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Ezine international de récits en langue originale.

Monday 26 October 2020

BABELICUS N° 11

 

BABELICUS N° 11

REVISTA LITERARIA EN ESPAÑOL – Diciembre 2020
ADMINISTRADORES: ADRIANA ALARCO, STEFANO VALENTE, DANIEL 
ANTOKOLETZ, CARLOS ENRIQUE SALDÍVAR.

 



 

Estimados amigos: 

Les presentamos el número once de BABELICUS EN ESPAÑOL http://babelicus.blogspot.it Babelicus (grupo abierto de Facebook), con cuentos de autores hispanos. Hemos recibido varios cuentos para este último Babelicus, con el fin de entretenerlos ya que muchos países aún están en cuarentena. Y a los que no lo están, les deseamos una feliz recuperación de la vida a la normalidad.

Ruego a los escritores de lengua española interesados en publicar en Babelicus, que envíen sus colaboraciones adjuntas en Word a los administradores de la edición en español de la revista virtual, y a: 
Adriana Alarco de Zadra:  alarcoadriana@gmail.com

Los autores no pierden sus derechos de autor.

Portada: riachuelo que fluye entre prados hacia el Lago de Garda al norte de Italia. Óleo sobre lienzo de Adriana Alarco de Zadra:

 

PERÚ

Carlos Enrique Saldívar

no es una despedida

A Dave An

«El perder a un familiar muy cercano hace poco me lleva a pensar en un par de cosas: en la precariedad del sistema de salud nacional y en los efectos de esta maldita pandemia. No solo eso, me hace reflexionar acerca de los procesos de la vida y la muerte, de los errores, de los aciertos, del tiempo que se le dedica a una persona, la cual uno sabe que se encuentra mal y podría irse en cualquier momento, aún más con el virus propagándose como el fuego en un bosque. También me hace reconocer la labor de los que están en el frente de batalla, los que nos cuidan, arriesgándose a sí mismos. Además pienso en aquellos irresponsables asintomáticos o con síntomas leves que diseminan este mal sin importarles nada más que satisfacer sus propios placeres; siento que los odio, aunque hay emociones encontradas, porque sé que hay otros que salen a la calle por necesidad, porque necesitan ganarse el pan o comprarlo, ya que este país no ha evolucionado lo suficiente, pero tampoco hemos evolucionado bien como humanidad, y puede que no sea pertinente pensar en nuestros males como nación, ya que el problema es a nivel mundial, mas el lío es con el Perú, que es nuestra patria, por lo tanto, es algo muy cercano y es lo que debemos enfrentar día a día. Sé que hay muchos que no desean contagiar, que no saben que tienen esta enfermedad, pero tristemente han infectado a alguien vulnerable sin desearlo. Hay cosas que son inevitables, nos resta solo seguir adelante. Recordaré siempre a este pariente. Lamentaré no haberle dedicado el espacio en mi vida que merecía. Lamento no dedicar el espacio en mi vida que ameritan muchos de quienes leen esta publicación, pero sépanlo bien, familiares, amigos, conocidos: siempre pienso en ustedes, son parte activa, ineludible, de mi existencia diaria.»

 

Este es el mensaje que puse hoy en mi muro de Facebook, mi última publicación. Obtuve muchos me gusta y comentarios. Todos me alentaban y me daban el pésame. Me parece muy bien que no se hayan enterado de la deprimente realidad que esconden mis palabras. No ha sido una despedida. No quise que fuera así. No tengo ningún familiar que se haga cargo de mi cuenta en esta red social, de modo que le he dicho a mi hermano que en tres días la cierre. No tengo nada más que decir. Todos mis cuentos están en mi computadora, es mi legado, se hallan a la espera de algún editor que los vuelque al libro impreso o digital. Dejé todo bien ordenado, siempre he sido bastante organizado con mi labor de literato. Dos mil cuatrocientas obras: cuentos, poemas, textos de no ficción; entrevistas que les hice a otros, entrevistas que me hicieron. Estoy seguro de que alguien se interesará por mi aporte a la cultura de este país. Mi todo, mis mundos están vertidos en ese gran lote de páginas, relatos de todo género, en especial de fantasía, terror y ciencia ficción. Quizá solo me lamente el no haber terminado cierta novela, pero puede ser que algún amigo escritor le eche ojo a mi manuscrito y lo culmine. Espero que sea alguien bien dotado literariamente.

Es tiempo de ponerle el punto final a esta, mi última historia. Mi familia llora por mí. Cómo explicarles que no sientan dolor, es normal que lo lamenten, me querían mucho, mis padres y hermanos, más de lo que imaginé. Los del Ministerio de Salud ya han venido a recoger mi cadáver. Les digo que no necesito ayuda, que puedo caminar por mí mismo a la ambulancia. He pedido a mis papás que no me cremen, me enterrarán. Ya están el féretro y el camposanto dispuestos. Sé que en algún momento perderé la consciencia y entonces descansaré en paz. O puede que no. Tal vez me mantenga en constantes reflexiones bajo tierra hasta que el mundo se acabe, o a lo mejor, aunque el final de los tiempos se presente, seguiré aquí, donde sea que fuere aquí, redactando historias con mi frugal e inquieta mente.

No ha sido una despedida. Mis amistades reales y virtuales lo entenderán, mi familia lo entenderá. Volveré, una y otra vez por medio de mis creaciones artísticas y mis estudios literarios. Quedaré en la piel de todos con lo que he escrito, he publicado y publicaré. No me desanimo, por lo contrario, me siento firme, dinámico. Ya viene a mí, es una historia nueva, la cual comienza de esta manera: «El perder a un familiar cercano hace poco me…»

 

fotografía de una tristeza

El ojo que todo lo captaba, el ojo de la cámara del mejor fotógrafo del mundo, dejó de enfocar imágenes, y él no entendía por qué ya no funcionaba su artefacto. Había retratado tanto dolor, desolación y muerte; la agonía de cientos de niños, de familias, de desplazados, marginados, guerras, melancolía, desasosiego; ese era el motivo por el cual su cámara no quería fotografiar más. El artista lo supo cuando vio y sintió las lágrimas caer de aquel ojo sólido, las cuales lo hicieron llorar también, y le juró que las siguientes fotos serían felices.

