Ezine internacional de cuentos en lengua original.

Ezine internacional de contos em língua original.

Ezine international de récits en langue originale.

Saturday 4 March 2023

BABELICUS No 21

 

Babelicus n° 21

 

REVISTA LITERARIA EN ESPAÑOL   
ADMINISTRADORES:

ADRIANA ALARCO, STEFANO VALENTE,  CARLOS ENRIQUE SALDÍVAR, ELENA ZADRA.




A nuestros fieles y amados lectores:

Luego de seis años de ver la luz en distintas partes del mundo, empezamos las publicaciones este año 2023 presentando el número 21 de BABELICUS EN ESPAÑOL, https://babelicus.blogspot.com/   

Contiene relatos en español para entretener y dar a conocer escritores hispanos.

Ruego a otros escritores interesados en publicar en Babelicus, (grupo abierto en Facebook) que envíen sus colaboraciones, preferiblemente de no más de 1000 palabras, adjuntas en Word, a los administradores de la edición en español de la revista virtual, al correo: babelicus2021@gmail.com, junto con una semblanza del autor de cinco líneas.

Los escritores no pierden sus derechos de autor. Quien desee comentar sobre sus relatos preferidos lo puede hacer en la página de Babelicus en Facebook. Pueden encontrar los números anteriores en el blog de Babelicus.

Portada: Soledad 2022, óleo de Adriana Alarco de Zadra

Marzo 2023

ARGENTINA

FERNANDO SORRENTINO

EL IRRITADOR

El 8 de noviembre fue mi cumpleaños. Me pareció que una buena manera de festejarlo consistía en entablar un diálogo con alguna persona desconocida.

Serían las diez de la mañana.

En la esquina de Florida y Córdoba detuve a un señor de unos sesenta años, muy bien vestido, con un maletín en la mano derecha y con cierto aire vanidoso de abogado o escribano.

—Discúlpeme, señor —le dije—, ¿usted podría por favor indicarme cómo debo hacer para llegar a la plaza de Mayo?

El señor se detuvo, me observó de pies a cabeza y me contestó con una pregunta ociosa:

—¿Usted quiere ir a la plaza de Mayo o a la avenida de Mayo?

—En principio me gustaría ir a la plaza de Mayo, pero, si tal cosa no fuera posible, me conformaría con ir a cualquier otro lugar.

—Muy bien —dijo, ansioso por hablar y sin haberme prestado la menor atención—. Tome hacia allá —señaló el sur—, y va a cruzar Viamonte, Tucumán, Lavalle…

Me di cuenta de que iba a encontrar placer en enumerar las ocho calles que yo debería cruzar, y entonces decidí interrumpirlo:

—¿Usted está seguro de lo que dice?

—Absolutamente seguro.

—Discúlpeme si dudo de su palabra —expliqué—, pero hace unos minutos un hombre con cara de inteligente me dijo que la plaza de Mayo quedaba hacia allá —y señalé en dirección a la plaza San Martín.

El señor se limitó a decir:

—Será alguien que no conoce la ciudad.

—Sin embargo, como le decía, era un hombre con cara de inteligente. Y yo, como es lógico, prefiero creerle a él, y no a usted.

Mirándome con severidad, me preguntó:

—A ver, dígame, ¿por qué prefiere creerle a él antes que a mí?

—No es que yo prefiera creerle a él antes que a usted. Pero, como le dije, ese hombre tenía cara de inteligente.

—¡No me diga…! ¿Y yo tengo cara de burro, acaso?

—¡No, no…! —me escandalicé—. ¿Quién dijo tal cosa?

—Como usted dijo que el otro hombre tenía cara de inteligente…

—Es que, en verdad, era un hombre con un rostro muy inteligente.

Mi interlocutor mostró alguna impaciencia:

—Muy bien, caballero —dijo—, estoy bastante apurado, así que lo saludo y me retiro.

