Retrato de Mujer amazónica: Óleo de Adriana Alarco
BABELICUS
EN ESPAÑOL
Número
3 - 2016
Estimados
amigos:
Les presentamos el tercer número de BABELICUS EN ESPAÑOL que forma parte del blog del amigo y escritor italiano Stefano Valente a quien agradecemos su apoyo y disponibilidad para con esta revista multicultural.
Les presentamos el tercer número de BABELICUS EN ESPAÑOL que forma parte del blog del amigo y escritor italiano Stefano Valente a quien agradecemos su apoyo y disponibilidad para con esta revista multicultural.
Se
han publicado ya los números en portugués y en francés con cuentos
originales en dichos idiomas, que pueden encontrar en la página web:
Y
también en la página de Facebook:
Babelicus
(grupo abierto)
Para este número nos han llegado cuentos en español, de varios países de América Latina y de España, llenos de magias, aventuras y sonrisas… En este número pueden leer estupendos relatos de varios escritores provenientes de Perú, Uruguay, Argentina y Chile.
Para este número nos han llegado cuentos en español, de varios países de América Latina y de España, llenos de magias, aventuras y sonrisas… En este número pueden leer estupendos relatos de varios escritores provenientes de Perú, Uruguay, Argentina y Chile.
Para
que este proyecto siga creciendo, ruego a los escritores de lengua
española interesados en publicar en Babelicus, que envíen sus
colaboraciones a la responsable de la edición en español de la
revista virtual bianual:
Adriana
Alarco de Zadra: alarcoadriana@gmail.com
Se
publicarán los cuentos que cumplan los requisitos de brevedad,
gramática, fantasía y respeto.
Los
autores no pierden sus derechos de autor.
Tanya
Tynjälä (Perú) *
Babel
Revisited
Cuando
los Ingenieros Escandinavos dejaron en manos de esos jóvenes nativos
africanos tabletas digitales para suplir la falta de profesores en
tan remotos parajes, jamás pensaron las consecuencias que su
experimento social tendría en el mundo.
Al
principio todo parecía perfecto. Los niños tardaron muy poco en
entender cómo funcionaban los dispositivos y pronto se encontraron
utilizando sin problemas juegos educativos que les enseñaban a leer.
Los Ingenieros Escandinavos recibieron muchas felicitaciones y se
decidió utilizar ese método en otros lugares con carencia de
profesores.
Pronto la humanidad prescindió de los mismos, alegando que los niños aprendían más fácil, de manera más uniforme y más barata con las tabletas digitales. El analfabetismo, como algunas enfermedades virales, desapareció del planeta.
Pronto la humanidad prescindió de los mismos, alegando que los niños aprendían más fácil, de manera más uniforme y más barata con las tabletas digitales. El analfabetismo, como algunas enfermedades virales, desapareció del planeta.
Fue
muy tarde cuando uno de esos iniciales ingenieros, notó alarmantes
anomalías en el aprendizaje. En esa lejana y primera aldea africana,
empezaron violentas luchas fruto de absurdos malos entendidos.
Entonces comprendió que al no tener un profesor con quién
contrastar lo que aprendían, muchos no habían entendido lo mismo.
Así pues palabras tan elementales como “comer” o “beber”, no
tenían el mismo significado para todos. Al principio los cambios
fueron tan sutiles, que nadie los notó, luego evolucionaron hasta
hacer la comunicación casi imposible.
De
nada valió alertar a los gobiernos, ellos – sobre todo los de
países menos desarrollados- estaban contentos con los resultados:
habían logrado eliminar el analfabetismo.
Muchos
años después, cuando el planeta se encontraba devastado por
pequeñas hordas que trataban de sobrevivir como podían en ese caos
lingüístico, sin agua potable, sin energía eléctrica, uno de los
ancianos Ingenieros Escandinavos sobreviviente, maldijo el momento en
que colocaron en las manos de esos jóvenes nativos africanos, la
primera tableta digital.