 

rascacielos

Era un hombre que había hecho fortuna en el negocio de la construcción. Nadie le heredó nada, él solo trabajó muy duro desde joven para crear un vasto imperio que había levantado un sinnúmero de casas, hoteles y otro tipo de edificios, muchos de estos últimos imponentes. Entrando a la madurez, el sujeto tuvo una gran ambición: crear el rascacielos más alto del mundo; lo haría, claro que sí, y en su ciudad de origen, la cual se había convertido en una importante zona urbana durante los últimos años. Puso en marcha el proyecto y se erigió la cimentación, llevó un par de años, pero consiguió superar al que había sido hasta ese momento el edificio más alto del mundo, y que estaba ubicado al otro lado del globo. El hombre se puso muy contento, había invertido gran cantidad de dinero para llevar a cabo su titánica ambición; aún no sabía qué hacer con el rascacielos, podría vender o alquilar las secciones, mucha gente pagaría por los apartamentos si se pedía un módico precio, aunque pensándolo mejor, la edificación podría venderse o alquilarse a alguna empresa, una trasnacional quizá. Muchos le dijeron que el rascacielos era demasiado alto, que muy pocos aceptarían vivir o trabajar ahí, sin embargo, el sujeto no solo desechó cualquier sugerencia o advertencia, decidió que el rascacielos siguiera creciendo, que los obreros construyeran más hacia arriba; quería tocar el cielo. Y así se hizo, los ciudadanos, la prensa, las autoridades estaban a la expectativa; hubo quienes creyeron que el edificio se derrumbaría, mas no fue así. Cuando los trabajadores consideraron que la cimentación era lo suficientemente alta, el hombre subió hasta la cima, extendió la mano y sintió algo suave y áspero a la vez, una barba gigantesca. Entonces decidió que ya era momento de detenerse.

 

Carlos Enrique Saldívar (Lima, 1982). Publicó el relato El otro engendro (2012) y los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018) y Muestra de literatura peruana (2018).

 

PERU

JUAN CARLOS ALFARO VALVERDE

LA PRIMERA DAMA DE AÑO NUEVO

Una dama vestida de blanco miraba el cuerpo inerte de una mujer que se desangraba ante sus ojos. Efímeros suspiros, unos detrás de otros, se fueron empozando dentro de su alma. Parada frente a la víctima se sentía incapaz de acercársele. No entendía cómo había podido llegar hasta ahí; y, aunque el lugar le parecía algo familiar, todavía se encontraba muy confundida.

Lo primero que se le ocurrió fue salir huyendo de aquel lugar, pero algo la detuvo. Sentía la necesidad de saber quién era aquella mujer.

A pesar del temor que la hacía temblar decidió que no se marcharía hasta descubrir el rostro de la mujer. Dio unos ligeros pasos y ahora solo estaba a unos centímetros de conocer su identidad. Lentamente su mano derecha se fue extendiendo hasta que por fin sus largos dedos movieron los cabellos de la víctima. ¡No!, ¡no!, ¡no puede ser!, desesperada gritaba una y otra vez, como si le arrancaran las entrañas. Desconsolada se quedó llorando hasta que sus lágrimas se fueron ahogando poco a poco. Conforme los segundos pasaban devoraban su conciencia y ahora solo repetía unas palabras que se habían convertido en un eco incesante que no hallaba respuesta.

La víctima de rostro estilizado se hallaba tendida en medio de la cama. El lecho de la que un día compartió lo mejor de su vida ya no quería retener más el inocente cadáver. Un espejo de marco metálico retenía en su memoria los sucesos de la tragedia. Hacia un lado, las sábanas, salpicadas del horror, parecían querer escapar de la escena; y tiradas en el deslumbrante piso negro extendían sus puntas como si hubieran querido huir hacia la puerta. Unas cortinas de seda dejaban pasar la luz de la mañana hacia la amplia habitación. A unos metros de la cama había una silla; y, un poco más allá de esta, un baño con la puerta entreabierta.

El silencio de la habitación hacía que el hedor de la sangre se mezclase con la brisa matinal. Mientras, una lágrima mordida parecía escabullirse de las pupilas de la dama. Sus ojos miraron sus propias manos; y luego sus manos acariciaron su propio rostro tratando de convencerse de algo. En un instante de desesperanza por fin decidió huir de la escena de muerte, pero mientras se dirigía hacia la puerta se tropezó con un espejo que la detuvo tratando de mostrarle algo. Fue entonces cuando un recuerdo golpeó su mente. Había un recuerdo que quería dar a luz en su memoria consciente, pero su subconsciente lo escondía. Al parecer su nueva naturaleza la obligaba a negar lo que su mente le revela, pero, conforme los minutos pasaron, la desesperanza la iba consumiendo; al punto tal, de ver como su figura reflejada en el espejo se difuminaba lentamente hasta desaparecer.

A unas cuadras del suceso, en una esquina de la gran ciudad había un kiosco de periódicos que recién abría sus ventanas de bisagras oxidadas. Conforme fueron pasando los minutos, algunos transeúntes detenían su paso para fisgar entre las páginas de los diversos diarios que colgaban de unos ganchos como si fuera ropa recién lavada.