—De acuerdo, pero ¿cómo hago para llegar a la plaza San Martín?

Hubo en su cara un breve gesto de contrariedad:

—¿Pero no me había dicho que quería ir a la plaza de Mayo?

—No: a la de Mayo, no. A la plaza San Martín quiero ir. Nunca se habló de la plaza de Mayo.

—En ese caso —ahora señaló hacia el norte—, tome por Florida, y va a cruzar Paraguay…

—¡Usted me está volviendo loco! —protesté—. ¿No me dijo antes que tenía que tomar hacia el lado opuesto?

—¡Porque usted me dijo que quería ir a la plaza de Mayo!

—¡En ningún momento hablé de la plaza de Mayo! ¿Cómo se lo tengo que decir? ¿Usted no entiende el idioma o todavía está medio dormido?

El señor enrojeció; vi cómo su mano derecha se crispaba contra la manija del maletín. Me dirigió una frase que es preferible no repetir y se puso en marcha con pasos rápidos y violentos.

Daba la sensación de estar un poco enojado.

Fernando Sorrentino nació en Buenos Aires en 1942. Sus invenciones suelen entrelazar de manera sutil, y casi subrepticia, la realidad con la fantasía, de manera que no siempre es posible determinar dónde termina la primera y empieza la segunda. Paraguas, supersticiones y cocodrilos (2013) es su más reciente libro de cuentos.

 

ARGENTINA

DANIEL FRINI

EL APRENDIZ

            La tarde era por demás calurosa. A lomo de burro, Dan-Istet se dirigía a aprender su oficio de escriba en la Casa de la Vida, en el viejo templo de Toht, en las afueras del oasis de Waht-Smenkht, a diez días de marcha de Uaset, la grandiosa capital del Egipto del junco y de la abeja.

Como todos los días, cuando Ra empezaba su marcha hacia la noche; Dan-Istet llegaba con su cuenco conteniendo tinta de mirra, y una hoja nueva de papiro. Lo recibía el humo dulzón de las flores de nenúfar y mandrágora que los hery-aj encendían temprano, para allanar el camino hacia la sabiduría de los dioses a los que concurrían a la escuela.

Como todos los días, lo recibió el Gran Artesano de la Casa de la Vida, Serj-uef-Shepsut:

—¡Por Horus, toro omnipotente que aparece en la gloria de la ciudad de Men-Nefer! Dan-Istet, pequeño escarabajo de la tierra negra del Nilo ¡Otra vez llegas tarde! Ve inmediatamente adentro a esperar a tu nebef.

Como todos los días, Dan-Istet entró a su sala, se sentó cruzando las piernas en el duro suelo, dispuso el cuenco con tinta a su derecha y desplegó el papiro sobre sus rodillas; a la espera de la llegada del Escriba de los Rollos de Papiros Sagrados en la Casa de la Vida, y Fekety en el templo de Toht, Raperure-ankh-Urhotep.

Como todos los días, seguido de varios hery-anj, Raperure entró al recinto. Miró fijamente a Dan-Istet, entre las volutas de humo y en la penumbra reinante; y dijo:

— Nuevamente, pequeña pulga molesta en el gato de Sejmet, he rechazado tus deberes por defectos de forma ¡No aprendes más! Escribirás 10 veces la regla de la escuela

Y se retiró, con los otros, dejando solo al alumno.

Como todos los días, Dan-Istet contuvo el enojo. Con la visión empañada por las lágrimas, tomó su pluma, la mojó en la tinta y comenzó a dibujar en el papiro, los pictogramas tan conocidos de la regla:

«Antes de ibis o bastón, siempre va buitre»

«Los diálogos empiezan con serpiente»

«Toda oración finaliza con dátil y seguido»

«Las palabras agudas llevan codorniz en la última sílaba…»

Daniel Frini : Escritor y poeta argentino. (Berrotarán ―Córdoba, Argentina―, 1963). De profesión Ingeniero, fue redactor y columnista en varias revistas, colabora en varios blogs y e-zines. Publicó (Ed. Libros en Red, Buenos Aires); Sus obras fueron galardonadas con varios premios y traducidas a varios idiomasl. Es integrante del Grupo Literario “Heliconia” y coordinador del Taller Literario Virtual “Máquinas y Monos” de la revista digital “Axxón”.