*Tanya
Tynjälä. Escritora peruana de ciencia ficción y fantasía. Se
dedica a la docencia. Ha publicado con NORMA La ciudad de los
nictálopes, Cuentos de la princesa Malva y Lectora de
sueños, además con Micrópolis Sum, colección de micro
relatos y poemas. Es editora para el idioma español del equipo de
blogs de “Amazing Stories”. Ha sido galardonada con premios
literarios como el “Francisco Garzón Céspedes” en 2007. Pueden
apoyar su trabajo en Patreon: http://patreon.com/tanyatynjala Página
web: www.tanyatynjala.com Blog en Amazing Stories:
http://amazingstoriesmag.com/authors/tanya-tynjala/ Blog de viajes:
http://piedraquecorre.blogspot.com/
Carlos Suchowolski (Argentina)*
Aprender
a mentir a base de palos
¡Maldita!
¡Y maldita la hora en la que no supe detenerme a tiempo y mirar para
otro lado! ¡Ah, el terror onírico, lo que puede obtenerse al usarlo
con profesionalidad!
Pero,
me maldigo de nuevo, porque esta vez sólo obtuve una victoria
pírrica en lugar de imponer resignación, o dolor, o tristeza, o
ganas de pegarse un tiro, no sé..., todo menos sufrir las
consecuencias en mi delicada piel. Ella, en el límite de la
desesperación, fuera de sí como nunca, comenzó a romperlo todo,
apuntándome sin dar al principio con los floreros de las mesas, que
se hacían añicos a mi alrededor, un cenicero estrellado contra la
pared, a mi derecha, los cuadros que colgaban a mis lados, dentro y
fuera de mi campo de visión pero cuyos estallidos escuchaba en la
medida en que eran destrozados (¡y eso que ellos, a su manera, se
habían mantenido muy condescendientes!), la lámpara de la mesita de
noche, expulsada de su sitio de un manotazo y que no llegó más
lejos porque se lo impidió el cordón..., hasta que, por fin, lo que
temía: extender los brazos hacia mí, desesperada, iracunda, por
todo, incluso por no haber dado con todo aquello en el blanco..., y
arrancarme en vilo de la pared a la que estaba pegado porque era lo
único que podía hacer, porque... ni dame la vuelta podía, aunque
ni así me habría salvado de los lanzamientos de haber tenido ella
puntería..., para por fin alzarme en el aire y arrojarme a uno de
los rincones de un certero envión... De nada me habían valido los
aullidos mudos y las súplicas que no quisieron salir del otro lado
de sus gestos furibundos, ni que me esforzara por aflorar el
arrepentimiento futuro que estaba seguro que habría de llegar... No
escuchaba lo que podría llegar a decir, no quería ver lo que
pensaría más tarde, yo la había herido demasiado a conciencia como
para que se despojara del velo y pudiera ver un poco más allá.
Ahora,
malamente reconstruido por ella misma en cuanto se le pasó la
rabieta, a base de su ulterior paciencia que, aunque tarde, prefirió
asumir dado lo mucho que en el fondo me quería, al fin y al cabo
como si sólo de un puzzle de entretenimiento se tratase... y del
que, ay, le faltaron las piezas diminutas, las astillas, los granos
poco menos que invisibles que se mezclaron con el polvo o quedaron
bajo las suelas de sus propios zapatos... Bah, qué más le daba a la
maldita habiendo conseguido recomponerme para que le sirviera, aunque
fuese con aquellas cicatrices que ahora la compensaban al disimular
las arrugas en la confusión.
Ahora,
colgado de la pared de nuevo, justo sobre el tocador igual que antes,
sufriendo para siempre las heridas más curadas que marcaban
definitivamente mi rostro, para colmo desviado ahora gracias al golpe
recibido por el marco, convertido por ello en un tullido medio cojo,
tuerzo una boca donde destellan unos dientes mellados, bizqueo los
ojo con los que todavía veo aunque en unos siete fragmentos grandes
y unos cuántos pequeños, hundo anormalmente la mejilla derecha en
un gesto trizado y, sumiso, contenido en todo lo posible, ahogo mi
conciencia y respondo sumiso:
-Así
es, mi Reina, eres la mujer más bella de la tierra.
*Carlos
Suchowolski, nació en Argentina y vive en España. Publicó en
prestigiosas revistas en diversos idiomas. La Sdad. Española de C.F.
lo incluyó en tres antologías. Publicó Una nueva conciencia,
novela, reeditada en Amazón y la antología Once tiempos de futuro
(Amazon), que está siendo traducida al alemán. Ha acabado una
segunda novela, nuevos microrrelatos y cuentos y una obra de teatro.
