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Wednesday 22 December 2021

BABELICUS N° 16

 

BABELICUS N° 16

REVISTA LITERARIA EN ESPAÑOL – 2022

ADMINISTRADORES: ADRIANA ALARCO, STEFANO VALENTE, DANIEL ANTOKOLETZ, CARLOS ENRIQUE SALDÍVAR, ELENA ZADRA

 



Estimados amigos: 

Les presentamos el número 15 de BABELICUS EN ESPAÑOL, el primero del año 2022: https://babelicus.blogspot.com/HYPERLINK "https://www.facebook.com/Babelicus/ (grupo abierto de Facebook), con relatos de autores hispanos, con el fin de entretenerlos, ya que muchos países aún están en cuarentena.

Les deseamos una feliz recuperación de la vida a la normalidad durante este año, luego de que el covid desangrara el mundo tanto física como económicamente.

Ruego a los escritores de lengua española interesados en publicar en Babelicus que envíen sus colaboraciones de no más de 1000 palabras, adjuntas en Word, a los administradores de la edición en español de la revista virtual, al correo: babelicus2021@gmail.com

Los autores no pierden sus derechos de autor. Quien desea comentar sobre sus autores preferidos lo puede hacer en la página Babelicus de Facebook. Pueden encontrar los números anteriores en el blog de Babelicus.

Adriana Alarco de Zadra

Portada: El Conde Covid, Acuarela de Adriana Alarco de Zadra

 

COLOMBIA

JUAN PABLO ORTIZ RODRÍGUEZ

EL ABUELO

Lo vi aproximarse a lo lejos por el sendero de tierra, con sus manos enormes y grasientas, las ropas raídas e impregnadas del sudor que le dejaba su agotador trabajo en predios lejanos. Pero con su sonrisa intacta, acrisolada e infinita. Al reclinarse fatigosamente sobre el enrejado de madera, me indicó con un movimiento ligero de sus dedos que me acercara. Entonces me desprendí de la ventana con una emoción creciente, bajé las escalinatas hasta la primera planta y corrí por el inestable y polvoroso terreno de la casa con mis pañales brotando por fuera de mi ropa, pero por una señal abrupta que me dio, me detuve en el acto, con la respiración precipitada y a pocos metros de distancia de él. Mantuvo su brazo izado en el aire por un instante que me pareció eterno, mientras conservaba el otro furtivo por detrás de su espalda. En su rostro esbozaba una expresión de complicidad consigo mismo.

Me pidió que cerrara los ojos unos segundos y accedí; solo allí pude percibir al viento caluroso que me rozaba las mejillas y al aroma de la tierra confundiéndose con el de mi abuelo, que había empezado una seguidilla de pasos que se mantuvo por poco tiempo. Con una voz que ya no delataba su cansancio, me pidió que abriera nuevamente los ojos y fue allí cuando con un movimiento expectante retornó su brazo oculto para rebelarme a una diminuta bola de pelos blancos ensortijados, de ladridos tiernos y con una colita animosa que zumbaba en el aire. Nos fundimos en un abrazo profundo, lleno de felicidad y de temor; de temor por lo que decían todos de los abuelos, que no eran eternos, que se morían tarde o temprano, y que al final lo único que nos quedaba de ellos eran sus recuerdos, el legado inmenso y el amor que alguna vez profesaron. Quizás mi abuelo pensaba lo mismo, pues como yo creyó en ese momento que lo mejor era permanecer abrazados en la entrada, como una misma carne, con un amor que tal vez hiciera al tiempo reconsiderar sus planes.

JUAN PABLO ORTIZ RODRÍGUEZ: Nació en Buenaventura, Colombia, en 1989.Es guionista, dramaturgo y cuentista. Licenciado en Arte Teatral. Estudió guion cinematográfico en la EICTV de San Antonio de los Baños, Cuba. Dentro de sus últimos logros destaca el primer lugar en la convocatoria de dramaturgia Vallecaucana, Valle, Montaña & Mar, con su pieza teatral “Petrona del Pacífico” (2020) y la mención de honor en el XV Concurso Internacional de Cuento Ciudad de Pupiales, realizado por la Fundación Gabriel García Márquez, con el cuento “La casa” (2020). La editorial colombiana Fallidos Editores, publicó en el año 2021 su libro de cuentos Las razones de la muerte. Sus cuentos han aparecido en diversas revistas literarias colombianas. Es director de la agrupación teatral Ítaca Teatro.

 

ARGENTINA

ROLANDO MARTIÑÁ

PALABRA DE ABUELO

            Ayer me pasó algo divertido y por eso se los voy a contar. Yo estaba haciendo los deberes en la mesa del patio, bastante apurado porque me esperaban los chicos para jugar a la pelota en la vereda. Cada tanto le daba un sorbo a mi Toddy y subía un poco la radio para ver cómo iba “Tarzanito”. En eso, mi mamá me llamó desde la cocina donde ya había empezado a preparar la cena y me dijo que tenía que ir a la verdulería de Don José a buscar una “verdurita” para el caldo. Yo protesté un poco, pero no mucho, porque si no, no me dejaban salir a jugar, así que le dije que terminaba unas cuentas y después iba.

                Así fue: tomé unas monedas, las apreté en mi mano derecha y salí disparando por el patio hacia la puerta de calle. Pero ahí en el escalón, tomando el fresco como todas las tardes estaba mi abuelo Mingo, y casi me lo llevé por delante. Él era medio chinchudo de por sí, pero ahí se puso más, y empezó a rezongar, y me preguntó a dónde iba tan apurado. Yo, casi sin parar, le dije que iba a comprar verdurita, pero él que era medio sordo entendió “figuritas” y protestó más todavía, porque decía que ya había comprado ayer, que qué era eso de ir a cada rato al quiosco.

                Yo me largué a reír, pero seguí de largo hacia lo de Don José. Al volver con la verdurita, le conté a mi mamá lo que había pasado con el abuelo y ella se rió mucho, y también mis tías que andaban por ahí. Y como me parece un lindo tema libre de composición, se los cuento acá.

                ¿Qué les parece? Palabras más, palabras menos, esta fue mi primera “obra literaria”. Cuando la leyó también la maestra se rio mucho y me pidió que fuera a mostrársela a la directora, la cual me llenó de elogios, y creo que fueron los primeros “quince minutos de fama” de mi vida. Pero quizá fueron algo más. Quizá fueron el principio de un puente tendido entre mi amor a la educación y mi amor a las palabras, quizá fueron el germen de una vocación, quizá fueron los primeros signos de la existencia en mí de un don que no debía desperdiciar: elegir bien las palabras e influir con ellas a los demás. Y si fuera posible, con ternura y humor.

                Creo haber recibido el legado. Creo haber sido digno de aquel abuelo Mingo, aquel italiano analfabeto, pero músico y cantor, que había sobrellevado en su remota aldea italiana una infancia seguramente más dura que la mía, pero que me había transmitido, casi sin darse cuenta, sus propios dones. Y creo seguir cumpliendo en pasarlo a mis hijos y contemplar con júbilo cómo ellos lo pasan a los suyos, los nietos de este nieto agradecido, que cada vez que, como ahora, escribe algo o les cuenta un cuento o simplemente tararea un aria de la Traviata, le rinde un homenaje al inefable abuelo Mingo, y también a tantos que, como él, se desvivieron para que pudiéramos vivir. Les juro que lo hago, cada vez.

Rolando Martiñá es docente y trabaja como psicoterapeuta. En sus ratos libres escribe y lee a sus preferidos: Borges, Camus, Cortázar, entre otros. El género que prefiere a la hora de escribir es el cuento, si es breve mejor. "Dicho sea de paso. Hojas sueltas..." es un libro de 123 páginas, breve, conciso, dividido entre cuentos y poesías, que reflejan el mundo literario de Rolando y su vasta carrera como escritor. 

 

MÉXICO

ASTRID G. RESENDIZ

MUDANZA

Conocí a alguien encantador, sin embargo, tan pronto supo que tendríamos críos se esfumó sin decir nada. He decidido no verlo nunca más, esa es la razón por la que me dedique a buscar un nuevo lugar en donde vivir.

Como no tengo dinero, planeo pedir asilo en una vieja casa que encontré más allá de lo terrenos baldíos que caracterizaban mi antiguo hogar. Estoy segura que si me escuchan por un segundo, comprenderán nuestra difícil situación y además planeo ofrecerles nuestra ayuda en el hogar. Tengo la esperanza de que los hospederos nos recibirán bien a mí y a mis amados hijos.

Cuando llegamos a nuestro objetivo observamos que la casa tenía la puerta abierta. En la entrada, estaba la señora de la casa.

Levante mi mirada y le dije:

—Mucho gusto, mi nombre es Julieta. Quiero pedirle que nos de asilo por algunos días. Le aseguro que no ocuparemos mucho espacio y ayudaremos en lo que podamos.

La señora no pronuncio palabra y se metió a la casa dejando la puerta abierta. Me acerqué y le agradecí por su hospitalidad.

Tan pronto termine de hablar, la señora me miró sin decir nada. De repente, escuché un montón de gritos.

—¡Mátala! ¡¡Mátala!!

Una nos rodeó. Mis pequeños corrieron despavoridas. Intenté razonar con ellos, pero no me escucharon.

Intenté esconderme debajo del sofá, pero estaban dispuestos a no dejarme escapar. Me perseguían con una botella que esparcía una nube acida. Todo comenzaba a verse borroso y una sensación de ardor recorría mi cuerpo.

—Creo que ya está muerta… —dijo doña Cleotilde, quien sostenía el frasco de veneno para insectos.

—¡Qué asco! Sácala de aquí, mamá —respondió su hija Hortensia.

—Esta es la tercera araña que encontramos en el día, ¡son una plaga! —comentó doña Cleotilde a su hija.