 

ARGENTINA

SERGIO GAUT VEL HARTMAN

EL RÁPIDO TOKIO NAGOYA

—Ay, Floripondio, ¿cómo hizo para llegar tan rápido?

—Es que la amo un montón, Tremebunda.

—Pero usted vive a treinta leguas de aquí y hemos hablado por teléfono hace cinco minutos.

—Vine en el tren bala, ese que corre a seiscientos kilómetros por hora.

—En Japón, Floripondio, en Japón.

—¡Por favor! ¿Acaso cree que eso puede ser un obstáculo para que yo acuda a usted a toda velocidad, haciéndole caso a mi pasión, que fluye como un torrente?

—Yo creo que usted es un farsante, que dice esas cosas bonitas porque quiere dormir conmigo.

—Usted me ofende, Tremebunda. Yo jamás perdería el tiempo durmiendo junto a una dama que ofrece pródiga sus encantos.

—Perdóneme. Me dejé llevar por el arrebato de mi corazón desbocado. Debí haber tenido en cuenta que su amor es platónico.

—Ni platónico ni aristotélico. Cuando digo que no dormiría la siesta a su lado porque su cuerpo me corta el sueño.

—¡Entonces su interés en mí es puramente carnal!

—¡En absoluto! Nosotros, los orientales de pura cepa, no comemos carnes, solo ingerimos arroz.

—¿Es usted japonés, Floripondio, como el tren bala?

—No, Tremebunda, soy uruguayo.

POR EL TIEMPO QUE SEA

 —Señor Samsa —dijo el escorpión de la agencia matrimonial Brouci Švábi—: ¡le he conseguido una novia!

—¡Maravilloso! —respondió el monstruoso escarabajo—. ¡Una doncella!

El escorpión se restregó las tenazas. —Me temo que no; es viuda.

—No importa, solo lo dije por decir. Una viuda está bien. Ya la imagino en el altar, blanca y radiante como un sol.

—Lamento tener que contradecirlo de nuevo, señor Samsa. Es negra.

—Blanca, negra; da igual. No soy racista. —Samsa meneó la cabeza—. Una escarabaja albina sería una rareza, ¿no?

—No es una escarabaja, señor Samsa. —El escorpión empezó a sentirse nervioso—. ¿Quiere ver una foto de su prometida?

—¡Claro, por supuesto! —El escorpión deslizó varias fotos de la candidata—. ¡Es bellísima! —exclamó Samsa—. Sé que seré feliz con ella por mucho tiempo.

—Bueno, por el tiempo que sea —dijo el escorpión—. Mientras sea intenso…

—Eso —dijo Samsa suspirando—. Mientras sea intenso…

Sergio Gaut vel Hartman (n. Buenos Aires, 28 de septiembre de 1947) Publicamos dos relatos cortos de este escritor, editor y antólogo argentino. Se ocupa de narrativa conjetural, ficción especulativa y talleres de escritura.

 

ESPAÑA

CARLOS SUCHOWOLSKI

UN REFUGIO EFÍMERO

Mis pasos comenzaron a adentrarse por la llanura nevada. Rojas manchas salieron poco a poco a relucir como si brotaran de las profundidades de la tierra, donde borboteaba el magma y se multiplicaban los infiernos. Los estruendos sonaban a lo lejos, pero acercándose a gran velocidad. Al instante la guerra me crcó por todas partes: explosiones, alaridos agónicos, dolores que anunciaban el hundimiento de los sueños en la nada, algunos tan portentosos que costaba conservar las esperanzas.