Eugenia
Prado Bassi (Chile)*
El
Hermano Menor
Acerca
de lo que le sucedió al hermano menor luego de la primera
experiencia con su hermano, dos años mayor, y de cómo a modo de
carta él le declara sus profundos sentimientos.
Qué
me haces que siento que me muero. A mis nueve tú tenías once, eras
de los hermanos, el mayor. Qué me haces que siento que me muero, me
agoto, y ya no puedo levantarme y la luz de la mañana me pone tan
triste. Qué me hacías cuando éramos tan niños. Por qué me duele
la idea que me sitúa como presa única de tus movimientos. Por qué
me besas. Por qué lo haces con tanta insistencia. Por qué me tocas.
Me chupas tanto, que casi me gusta cuándo lo haces y la costumbre me
obliga a soñarte. Te sueño en pesadillas con los ojos brillantes
repasando cada movimiento que me vulgariza con hostilidad. Ahora, que
he crecido, entiendo lo que hacías. Puedo ver cómo fuiste
poniéndome todo esto en la cabeza. Aun así, te atreves a negarnos.
Niegas el placer del primer día, y yo sin poder entender cómo
podrías no privilegiar entre tus recuerdos el momento exacto de
aquel día, en que tú y yo, desnudos frente al espejo nos
iniciábamos bajo la fuerza de extrañas imágenes. Ese primer día,
tú y yo nacíamos a la vida, anticipando sueños que dibujarían
cómo iría dándose todo entre nosotros. Muy pronto, descubrí que
lo que hacíamos te avergonzaba y de pudores me sentía triste y tan
perdido. Sin poder entender cómo, después de haberme iniciado,
anteponías semejante distancia.
¿Te
avergüenzo? Te avergüenzan estos sueños míos, aun cuándo por las
noches sigo el movimiento de tus labios que chupan sin tregua, y
exhausto trato de apaciguar el dolor y que se calme mi dureza de ahí
abajo.
Solo
tú me importas. Digo.
Y
te abalanzas y me atrapas y en silencio me sometes sin saber cómo
avanzar tus labios que huidizos niegan el deseo que arde en mi boca.
Mis labios chupan. Puedo verte destruido resbalar adentro de mi boca
y
me gritas que siga, que lo haga más rápido y yo, sin poder contener
la respiración agitada. ¡Hazlo! ¡Chúpame despacio! Dices. ¡Sin
vergüenza! Gritas. Nos ponemos ardientes y me golpeas sobre los
muslos, sobre las nalgas hasta que el deseo nos estalla.
En
el acecho de las pupilas dilatadas del que escapa, confundidos
nuestros cuerpos crecen. Y también la risa cuándo empieza a
gustarme cómo lo haces encima mío cuando nos hacemos uno, bajo
promesa de pacto secreto.
Quieto.
Me quedo quieto esperando la proximidad de otro de tus estallidos. Y
tú vuelves sobre mí otra vez. Una y otra vez, cuando los demás no
están y yo tengo tanto miedo de la reiterada insistencia con que me
mojas. Dependo, ambos dependemos de tu astucia. Y me dices, qué
tiene de malo. Que con una vez no pasa nada. Nada, juras. Y finjo que
no me gusta porque tu poder es evidente.
Por
las noches sueño contigo y me mojo con el recuerdo de tu mirada
sobre mí hostil. Acércate, me dices. Sé que puedes hacerlo mejor.
¡Hazlo! Sin tener idea de cuánto me gusta cómo lo haces. Si no te
va a doler. Susurras y sobre mí jadeas y entre quejidos te mueves
hasta dejarme repleto. ¿Así?
¿Te gusta? Dices,
cuando a golpes me sometes. ¿Ves cómo eres maricón? Gritas y me
sofocas tanto, que
ya no cabe adentro de mi boca, toda la fuerza de tu insistencia.
¡Mariquita! Gritas. Más fuerte. ¡Hazlo!
Y
mi boca, exhausta
de aplacar tu necesidad,
no se detiene y
no puedo pensar, no puedo respirar y me siento perdido, sabiendo que
no conseguiré volver en mí hasta verte caer de rodillas.
Dos
niños jugando. Éramos dos niños que aún hoy juegan.