Astrid G. Resendiz (1995, Tamaulipas, México). Miembro del Taller Alquimia de palabras. Antalogada en diversas compilaciones como “Cuentos cortos para noches largas”, “Zona de cuentos” y “La sonrisa del abismo”. Ha colaborado en diferentes revistas y blogs digitales a nivel nacional e internacional, tales como Pluma revista, Teresa Magazine, El guardatextos, Fóbica fest, Mares de tinta, Collhibrí, De la tripa narrativa y algo más, Cisne, Raíces y El Narratorio.

ARGENTINA

PATRICIO G. BAZÁN

UN PROBLEMA INMOBILIARIO

Cuando alquilé la centenaria mansión Applethorpe, me advirtieron acerca de los fantasmas de antiguos moradores. Hombre maduro y escéptico, descarté esas habladurías por considerarlas propias de gente baja e ignorante, y me instalé esa misma noche para comenzar con las remodelaciones a primeras horas del día siguiente.
El magnífico dormitorio de la planta alta donde planeaba descansar se sentía realmente frío, pero en una casona que acumulaba desperfectos y refacciones pendientes, era casi esperable. Otro tanto con los ruidos inusitados: los inmuebles antiguos se asientan y crujen todo el tiempo, y no sería extraño que hubiera ratas en el ático.

En definitiva, nada que pueda tomar por sorpresa a una mente científica y racional como la mía.

Habían pasado las doce cuando escuché un rumor de pasos en la escalera que no supe justificar de inmediato, como tampoco la figura que se materializó frente a la cama.

—Soy Frederick Applethorpe: ¡vete de mi propiedad! exclamó un robusto caballero semitransparente y muy bien vestido. Un retrato enmarcado en la pared revelaba el gran parecido entre ambos, por lo cual no dudé sobre su identidad.

Sin embargo, múltiples teorías en mi cabeza pugnaban por ser elegidas. "Sin cuerpo no puede haber actividad mental; ergo, los fantasmas no pueden expresarse en el Aquí y Ahora", razoné. Debía tratarse de una especie de proyección de un evento del pasado, o...

Algo fuera de mi campo visual interrumpió mis cavilaciones, hecho que me irrita mucho más que las apariciones a deshoras. La puerta de un soberbio armario de roble se estaba abriendo lentamente, dejando paso a la espantosa imagen de una pálida mujer asiática de largos y renegridos cabellos, que avanzaba hacia mí de modo errático.

Esto me desconcertó, pues añadía una nueva variable a la ecuación. El viejo Applethorpe también lucía contrariado y comenzó a increparla agriamente. La japonesa, que concentrada en mi persona no lo había visto, tampoco se quedó callada. No tuve otra opción que inmovilizarme, cubierto con las cobijas hasta el mentón. Por si fuera poco, ninguno entendía lo que el otro le decía y me miraban indignados, buscando apoyo. Me sentí como esos hijos cuyos padres discuten continuamente y no saben de qué lado ponerse.

Un repentino hedor a azufre inundó la habitación, seguido por un ígneo resplandor, y un nuevo visitante se apersonó en el dormitorio, que ya nos estaba quedando chico: una especie de demonio astado, vestido con un frac de excelente corte, capa purpúrea y bastón con puño dorado en forma de cráneo humano.

—¡Vengo por tu alma! Mi nombre es... pero, ¿qué significa esto? —exclamó, señalando a los otros dos espectros.

—Soy Frederick Applethorpe: ¡vete de mi propiedad!

—¡Vengo a reclamar el alma del propietario de esta casa! —insistió el recién llegado.

—Esta es mi casa, y de nadie más —protestó maese Frederick.

El ente demoníaco lo observó con frío desdén. —Tú has muerto hace años, imbécil; ¡apártate! Busco al verdadero dueño de la casa.

Tres fuertes golpes resonaron en la puerta. Todos nos inmovilizamos: alguna especie de animal gruñía en el pasillo. Se miraron entre sí, indecisos, hasta que el propio Applethorpe se dispuso a abrir. Después de todo, seguía siendo el dueño de casa.

La tallada puerta se abrió con violencia, y un cierto olor fétido saludó mi curiosidad cuando estiré el cuello para ver mejor: se trataba de un cadáver no muy estropeado que, antes de acertar con la entrada, se golpeó un par de veces contra el marco de la puerta.

Un zombie dismétrico, supuse.

—Aaaarghh... —dijo, o algo por el estilo. Intentó estrangular al anciano caballero, pero sólo pudo atravesarlo limpiamente, debido a la inmaterialidad habitual en cualquier espíritu.

La mujer espectral pareció reconocer al zombie, y comenzó a asfixiarlo con sus cabellos, que habían adquirido propiedades gorgonescas. El difunto propietario intentaba separarlos, pero todos sus esfuerzos eran vanos. El demonio se me acercó, intrigado, para pedir mis señas, pero como yo no era quien había firmado su pacto infernal, se volvió para interrogar al resto. Gritó que no pensaba irse hasta que le pagaran lo que estaba estipulado en el acuerdo, que era una vergüenza, y cosas así.

Viendo que esa noche no iban a dejarme dormir, me levanté y comencé a vestirme sin prisas, maldiciendo la hora en que invertí mis ahorros en arrendar por dos años una casona a precio tan conveniente. Ya veía por qué no tenía inquilinos.

Casi al salir, mientras examinaba mi aspecto en el ornamentado espejo del recibidor, me crucé con un nuevo fantasma: una enfurecida dama española que afirmaba ser la dueña original de las tierras donde se había erigido la casa. La envié escaleras arriba para que arreglara cuentas con el resto de los propietarios. Cerré la puerta cuidadosamente, asaltado por un funesto pensamiento: Dios no permitiera que la mansión hubiera sido emplazada sobre un antiguo cementerio aborigen...

Comprobé la hora, molesto: además de haber pasado la noche en blanco, tendría que esperar un par de horas más hasta que abriera la inmobiliaria para poder reclamar la devolución del dinero. Ya casi amanecía, lo cual agradecí de corazón: aunque no creía en leyendas populares, ya había tenido bastante compañía como para tener que, además, soportar a un vampiro trasnochador.

Patricio G. Bazán (Argentina, 1965). Escritor e ilustrador. Autor de obras de ficción inéditas, entre las que se incluyen "Panoplia" (cuentos), la novela "El Tapado y el León", y varias obras de teatro. Participó en las antologías "Grageas 3" (2014) y "Cien Páginas de Amor" (2015).

 

MÉXICO

RONNIE CAMACHO BARRÓN

ENTRE NOSOTROS

El fin del mundo siempre está a la vuelta de la esquina”, ese, es lema del Buró de Prevención Profética, la organización a la que pertenezco.

Desde el principio de la historia, hemos actuado bajo las sombras para proteger al mundo de las constantes amenazas que se ciernen sobre él y que sin duda alguna llevarían a la raza humana a su extinción.

Con éxito prevenimos el regreso de los Atlantes de las profundidades del mar, la ascensión del Anticristo al papado, la incursión alienígena de Roswell, la rebelión de las máquinas del 2000 y la tercera guerra mundial que sería provocada por las armas biológicas bajo el poder de Bin Laden.

La razón de todo nuestro éxito se ha debido a la familia Allard, un largo linaje de videntes franceses que generación tras generación, heredaron a sus primogénitos su mística capacidad.

Fungiendo como nuestros profetas, ellos nos guiaron de la manera correcta en contra de cada apocalíptica amenaza.

En tiempos actuales, dicho rol ha recaído sobre los hombros de Levi Allard, mejor conocido por su nombre clave como “El vidente treinta y tres”.

Al igual que con sus ancestros sus predicciones siempre son correctas, pero a diferencia del resto, él no cuenta con la fuerza mental necesaria para cargar con dicha responsabilidad.

Han pasado semanas desde la última vez que supimos de él, pero hoy, por fin hemos encontrado su cuerpo en la sucia habitación de un hotel en Praga.

La causa de la muerte no es ningún misterio, se arrancó los ojos con sus propias manos, seguramente impulsado por una visión, pero, ¿Qué sería tan terrible que orillaría al último de los profetas a matarse?

Por primera vez en siglos estamos a ciegas y cada una de nuestras divisiones alrededor del mundo se encuentra en alerta máxima.

La única pista que tenemos es la nota que nos dejó y en la cual solo escribió lo siguiente:

“El fin, ya está entre nosotros” 

No tenemos idea de lo que significa, ni tampoco de cuando fue que la escribió, solo espero que cuando llegue el momento… estemos preparados.

Ronnie Camacho Barrón, de Matamoros, Tamaulipas, México. Además de ser escritor, estoy titulado en la licenciatura de comercio internacional y Adunas y Certificado por la SEP como técnico analista programador bilingüe. He publicado 2 Novelas "Las Crónicas del Quinto Sol 1: El Campeón De Xólotl" (Amazon 2019) y "Carlos Navarro y El Aprendiz Del Diablo" (Editorial Pathbooks 2020), también 10 libros infantiles, todos con la  editorial Pathbooks y traducidos en 6 idiomas, mi más reciente obra una antología de cuentos de Terror, Fantasía, y Ciencia Ficción titulada "Entre Nosotros" (Amazon 2021). 

 

ARGENTINA

FERNANDO SORRENTINO

FRANKENSTEIN

Es un compañero de oficina. Muy delgado, de pequeña estatura y siempre vestido de gris. Su apellido es Pellegrini, pero le agrada que lo llamen Frankenstein. De hecho, muchos de sus amigos le hacen el gusto, y, en efecto, lo llaman Frankenstein. Otros, menos cordiales, prefieren llamarlo Pellegrini.

Es un empleado ejemplar. Su escritorio se halla frente al mío y, a menudo, observo cómo trabaja Frankenstein. Es tenaz, es tesonero, es aplicado. Sin embargo, mucho me temo que su inteligencia sea menos que escasa. ¿Cómo se explica, si no, que su semblante adquiera la reconcentrada tensión de la dificultad insuperable ante tareas sólo mínimamente complicadas? Al ver cómo sus manos se crispan sobre el cristal del escritorio y dejan una efímera aureola de humedad; al ver cómo hinca sus dientes en la madera del lápiz; al ver cómo hace girar los ojos; al ver cómo se le cubre de transpiración la frente; al ver cómo se le hincha una vena del cuello. Al ver, en suma, que Frankenstein carece casi por completo de inteligencia, pero —para su desgracia— no por completo, y que, en consecuencia, es consciente de su limitación: al ver, pues, tanta desdicha, siento pena por Frankenstein.