Había dejado de leer unas líneas antes, incapaz de soportar esa refriega, esos dolores, esa sangre, la sucesión de individuos que pasaban de marchar con impulsos asesinos a bajar la cuesta de la muerte, pero las imágenes se repetían, de modo que con un esfuerzo ingente volví los ojos hacia la página siguiente para poder tranquilizarme con injusta institución del armisticio.

*      Carlos Suchowolski (Argentina, 1948), español desde 1976. Finalista en el Concurso de Editorial Ultramar (1988). Publicó en revistas de Hispanoamérica, Europa, USA e India, en español, italiano, inglés y bengalí, incluida INTI, del Providence Colledge, USA (2018 y 2020). Integró varias antologías en español, francés, búlgaro, alemán y bengalí; la novela “Una nueva conciencia” (2007) por Mandrágora y Edition SOLAR-X (Alemania, 2021); los relatos "Once tiempos de futuro" por Edition SOLAR-X (Alemania, 2018), Kalpabiswa (Calcuta, 2020) y Editorial Chocolate (2022); los microcuentos “Guiños” (bilingüe) por Hispanófilos (Calcuta, 2020); “La botella precintada”, novela, inédita. Y trabaja en varIos proyectos nuevos.

 

ARGENTINA

Rolando Martiñá

J y J

En homenaje a Jorge Luis Borges y a Julio Cortázar

―Hola, Julio, me costó un poco llegar, pero acá estoy…

―Menos mal, porque ya me estaba aburriendo… escuchando una discusión, acá cerca, ¿ve aquel banco cerca de la vereda? ¡Oh!, disculpe, Jorge…

―No se preocupe… ya estoy acostumbrado, es un modo de decir, ¿no? ¿Y sobre qué era la cosa?

―Una pavada… Vio como somos… “los reyes de la disputa”… Uno decía que la plaza tenía que llevar mi nombre, y el otro el de un prócer, no sé, del siglo XIX… Y capaz que ninguno me leyó… Ni sabe quién es el otro.

―¡Ah! Sí, lo compadezco, Julio, más de una vez me ha pasado…Y sobre todo con nosotros mismos…

―¡Ah! Eso, sí… creen que somos maratonistas, o jugadores de tenis…

―Ja, ja, es cierto… Deberíamos tomarlo con humor, ¿no?

―Sí, lo pensé, pero para eso, el maestro es usted Jorge… Aunque ahora que lo pienso, podríamos lanzar una proclama póstuma, firmada “J y J” (como un par de futbolistas famosos…).

 ―¡Ah! Bueno, ese no es mi fuerte, usted sabe…

―Sí, claro, ¿pero no sería divertido?

―¡Claro que sí! Además por la ironía de que lo que tanto tratan de oponer, lo haya unido el trazado municipal… Mi calle se junta con su plaza…

―Sí, esa es buena… (ja)… Y disculpe Jorge la chabacanería, pero se me ocurre algo más…

―Dele, dele, Julio… que nos estamos inspirando mutuamente… y yo no soy un mármol, como algunos creen… Dele, dele…

―Bueno, ahí va… No solo nos juntamos, si no que damos por terminado uno de tantos estúpidos debates nacionales: “la suya (calle) es más larga… Y la mía (plaza) es más ancha…” Y asunto terminado y todos contentos. Y disfrutando de ambas y de ambos… ¿Qué le parece?

―Ja, ja. Magnífico Julio, y disculpe, pero ojalá se me hubiera ocurrido a mí…

Ya era tarde. Julio tomó cortésmente el brazo de Jorge  y lo ayudó a incorporarse y caminar. Pronto sus sombras se perdieron entre muchas otras, pero la carcajada cósmica conjunta parecía destinada a no acabar jamás.