En
el espacio sofocante de la infancia habita también la rotunda
presencia de Madre. Pero Madre no hará otra cosa que desaparecer en
los recuerdos de cuándo no peleábamos, de cuándo nunca lo
hacíamos, con tal de verla sonreír. Entonces, una vez más el apuro
y la urgencia cuando Madre no está y a hurtadillas aprovechamos el
tiempo de todas sus salidas. Y los empleados ni se enteran de lo que
hacemos cuando Madre sale de la casa. Galopes de pies descalzos
corretean por los pasillos. Oídos sordos, cuándo me alcanzas.
¡Dime
si no es rico! Gimes. ¡Rico! Gritas. Y me bajas los pantalones y te
refriegas encima mío y me besas en la boca. El ardor cede.
Aprendo
a disfrutarlo.
Cuándo
sobre mí resbalas y sobre mí jadeas y me jalas el pelo. Si no te va
a doler. Dices y hasta te atreves a prometerlo, mientras me arrastro
y suplico,
abrumado por tus exigencias.
Me gusta. Grito. Me gusta mucho. Pero por dentro tiemblo por una de
tus nuevas ocurrencias.
Por
las noches me aprieto contra la almohada y lloro después de haber
sido el perfume de tus labios salivados. Cómo odio la necesidad de
este secreto que te apega más a mí. Eres
el
hermano mayor y también el de los inventos. Me
enciendo con la precariedad de este silencio pero
ya no tengo miedo.
(Fragmento
del texto Objetos
del silencio, secretos de infancia.
2007, Editorial Cuarto Propio, Santiago de Chile).
*Eugenia
Prado Bassi / Escritora - Nace
en Santiago de Chile. Es escritora, diseñadora gráfica y editora en
Ceibo Ediciones. palabra02@gmail.com
/
Julio García Ventureyra (Argentina)*
LA
VIDENTE
Cuando
la acaudalada señora Teresa Peralta viuda de Lafuente fue hallada
muerta en su mansión, los dos investigadores seleccionados para el
caso no lograron encontrar pistas. Sólo sabían que había sido
cuidadosamente estrangulada. Entonces decidieron esa misma tarde
recurrir a Rita, la vidente que se especializaba en los casos más
difíciles.
Ex
profeso, Rita les dijo que necesitaba algo de tiempo, no mucho, para
estudiar y dilucidar el hecho. Cuando se quedó sola, reconstruyendo
en forma minuciosa y prolija los acontecimientos en base a los datos
que le fueron suministrados, vio con asombro que el criminal era un
conocido personaje que aparecía con frecuencia en periódicos,
revistas y programas de televisión, y que era un alto funcionario.
El
crimen cometido obedecía a dos motivaciones, una pasional, pues
ambos mantenían un romance desde tiempo atrás, padeciendo él celos
enfermizos, no aceptando la vida liberal que ella, mujer atractiva de
mediana edad, como él, seguía llevando.
La
otra respondía al robo. La ambición de dinero y poder, la mayoría
de las veces, se manifiesta en el ser humano sin límites ni freno
alguno. Pero Rita, experta en la visualización de los senderos del
destino, vio también otro camino, y que no era aquel que la llevaba
a poner en peligro su propia vida por las circunstancias del caso,
sino, a su propia muerte, que era precisamente lo que en estos
momentos ella comenzaba a "ver", un revólver que le
apuntaba a la sien.
El
áspero sonido del timbre la hizo reaccionar, volviendo a la realidad
y, mirando el reloj mientras se encaminaba a la puerta, la abrió.
Allí estaban de pie los investigadores que habían quedado en venir
a esa hora. Una vez que los hizo pasar, les explicó que había
estudiado lo sucedido sin hallarle solución, declarándose inepta
para el mismo, pero antes de que se retiraran, pensó ¿y la
justicia? Y como un cierto remedio expurgador de su conciencia
extrajo de su biblioteca un libro titulado:
Los
peligros del poder, cuyo autor no era conocido, y en el mismo les
señaló la página que decía:
"Casi
todos los seres humanos --muchos animales también-- con pleno
desarrollo de su personalidad tienen aspiraciones al poder; el
equilibrio de las personas que lo ejercen, y el uso del mismo pueden
hacer que dentro suyo se alberguen Dios o Satanás, el Bien o el
Mal".
Los
hombres siguieron su camino analizando las palabras. En su recorrida
continuaron visitando a otros videntes, pero todos...absolutamente
todos... se declararon incompetentes.
*El
autor de esta colección de cuentos, Julio García Ventureyra,
nació en Argentina, donde reside en la actualidad en la
ciudad de Bahía Blanca.
