despejado. Y es aquí donde
inicio».
No era más que un mirlo que golpeteaba en la noche,
que atribuía sus sentimientos a una flor desencantada. Su nombre era «S». Amaba
su mirada, mucho más de lo que amaba el atardecer de aquella noche blanca, cuando
renací en la playa. La noche anterior se había secado la mar total y lloré,
lloré con desconsuelo, era un chico huérfano en las tibias arenas del desierto,
donde cada grano me llamaba, diciéndome: «Ven», de cara hacia la duna, pero no
quería ir, mi pequeñez me impedía darme cuenta de la tristeza consciente, del
espíritu magullado y en ese torvo desierto, semejante a una panza de equino,
para colmo, llovieron tormentas de arena que me derrotaron.
¡Sí! Yo la amé, la amé más que cada litro del agua
del mar, más que las coquetas peñas de las penínsulas, más que las adorables
brisas o las ondulantes olas.
Mis caminos pasajeros pretendían encontrar el rumbo
de una diosa a la que tanto adoré, la amé más que al atardecer cuando nací de
nuevo.
«S» apareció, con el mar que ella hizo emerger;
reina divina entre sirenas, hasta mi esencia llegó y la vi, no tenía cuerpo,
pero la miré, yo era un fragmento de universo, y aun así la vi, y con su amor
volví a la vida, ya como adulto, como un poema desgarrador, como una llamarada
nocturna, salpicado de emoción y de penumbra.
¡Sí! La amé, amaba su mirada mucho más que las
flores de todos los jardines del mundo, el aroma del placer erótico o la
sensualidad del arte en mis venas. La amé más que mi anarquía vigorosa, que mis
doce talentos, más que mis ojos, mi gusto, mi olfato, mucho más que mis oídos,
mi mente, mi tacto... y mis ensueños. Adoraba su mirada, porque en su vista
ella tenía el poder para salvar al mundo, para colmarlo de locura, de
desilusión, un poder entonces tan intenso, que ahora siento tan lejano, el cual
ahora se pierde en mil caminos que no recorro, ya que, si lo hiciera, me
perdería yo también. Perdóname entonces.
«S», sí que te amé, a la distancia, con una risa
insobornable, con un llanto inagotable que me dio agua para beber, energía para
sobrevivir, fuerzas para suplicar, alegría para sonreír.
«S», dime quién eres, pues no lo sé y deseo
enterarme, porque te amé y no pude amar algo que no conocí de modo real, por
eso desearía saber de ti, aunque ya es tarde, ¿no es cierto? Ya te has ido para
nunca más regresar.
«S», yo te amé, pero ya no te adoro más, las
sombras han cubierto el paisaje. Perdona lo que fue, por favor. Sólo quisiera
saber qué fuiste o qué eres aún; quizá sólo eras eso: un mirlo que golpeteaba
en la noche de mis más tristes sueños.
Carlos Enrique Saldívar (Lima, 1982).
Codirige la revista El Muqui. Publicó los libros de cuentos Historias de
ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010), El otro engendro y
algunos cuentos oscuros (2019) y El viaje positrónico (2022, en colaboración).
Ha sido editor de revistas y antologías, con autores peruanos y extranjeros. Finalista
de varios concursos literarios. Correo electrónico: fanzineelhorla@gmail.com
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