Pero, sobre todo, siento miedo. Me pregunto: “¿Qué oscuros resentimientos agitarán el elemental cerebro de Frankenstein? ¿Qué amorfos deseos de vaga venganza suscitará en él una inocente planilla que no acierta a comprender del todo?”.

Hace unos días, Frankenstein me sorprendió observándolo en su padecer. Una mirada lenta y pesada cayó sobre mí. Y allá en el fondo de aquellos ojos torpes brillaba una llamita rojiza de crueldad. “Dios mío”, pensé entonces, “¿por qué le dirán Frankenstein?”.

—Dígame, Pellegrini, ¿por qué le dicen Frankenstein?

Frankenstein sonrió:

—Son bromas de los muchachos…

Sin embargo, creo que Frankenstein me oculta algo. Cierto sábado a la tarde, y por pura casualidad, lo vi: en la calle Florida y a pleno sol, Frankenstein caminaba rígidamente, sin flexionar las rodillas. Con los brazos extendidos, en una actitud que, desde su rostro fingidamente siniestro, prolongaba la amenaza hasta la punta de los dedos, amagaba estrangular a las personas que topaba en su camino. Aquéllas se apartaban, más sorprendidas que temerosas; una vez pasado el presunto peligro, volvían la cabeza para observar con una sonrisa burlona a Frankenstein. Porque, realmente, su insignificante aspecto no logra impresionar a nadie.

Ahora bien, ¿advertirá Frankenstein esas sonrisas despectivas, esas sonrisas que restan toda importancia a su actitud amenazante? Y, además, ¿tendrán esas personas de la sonrisa la más ligera idea del verdadero carácter de Frankenstein? Sin duda, no: ocurre que no han visto cómo padece ante las dificultades que le plantea su labor en la oficina: si lo hubieran contemplado —como yo tantas veces—, no se atreverían a burlarse así de Frankenstein.

Para peor, tampoco mis compañeros de trabajo parecen haber observado estas peculiaridades. Suelen bromear a costa de él, suelen palmearlo, suelen llamarlo Frankenstein. Él sonríe, parece disfrutar de la cordialidad, de la amistad. “Todo va bien”, me digo entonces.

Pero los amigos de Frankenstein hablan con demasiada rapidez, abundan en elipsis y sobrentendidos, aluden con picardía a algo de todos conocido, se solazan en frívolos juegos de palabras… Entonces yo, que finjo estar abstraído en mis papeles, tiemblo ante la irresponsable temeridad de esas personas. Querría decirles: “Hablen más despacio; completen las frases; sean explícitos en todo; renuncien a la sutileza: ¡miren que Frankenstein no entiende!”.

Sé que esta advertencia, de ser seguida, evitaría una catástrofe general. Pero me abstengo de intervenir. En efecto, ¿qué sería de mí, si Frankenstein supiera que conozco sus terribles limitaciones? “Lo mejor es callar”, me digo entonces, “y no atraer solamente sobre mí las iras de Frankenstein”.

Fernando Sorrentino nació en Buenos Aires en 1942. Sus invenciones suelen entrelazar de manera sutil, y casi subrepticia, la realidad con la fantasía, de manera que no siempre es posible determinar dónde termina la primera y empieza la segunda. Sus más recientes libros de cuentos son El crimen de san Alberto (Buenos Aires, Editorial Losada), El centro de la telaraña (Buenos Aires, Editorial Longseller), ambos del año 2008, Paraguas, supersticiones y cocodrilos (Veracruz, Instituto Literario de Veracruz, 2013), Problema resuelto / Problem gelöst (2014), edición bilingüe español/alemán (Düsseldorf, Düsseldorf University Press, 2014) y Los reyes de la fiesta, y otros cuentos con cierto humor (Madrid, Apache Libros, 2015).

MÉXICO

JOSÉ RODOLFO ESPINOSA SILVA

EL CAZADOR

La música es anterior a las palabras, a la poesía y a la civilización. Estaba ahí antes de la gran migración de África y del descubrimiento del fuego. Es un lenguaje sin palabras. Las ballenas cantan, y aunque no comprendamos lo que dicen, podemos sentir su dolor, ese dolor que compartimos todos los seres vivos. La música puede dormir a las bestias, asustarlas o ponerlas furiosas. Se puede crear música con casi cualquier objeto: un vaso de cristal, un escudo de cobre, incluso con la licorera vacía que llevo atada a la cintura. La melodía correcta puede atraer a todas las ratas de una ciudad hasta el río. Puede incluso llamar a todos los niños, instarlos a salir de sus casas, y seguirme. He tocado la flauta y ciento treinta niños han respondido a la música. Dos largas filas de infantes caminan tras de mí, mientras toco, una de las tantas melodías que ensayé hasta la extenuación en mis años de aprendiz. Trismegisto me enseñó todo lo que sé. Después de quedar huérfano, cuando los galos invadieron mi aldea, llegó este hombre peculiar, más mago que sabio. Vestía de carmín, un sombrero de punta en la cabeza con un ojo que parecía seguirte por donde te movieras. Me pidió que le mostrara las manos. “Son manos de cazador”, me dijo. Pero no puso una espada en ellas, ni siquiera un cuchillo. Lo que colocó era metálico, pero sin filo. Una flauta. “A partir de aquí, dejaremos de hablar”, me dijo. Y él cumplió. Yo, cabezota como cualquier niño, le preguntaba cosas como: ¿a dónde vamos?, ¿a qué hora comeremos?, ¿cómo logras ese sonido? Él no respondía. Siempre llegábamos a algún sitio para trabajar, no pasé un solo día sin comer y aprendí a tocar, aprendí de ver, de escuchar. ¿Acaso el conocimiento ya está dentro de uno y solo venimos a este mundo a encontrar el conocimiento en nuestro interior? Mi maestro estuvo conmigo once años, luego, sin avisarme, sin decir palabra, desapareció. No lo he vuelto a ver. He llegado, las marcas en los árboles indican que estoy en el lugar correcto. Abandono la ribera y su música, el canto dulce y vivaz del agua, para adentrarme en la orquesta forestal, con sus lechuzas barítonos y árboles rumorosos. La melodía que toco perturba su paz. Puedo sentir en mi cara la hostilidad. Dos árboles sin vida, forman con sus ramas cual garras, la puerta del demonio. Una efrit vive ahí. Tiene el cuerpo color canela y ojos felinos. Su cabello es largo y negro, con una corona de cuernos en la frente. Su tamaño es tres veces el mío, pero sé bien que si se lo propone puede ser tan alta como una montaña. Dejo de tocar.

—¿Quién perturba la entrada de mi hogar?

—Soy un pobre músico al que le ha sido negado su pago. En venganza he despojado de sus hijos a mis deudores.

—Creí que los de tu clase estaban extintos.

—Magia conozco muy poca, tan sólo un par de canciones. Pero soy un buen comerciante, y sé que los niños son un manjar para ustedes.

—Lo son, lo son sin duda. Pero, dime flautista, ¿qué me impide matarte y quedarme con los niños? Con estos deliciosos infantes que tan gentilmente has traído hasta mi puerta.

Doy un trago a mi licorera y la arrojo al suelo. Me limpio la boca con el dorso de la mano. Y levanto mi flauta con la otra.

—Conozco la melodía de la muerte, que hará que todos estos niños en trance pierdan la vida. Son sólo seis notas, estoy seguro de que terminaré de tocarla antes de que puedas usar tus poderes sobre mí, entonces ambos perderíamos y tendrías que conformarte con un delgado flautista, que como mucho te servirá de mondadientes.

—¿Cuál es tu precio?

—Las llaves de tu hogar, después de este gran comilón te sobrarán fuerzas para hacerte dos o tres guaridas más, ésta será para mí. Necesito un lugar donde esconderme —las guaridas de los efrit pueden transformarse en desiertos, estepas o islas tropicales, cualquier cosa que el dueño desee— y las cien monedas de oro que se me prometieron.

—O eres un hombre poco ambicioso o no estás al tanto de mis poderes, ya has dicho tu precio y lo pago.

Una bolsa con oro se materializó a mis pies al tiempo que me arrojaba unas llaves de plata que atrapé con mi mano libre.

—Tocaré entonces la melodía para sacarlos del trance.

Y toqué. Las primeras tres notas la inmovilizaron, las siguientes veinticinco transmutaron su cuerpo en vapor y las últimas doce la sellaron en mi licorera. Me apresuré a taparla. La metí en mi bolso, junto con el resto.

Imaginé una isla, con abundante comida y agua dulce. Y conduje a los niños hacia ella. Cerré con llave tras de mí.

—¿Dónde estamos? —preguntó el primer niño en salir del trance.

Esperé unos segundos, a que los demás despertaran.

—Están en Nunca Jamás. Aquí son libres de los adultos y sus gobiernos. De los demonios y arcontes. Aquí podrán ser artistas, o jugar y cantar por siempre.

J. R. Spinoza (H. Matamoros, Tamaulipas, México, 1990). Escritor y profesor mexicano. Becario del PECDA Tamaulipas (emisión 23), en la categoría de Jóvenes Creadores por novela. Presidente Ateneo Literario José Arrese de Matamoros. Participó en las antologías: Viajes en el tiempo (El gato descalzo, 2021) y Liminales (Casa Futura, 2021). Libros Publicados: El demiurgo y otros cuentos fantásticos (Kaus, 2020). Los deseos de Serena (Catarsis Literaria, 2021). Tragaluz (Winged, 2021).