Primer Premio Cuento Certamen Escritores Bonaerenses Dirección de Cultura, Argentina
Primer Premio Cuento Certamen Escritores Bonaerenses Dirección de Cultura, Argentina
Publicado
en Ideas Imágenes Diario La Nueva, domingo 13 de Abril de 2014,
Argentina
Ricardo Giorno (Argentina)*
DIEZ
Los árboles secos, las piedras húmedas, la niebla ocultándole los pies. Una figura —masculina a simple vista— camina por ese aquelarre de horrenda vegetación. Había cubierto sus facciones con la capucha azul de una amplia capa. Y su andar se tornaba incierto. Como si estuviese buscando algo.
De
más adelante, le llegó una fetidez que sabía de antemano de qué
se trataba: un curso de agua lodosa, burbujeante. Evitó respirar
hondo. Sitio impuro, en verdad.
La
figura se descubrió, y la mata de sus cabellos grises ondeó con el
viento. Las negras cejas se arquearon, y arrugas le cruzaron la
frente. La barba blanca se perdía debajo del broche de oro de la
capa. Investido de oro y azul, el anciano era consciente de que su
apariencia regia contrastaba con lo siniestro del lugar.
Por
fin llegó a una de las márgenes del riacho.
Extendió
los brazos hacia la noche, y el viento cesó. Una pequeña muestra de
mi poder, pensó sonriéndose.
Se
plantó ante ese lodo negro. Alzó la voz en una salmodia. Danzaron
las manos al ritmo de sus labios.
El
barro burbujeó aún más en una zona justo frente al anciano. Se
movía como siguiéndole el ritmo a las manos.
La
voz chilló en tono monocorde produciendo una melodía hipnotizante.
Del barro se elevó una columna que fue transmutando burbujas por
chispazos amarillos. La columna giró y se retorció y se retorció
cada vez con un chasquido diferente. Para luego aplanarse en el barro
como moviéndose por leyes antinaturales.
—¡No
te escondas! Ven, ven a mí —dijo el hechicero—. Aparece ya ante
mi todopoderosa presencia que te conjura —y tiró del broche de oro
de la capa azul.
Al
abrirse la capa, una esfera que colgaba sobre su pecho fulguró en
amarillo.
Del
lodo, ahora emergió una mano huesuda, monstruosa. Luego, una cabeza
aún más bestial. Por fin, el resto del cuerpo. Del enorme cuerpo.
¡Un golem, a todas luces!
El
golem, sin hundirse, caminó sobre el barro y fue hasta el hechicero
y se postró a sus pies.
—Tu
llamado me ha despertado —dijo con voz pastosa—. Y aquí estoy.
—Debes
hacer un trabajo para mí —la esfera amarilla brillando aún más,
se hundió dentro del pecho de la bestial criatura. El anciano cerró
la capa y volvió a ajustarse el broche dorado. El otro, sin
contestar, permaneció postrado—. ¡Obtén el Grial de estos
tiempos! ¡Tráeme la Copa del Mundo!
Entonces
el golem, temblando violentamente, disminuyó de tamaño. La piel se
le tornó más pálida, aunque no blanca. Se transformó en un
muchachito retacón, de exuberante pelo negro y rizado. Su mirada
resultaba desafiante.
—Así
será —dijo, y partió hacia La Paternal.
SÁBADO AL MEDIODÍA
Reunión
en el taller. Mecánicos, barrenderos, gerentes y poetas.
Y
al conjuro de mollejas, chimichurri y asadito, el vino va soltando el
alma.
Conjunción
bizarra, si las hay. Si hasta pude verte, clarito te pude ver:
espejismo enfundado en campera con flecos, jean ajustado y botas
tejanas.
Y
mientras el vino corre, las lenguas bailan al compás de la música
de cuchillos y tenedores que atacan platos de vidrio, de metal, de
madera. Y el mutuo aprecio surge de manos armadas de vasos
entrechocándose.
Reímos,
bromeamos y nos juramos amistad eterna, por lo menos hasta el próximo
sábado. Entonces, a la hora del café y del cognac, con el estómago
repleto como sólo una reunión así puede completar, el corazón se
dispara. El barrendero filosofa, los mecánicos exponen teorías tan
insensatas como creíbles, el gerente opina sobre todo y el poeta le
teme a las innatas propiedades de los espejismos: su eterna y terca
efímera vida y su eterna y terca inaccesibilidad.