Rolando Martiñá, escritor argentino, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Tiene publicados ocho libros de educación, dos de cuentos, una sola novela y su último libro de cuentos. Son los siguientes y están disponibles para la venta: “Cuentos de todos los amores. Experiencias terapéuticas y ficciones del enamoramiento” (2016), “Fin de siglo. Todos los amores, el amor” (2018) y “Dicho sea de paso. Hojas sueltas” (2021).

 

ARGENTINA

LUPA DE CEMENTO

LUIS DUARTE

 Impecable y confiado, Ernesto se dirige hacia la ansiada entrevista laboral donde semanas atrás ha dejado su currículum. Se trata de la multinacional EL FUTURO VOLVIÓ, recién llegada al país. La cita es en ese edificio de más de cincuenta pisos que se construyó hace muy poco, en Puerto Madero, y cuya imagen representa la terraza del país, esa que arquitectos e inversores privados, que financiaron su construcción, han deseado desde su concepción imaginando a millones de turistas coleccionándola en sus cámaras fotográficas y en sus mentes.

Ernesto se anuncia en la ampulosa recepción, y el tipo que lo atiende presiona Camila en una consola.

—Hola, Camila: llegó. El señor Ernesto está acá. Si usted autoriza, ya lo hago pasar.

Ernesto hace un gesto de cortesía y encara hacia los ascensores. Toca un botón y tres de ellos se abren. No se decide por ninguno, y las puertas se cierran. Toca nuevamente el botón, se abren los mismos tres. Y acaso por sugerencia de sus convicciones o desconfianza en los extremos, elige el ascensor del medio. Se ubica al lado de la botonera. Una voz femenina y radial le da la bienvenida, luego dice el speech en inglés. Ernesto asocia el tablero con el de un avión y a su vez con la consola de Dios. Se ríe de la ocurrencia, y aprieta el 56, el último piso de la torre. Cuando el ascensor está por cerrarse, se abre y entra una nena de unos ocho o nueve años. La nena sonríe y dice Hola, buen día. Ernesto le devuelve el saludo acompañado de una amplia sonrisa y le pregunta a qué piso va. Al 8º, por favor. De acuerdo, señorita, allá vamos, responde él imitando el tono y la voz de un capitán de barco. Suben. Suena música clásica. En el 8º le nena dice Chau y se baja. El ascensor permanece abierto unos segundos, y entra otra nena muy parecida a la acaba de bajar, vestida igual, pero algo más grande de edad, casi adolescente. Confundido, Ernesto le pregunta a qué piso va y ella contesta que al 16. En el 16 la joven se baja, entra una mujer de unos veintitantos que parece la hermana mayor de la anterior. Para él ella contiene la fórmula encriptada de la Belleza, el útero del resplandor. Ernesto la mira, se rasca la cabeza y piensa, hasta que se da cuenta de que ella le está pidiendo que por favor marque el 24. Eh… sí, sí, claro, disculpame, dice él, que siente algo muy fuerte por la desconocida, eso lo desconcierta, al tiempo que suda, hace agua por todos los costados del cuerpo. El perfume con el que se ha bañado para la ocasión, ahora le sabe a pis de gato. No, no, esto no puede estar pasando, debe ser un sueño, se dice Ernesto. Cierra los ojos y apoya la cabeza contra el espejo. No puede ser, no puede ser. La locutora anuncia que han llegado al piso 24, y él oye un Chau, hasta luego de la desconocida. Ernesto no contesta, continúa en la misma posición, entumecido y ovillado, haciendo fuerza para que sus ojos solo vean oscuridad.

—Hola, buen día —dice una nueva voz—. Si es tan amable, voy al 32.