Los ojos de los curiosos parecían devorar ávidamente las palabras de las minúsculas líneas escritas en el mísero papel. Algunos pasaban la vista a vuelo de pájaro y continuaban con su camino; otros, en cambio, escondiéndose de la mirada de la vendedora, fisgoneaban con sus narices entrometidas en las páginas interiores. Y así, los que rodeaban el puesto de periódicos mataban el tiempo tratando de hallar una excusa para justificar su propia existencia. Otros, en cambio, buscaban un poco de morbo para satisfacer su propia miseria.

En esta ciudad, todos están enfermos a su modo, dijo un hombre que se puso a curiosear entre las noticias policiales. Vestía él un blazer negro y llevaba un maletín del mismo color. Se veía como un caballero elegante, atractivo y sereno. Se acomodó mejor los lentes y desde su lugar leyó un titular. La noticia, un tanto ininteligible desde donde está parado, hablaba de un nuevo feminicidio acaecido en el primer día de ese año nuevo.

Joven funcionaria muere asesinada cruelmente, decía el titular. La víctima tenía 24 años y fue hallada en su departamento… De pronto, el caballero de blazer negro esbozó una sonrisa retorcida. La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, repite entre sus dientes mientras se acomoda los audífonos y continúa caminando hasta perderse entre los laberintos grises de las calles.

 

Juan Carlos Alfaro Valverde: Profesor de profesión y escritor por afición. Nació en el seno de una familia humilde del puerto de Chimbote en Perú. Desde muy pequeño tuvo el apego por los libros y la lectura. Sus estudios secundarios los llevó a cabo en el colegio Politécnico Nacional del Santa. Es Licenciado en Educación Secundaria por la Universidad Nacional del Santa en la especialidad de Lengua y Literatura.  Trabajó como profesor de niños de la calle en la asociación LENTCH (Luz y Esperanza para los Niños Trabajadores de Chimbote). Maestrista en la Universidad Nacional del Santa en Docencia Universitaria e Investigación. Actualmente viene trabajando en la institución educativa parroquial Santa Rosa de Lima donde el trabajo con adolescentes y jóvenes motiva su compromiso con la creación de mundos literarios.

 

COLOMBIA

LUIS ANTONIO BOLAÑOS DE LA CRUZ

EL SACRIFICIO DEL ASCETA

En nuestro planeta Dracocólquida, exite una leyenda relacionada con los brutales métodos de extracción de personas para alimentar la hoguera de la guerra imperial, es cierto que siempre con cada sustracción se llegaba a firmar un contrato & convenio (ver Canto del Androide; Reclutador; Aporofobia y Desiderátum) con engaño o transparencia, pero el imperio esgrimía que todo era legal al existir un documento que lo eximía de la mayoría de las responsabilidades respecto al cuerpo y la mente de las personas envueltas en el proceso.

Apacible, agradable, leve gravedad standard de 0.89, de rica biodiversidad y cadenas tróficas sin super predadores, equilibrio entre masa oceánica y tierra, con multitud de enormes y poco profundos lagos entrelazados, enormes penínsulas, cadenas de colinas esculpidas en miles de formas por el suave viento, casi coexistentes tepuyes y senotes, facilitada esa hermandad orográfica  por el tipo de suelos donde ocurría, por la escasez de metales pesados y frecuentes cavernas con ríos subterráneos, era ya antiguo cuando fue colonizado, desgastado por los elementos y con una aminorada tectónica de placas su riesgo de accidentes por fenómenos naturales era insignificante, parecía destinado a concedernos a sus moradores, ese esquivo don de la felicidad.

Y lo fuimos, hasta que se entrelazó nuestra existencia con las intenciones del imperio, los jóvenes empezaron a marcharse por bandadas y cuando alguno retornaba era un simple desecho callado y esquivo, fue entonces cuando uno de los dirigentes, Aeqro, famoso por su indulgente justicia y su capacidad de control sobre su musculatura y armazón ósea mediante técnicas ancestrales guardadas por eones en vetustas bases de datos, se retiró a un lugar denominado Nebetit, considerado la síntesis de lo deseado por las personas y lo ofrecido por la naturaleza, donde el velo de la cascada de un tepuy con su rocío nutría a un árbol de driaco, especie identificado como articuladora de ecosistemas, colosal y majestuoso, el sonido del frote de sus ramas semejaba música, sus amarillentos frutos macizos, dulces y jugosos eran regalo para la vista y el paladar, mientras que gordas y abundantes orugas, auténticos cilindros de proteínas inmediatas, convertían la hierba sombreada por su follaje en el paraíso de los perezosos.

Nunca nos dio a conocer su plan, en el ínterin mientras seguían llegando los bajeles destinados a enrolar, lo fuimos comprendiendo al observar e inferir y entendimos los resultados de aplicarlo; como la suavidad de las estaciones permitía que sencillas instalaciones e instrumentos colmaran las necesidades del anacoreta -que durante un breve lapso pareció coquetear con la opción de un estilita por trepar a la meseta del tepuy, no obstante, aunque no lo transmitió se captó, se estaba empapando de las características del sitio, convirtiéndose en parte del entorno-, también cubrían las nuestras de acompañamiento y solidaridad.

Supimos que llegaba el día crucial cuando se abrazó a uno de los tallos del tronco principal. Nunca más volvió a comer y en algún momento preocupados por su inmovilidad temimos que hubiera muerto, lo revisamos y hallamos haces de fibrasvegetales que atravesaban y abrazaban sus miembros y órganos, vertiendo en su sangre clorofila. El Comité de Administración de Dracocólquida exigió que se interrumpiera por un intervalo razonable la leva aduciendo motivos referidos a la economía y la demografía, el análisis de dichos documentos es con frecuencia prolongado, estuvimos seguros, lo que fuera a lograr Aeqro estaría acotado entre la interrupción del flujo de nuestros hijos y la próxima visita.