*
Ricardo Giorno
nació en 1952 en Núñez, ciudad de Buenos Aires. Es miembro activo
de varios talleres literarios. Ha publicado cuentos de ciencia
ficción en AXXÓN, ALFA ERIDIANI, NGC 3660, LA IDEA FIJA, NM, y un
libro propio de relatos Subyacente Inesperado y otros cuentos
(Alumni, Buenos Aires, 2004). Es miembro del Círculo de Escritores
de la Abadía de Carfax, que ya va por su 5ta. Antología.
Fernando Sorrentino (Argentina)*
Supersticiones
Retributivas
Yo
vivo de las supersticiones ajenas. No gano mucho y el trabajo es
bastante duro.
Mi
primer empleo fue en una fábrica de soda en sifones. El patrón
creía, vaya a saber por qué, que uno de los millares de sifones
(sí, ¿pero cuál?) alojaba la bomba atómica. Creía también que
era suficiente una presencia humana para impedir que aquella terrible
energía se liberase. Éramos varios los contratados, uno para cada
camión. Mi tarea consistía en permanecer sentado sobre la irregular
superficie de los sifones durante las seis horas diarias que duraba
el reparto de soda. Una tarea ardua: el camión daba barquinazos; el
asiento era incómodo, doloroso; el trayecto, aburrido; los
camioneros, gente vulgar; cada tanto estallaba un sifón (no el de la
bomba) y yo sufría heridas leves. Al fin, cansado, renuncié. Y el
patrón se apresuró a reemplazarme por otro hombre que, con su sola
presencia, impediría el estallido de la bomba atómica.
En
seguida supe que una señorita solterona de Belgrano tenía un casal
de tortugas y creía, vaya a saber por qué, que una de ellas (sí,
¿pero cuál?) era el demonio en forma de tortuga. Como la señorita,
que vestía de negro y rezaba el rosario, no podía vigilarlas
continuamente, me contrató a mí para que lo hiciese de noche. “Como
todo el mundo sabe”, me explicó, “una de estas dos tortugas es
el demonio. Cuando usted vea que a una de ellas le crecen dos alas de
dragón, no deje de avisarme, porque ésa, sin duda, es el demonio.
Entonces haremos una hoguera y la quemaremos viva para terminar así
con la maldad sobre la faz de la tierra”. Las primeras noches me
mantuve despierto, vigilando a las tortugas: qué animales tontos y
sin gracia. Luego mi celo me pareció injustificado y, apenas la
solterona se acostaba, yo me envolvía las piernas en una manta y,
encogido en una silla del jardín, dormía la noche entera. De manera
que nunca pude averiguar cuál de las dos tortugas era el demonio.
Entonces le dije a la señorita que prefería dejar ese empleo, pues
me resultaba insalubre pasar las noches en vela.
Porque,
además, acababa de enterarme de que en San Isidro había una vetusta
casona sobre una alta barranca, y, en la casona, una estatuilla que
representaba a una dulce muchacha francesa de fines del siglo xix.
Los dueños —una pareja de grises ancianos— creían, vaya a saber
por qué, que esa muchacha se hallaba enferma de amor y de tristeza,
y que, si no se le conseguía novio, moriría a corto plazo. Me
asignaron sueldo y me convertí en novio de la estatuilla. Empecé a
visitarla. Los ancianos nos dejan solos, aunque sospecho que
secretamente nos vigilan. La muchacha me recibe en la melancólica
sala, nos sentamos en un gastado sofá, le llevo flores, bombones o
libros, le escribo poesías o cartas, ella toca lánguidamente el
piano, me echa suaves miradas, yo la llamo Amor
mío,
la beso a hurtadillas, a veces voy más allá de lo que permiten el
decoro y la inocencia de una muchacha de fines del siglo xix. También
Giselle me ama, baja los ojos, suspira tenuemente, me dice: “¿Cuándo
nos casaremos?”. “Pronto”, le respondo. “Estoy juntando
plata”. Sí, pero la fecha se difiere, pues es muy poco lo que
puedo ahorrar para nuestro casamiento: como ya dije, no se gana gran
cosa viviendo de las supersticiones ajenas.