 

MÉXICO

JEIMY ALESSANDRA SÁNCHEZ GALVÁN

DÍA DE FERIA

Estoy sentada sobre el cofre de una patrulla. Las luces rojas y azules me permiten ver mis tenis en la oscuridad. No parecen haberse manchado, al contrario de mi camiseta y pantalones que están arruinados. Siento los ojos hinchados de llorar y una sequedad en la garganta. Los labios partidos. Sólo quedo yo. Uno por uno han venido por mis amigos. Veo a mi madre la distancia y mientras corro hacia ella, las lágrimas comienzan a brotar de nuevo, en un esfuerzo por ser reconocidas.

No se supone que terminara así. Era un día especial…

Me vestí con una camiseta de cuello rosado, unos pantalones de mezclilla y unos tenis negros deportivos. Había estado esperando todo el año por este día, el día de la feria del pueblo, el único día del año donde mis padres me dejaban salir con mis amigos sin compañía y comer comida chatarra toda la tarde hasta vomitar.

Me miré en el espejo una última vez, acomodé mi cabello con la mano y me relamí los labios para que tuvieran un brillo natural, solía hacer eso, era como una manía. Bajé las escaleras corriendo, recibiendo un regaño de mi madre por eso, no me importó mucho, estaba emocionada y tenía una actitud energética ese día.

—Ya me voy.

—Está bien cariño, vuelve para la cena.

Asentí, volví a mi padre para despedirme, pero este se encontraba durmiendo plácidamente en el sofá de la casa, no quise despertarlo, salí y tomé la bicicleta, me coloqué el casco que mamá me obligaba a usar y pedaleé hasta el lugar donde se armaría la feria.

Cuando llegué logré visualizar a unas personas comprando helado en uno de los puestos, niños jugando en las atracciones y otros vomitando cerca de ellas, a lo lejos pude ver a Michele, Sarah, Jack, Carl y Chester, o como solíamos llamarlo, Chester Cheetos, al verme Michele levantó su brazo saludándome con emoción, me dirigí hacía ellos para saludarnos.

—Te ves bien.

Dijo Sarah al verme, en realidad ella se veía mejor, llevaba un vestido largo y violeta, que combinaba con su piel morena y cabello chino, Michele llevaba una camiseta amarilla con una frase que decía “se tú mismo”, unos pantalones apretados y las manos llenas de pulseras de plástico. Jack, Carl y Chester llevaban algo simple, los tres llevaban pantalón de mezclilla, Jack llevaba una camisa negra, Carl un suéter rojo sangre que le quedaba bastante grande y Chester vestía una camiseta blanca y una chaqueta pasada de moda con un tigre dibujado por detrás.

—Gracias, todos se ven bien.

Al lado de Carl pude ver una niña pequeña con un vestido rosa pastel y unas coletas.

—Oh, ella es mi hermana, mis padres salieron así que tuve que llevarla conmigo, es un poco tímida.

Igual que su hermano, pensé.

—Deberíamos empezar a subirnos a las atracciones, si no llegará más gente y la cola será más larga.

Todos asentimos, nos separamos en grupos, Jack, Carl y Chester fueron a probar las atracciones, Michele, Sarah, la hermana de Carl y yo fuimos a comprar chucherías, pensamos que alrededor de mujeres la hermana de Carl se sentiría más cómoda, realmente, yo le veía igual, pero al menos ya no ocultaba detrás de su hermano.

Charlamos un rato mientras comíamos algodón de azúcar, a veces intentábamos hablar de programas de TV para incluir a la hermana de Carl a la conversación, lo que solo resultaba aún más incómodo, cuando nos cansamos de caminar nos sentamos en una banca que estaba a un lado de un puesto de hot dogs.

En un momento dado la hermana de Carl tomó mi mano llamando mi atención, con su dedo apuntó hacía un hombre vestido de payaso, desde pequeña había tenido un gran miedo hacia los payasos, pero era la hermana de Carl, no podía quedar como cobarde frente a una niña menor que yo, intenté hacerme la valiente y la miré.

—Oh, ¿quieres tomarte una foto con el payaso?

Esperando una negación recibí todo lo contrario, supongo que fue una pregunta tonta, le avisé a Michele y Sarah que llevaría a la hermana de Carl a tomarse una foto con el payaso, tomé la mano de esta y nos dirigimos hacía el payaso quien se encontraba bailando y divirtiendo a un grupo de niños.

Cuando estuvimos lo suficientemente cerca lo examiné con más detenimiento, su cara estaba pintada de color blanco, remarcando sus ojos con pintura azul, su boca era delineada con un color rojo intenso que por el posible sudor del hombre se estaba cayendo haciéndolo ver triste.

—Di… disculpe, ¿podríamos tomarnos una foto con usted?

El hombre asintió y se puso detrás de nosotras, un camarógrafo que parecía ser su amigo se nos acercó y tomó la foto, aquellos segundos se sintieron como una eternidad para mí, cuando por fin tomó la foto correctamente nos separamos.

—¡Espera!

Antes de que pudiéramos irnos el payaso tomó de mi muñeca con agresividad, me quedé quieta y con los pelos de punta hasta que este sacó un globo con forma de corazón, me alivié al saber que solo era eso, lo tomé y se lo di a la hermana de Carl, esta parecía impresionada con el globo.

—Gracias.

La tarde había pasado rápido, cuando la noche se hizo presente todos nos juntamos en el centro de la feria, hablamos de todo un rato y comimos muchas golosinas, la hermana de Carl parecía feliz, me sentí bien por esto, después de todo mis esfuerzos por guardar la compostura frente al payaso dieron frutos.

—Si quieres puedo cuidarlo por ti.

La hermana de Carl asintió y le entregó su globo a su hermano, Jack vio esto como una oportunidad y decidió arrebatárselo.

—¡Oye! Devuélvelo, no es tuyo.

—¿Y qué harás entonces, eh?

A veces Carl y Jack solían tener pequeñas peleas amistosas, esta no fue una excepción, Carl intentó quitarle el globo a Jack, cosa que no fue sencillo por la enorme diferencia de estatura entre ambos, todos reíamos incluyendo a la hermana de Carl, era una escena bastante graciosa, todo era risas y felicidad hasta el momento en el que Jack pensó que reventar el globo con el palo de un algodón de azúcar sería buena idea, si no lo hubiera hecho, si tan solo no lo hubiera hecho, las cosas hubieran sido diferentes, todos hubiéramos regresado a casa riendo y contando chistes malos, pero no pasó, el globo era de un color rojo sangre, por lo que pasó desapercibido por todos, pero cuando lo reventó quedamos atónitos, del globo una sustancia algo viscosa y rojiza salió disparada por todos lados, ensuciándonos a todos y a las personas que se encontraban cerca con sus hijos, todo pasó tan rápido, estábamos aturdidos, toqué mi cara la cual estaba llena de este líquido, Michele y Sarah me miraron aterradas, tomé un poco entre mis manos y lo olí, un olor familiar, pero a la vez desconocido, un olor a hierro, un olor a sangre.

Jeimy Alessandra Sánchez Galván, de 13 años de edad, nació el 17 de julio del 2008 en cd. Victoria, Tam., reside en Matamoros, Tamaulipas, México. Actualmente cursa el segundo grado de Educación Secundaria en el colegio Don Bosco; desde muy pequeña imagina historias y le gusta escribirlas, asiste al taller alquimia de palabras. Le han publicado sus cuentos en diferentes revistas literarias, blogs y antologías, ganó el segundo lugar del concurso estatal de cuento infantil 2020, convocado por cultura Tamaulipas.  

 

Tuesday 12 October 2021

BABELICUS No 15

 

BABELICUS N°15


REVISTA LITERARIA EN ESPAÑOL – Diciembre 2021
ADMINISTRADORES: ADRIANA ALARCO, STEFANO VALENTE, DANIEL 
ANTOKOLETZ,

CARLOS ENRIQUE SALDÍVAR, ELENA ZADRA.

 

Estimados amigos: 

Antes que nada, deseamos dar nuestro más sentido pésame a la familia del socio fundador de Babelicus, Monsieur Pierre-Jean Brouillaud, ocurrido el 9 de septiembre del 2021 en Paris.  Fue un gran escritor y traductor y se ocupó de la revista Babelicus desde sus comienzos, en lengua francesa.

Les presentamos aquí, https://babelicus.blogspot.com/ el número quince de BABELICUS EN ESPAÑOL,  (grupo abierto de Facebook),  con el fin de entretenerlos, esperando que baje la pandemia de Covid con la cual seguimos batallando en todo el mundo, vacuna en ristre.

Pueden encontrar los números anteriores en el blog de Babelicus indicado más arriba.

Ruego a los escritores de lengua española interesados en publicar en Babelicus, que envíen sus colaboraciones de 1000 palabras, adjuntas en Word, a los administradores de la edición en español de la revista virtual, al correo: babelicus2021@gmail.com, junto con una semblanza o perfil de no más de 8 líneas. Los autores no pierden sus derechos de autor.

Quien desee comentar sobre sus autores preferidos lo puede hacer al correo de Babelicus indicado.

 

Adriana Alarco de Zadra

 

Portada, Don Quijote, burilado en lámina de cobre por Adriana Alarco de Zadra.

 

 

PERÚ

CUENTO NEGRO

LUIS ARBAIZA

EL DÍA QUE TODOS LOS RELOJES SE ATRASARON UN SEGUNDO

Contaré como enfrente a un enemigo infinito, invisible, no diré que triunfé, es imposible, pero soy el único que supo su identidad.

Hubo primero unos crímenes “caprichosos”, lo usual en Lima, hermano, pero los jefes hablaron de una coyuntura política, de publicidad, de la necesidad en los limeños de capturarlo y matarlo, para sentirse en paz. Mientras me informaban, me puse otra vez ansioso, noté que el segundero del reloj de la pared estaba adelantado un segundo y medio. Los jefes sabían que capturarlo no reduciría el crimen ni la maldad de esta ciudad en lo más mínimo, pero ellos también tienen sus jefes y no los comprenden solo los obedecen, yo acepté todas las órdenes, pero aprovechando que salieron por una mujer ensangrentada que entró gritando me levante y corregí el reloj de la pared, eso me calmó un poco.