Su capacidad de monitorizar y regular sus funciones en la etapa previa de monje-gimnasta, permitían su conversión en un interlocutor ardiente y apasionado pero ecuánime y digno, que solicitaba la participación de la biosfera con una interdicción contra el imperio. No se ha dilucidado si fue la primera ocasión que ocurrió en algún planeta y/o si siempre se requería el sacrificio de un humanoide como intermediario para adquirir dicha condición comunicante manipuladora de energía, pero ese interés se deja a los historiadores.

Durante un lapso sus restos y escombros se fueron acomodando en las anfractuosidades de las raíces y disolviendo, antes logró transmitir una exigencia de Dracocólquida, los representantes de las naves imperiales al arribar debían ir a Nebetit a conversar con él.  Y así sucedió. Una manada de imperiales en platigravs se ordenaron en semicírculo alrededor de Aeqro y el diacro, empujándonos a los lugareños hacia atrás; nos sorprendió que de nuevo encarnara con su figura auténtica, que creímos perdida para siempre, pero retorno sólo que celeste y luminosa, casi transparente, se podían seguir las palpitaciones de su carne, sangre y huesos, era cual cristal, no parecía guardar secretos, también se discernían los erizados nódulos en su periferia que se abrían en túbulos y capilares penetrando en su interior. Era impresionante.

Durante un lapso el silencio se adueñó del paraje, el jefe de los recién aterrizados, envuelto en su espeluznante armadura de combate carraspeó e intentó parlamentar, crujidos y restallidos de estática inundaron lo que ahora sentíamos como un recinto. Las discusiones sobre cuántas burbujas celestes de energía expresadas simultáneamente en pulsos electromagnéticos, chorros de iones, anomalías cuánticas, vectores múltiples de impulso, voŕtices desgarrantes, etc. se sucedieron oscilan entre dos y cuatro, lo cierto es que el semicírculo de imperiales se convirtió en ceniza, los sensores e indicadores de datos registraron asombrosas cantidades de energía disparadas, la flotilla de naves que rodeaban el planeta debe de haberse desintegrado también en ese momento, las dos (una en cada hemisferio) organaves que nos cautelaban quedaron como flecos y lluvia de mínimos trocitos más allá de la atmósfera, desde entonces una vibración defensiva quedó vibrante a un par de unidades astronómicas desbaratando cualquier artefacto que intente perforarla.

En el driaco de Nebetit, en una especie de hornacina vegetal que siempre se renueva y con el acompañamiento de la música de sus ramas, se yergue una efigie exacta a como fue en vida Aeqro reproducida por el protoplasma del árbol, simbolizando la indisoluble alianza de humanoides y planetas contra el imperio.

Luis Antonio Bolaños de la Cruz

Sociólogo (no fundamentalista) y escritor de ciencia ficción nacido en Ciénaga, Magdalena (Colombia) en 1950, residente en Perú. Consultor de Concytec (Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica), del Ministerio de Educación y de MINAM (Ministerio de Ambiente); ha transitado asimismo los caminos de la Educación Ambiental y de la Psicobiología. Ha fatigado claustros universitarios, selvas y ecosistemas diversos; participado en periódicos, ONG's, cineclubes, sindicatos e institutos de investigación, dejando huellas de sus reflexiones; ha publicado en Velero25, Sitio, Axxon, Mil Inviernos, Candor Chasma, Ciencia Ficción Perú, Alfa Eridiani, Casa Jarjacha, Papirando, Argonautas, el Horla.

 

ARGENTINA

CARLOS SUCHOWOLSKI

EL FALLO

Hasta donde me era útil, solía tener en cuenta la tesis de Maquiavelo relativa a que todo siempre estaba expuesto a empeorar, en cierto modo a causa de una insuficiente previsión a su criterio inevitable, aunque… deseable y posible de alcanzar «alguna vez» (por mí, por qué no considerarlo), de que, siguiendo la profundidad de ese maestro de la psicología, sería imposible saber por anticipado si una decisión acabaría siendo positiva para el curso de las cosas (el que me gustaría que fuese) y para la propia comodidad de la existencia (al menos de la mía, en realidad otro supuesto); de que lo mismo que una acción que regida por lo que fuese y juzgada por el mundo como fuera, podría conducir tanto al éxito como al fracaso. Sabía que, como todo el mundo, me dejaría llevar por las visiones propias más  prometedores, fuese alguna vez «la del Mar, la del cielo o la de la piedra de la que brota el agua» (como ironiza por otra parte Maquiavelo al hablar de las señales que fascinaban al príncipe Medici al permitirle reafirmar su «naturaleza», explicándose todo lo que ya había conseguido y aún podría lograr como respuesta de algo superior, de lo que le habría dado la vida y esa vida en particular, con todos sus premios y deberes). Algo similar a fin de cuentas a mi conducta, dado que esta a su vez era refrendada por mis conocimientos científicos y mis recursos que se habían demostrado eficaces, a los que apelaba automáticamente por costumbre, o, de ser aparentemente novedosos cuando se me ocurrían, adoptaba si me parecían lógicos y prometían funcionar de manera exitosa y provechosa, así como de acuerdo con mis limitaciones. De uno u otro modo, no me quedaría otra cosa que a cualquiera que lo reflexionara: redundar en lo que creía ciegamente.