[De
En
defensa propia,
Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1982]
*Fernando
Sorrentino nació en Buenos Aires en 1942. Sus invenciones suelen
entrelazar de manera sutil, y casi subrepticia, la realidad con la
fantasía, de manera que no siempre es posible determinar dónde
termina la primera y empieza la segunda. Paraguas,
supersticiones y cocodrilos (2013) es su más reciente libro de
cuentos.
Carlos M. Federici (Uruguay)*
UN
RELATO INCREIBLE
NEUROCÓMICS
TIENES
QUE DESHACERLO, tecleé en la computadora. DEBES VOLVER LAS COSAS A
SU ESTADO NATURAL. YA SABES LO QUE TE ESPERA SI TE NIEGAS.
Aún
tenía arrestos para desafiarme, desde la pantalla:
NO
QUIERO. AHORA QUE LOGRE DARLES LA VIDA, SE QUEDARAN PARA SIEMPRE.
USTED NO SE ATREVERIA A TORTURARME. SU MALDITO JURAMENTO HIPOCRATICO
SE LO IMPIDE, DOC.
Yo
estaba empapado de sudor. Posé unos dedos temblorosos sobre el
teclado. ¡Se había terminado el tiempo de advertir! El no lo
ignoraba, por supuesto: estaba en mis manos someterlo a los tormentos
infernales, sólo con alterar
en
forma ínfima la programación... Rechiné los dientes. Haría lo
preciso. Por fortuna, me dije, el desdichado no podría siquiera
quejarse.
¿E
L COMIENZO de la pesadilla? ¡Apenas dieciséis horas atrás!
Al
doblar una esquina me vi envuelto en el pandemonio. Era una avenida
céntrica: el tránsito estaba embotellado sin remedio. Las bocinas
ensordecían con su clamor colectivo, y los cuellos de la gente se
estiraban hacia lo alto.
—¿Es
un pájaro?
—¿Es
un avión?
Palidecí
hasta los tobillos. Era absurdo, ilógico..., no podía aceptarlo la
mente racional. ¡Pero ahí estaba!
He
sido fanático de los cómics durante décadas, de manera que no
había forma de que me confundiese. Yo conocía bien aquella rauda
forma tricolor que surcara el cielo de la ciudad. Por fantástico,
inconcebible, grotesco que pareciese…
...¡Superman
volaba sobre nuestras cabezas!
SEGÚN
transcurrieron las horas, tuve algunos encuentros más por el estilo.
Vi al solemne Rip Kirby atravesar la calle, seguido por la rubia
Honey Dorian, que apenas podía seguirle el paso. Ya sobre el
mediodía, pasó, en veloz carrera, el mismísimo Batman, que casi se
lleva por delante a Mandrake y su hueste de conejos blancos... Sir
Valiente deThule blandía la Espada Cantora y clamaba a gritos por
Merlín... A las quince y treinta, Casey Ruggles fue detenido, en
plena Plaza Mayor, por el porte ilegal de dos monumentales Colt .45;
y, media hora más tarde, la familia Marvel en pleno dejaba
boquiabiertos a los curiosos con sus alardes de acrobacia.
¡Se
había materializado lo imposible:
los héroes del cómic convivían, quién sabe por qué portento, con
los seres humanos ordinarios!
¡Hasta podría estrechárseles la mano! O conversar con ellos…
Confieso
que me sentí invadir por la euforia. Era “el sueño del pibe”
hecho realidad... Soy todo un Premio Nobel, y he dictado conferencias
en Harvard, Oxford y La Sorbona; pero el deleite de la hora arrasó
con todos mis escrúpulos de adulto...
...Pero
el encanto habría de disiparse. De repente, se ensombreció la
tarde. Una monstruosa armazón metálica se tendió por sobre las
azoteas de los rascacielos, aprisionándonos sin piedad... Dos niños,
que hasta hacía poco gozaban de lo lindo, se apretaron contra mí,
aterrorizados.
—¿Qué
es eso, señor? —lloriquearon—. ¿Qué está pasando! ¡Tenemos
mucho miedo!
No
les contesté. Pero se me hizo un gran nudo en la garganta. ¡Porque
sabía bien la causa de aquel desastre! No me sorprendió cuando la
voz malévola resonó a través del magnetófono:
—-¡LA
CIUDAD ESTA A MI MERCED! ¡TODOS SON MIS PRISIONEROS! ¡EXIJO DOS
BILLONES DE DOLARES COMO RESCATE!