Creo el técnico suplente se dio cuenta, yo trataba de mantener en secreto mi fobia, temía me consideraran un maniático y que se revelara mi miedo. Me consideraban un bruto, eso sí, por eso no me explicaron lo que sabían, solo me dieron la orden de dejar de escoltar a la amante del general y de empezar a rondar los lugares del crimen, pero por los periódicos lo supe. Siempre me mandan a las misiones más improbables, las, digamos, desahuciadas, en la vertiginosa burocracia de la comisaria yo era el caballo más lento, solo aquellas misiones sin esperanza eran para mí, aquellas emprendidas no para contentar a los jefes, sino para defraudarlos sin desobedecer.

Ya me había dado cuenta y solo me resigné al terrible aburrimiento de esas patrullas. Casos así al menos no implican peligro, pero detestaba el aburrimiento, me obligaba a llenar el vacío, lo más difícil de ser policía no son los criminales o la corrupción, sino el vacío, el 90 % del tiempo estamos parados a solas en algún lugar y sin poder movernos de ahí, sin hablar con nadie, dicen que la peor tortura para un ser inquieto como el hombre es la inmovilidad, y si, como creo, el tiempo es esencialmente movimiento, estar quieto es jugar a que no hay tiempo, desfasarse de su fluir, esa idea me causaba náuseas. Pero en eso consiste nuestro trabajo, solo, parado sin que nada pase hora tras hora, solo me entretenía recordar, pero nada más inútil que recordar, volver a sentir, pero más tenuemente, cosas ya muertas. Que poca cosa es la memoria. También al escoltar a la amante del general, a Milagritos, debía esperar horas y horas en el auto y luego llevarla a otro lugar a seguir esperando. Pero ya dije eso lo dejé cuando me dieron la lista de los primeros crímenes.

Siempre tuve esa rara fobia. Fobia a que los relojes se atrasen. Miedo que no todos los relojes estén ajustados, y necesitaba comprobarlo a escondidas de sus dueños. Los relojes son instrumentos rústicos, una tecniquería endeble, pero logran asirnos a ese dios invisible: el tiempo. Sin ellos caeríamos más allá de sus dominios, que vértigo sentir que nos suelta de su mano. Por eso no soportaba que se atrasen o adelanten, era como una blasfemia, una amenaza de perder el verdadero ritmo de la vida, esa armonía entre el alma y el tiempo presente, sin ella podríamos vivir desfasados del momento actual que es el único real, y estaríamos verdaderamente perdidos.

Mg. LUIS BERTRAND ARBAIZA ESCALANTE. Nació el 20 junio de 1973. Biólogo con mención en genética por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Magister en filosofía con mención en epistemología por la UNMSM, ha escrito la saga de novelas de ciencia ficción dura: Thecnetos1: Los últimos días del universo,  Thecnetos 2: Las dos teologías de la Vida y Thecnetos 3: Textos apócrifos sobre el tiempo, ha dictado cátedra de en la facultad de medicina de la UNMSM y de Odontología en la USMP. Ensayista mantiene el blog: http://luisarbaizaescalante.blogspot.com/

y divulgador científico con el canal de youtube:

https://www.youtube.com/channel/UCIsgbH3UaMTkxFOWgEzV-nA

 

MEXICO

J. R. SPINOZA

EL CAZADOR

La música es anterior a las palabras, a la poesía y a la civilización. Estaba ahí antes de la gran migración de África y del descubrimiento del fuego. Es un lenguaje sin palabras. Las ballenas cantan, y aunque no comprendamos lo que dicen, podemos sentir su dolor, ese dolor que compartimos todos los seres vivos. La música puede dormir a las bestias, asustarlas o ponerlas furiosas. Se puede crear música con casi cualquier objeto: un vaso de cristal, un escudo de cobre, incluso con la licorera vacía que llevo atada a la cintura. La melodía correcta puede atraer a todas las ratas de una ciudad hasta el río. Puede incluso llamar a todos los niños, instarlos a salir de sus casas, y seguirme. He tocado la flauta y ciento treinta niños han respondido a la música. Dos largas filas de infantes caminan tras de mí, mientras toco, una de las tantas melodías que ensayé hasta la extenuación en mis años de aprendiz. Trismegisto me enseñó todo lo que sé.

Después de quedar huérfano, cuando los galos invadieron mi aldea, llegó este hombre peculiar, más mago que sabio. Vestía de carmín, un sombrero de punta en la cabeza con un ojo que parecía seguirte por donde te movieras. Me pidió que le mostrara las manos. “Son manos de cazador”, me dijo. Pero no puso una espada en ellas, ni siquiera un cuchillo. Lo que colocó era metálico, pero sin filo. Una flauta. “A partir de aquí, dejaremos de hablar”, me dijo. Y él cumplió. Yo, cabezota como cualquier niño, le preguntaba cosas como: ¿a dónde vamos?, ¿a qué hora comeremos?, ¿cómo logras ese sonido? Él no respondía.

Siempre llegábamos a algún sitio para trabajar, no pasé un solo día sin comer y aprendí a tocar, aprendí de ver, de escuchar. ¿Acaso el conocimiento ya está dentro de uno y solo venimos a este mundo a encontrar el conocimiento en nuestro interior?

Mi maestro estuvo conmigo once años, luego, sin avisarme, sin decir palabra, desapareció. No lo he vuelto a ver.

He llegado, las marcas en los árboles indican que estoy en el lugar correcto. Abandono la ribera y su música, el canto dulce y vivaz del agua, para adentrarme en la orquesta forestal, con sus lechuzas barítonos y árboles rumorosos. La melodía que toco perturba su paz. Puedo sentir en mi cara la hostilidad. Dos árboles sin vida, forman con sus ramas cual garras, la puerta del demonio. Una efrit vive ahí. Tiene el cuerpo color canela y ojos felinos. Su cabello es largo y negro, con una corona de cuernos en la frente. Su tamaño es tres veces el mío, pero sé bien que si se lo propone puede ser tan alta como una montaña. Dejo de tocar.

—¿Quién perturba la entrada de mi hogar?

—Soy un pobre músico al que le ha sido negado su pago. En venganza he despojado de sus hijos a mis deudores.

—Creí que los de tu clase estaban extintos.

—Magia conozco muy poca, tan sólo un par de canciones. Pero soy un buen comerciante, y sé que los niños son un manjar para ustedes.

—Lo son, lo son sin duda. Pero, dime flautista, ¿qué me impide matarte y quedarme con los niños? Con estos deliciosos infantes que tan gentilmente has traído hasta mi puerta.

Doy un trago a mi licorera y la arrojó al suelo. Me limpio la boca con el dorso de la mano. Y levanto mi flauta con la otra.

—Conozco la melodía de la muerte, que hará que todos estos niños en trance pierdan la vida. Son sólo seis notas, estoy seguro de que terminaré de tocarla antes de que puedas usar tus poderes sobre mí, entonces ambos perderíamos y tendrías que conformarte con un delgado flautista, que como mucho te servirá de mondadientes.

—¿Cuál es tu precio?

—Las llaves de tu hogar, después de este gran comilón te sobrarán fuerzas para hacerte dos o tres guaridas más, ésta será para mí. Necesito un lugar donde esconderme —las guaridas de los efrit pueden transformarse en desiertos, estepas o islas tropicales, cualquier cosa que el dueño desee— y las cien monedas de oro que se me prometieron.

—O eres un hombre poco ambicioso o no estás al tanto de mis poderes, ya has dicho tu precio y lo pago.

Una bolsa con oro se materializó a mis pies al tiempo que me arrojaba unas llaves de plata que atrapé con mi mano libre.

—Tocaré entonces la melodía para sacarlos del trance.

Y toqué. Las primeras tres notas la inmovilizaron, las siguientes veinticinco transmutaron su cuerpo en vapor y las últimas doce la sellaron en mi licorera. Me apresuré a taparla. La metí en mi bolso, junto con el resto.

Imaginé una isla, con abundante comida y agua dulce. Y conduje a los niños hacia ella. Cerré con llave tras de mí.

—¿Dónde estamos? —preguntó el primer niño en salir del trance.

Esperé unos segundos, a que los demás despertaran.

—Están en Nunca Jamás. Aquí son libres de los adultos y sus gobiernos. De los demonios y arcontes. Aquí podrán ser artistas, o jugar y cantar por siempre.

JOSÉ RODOLFO ESPINOSA SILVA  H. Matamoros, Tamaulipas, México (1990). Escritor y profesor mexicano. Becario del PECDA Tamaulipas (emisión 23), en la categoría de Jóvenes Creadores por novela. Presidente Ateneo Literario José Arrese de Matamoros. Participó en las antologías: Viajes en el tiempo (El gato descalzo, 2021) y Liminales (Casa Futura, 2021). Libros Publicados: El demiurgo y otros cuentos fantásticos (Kaus, 2020). Los deseos de Serena (Catarsis Literaria, 2021). Tragaluz (Winged, 2021).

 

ARGENTINA

ISABEL HERNÁNDEZ

LOS MISMOS DE SIEMPRE

Nos paramos frente a frente. Lo miré a los ojos. 

Era joven, apenas unos treinta años, llevaba uniforme y un birrete militar. Parecía un pájaro de madera aferrado a su enorme fusil reglamentario. 

Alguien le dijo que estábamos en guerra. Él lo creyó y salió a la calle a dar batalla, sin transitar primero la esperanza. 

Así marchó en un día azul de coraje y primavera, como si no hubiesen pasado casi cuarenta y sietes años; cómo si no estuviéramos viviendo en un Chile de otro siglo. 

Nos encontramos en la esquina, la misma de siempre y lo miré a los ojos. 

Ya tengo setenta años, le dije, mi cabeza es la de una mujer de la primera línea, de canas blancas y orgullo, mi dignidad alcanza todos los sueños de este mundo. Me habían violado y torturado, pero él no lo recordaba. 

Él estaba enfermo de desmemoria y yo en cambio volvía “a los 17 después de vivir un siglo”. A l se le ocurría reprimirme y yo me había vuelto una mujer irreprimible.  