De ahí que me vino la idea de imitar la conducta instintiva de mis antepasados los pequeños mamíferos durante el Jurásico y en lugar de escapar a regiones cuyas temperaturas se mantuvieran supuestamente fuera del rango de la supervivencia del maléfico bichito que nos esquilmaba (lo que no era sino otra de las miles de hipótesis que circulaban… y en la que no confiaba), o permanecer encerrado en mi casa, sujeto a la fascinación del exterior que seguiría viendo a través de mis ventanas, decidí comprar una buena pala, un taladro capaz de horadar la piedra, una linterna recargable, a manivela por si acaso, y un cable de corriente kilométrico que dejaría enchufado en casa. Estaba dispuesto a comer lo que me proveyese la tierra más abajo, desde hierbas a gusanos.

Así, para asegurar mi plan, tome la precaución de dejar pagada la energía por dos años (era un cálculo bastante esperanzador, sin duda, pero… qué remedio) así como a una persona que pasaría día tras día a comprobar que no hubiesen saltado los fusibles o cosa parecida y, en todo caso, que cuidara del jardín en lo posible, sin exagerar realmente. Hecho esto a toda prisa, me concentré en cavar la pensada galería en espiral y al final (al extremo casi de mi cable kilométrico) el nido esférico donde me habría de permanecer esos dos años, una vez que, en principio, aquella peste se hubiese inmunizado a todo el mundo, dejando al bicho sin el menor alimento, es decir, habiéndose extinguido… conjuntamente o no con los humanos.

Pero al fin, como aseguraba Maquiavelo, aquello que parecía salvador se dio la vuelta, y, cuando llegué a la profundidad preestablecida, resultó que, para mi disgusto, allí dentro, a saber cuánto tiempo antes que yo, tal vez desde los tiempos del jurásico a juzgar por su aspecto, vivía una voraz criatura que se alimentaba de lo que yo pensaba que me permitiría subsistir, es decir, de todo lo que se nos aproximase. El hecho, sin duda, me brindó una efímera, pero reconfortante reafirmación de mis certezas, porque la criatura demostraba por medio de su longevidad indiscutible la evidencia de que yo habría podido sobrevivir como ella allí abajo; dos años indudablemente como poco. Aunque, todo hay que decirlo, en ese último instante de la vida, me invadió una rabia sin límites, lamentando no haberme contagiado antes para ser devorado con el bicho dentro para de ese modo llevarme a la tumba a esa criatura inmunda que frustraría mis hermosos planes.

 

Carlos Suchowolski Argentino de nacimiento, reside actualmente en España. Ha publicado en diversos medios con traducciones al italiano, francés, alemán, inglés y bengalí, como la antología Once tiempos del futuro, editada en Alemania en 2018 y cuya selección Siete caras del futuro saldrá en Calcuta en febrero de 2020 a la vez, pero independientemente que un conjunto de microrrelatos Guiños, en versión bilingüe. Ha integrado varias antologías colectivas y publicado la novela Una nueva conciencia, que se está traduciendo al alemán con vistas a su edición en 2020. Ha terminado la novela La botella precintada y la colección de relatos Habría una vez… a la que pertenecen Espacio, espacio (INTI, 2018) y el relato aquí presente.

 

ARGENTINA

PATRICIA NASELLO

RETRATO DE MUJER CON ASESINO

 “Como un granjero observa picotear a la gallina que enviará a la olla, el despiadado asesino a sueldo mira a su próxima víctima, Soledad Ventura, una belleza ajada por los años, quien, al momento en que el homicida posa en ella la mirada, se encuentra de espaldas al sol de la siesta y a los árboles con sus hojas de otoño”. Sentada sobre su sillón favorito de espaldas a la ventana que da al patio, Soledad Ventura, súbitamente paralizada, observa el libro con espanto.

Unas horas después, el marido, un joven en cuya piel parece resguardarse el verano, irrumpe en la habitación donde ella comenzara la tarde leyendo con placer.

—Necesito una ambulancia para mi esposa —su grito en el teléfono se escucha desesperado.

Luego, con movimientos tranquilos, quita el libro de las manos agarrotadas de su mujer y, antes de guardarlo en la biblioteca, coloca un abultado fajo de billetes entre sus páginas —sin embargo el libro se cierra con comodidad: como si una energía inherente a la ficción hubiera tomado el dinero—.

El día declina, comienza a silbar el viento y las hojas vuelan de los árboles.

 

Patricia  Nasell(Argentina, 1959)  Editora  de MICROFILIAS, Revista Trimestral de los Géneros Breves en Español. Publica LIBROS AL ALBUR, (Sevilla, España). 
Ha sido publicada en periódicos, revistas culturales y antologías de cuentos— Argentina, España, México y Rumania—, como así también en el libro de texto escolar “Lengua, Prácticas del lenguaje 6” (2012, Kapelusz-Norma Ediciones, Buenos Aires, Argentina) y "Teatro X la identidad —2010/2011—" editado por el el Ministerio de Educación de la Nación Argentina, 
Algunas de sus ficciones fueron distinguidas con traducciones al inglés, francés, rumano e italiano.

 

ARGENTINA

SILVIA M VÁZQUEZ

INTERNAS AMISTOSAS

Marcelo pensó mucho antes de volver a encontrarse con los muchachos. La última vez que fueron a pescar, él no tuvo suerte (bueno, nunca la tuvo) y lo cargaron, como en los viejos tiempos.

Javier dijo que llegaba en su auto nuevo y preguntó si la calle donde estaba la casa que le prestaron a Jorge todavía era de tierra. Como trabaja en una fábrica de autos, consiguió sacar uno en cuotas. Se lo merecía, siempre fue buen tipo, pero no tuvo mucha suerte.

Jorge jamás tuvo interés en el colegio, pero no se puede quejar. Dijo que el negocio le va bastante bien, que puede irse con la familia de vacaciones, y que plata no le falta.

Ahí estaban, los tres, después de diez años de ausencias, de escasos llamados telefónicos y una tarjeta de Navidad cada tanto.