Ahora ella tiene más de cuarenta años. Sí, seguro, y él juraría con las manos sobre el fuego —y turbado como está— que esta mujer podría ser la madre de las anteriores, o al menos familiar. ¿Será cierto eso de que la realidad es la reencarnación de un deseo amputado?, repite Ernesto la frase que memorizó a la fuerza para impresionar en la entrevista y que ahora no recuerda a quién pertenece. Se afloja la corbata, se desabrocha el último botón de la camisa, sus fosas nasales intentan arañar aire. Entonces apuesta mentalmente contra él mismo que en el piso 32 la desconocida va a bajar y subirá una muy parecida a ella pero cincuentona, y que con su mejor sonrisa le dirá Hola, buen día y le pedirá que le marque vaya a saber qué piso. Y acierta, sí, acierta un soberbio pleno sin ruleta y en este ascensor interminable. La cincuentona está hecha con retazos de historias que a él se le escapan.

—Disculpe, ustedes... —se anima  Ernesto—. Perdón, ¿usted y yo nos conocemos?

—No sabría decirle —dice ella—, que baja en el piso 40 con su clásico Hasta luego y, otra vez, antes de que se cierren las puertas, sube la misma mujer con setenta años o más. Ha ganado en arrugas. Ha perdido vitalidad y masa muscular, pero no así su brillo.

—Ya sé —dice Ernesto en cuanto la ve—. No me diga nada, usted va al último piso.

—No, al 48, si es tan amable. Gracias.

Y hacia allá van. A Ernesto los pensamientos le caben en un alfiler oxidado. La señora mayor le agradece y se baja, y él nota que renguea, poco, pero renguea. Y otra vez, ese endemoniado ascensor abierto de par en par: colmillos del patíbulo. Aliviado y solo, aprieta con fuerza el 56, una, dos, tres veces. Y nada. Entonces oye que alguien pide ayuda, y acciona el botón que traba las puertas. Se asoma: la nena, la adolescente, la joven y todas las que siguieron ahora tiene más de noventa años, usa trípode y el mismo trato respetuoso que las otras. Se miran.

—Gracias, muy amable. Voy al último piso, por favor.

Viajan sin hablar. Llegan al piso 56. Se abren las puertas. La locutora dice que han llegado a destino, que el tiempo de viaje ha expirado. Juntos, bajan del ascensor, él la sostiene del antebrazo. Mientras caminan lentamente, le pregunta a la anciana hacia dónde se dirige, que él la acompaña. 

—Ah, bueno, gracias. Es por allá, si es tan amable. Me están esperando.

—A mí también.

Atraviesan un largo salón rodeado de sillones vanidosos, se detienen frente a una gran puerta de vidrio. Del otro lado, una joven mujer  resplandeciente y que Ernesto jamás ha visto en su vida, viene al encuentro de ambos. En su solapa un prendedor rectangular la identifica: Camila.

Al verla llegar, la anciana se ilumina, la toma de las manos. Y, cuando recupera el aliento, también sostiene las de Ernesto. Mira a Camila y dice:

—Hola, Mamá, vine acompañada por Papá.

*Luis Duarte, escritor argentino, nació en Lanús en enero de 1969. Estudió periodismo y fue conductor del programa “Mano y contramano”, en FM La Tribu 88.7 mhz. Sus libros son los siguientes: La herradura de Freud, 2013. Fósforos gemelos, 2014. Reedición de este título en España, año 2016. Latigazos del azar, 2016. Los guantes de Zaratustra, 2018. Y Rombos, su último libro publicado por Alción Editora en septiembre 2022. ¿Cómo conseguir los libros de Luis Duarte? Correo electrónico: librosdepapel2019@gmail.com.

 

CUBA

Maikel Sofiel Ramírez Cruz 

EL MACHETAZO

Para tío René, que en paz descanse.

Septiembre, 1991

Termina la tarde. El portón herrumbroso y derruido al abrir hace un sonido que pone sobre aviso a los perros. Vienen hacia donde estoy como si de una presa se tratara, pero menean las colas. No muy lejos, puedo ver a mi tío, sin camisa y sentado en un taburete que tiene por costumbre recostar a una columna en la terraza. Tiene en la boca un tabaco humeante. Al acercarme carraspea varias veces, tose, y lanza un escupitajo inmenso y verdoso, que cae junto a mí y los canes. Trae puestos aún el sombrero de yarey, los zapatos con los cordones sueltos, el pantalón de trabajo, y en su cintura cuelga una funda que guarda con celo un machete bien delgado, gastado de tanto afilarlo. A su lado, encima de un muro hay un vaso servido, y una botella de aguardiente casi llena.