Nos paramos frente a frente. Quise gritarle, sacudirlo, llamarlo por su nombre. 

Pero él no era capaz de despertar.

ISABEL HERNÁNDEZ nació en Rosario (Argentina) 1948. Desde hace 26 años reside en Santiago de Chile. Es antropóloga y ha dirigido numerosos proyectos de docencia e investigación en diversos centros académicos y universidades de Latinoamérica.  Como narradora de ficción publicó en Buenos Aires, Madrid, México, Bogotá y Santiago de Chile y ha recibido reconocimientos literarios internacionales en USA, España, México, Chile y Argentina. 

 

PERÚ

JUAN CARLOS ALFARO VALVERDE

UN GRITO DESESPERADO

J. iba por la calle pensando en las mil cosas que tenía pendientes: debía cumplir con esto, tenía que terminar aquello, no le alcanzaría el tiempo para acabar con lo otro. En fin, era un día más de su vida cuando el sol se puso tras la silueta de los edificios. De pronto, mientras caminaba, se sintió un poco aturdido. Se detuvo por un momento esperando que el mareo le fuera pasando. Trató de mantenerse en calma, pero igual sentía que estaba a punto de perder el conocimiento. Fue entonces cuando le pareció que las frías paredes se tambaleaban ante sus ojos. Su olfato pudo percibir un fétido olor que se desprendía del húmedo piso. Lentamente ante sus ojos, el cielo se fue pintando de un color oscuro; y, casi al mismo tiempo, un sentimiento de angustia fue corrompiendo su ser hasta sentirse un tanto extraño.

Sin que pasara mucho tiempo, unos hambrientos nubarrones de tono ceniza fueron cubriendo cada espacio de la ciudad. Se acercaban como una ola que se tragaba todo ante su paso. J. se encontraba absorto pensando que lo que acontecía no era más que una pesadilla. Su razón le decía que lo que veía no podía ser real. Seguramente estoy dormido y pronto despertaré, dijo esperando encontrar alguna explicación. Sin embargo, al ver que la gente corría escapando del suceso, un miedo intenso se fue apoderando de su ser. Quiso huir de aquel lugar, pero sus piernas no le hacían caso. Al verse incapaz de evitar el insólito fenómeno, cerró los ojos y se acurrucó sobre sí mismo esperando su fatal desenlace.

Los nubarrones de ceniza, que ya estaban cerca de J., se veían como una masa pastosa que acabó cubriéndolo todo a su paso. Donde una vez hubo un mundo, ahora solo había una infinita mancha grisácea extendiéndose hacia la nada. Ahora J. ya no estaba más o por lo menos ya no se le veía.

Como creador estaba a solo unos segundos de colocar el punto final de la historia de J. cuando algo extraño pasó…

Lo que a J. le pareció minutos interminables, apenas fueron segundos.  Recién intentaba recuperarse de lo que le había pasado cuando experimentó un leve calor que se fue haciendo cada vez más intenso. Ahora, conforme pasaban los minutos, sentía que su ser se consumía. Se veía a sí mismo como un carbón consumiéndose.

Por un momento, J. creyó que había muerto. Fue como si alguien más allá de él así lo hubiera determinado. Pero si no ha pasado nada, yo todavía estoy aquí, estoy pensando, aún me veo a mí mismo. Es decir, estoy con vida y no tengo por qué terminar de existir si así lo quiero, se dijo a sí mismo. En ese instante J. se dio cuenta que alguien había estado escribiendo su destino. Debía tomar una decisión: ¿seguiría siendo parte de aquel juego que predestinaba su existencia? o ¿tomaría la determinación de acabar para siempre con aquel que quería llevarlo a la muerte?

Como su creador empecé a tener serios problemas para reconducir la historia de J. Le susurraba que hiciera aquello, pero no me escuchaba. Le puse un hoyo profundo bajo sus pies, pero él caminó a paso firme sobre él. Me sentía desconcertado porque llegado este momento ya no era yo quien escribía su historia.

J. se hizo dueño de mi verbo. Era yo quien había empezado la historia de su vida y yo debía terminarla. No sé cómo lo hizo, lo único que sé es que acabó conmigo, con su propio creador. Dejó de hacer lo que yo narraba, lo creaba para él. De alguna manera se dio cuenta que era él mismo quien debía contar su propia historia y desaparecí de su conciencia…

Cuando me di cuenta que todo había sido un sueño, decidí grabar lo que recordaba. Tomé mi celular y empecé a buscar los recuerdos en mi mente. En estas cavilaciones estaba cuando el gemido de unas voces intentó atizar nuevamente mis miedos. Fue entonces cuando de manera inconsciente volví a despertar. Abrí mis ojos y vi que todo era diferente. Ahí estaba en la misma calle, con el sol extinguiendo sus últimos rayos. Percibí a la gente que se atropellaban unos a otros. Mujeres, hombres, ancianos, jóvenes y niños huían como el ganado escapa en una estampida. Mi mundo se acaba, me dije a mí mismo. Seguramente el creador terminará con mi historia, pensé. Vi que todos seguían sus propios pasos como si sus vidas no fueran las suyas. La huella de su sonrisa no se lograba percibir en sus rostros. ¿Sería acaso que yo me veía tan igual como ellos?, cavilé.

El sonido infernal de los cláxones de los automóviles me llevó a querer marcharme de aquel lugar. Sin embargo, ahí estaba todavía, siendo solo un observador en medio de tanta gente. ¿Sería acaso que ellos también huían como yo lo hice en algún momento? Y de ser así, ¿acaso yo ya no era uno de ellos? Cada minuto que pasaba me sentía más confundido. No pude más, así que, mientras esperaba el desenlace, iba tratando de advertirles sobre lo que ocurría. Les dije que debían despertar. Que lo que sus ojos veían solo era una mentira. Despierte, señor, ¿por qué no huye?, le dije a un hombre que miraba a todos lados, mas nunca me hizo caso. Ninguno de ellos me escuchó ni mucho menos me miró. Era como si al elegir escribir mi propia historia, todo mi mundo dejara de existir; como si esa fuerza opresora siguiera teniendo el control; ya no sobre mi vida, sino de aquello que había creado para mí.

De tanto pensar y pensar mi mente se cansó de ceder espacio a la razón. Decidí entonces escuchar a mi corazón. Deseaba al menos convencer a alguien y volví a insistir. Intenté detener a una señora que iba acompañada de su niño, pero solo siguió su camino. Si solo uno me creyera lo que he descubierto, todo este mundo cambiaría, pensé.

Todo fue inútil, cansado de la indiferencia de las personas, pensé en mi familia y decidí ir por ellos. No sé cómo pude llegar tan rápido hacia mi hogar, solo sé que ahora estaba parado frente a mi familia.  A solo unos metros de mi madre, mi esposa, vestida de negro, lloraba desconsoladamente.  A la distancia podía oír el gemido de unos perros callejeros. ¿Qué había pasado?, me dije. Fue entonces cuando les advertí lo que estaba pasando allá afuera.  Por un momento sentí que me escuchaban hasta que me traspasaron como si no estuviera ahí. Empecé a ponerme nervioso, a desesperarme, y sentí que una vorágine de voces me absorbía hacia ellos. No podía ser. ¡Todavía no!, me dije a mí mismo. Comencé a gritar y a gritar una y otra vez mientras mis lamentos se perdían en el silencio de la habitación.

JUAN CARLOS ALFARO VALVERDE: Profesor de profesión y escritor por afición. Nació en el seno de una familia humilde del puerto de Chimbote en Perú. Desde muy pequeño tuvo el apego por los libros y la lectura. Sus estudios secundarios los llevó a cabo en el colegio Politécnico Nacional del Santa. Es Licenciado en Educación Secundaria por la Universidad Nacional del Santa en la especialidad de Lengua y Literatura.  Trabajó como profesor de niños de la calle en la asociación LENTCH (Luz y Esperanza para los Niños Trabajadores de Chimbote). Maestrista en la Universidad Nacional del Santa en Docencia Universitaria e Investigación. Actualmente viene trabajando en la institución educativa parroquial Santa Rosa de Lima donde el trabajo con adolescentes y jóvenes motiva su compromiso con la creación de mundos literarios.

 

COLOMBIA

LUIS BOLAÑOS DE LA CRUZ

AFGANISTÁN

Preámbulo donde se exprimen las fuerzas del azar y se inserta su destilación crucial para mantenerse en el combate sin fin que devasta nuestro planeta.

Con una frecuencia que ya es tendencia y los descubrimientos tecno científicos ocurren nutridos por el albur, así sucedió con el cultivo de guerreros para mantener funcionando la maquinaria bélica. Se trasladaba un trío de soldados que acababa de fallecer y (de nuevo el azar) el pasillo por donde transitarían quedo obturado por las camillas y camilleros que contemplaban entre aplausos, alaridos y carcajadas la performance amatoria de una pareja que acababa de reconciliarse y no encontraron una mejor manera de sellarla -por el momento- que practicando un coito furibundo pero repleto de ternura, jadeos y estrujamientos, así que los portadores-empujadores se desviaron por un túnel que se abría a la balaustrada que coronaba los toboganes de circulación y distribución del complejo hospitalario. En ese preciso instante, con otro evento azaroso interviniendo: las vibraciones de la corteza provocaron un movimiento telúrico que no generaron daños graves pero si la caída de una angarilla por una rampa clave, la que desembocaba en las piscinas de elaboración de caldos nutricios vegetales, unos mazacotes burbujeantes, otros gachas espesas como pastas, y en fin papillas diversas desde casi líquidas hasta cremas consistentes, el contenido de las caltrizas, que quedó detenida en el reborde de control, se sumergió, y otra vez el azar como cadena articulada de causas suficientes se mantuvo presente, ya que las salpicaduras mojaron a un par de biólogos que se exploraban con mutua confianza los órganos reproductivos y que al levantar la mirada vieron cómo se iba hundiendo quien apenas un par de minutos después tosiendo, escupiendo y gimiendo lanzaba una cascada de palabras, algunas confusas y otras relucientes, resumidas en “estoy vivo y bien”,(pero no tanto ya que luego al examinarlo en detalle aparecieron fallas diversas) sin que tuvieran que realizar alguna otra acción más allá de rescatarlo del pegajoso sustrato.