Se saludaron con un abrazo, tiraron los bolsos en la cocina y salieron a pescar al muelle.

No tuvieron mucha suerte, pero hablaron bastante.

A la noche, mientras tomaban unos mates comenzó el interrogatorio:

—Che, ¿cómo van tus cosas en la fábrica? ¿Siempre haciendo lo mismo? —preguntó Jorge a Javier—. No entiendo cómo con las notas que tenías terminaste ahí, macho. ¿Ves que no sirve de nada tragarte los libros?

Javier levantó la vista, sin dejar el mate y le hizo un gesto con la cabeza asintiendo.

—¿Vos, Marce? ¿Las minas? No me digas que todavía nada… no cambiás más.

—¿Sabés qué pasa? El hospital me consume. No tengo mucho tiempo libre.

—¡Dale! ¿No será que seguís sin animarte? No cambiás más vos…

—Dejalo tranquilo,Jorge. Siempre lo mismo. No sé qué criticás tanto, seguís siendo el mismo egoísta. Acordate que cada vez que organizábamos alguna jodita, lo ignorabas. Decías que era un plomo, que no íbamos a conseguir nada porque no sabía hacer el verso a las chicas. Eso era lo único que te interesaba. Así te fue en el colegio, ¿todavía no rendiste las materias por quedarte libre?

Jorge se quedó mudo y salió al jardín. Por primera vez Javier lo había enfrentado y le había hecho notar que su soberbia iba aumentando con los años.

Marcelo simplemente se levantó, fue al dormitorio, agarró su bolso y sin decir nada, subió al auto y salió

—Che, no es para tanto. Vos sabés como soy. Volvé. Tenemos todo mañana para afinar la puntería y llevar a casa por lo menos un par de bagrecitos para mandarnos la parte.

—¡Basta, Jorge! —dijo Javier—. La verdad, no sé a qué vinimos. Desde que llegamos no hacemos otra cosa que compararnos, a ver si somos mejores o peores que antes. ¿Alguna vez se te ocurrió mirarte y ver en qué te convertiste? Dedicás tu vida en despreciar a los demás. Marcelo es médico, loco, ayuda, cura, escucha. ¿Y vos? Solo hablás de lo que tenés, lo que comprás.

—Ah, bueno, mirá… el que preguntó por la calle de tierra… A ver si el autito se le arruina… ¡Fracasado! Diez en todo, para terminar en una fábrica con olor a aceite y mugre.

—Ok, me parece que hasta acá llegamos —dijo Javier—. Yo también me voy. Te sugiero que compres un espejo, aunque no creo que puedas ver lo que realmente deberías. Pensándolo bien, no sé si alguna vez fuimos amigos de verdad.

Cerró la puerta, salió por el portón con su auto y se alejó de la casa, de los desprecios y las críticas.

Jorge, miró a su alrededor. Se había quedado solo. Juntó las cosas que estaban sobre la mesa, cerró con llave la puerta del fondo y salió también, Caminó las tres cuadras hasta la parada de los micros y se sentó sobre el bolso.

Todavía faltaban 15 minutos para el próximo micro a Buenos Aires. En el bolsillo, encontró los $10 que le quedaban de las propinas del viernes, cuando terminó de limpiar los vidrios de aquel BM que se estacionó en la puerta del restaurant de la calle Berutti.

 

Silvia M Vázquez - Docente,escritora  y periodista. Miembro del círculo de periodistas  de Gral. San Martín, Buenos Aires. Ha recibido  varios premios a nivel nacional e internacional. Editó 4 libros: Rocío  de palabras, Abraxas, Contraluces y Aceptalo, tenés  50. Y una antología del blog Las musas despiertas llamada Los escritores dicen. 

 

ARGENTINA

DANIEL FRINI

COSTUMBRE AMOROSA DE LOS GIGANTES

Cuando un gigante decide proponerle casamiento a su novia, le ofrece una primorosa caja de madera de incienso rojo, más o menos del tamaño de sus manos y le dice, con voz quebrada:

―¿Te quieres casar conmigo?

Ella la toma y exclama:

―¡Ay! ¡Por supuesto, mi vida! ¡Gracias, mi amor! ¡Qué hermosa!

Temblorosa y con gran expectativa, la gigante abre la cajita y encuentra, sobre terciopelo azul ―color que, entre esta raza, simboliza fidelidad— un humano atado de pies y manos, su boca amordazada y un terror indecible en su mirada. Alrededor de su cuello, anudado un hilo ―hilo para los gigantes, gruesa cuerda para los humanos— de oro y plata.

En una ceremonia muy emotiva, la mujer se inclina sobre la cajita y el gigante ata el cordel en la nuca de su amada, cuidando de que quede adecuadamente flojo. A continuación, ella se levanta de golpe y el hilo se tensa. El humano pendula sobre el pecho sonrojado, se contorsiona, encoje y estira sus piernas varias veces, gira apenas su cabeza a un lado y otro buscando una bocanada de aire que no está, completamente ajeno al beso con que los novios sellan su compromiso. Luego muere.

La novia llevará el cadáver del hombre en su cuello hasta el casamiento, más o menos un año más tarde. El olor a putrefacción se considera de buen augurio y es motivo de orgullo para las gigantes, porque indica su condición de mujer comprometida en matrimonio.

Después de la boda, será el marido quien quite el colgante y lo guardarán, juntos, dentro de algún libro de poemas que él le habrá regalado durante el noviazgo.

Unos doscientos años después, el esposo habrá muerto.

Un día cualquiera, su viuda estará sola ―los hijos también se habrán ido y verá a los nietos una o dos veces por año— y sumida en la nostalgia tomará el viejo libro, lo abrirá con temor respetuoso y encontrará el pequeño esqueleto casi formando parte de las páginas. Dejará caer una lágrima, más o menos donde el humano tenía su corazón. Ella creerá, por un segundo, sentir de nuevo el olor tan amado a carne putrefacta.