Parece que me recibe con la mirada al llegar, me está observando desde que traspasé la portada. ¡Sobrino caramba, pero qué grande estás! ¿Cuántos años tienes ya, mijo? Tengo diez, tío… diez años… los cumplí en Mayo… ¡Vaya, oye tú, como habla, si parece un hombrecito! ¡Tome, sobrino, dese un trago! Obediente tomo el vaso, pero tan sólo beso mansamente el borde, así, sin separar los labios. ¡Avemaría, chico!, ¿y eso qué cosa es? ¡Dese un trago, sobrino, carajo! Pero mire tío… es que… Al mismo tiempo agarra el machete y lo desenvaina un poco. ¡Dese un trago, o le doy un planazo con el machete en el lomo ahora mismo! Bebo un poco de golpe, torpemente, entonces arqueo, toso, siento que me asfixio, y hasta se me salen unos lagrimones que corren por mis mejillas... ¿A ver, te pasó algo, cuál era el miedo, cobarde? Nada tío… no me pasó nada… estoy bien…

Febrero, 2008

El agua del río está tan fría que se me han llenado de arrugas las palmas de las manos. Ya es casi de noche. Estoy metido hasta los hombros, temblando. Entonces veo a lo lejos llegar unas vacas, unos terneros, un caballo, y a mi tío. Me deslizo suavemente desde la otra orilla, sin hacer ni un solo sonido. Me acerco tanto como puedo, y de repente grito lo más fuerte que puedo, fingiendo un poco la voz: ¡René Peña! El viejo da un salto, esgrime inmediatamente el machete y mira hacia todas partes... ¡René Peña, chismoso! Busca en vano en la creciente oscuridad, tiene lista el arma, esfuerza al máximo sus ojos, pero es incapaz de verme… Pero, ¿quién rayos anda ahí…? ¡Ven y da la cara, ven que te voy a doblar el machete en el lomo, carajo! Jadea mientras habla, y respira con cierta dificultad. El tabaco se le cae de los labios, y lo pisa con una bota sin darse cuenta. Puedo ver a pesar de la escasa luz sus ojos endiablados, su cara muy arrugada, sus años. Mantiene como puede firme en la mano el afilado machete, la verdad es que tiembla un poco. Siento que ya es suficiente, temo que a su avanzada edad algo le suceda. Entonces salgo del agua, subo un poco el barranco acercándome a él, y le digo dulcemente: tío, soy yo, Maikel. ¿Quién tú eres, chico…? Tío, soy Maikel, el hijo de Sofiel, el nieto de Chicho y de María... ¡Ah mira que cabrón!

Estoy muy cerca de él, estoy tan cerca que cuando lanza el inesperado machetazo no lo puedo esquivar, y me pega en la espalda un azote que aún recuerdo perfectamente.

Maikel Sofiel Ramírez Cruz. Puerto Padre, 1981. Las Tunas, Cuba. Licenciado en Psicología. He publicado relatos en las revistas Quehacer, en Las Tunas, Letralia, en Venezuela, Primera Página, y Bitácora de Vuelos, ambas en México, en El Narratorio, y también en la web literaria Isliada.

 

MÉXICO

EDUARDO OMAR HONEY ESCANDÓN

SESIÓN TERMINADA

Y giras, recriminas y vuelves a golpear. En el guante notas cómo tu puño da en la mejilla de

Adamira y sientes el impacto. Ella cae de espaldas y se golpea contra la pared. No te detienes, la

ira crece en tu interior, cada patada se acentúa con un “Puta”, “Mala madre”, “Zorra”, “Cerda”.