La alharaca de la noticia se propagó por las numerosas plantas y crujías de la inmensa clínica-laboratorio, estableciéndose una nueva ruta de empujadores de parihuelas (son antigrav) directa de las camas a las piscinas, y si bien muchos de los moribundos o recién fallecidos no reaccionaron, fueron tantos que permitieron por un lado la elaboración de cuadros en matrices interactivas que permitían recuperar un mayor número de casos y por otro se determinó en seguida a partir de ese intervalo que, sumergirlos en esos líquidos o -como derivó de las posteriores investigaciones-  sustancias similares sería el tratamiento rey por excelencia.

Las limitaciones llegaron en seguida, el tipo de infraestructuras de la categoría de la clínica-laboratorio eran escasas, pero los campos cuya tierra con tratamientos adecuados podía convertirse en pasta nutricia y renovadora de tejidos para llevarlos a un cierto nivel de resurrección eran abundantes. Se amplió la gama de nutrientes y se aceptaron los animales, incluidos los humanos, así se podía aprovechar todo en un poderoso proceso de reciclaje donde la síntesis se expresaba en dos tipos de renacidos, aquellos provenientes de materiales únicamente vegetarianos que eran casi normales (aunque siempre alguna tara, defecto o síndrome los identificaba o atenazaba) y los de nutrición mixta que brotaban musculosos, inteligentes, multifuncionales y audaces con sólo dos problemas, la piel era un mosaico de colores y por algún motivo, tema de múltiples tesis de investigación en las universidades, no ostentaban órganos sexuales,

Aclaración Interpretativa: Algunos informes que explican... o tratan, el funcionamiento de las cadenas de producción desde los actores técnico-científicos hacia la coherencia.

Transcribo mi primer informe de guardiaSiembra de Cadáveres: Cuando los cadáveres están frescos y no hace mucho que sucedió su tránsito, así lo decretaran las cifras que aparecen coloreadas con distintos tonos en las pantallas indicadoras, las mismas que siguen las variaciones acaecidas en los cuerpos segundo a segundo trazando simpatías e inclinaciones y rescatando eventos singulares: El campo estuvo dispuesto para recibirlos, envolverlos y mimarlos; la tierra enriquecida, ha recibido calderos y calderos de concentrado de músculos, sesos, tripas, huesos, dientes; les tocó además a estos recién llegados recibir la transfusión de fluido esencial extraído de aquellos desechados que por sus condiciones fueron destinados a la molienda, listos para combinarlos con nutrientes minerales y sustancias destiladas de raíces, hojas, flores, con la intención de fabricar más sopa nutricia en los calderos y verterla en la era.

Transcribo mi segundo informe de guardiaSimbiosis de componentes: La tierra fértil parece una pasta marrón intensa, la combinación de planta reanimadoras que crecen alrededor de los depositados envolviéndoles, masajeándolos, rellenando sus agujeros con miríadas de raicillas que van recombinando sus moléculas y entregándoles cucharadas de vitalidad; una extensa y variada conjugación de nutrientes diversos: minerales, vegetales y animales, cada cual aportando en su proceso pero que en conjunto actúan sobre los cuerpos en el terreno para convertir lo imposible en cierto; el secreto radica en los nano componentes y nano combinaciones que articulan gruesas uniones primero y densas y delicadas tracerías después, para según el momento otorgar pseudovida a esos fragmentos seleccionados; por eso aquellos que han recibido injurias bélicas desaforadas van al caldero, los casi intactos son pre programados para retornar a conciencia en las piscinas, y los de daños intermedios son los destinados a ser sembrados en esa tierra que alcanza los 35.5°C, es que según los psicofilósofos somos imágenes de imágenes, que se proyectan sobre una gasa sutil, tenue y endeble, más allá de la cual … está la nada sin ningún atisbo de sustancia individual latente con propiedades que animen los egos.

Transcribo mi tercer informe de guardiaTransformación de materiales: Hay una diferencia entre estar vivos y encontrarse animados por una sensación de estarlo, lo cual coadyuva a muchas cosas: la independencia de cada órgano para adquirir impulso vital por ejemplo ya que se requiere alguien quien organice en el recipiente corporal las relaciones entre órganos y tejidos, cada cual marcha enfebrecido hacia la libertad y va dejando huellas y desechos, esa marea móvil debe quedar sujeta a un órganon y sus criterios. Cuando se logra hay nacimiento, aunque siempre existe un porcentaje de malogrados que no cuajan -pero que son licuados y reinyectados al proceso, con un cierto grado de acumulación de conocimiento de tales procesos por las células y moléculas implicadas: así mientras sucede la parafernalia de amalgamación junto a la proliferación de los tejidos sintéticos de apoyo que juntos permiten medrar al amparo de las diversas mallas-red que en capas arman urdimbres y retículos tanto para especímenes biológicos mixturados como para bandadas de organismos unicelulares que sin cerebro son capaces de organizar materiales, espacios y calcular las actividades y procedimientos para incremento y desplazamiento; luego gracias a sistemas de fibras de micro túbulos que impulsan y mezclan se dan los toques precisos que caracterizarán a cada ejemplar. Casi al final se insertan miríadas de paquetes de nano componentes que saben articular la diversidad para lograr un modelo instalado en su memoria, eso unido al enriquecimiento de la tierra de cultivo con espesos líquidos nutritivos donde se desparraman multitud de hierbas, plántulas, diminutas semillas, infusorios, hongos, permiten la unión fecunda de lo más pequeño con lo más complejo, el resultado del hervor de numerosos calderos repletos de sustancias y materiales en apariencia alejados pero en la práctica colindantes y hermanados logran ir creando pulsantes interfaces de coincidencia e interpenetración de sustratos para llegar a la que parecía imposible resurrección.

Transcribo mi cuarto informe de guardiaNanoandroidismo: La unión de máquinas de estados finitos con mini máquinas de Turing y con máquinas de florecimiento intensivo-segmentación continua, más biomaquinas cuánticas generadoras de impulsos y máquinas de covariancia articuladas, todas diminutas más en oleadas, van activando y coordinando fibras, procesos y sectores para provocar movimientos y comportamientos complejos que a fin de cuentas se parecen mucho a los de la vida o la imitan, aunque quizás no lo sean in stricto sensu. Logradas las primeras fases de crecimiento de tejidos diversos coordinados en una matriz corporal y controladas las velocidades para que sean uniformes los desenvolvimientos de los organismos sembrados sc regulan mediante nano programas genéticos especializados insertados, que actúan sobre el volumen incluyendo elementos orientados a células específicas y según las fases de cada etapa de desarrollo, lo cual significa que funcionarán de acuerdo a esa semivida que los anima con surgimiento de una pseudoconciencia que para efectos prácticos funge como conciencia real, con activación e interacción efectivas y simultaneidad en el despliegue de las características otorgadas.

Transcribo mi quinto informe de guardia (primero en situación de descanso)¿Teoría de la Guerra?: Para alguien que no comprenda o participe en nuestro emprendimiento de siembra de cadáveres podría parecerle espeluznante la sumatoria de las clínicas-laboratorios, los baños de ácidos que desprenden la piel y dejan los músculos rojos y latientes al aire, los extraños cables atiborrados de espínulas, burbujas y proyecciones geométricas cortas y confusos telarañas de fideos blandos, insertados en puntos específicos de los torsos y miembros en fabricación, en especial los agujeros naturales; luego hay que recombinar y reanimar tejidos, andar pendientes de la meteorología para lograr que los rayos caigan en los campos de siembra y esos relámpagos que caen serpenteando desde el cielo sacudan y en simultánea abriguen con sus descargas eléctricas la cadena de resultados y devuelvan hermosos cadáveres al territorio de los vivos: quizás por eso apenas se completaba la cuota de reenterrados se pasaba a la siguiente parcela para continuar rellenando, en nuestro mundo una guerra interminable exige organismos conscientes o con pseudoconciencia operativa, no importa la calidad de vida o muerte que los anime para que combatan y si los abaten poder reorganizarlos, destruirlos y reutilizarlos según las características que poseen.

Transcribo mi sexto informe de guardia (segundo en situación de descanso): Brinco Cuántico: Una reflexión de colofón: la cosmovisión mecanicista prohíbe la superposición relacional creativa que es la base para aplicar y obtener resultados con las mezclas variopintas que inventamos, pero raspando el caldero de la realidad sabemos que es falsa la idea acerca de tiempo y espacio como “contenedores” y que la sumatoria absoluta de separaciones y distanciamientos en curso perenne entre todos y cada uno de los elementos y fragmentos, sucesos e imprevistos del mundo es lo que constituye la realidad; entonces porque no deberíamos considerar nuestra cosecha de humanos alterados como personal castrense supervigile por el estamento administrativo. Y es que, si por algún milagro elimináramos el batiburrillo de trozos, datos, sitios, obras que atiborran el universo, asimismo desaparecían también el espacio y el tiempo, así que sigamos lubricando nuestro encadenamiento de fases, tratamientos, procedimientos técnicos y manipulación industrializada para que expulse productos marciales disciplinados, eficientes en la batalla y dispuestos a morir cuantas veces sea necesario.

Tres misiones paradigmáticas para pescar el hilo de la guerra y cuál sería su posible deriva 01. Sacrificio.