 

Daniel Frini  Escritor y poeta argentino. (Berrotarán ―Córdoba, Argentina―, 1963). De profesión Ingeniero, fue redactor y columnista en varias revistas, colabora en varios blog y e-zines.  blog personal http://danielfrini2.blogspot.com.ar/  e-mail: dfrini@gmail.com

 

 

ARGENTINA

SYLVIA CIRILHO

LA IRA DE HERA Y LA INDIFERENCIA DE ZEUS

Entre las calles Tesalia y Macedonia, cerca del Pasaje Grecia, la Carnicería El Monte Olimpo es acuarela del barrio en los almanaques engrasados y persianas pintadas por Zeus, colérico destasador griego que se la compró hace ya veinte años a Cronos, un paisano llegado mucho antes que él a la zona.
Los días de reunión de la colectividad, Zeus llegaba engominado y a presión en un traje que añoraba el negro. Peinado a lamida de vaca, bigotes enormes; su carcajada grave hacia batir las tarimas del Club Takatos en donde, con orgullosa dedicación las muchachas en edad y calenturas, bailaban de ojo fijo certero tratando de elegir de una vez  para siempre, quien rompiera sus platos.
Allí Zeus se enamoró de Hera Antonópulos por primera vez porque la segunda y la tercera, iban a ser en su auto Rambler rojo en el asiento de atrás y en una madrugada de Febrero. De sudor áspero de alcohol y rebaño, con una vena colorada y caliente que le ardía en el vientre, desvirgó a la quinceañera entre ayes y juramentos.
Para la época en que las carnes de vaca eran duras y las de Hera en la cama eran entrenadas en el gusto y regusto de su señor, la niña desplegó entre anillo de bodas de tres días y besos de voraz lengua, un pequeño bulto en su desnudez.
Por siete meses más, El Griego Zeus amanecía levantando la persiana azul mar de su carnicería y por siete a la par y sin cuidado, montaba a Hera todos los mediodías entre eructos y bostezos.
Una lágrima anunció el quinto día del siguiente Enero a un manojo flaco y cetrino de ojos cerrados y hebras pardas en su cabeza. Hera había anunciado la llegada con una fuente de jugo claro y caliente corriéndole entre sus piernas mientras le lustraba los zapatos a su marido.
Llovía en la calle. El olor a grasa embadurnaba el aire con caliente aliento a animal y el hombre pisó un sonajero cuando se tiró sobre ella de nuevo en la cama ancha. Un relámpago iluminó otra  lágrima y fue cuando Hera decidió por primera vez, porque la segunda y la tercera vendrían después en el asiento de atrás del Rambler rojo y ya sin agua colonia en su tocador desde hacían largas sombras.
Tronaba y resoplaba fuego Zeus en sus sábanas del cuarto del fondo cuando Hera, salió a la calle inundada de olor a sebo y humedad. Tenía sólo una flor en el pelo oscuro y al pequeño monigote escuálido en su abrazo escaso.
Dio de su pecho al extraño ser ya conocido y en recuerdo de medios días sometidos por la fuerza, lo tomó de una pierna leve y lo arrojó a la calle adoquinada por dónde pasaba el tranvía 55.
A diez años de la mano de pintura que Zeus le dio a la pared principal de la carnicería, Hefaistos -su hijo cojo y extraño- rebuzna una canción con la radio apoyada en el mostrador.
Se acomoda una corbata verde en su cogote ancho y espera a que bañen a su madre sus tías que llegaron hace ya un mes.
Zeus saltea el cuarto del fondo y se acerca a su hijo. Le palmea la cabeza, le baña con su mano nudosa de colonia la frente y juntos salen para la cancha.
Es domingo, verano y El Griego le prometió los juegos.

Sylvia Cirilho Nacida en Buenos Aires. He realizado el Coaching Docentes y MKT Sensitivo 2009 y Manejo de la Comunicación Efectiva 2010 en empresas. Participé del foro Perras Negras y en el debate Letras Infames en la Universidad de La Plata (2000) y el ciclo Oralizar en Radio Fm Rio de San Isidro ( 2002). Coordiné el Taller sin Tipo Mudo en la Municipalidad de San Martín (2008). Recibí mención a Primer Premio Mención escritura extranjera en Literatura Roja Infierno en Palabras Malditas de México.

  

ARGENTINA

DANIEL ANTOKOLETZ 

EL TRIATLÓN

El capitán Rodolfo Bloom, corre como nunca. No pierde el tiempo mirando atrás. Ésta es su gran carrera. Lo siguen de cerca, pero se siente fuerte y es rápido. De todas formas, en éstas justas, no todo está definido por la velocidad, necesita resistencia. Ha entrenado. ¡Y vaya si lo hizo! Para él la medalla olímpica como maratonista, escalar el Chimborazo al trote, o ganar cinco veces el Downhill de ciclismo, sólo ha sido parte de los ejercicios que se propuso. Toda su vida se ha preparado para este momento. Éste sí es un desafío. Ve pasar algo que alguien le arrojó. Si bien todo se permite en ésta competencia, él no piensa hacer nada contra los demás. Será el primero en obtenerla deportivamente.

No pierde de vista su meta. Se enfoca en la próxima posta. Mantiene el ritmo. No descuida el terreno. Está en el famoso campo de las piedras rodantes. Sus largos pasos se asemejan a los saltos de un bailarín. Se dibuja el tajo del canal sobre el polvo rojizo. Siente cómo le queman los pulmones por el aire enrarecido. Sin detenerse, toma de la mochila otra bombona de oxígeno y la engancha en su cinturón.