Lleno de enojo modificas el tenis que calzas por unas botas industriales, continúas pateando

mientras repites “Puta” una y otra vez.

Te detienes cuando el cronómetro llega a cero, te desconectan y en la pantalla aparece

“Session Over” con rojas letras sobre un fondo negro.

La enfermera Madelein, quien de seguro se muerte por ti, te retira el visor

—¿Cómo se siente? —pregunta sin dejar de sonreír y lanzar pícaras miradas.

—Faltó más tiempo, ¿no lo cree? Apenas empezaba.

Se da la vuelta a propósito para mostrarte el trasero mientras deposita el dispositivo en la

mesilla. Luego vuelve a ti, te retira los sensores, guantes y botas que te ponen antes del inicio de

tu terapia.

La enfermera se retira meneándose, ofreciéndose a la par que entra el doctor Sánchez

quien llega a tu lado. Revisa las estadísticas en su tableta, te pone el estetoscopio en el pecho y

luego escribe en la pantalla..

—Descanse, su pulso sigue acelerado. Debo felicitarlo, se controló ante los diversos

casos que antes disparaban reacciones indebidas…

No le prestas atención. Miras por la puerta cómo la enfermera desinfecta los sensores y

demás equipo. Estás seguro de que ella se rendirá a tus pies, siempre sucede con las mujeres que

se te acercan.

—¡Ah! Claro —se interrumpe el doctor cuando se da cuenta de tu distracción—, la

señorita Madelein es de admirarse. Medio siglo trabajando y dice que nunca se jubilará. Le

gustan las nuevas tecnologías. Como le comentaba, señor Guzmán —continúa el doctor con

fuerza para atraer tu atención—. Solo perdió el control con el caso donde la simulación pide

divorciarse.

—Pero, bueno, es algo que debe entender usted. Estamos debidamente casados y es un

compromiso para toda la vida. Ella me debe mucho. Sin mí, ¿qué hará?

—Lo hemos tocado repetidas veces en terapia. Debe aprender a manejar su frustración,

no actuar de esta forma. En tanto no lo resuelva, la corte mantendrá la orden de restricción y

seguirá sin ver a sus hijos.

—¡Pero son mis hijos! —gritas y te detienes de súbito. Con temor observas que el doctor

guarda silencio, escribe en la tableta y, con resignación, te dice:

—Puede vestirse. Nos vemos en la próxima sesión dentro de dos días a la misma hora.

Muchas gracias.

Mientras te anudas la corbata te repites que solo fue un breve y mínimo rapto. Que eso no

afectará el tratamiento que te mandó el juez de lo familiar luego del último incidente. Te apuras

cuando ves el reloj: se te hizo tarde para tu cita.

Llegas al restaurante apresurado. La ves al fondo hablando con el mesero. Los celos te susurran

en el oído, la furia pulula en tu interior. Cierras los ojos y te controlas tal como te han enseñado.

—¡Querido! —saluda la mujer cuando te sientas a su lado—. Pedí algo para picar porque

ya tenía hambre. Rodriguito cumple seis el fin de semana. Ahora que ya te divorciasteis,

¿acompañarás a nuestro nene en su fiesta?

El mesero llega con un plato de tapas, le guiña a tu mujer quien responde sonriendo.

Lanzas un primer golpe de muchos que se siente real, muy real. No te detienes: el visor indicará

“Session over” si te llegas a exceder.

Eduardo Honey (México, 1969) Ing. en sistemas. Autor de Códex Obsidiana, Cósmicos espejos humeantes, Cronofauna, Séptima Puerta y Firmamentos ocaso. Participante desde los 90s en talleres literarios bajo la guía de diversos escritores. Publica constantemente en plaquettes, revistas físicas, virtuales e internet. Textos suyos fueron primero, segundo, tercer lugar o finalistas. Ha sido seleccionado para participar en diversas antologías.