Una neblina verdosa flota y se esparce en cilios y volutas por el enorme barracón repleto de máquinas vibrantes, armatostes en decadencia y artilugios delicados, ciertos sectores de mi conciencia están despiertos y comprendo que nos designaron a tres de nosotros para averiguar cómo se puede salir sin daños de dicho galpón; a medida que deambulo más segmentos de memoria se van despertando y articulando, tengo interiorizadas multitud de pautas tácticas y procedimientos con sesgo según situaciones y requerimientos y las empiezo a desplegar, las gotas de fluidos, los residuos de olores y otras huellas químicas nos permiten ubicar un postigo a palanca en uno de los descomunales portales del fondo como candidato, con pastexplosivo reventamos su mecanismo de control y nos colamos por un pasillo que resplandece en verde, vacío y de techo redondeado, creo ver movimiento, quizás una tronera para tirotearnos, aunque al afinar la mirada ningún vestigio se ofrece para corroborar el vistazo, mis compañeros se detienen, a ellos les ha sucedido algo parecido, inmóviles esperamos y observo que la curvatura del techo ha desparecido, algo la he rellenado, de repente abultan unas gotas que enseguida caen sobre nosotros, el dolor es horroroso, es un ácido que nos derrite y nos quema, tengo oportunidad de cerrar mis redes mentales mediante el truco de las dimensiones, mi mente se escapa a otro ámbito, a pesar de que el dolor me sigue aniquilando. Es cual fantasma leve que no atosiga. Existe una leve posibilidad de que salven algo y puedan reconstruirme, es cierto que nos hallamos atrapados aquí, en el presente, intentando comprender el pasado, pero no estamos condenados a un futuro indigno.

02. Exterminio, rotura extensa e infiltración

Corremos decenas de millares por una explanada con una leve inclinación, los sorprendemos, hemos emitido falsas señales que engañaron sus sensores, y gritamos, de nuestros paladares se desprenden mariposas que salen por la boca y aún húmedas se proyectan cual eructos cuánticos sobre las tropas dedicadas a sus quehaceres matutinos, detonan en una llovizna de partículas incandescentes que queman en profundidad culminando en esferas de segunda explosión o en miríadas de gusanos voraces que igual devoran metal que carne o endureciendo las alas trazan senderos de sangre a través de los reclutas, aunque su reacción sea tardía nos devastan aniquilando y bañando el campo con entrañas y células, una segunda línea constituida por kamikazes se estrella contra los despojos y les inyecte suficiente software como para iniciar el proceso de siembra automatizado, no serán tan perfectos como nosotros pero si letales incursores que disuelven la confianza castrense de los opositores y contaminan su población rural. Nuestros gritos a medida que se despliegan las sucesivas descargas de variopintos invasores se convierten en canción de muerte y exterminio que establece pautas hacia las victorias sucesivas.

Saldré renovado de esta larga ladera con el mensaje de retornar y entregar la experiencia para que sea desmontada, examinada y aprovechada. Cumplimos con las leyes del reciclaje y las aplicamos de manera sistemática demostrando que no es suficiente, hay que penetrar más allá. Capas y capas, complejidad creciente orquestada por los múltiples componentes, enlazada por la genética y la química, acoplada por el ritmo vivo de la naturaleza, vinculada por la historia cósmica humana, a medida que se expande va creando dimensiones que son cual pechos o corazones explotando convirtiéndose en domos, bóvedas, cúpulas inmensas, abiertas a la interpretación, a la multiplicación especular, a la segmentación en racimos, a la fatalidad autogenerada, a la perpetua fecundación, a la apertura de la multiplicidad...mega diversidad, heterogeneidad auto fecundadora...

03. Recolección de material en urbes arrasadas

Ahora todo grupo de combate recoge y lleva sus cadáveres a los depósitos y granjas, cuando los reaniman depende de cuáles son sus probabilidades o si se han quedado sin ellas, y ya que los cadáveres son incapaces de expresar su consentimiento informado, los vivos deciden por ellos, hay una cierta tensión porque existe un indicio frecuente de que la situación se complejiza: consiste en que empiezan a surgir grupos especializados en defender los derechos de los fenecidos con un refrán “Donde menos se espera salta el cadáver” y a esas personas no les basta que se les repita que la indeterminación cuántica nos permite a los fabricantes decidir por los venideros incursores, que sin la gestión de procesos vivificadores no son mejores que vibradores rellenos de efervescente líquido verde. Si lo estuvieran, sería de esperar que muriesen al momento, que no reviviesen debido a la carencia de un sistema circulatorio y de un aparato respiratorio funcionales. Solo ya la falta de tendones...sería suficiente para inhabilitarlos.

Otra vez divago y me extravío en laterales disquisitivos. Nos estremecemos en transición. No fungimos como material bélico lo cual eleva nuestro valor como seres existentes –ya que siempre hay un resquicio para aceptar vivientes plenos- y si un observador nos contempla puede dar fe de nuestro latido, quizás por eso las parejas de recogedores semejamos amigos reencontrados en una tarea no por menos letal menos importante y nos cruzamos señales y nos abrumamos de leves gestos que pueden pasar como cargados de significados.

Me reengancho y divago. Cada vez que retorno al buen camino siento la retroalimentación que indexa, resemantiza y re articula. Ahora sé que Rodendo9397-Magenta y yo ya hemos cumplido una faena parecida en una villa de enormes mansiones rutilantes y marmóreas con jardines geométricos y grupos de estatuas, estanques y árboles con miradores. Que ingresábamos a las habitaciones y envolvíamos a los yacentes en telas suaves con dibujos que indicaban datos, los sacábamos a patios y explanadas y los enviábamos arriba a las chalupas mediante un dispositivo que se activaba cuando los exponíamos al sol, para desconcertar a cualquier observados fingíamos descansar tras cada grupo que derivábamos a las alturas; mi camarada y yo divagamos juntos y miramos fijos la hilera de momias que trepa hacia las bodegas de las chalupas: cuando divagamos en grupo repletos de fuerza inagotable, exhalamos un aroma acre y ¡oh, paradoja! Delicado, igual sucede cuando cambiamos de tarea o registro, me reafirmo soy Cadastrador 2222-Rosa y sigo la huella de los recuerdos, implantados, segmentados, espontáneos, no importa: son como la vida y ahora sabemos lo poderosos que somos, creen que nos dominan, sin embargo, cada vez somos más conscientes y ya estallará la deflagración un día cuando les enseñemos otro refrán: que “los muertos no matan muertos” y que el juego ha terminado.

LUIS ANTONIO BOLAÑOS DE LA CRUZ  Sociólogo (no fundamentalista) y escritor de ciencia ficción nacido en Ciénaga, Magdalena (Colombia) en 1950, residente en Perú. Consultor de Concytec (Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica), del Ministerio de Educación y de MINAM (Ministerio de Ambiente); ha transitado asimismo los caminos de la Educación Ambiental y de la Psicobiología. Ha fatigado claustros universitarios, selvas y ecosistemas diversos; participado en periódicos, ONG's, cineclubes, sindicatos e institutos de investigación, dejando huellas de sus reflexiones; ha publicado en Velero25, Sitio, Axxon, Mil Inviernos, Candor Chasma, Ciencia Ficción Perú, Alfa Eridiani, Casa Jarjacha, Papirando, Argonautas, el Horla.

 

PERÚ

FinURA

CARLOS ENRIQUE SALDÍVAR

Soñé que devoraba una rata. Me desperté asqueado. No hice ruido cuando salté de mi cama.

Mi dueña me tomó en sus brazos, me consoló: «¿Qué pasa, Chiquito?», y me dio un poco de leche y pescado hervido sin espinas. Soy de raza fina, merezco estos cuidados y más, ni siquiera tengo garras, hasta en mi maullar soy delicado.

No sé por qué estas pesadillas se me presentan tan a menudo. Tal vez sea por mis padres, mi ama me contó que eran expertos cazando roedores, entre otras alimañas. No lo entiendo, ¿cómo pudieron engendrarme? Yo soy elegante y pulcro.

Mi dueña penetra en la habitación, estoy despierto pues ya es de noche, ella quiere estar un rato conmigo, me carga y me arrulla. «Oh, qué maravilloso minino». Desde que vine al mundo no se ha cansado de repetirme que soy especial, esto me pone tímido, aunque no tanto, pues sus elogios son dulces y está en lo cierto.

Yo también la quiero mucho y soy feliz viviendo en esta gigantesca casa, atiborrada de lujos y bondades, donde estamos los dos solos.

Mis doce patas se sujetan a su cuerpo, tengo miedo de caer; escruto a Marlene con mis seis ojos rosa, distribuidos de forma armónica en mi cabeza; mi cuerpo largo y delgado se contrae, abrazo el cuello de mi ama. Es hora de ver televisión, ella acaricia mi áspero pelo gris, lo cual me encanta. Masajea mis orejas enormes y cuadradas, acerca su nariz a mi trompa puntiaguda, la pega a la mía y hace un gesto mimoso cerrando los ojos. Se le ve un poco cursi. Abro la boca, maúllo con suavidad; a mi ama le fascinan los sonidos que emito. Me besa en la moteada cabeza una y otra vez.

En la pantalla pasan un dibujo animado clásico: un gato que intenta cazar a un ratón, sin embargo, siempre falla en sus intentos. ¿Por qué lo hace?, me pregunto. Debe ser asqueroso engullir tales bichos. Menos mal que yo nunca hago eso. Soy una criatura exquisita, única.

Bueno, lo cierto es que me alimento de los infelices que intentan quitarme el cariño de Marlene. Ella no lo sabe, cree que mis excursiones nocturnas son para atrapar presas del reino animal. No dejo ni los huesos cuando ataco a esos atrevidos que la llaman a casa y le mandan rosas, mi sistema digestivo es perfecto.

Lo malo es cuando ellos vienen a nuestro hogar y Marlene tiene que atenderlos. Me esconde en el sótano y debo esperar a que se vayan, mas no pueden escapar de mí, los ubico con el olfato. Dejan su odioso olor en la recámara.

Por eso gozo tanto cuando me cuelo por sus ventanas y los sorprendo mientras duermen.

Mi dueña se siente sola. Es una pena por ella, una fortuna para mí. Así me da más amor.

CARLOS ENRIQUE SALDÍVAR (Lima, Perú, 1982). Es director de las revistas virtuales El Muqui y Minúsculo al Cubo. Es administrador de la revista Babelicus. Publicó el relato El otro engendro (2012). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018, 2021) y Muestra de literatura peruana (2018).