Se detiene en el borde. El paisaje que se abre ante sí le corta el aliento. Clava una estaca en el suelo y desciende haciendo rapel por el acantilado de la meseta de Thoreis. Llegó antes que la legendaria tormenta roja, y eso es bueno. Ya le habían advertido que debía iniciar el descenso antes de la gran tormenta.  Con el polvo tapándole la vista, seguro se habría desbarrancado.

Se desliza. Baja los primeros quinientos metros como si descendiera en cámara lenta. Se detiene unos minutos para descansar. Los brazos comienzan a arderle. Es cucha un grito que se acerca… Ahora se aleja. Alguien se cayó. Baja lo más pegado posible a la pared para evitar unas rocas que pasan cerca. El polvo estorba a su alrededor. Apenas ve que, a un par metros, se desenrolla la cuerda de uno de sus contrincantes. Sobre el primer descanso, a más de un kilómetro del fondo, el cielo se oscurece. Llegó la tormenta. Las nubes de polvo pasan y cae como una cascada. Mira hacia arriba y ve la sombra de Goletb, un nativo. Mueve diestramente sus piernas, y deslizándose hacia él. Su propia cuerda da un cimbronazo. Otro de los competidores para no perder tiempo, usa su misma cuerda para bajar. Debe apurarse. Tropieza y baja varios metros dando tumbos. Se golpea. Verifica que no se le haya roto el traje y continúa con su bajada.

Verifica el manómetro de su último botellón. Le alcanzará. Las banderillas rojas lo guían. Hay un sendero casi invisible que permite bajar de manera relativamente segura. Asume el riesgo, baja a un trote rápido por un camino que, cada vez, se hace más escabroso. Al voltear en un recodo, imponente, el monte Olimpo se eleva recortándose tras una niebla de polvo rojizo que no permite ver la cumbre del monstruo.

Llega a la dantesca aureola, y monta en su extraña bicicleta. Sus poderosas piernas terrestres la empujan alejándolo de su contrincante, y acercándolo a la base del volcán. Tiene que ganar la mayor cantidad de terreno posible. Su fuerte es la carrera y el ciclismo. Escalando, está en desventaja. Si bien sabe tiene el doble de fuerza que los demás, no conoce tan bien el terreno como los locales.

La base de la gigantesca montaña se confunde con el terreno. Sube con la bicicleta mientras el terreno se lo permite. Luego de varios kilómetros abandona su vehículo. Comienza la ascensión del monte más alto del sistema solar. Sube, esquiva cañones de una profundidad inconmensurable y aprovecha la fuerza de sus músculos moldeados en la gravedad terrestre para cruzar de un salto algunas grietas. Cada vez es más difícil. Además, está el peligro de las bestias locales. Es una ascensión de veintidós kilómetros. Ve cómo Goletb tropieza. Le cae bien ese marciano. Decide ayudarlo cuando ve que una especie de planta envuelve sus cuatro finas patas, y lo arrastra hacia una grieta. Ve el terror en la cara manoteando para arrancarse las móviles ramas. Sólo logra quedar más atrapado. Rodolfo continúa su camino. Sabe que no puede hacer nada. Varias “plantas se disputan el trofeo”

Asciende. Descansa unos momentos. Observa unos pequeños hilos que cruzan la roca de punta a punta. Arroja una piedra sobre ellos. Una planta, similar a la que se llevó a Goletb, la envuelve y, en pocos segundos, la pulveriza. Asustado, esquiva esa temible trampa, y continúa trepando. Su descanto terminó, aunque el cuerpo se lo reclama.

Ya puede ver la cumbre. Yamungia, del satélite Titán, se le acerca peligrosamente. Rodolfo, ya agotado, tiene varias fugas en su traje. Los músculos de sus piernas arden de dolor. Salta hacia adelante buscando achicar espacio entre él y la gloria.

Su último aliento. Llega al borde de la caldera. Observa hacia atrás y lo único que puede ver es la ladera por la que subió y que se extiende hasta el horizonte. Mira hacia el cráter y es una boca negra inconmensurable. Clava su bandera, Una hermosa imagen de la Tierra vista desde la luna. En seguida llega el titanense… pero ya es el segundo. Ha ganado. Casi arrastrando sus pies se acerca al poblado de los religiosos que se despliega en el borde del volcán.

Los ancianos del consejo lo esperaban:

—Bienaventurado Rodolfo Bloom, guerrero de la Tierra. Has llegado primero en el triatlón ceremonial —dice el más viejo del grupo. Al capitán le cuesta entenderlo—. Has honrado a tu gente.

—Gracias, venerables. Es un honor ser el primer terráqueo en vencer en el triatlón marciano. Es, sin duda, un deporte que será popular en mi planeta.

Los consejeros se miran perplejos mientras varios locales lo levantan en andas ovacionándolo.

—¿Deporte? ¿Crees que esto es un deporte? —el anciano mueve sus finas patas.

—No es un deporte —dice otro de los ancianos moviendo nerviosamente las patas—. Es un sacrificio. Las escrituras dicen nos entregarás al mejor de la estirpe. Tú has llegado primero. Tú eres el mejor —termina diciendo.

Quiere escapar, pero ya no tiene fuerzas. Entre oraciones, cánticos y algarabía, los pobladores arrojan a Bloom a la caldera apagada del viejo Olimpo.

 

Daniel Antokoletz Huerta (Buenos Aires 1964) comenzó a escribir desde muy joven. Ha logrado varios galardones por sus cuentos. Sus obras de terror y ciencia ficción se han publicado en antologías, diarios y revistas (tanto en formato electrónico como en papel); tanto en Argentina como en varios países de América y Europa. Trabaja en bioingeniería y realiza trabajos de investigación científica.