Cundió
el pánico; yo me estremecí violentamente.
—¡Santo
Dios! —gemí—. ¡Es Lex Luthor, el genio criminal! ¡Se me
olvidaban los villanos!
¡Si han cobrado vida también, podrían acabar con nuestro mundo!
Comprendí
entonces que aquella anomalía tendría que cesar. Una legión de
seres superdotados, desde sobrehumanos paladines y hembras de belleza
enloquecedora, hasta engendros de indecible aberración, codo a codo
con el vulgo... ¡No sobreviviríamos a eso!
Pero
yo estaba seguro de conocer al responsable... Y bien sabía que
nadie, sino yo mismo, estaba en condiciones de obligarle a volver las
cosas a su cauce normal.
SEIS
AÑOS atrás, con el Nobel fresco en mi currículo, mi creciente fama
trascendió fronteras. La fabulosa Fundación Vanderhoot me contrató
de por vida, siete cifras "verdes" mediante.
Mi
cometido era concreto: mantener con vida al heredero, Bobby
Vanderhoot, destinatario de la mayor fortuna de la historia, pero
víctima, a la vez, de una misteriosa dolencia que lo habría acabado
a los doce años y medio, de no haber sido por el andamiaje clínico
que yo le diseñé. Gracias a tal dispositivo, Bobby recibiría
alimentación directamente en el torrente sanguíneo, en tanto un
pulmón mecánico respiraba por él, y el resto de las demás
funciones corporales se operaba artificialmente. Su comunicación con
el mundo exterior se realizaba por medio de un sofisticado programa
informático; las palabras (que le resultaba imposible vocalizar),
aparecían en la pantalla; nuestras respuestas, tecleadas, iban al
cerebro mismo.
Una
vez se me ocurrió la idea (¡minuto fatal!) de hacerle más
llevadero su calvario cotidiano: alimenté los circuitos con algunas
de mis viejas revistas de cómics... Ahora advertía la magnitud del
error cometido. Bobby absorbió el material suministrado con fruición
de adicto; por fin —de algún modo inconcebible para mí—, su
energía cerebral, acumulada durante años y años de inactividad
física, consiguió proyectar a la dimensión real aquellas criaturas
de la imaginación. ¡Insensato prodigio!
Así
que me vi compelido a apelar a recursos extremos. Ya no se borrará
jamás de mis recuerdos esa infamia mía, perpetrada en perjuicio de
un inválido total; pero, mordiéndome los labios hasta sangrar, me
forcé a forzarlo y conseguí mi propósito.
Su
clamor cibernético flameó:
¡BASTA!
¡BASTA! ¡LO HARE! ¡¡PERO DEJE DE MARTIRIZARME ASIIII!...
Se
arqueó su pobre cuerpo, entre la maraña de tubos y cables; alguna
conexión saltó, y la pantalla se pobló de alucinantes arabescos.
Me
di cuenta de que me había excedido...
Pero ya era tarde para detenerlo.
La
reacción de Bobby surgió desmesurada, torrencial..., incontenible.
¿CÓMO
EXPLICAR lo que sucedió entonces? Creo que es tarea imposible. No
existen palabras, de lengua humana alguna, que puedan expresar, en su
cabal sentido, lo que representa para cada uno de nosotros el haber
quedado reducido para siempre a ser...
*
Carlos
María Federici (3
de diciembre de 1941, Montevideo)
es un escritor, guionista y dibujante uruguayo,
de ciencia ficción, policial y terror. Su
obra literaria aparece en varias antologías de su país y del
exterior. Se lo considera uno de los pioneros de la ciencia ficción
y el relato policial en Uruguay. En 2013 se publicó una antología
de sus historietas, bajo el título Federici,
Detective Intergaláctico,
proyecto del periodista Matías Castro, financiado con apoyo estatal.
Jorge Scherman Filer (Chile)*
ALTER
EGO
Su
Excelencia
Salvador
Allende Gossens:
Un
ruido de pájaros metálicos acezando la ciudad me despertó al alba
y me encontré de súbito rememorando mi propia encrucijada -ya había
pensado en su Señoría en las últimas semanas. Toqué el campanil
de oro para apurar a misiá Eleonora, le pedí que preparara mi baño
y evitase la entrada de cualquier intruso a mi gabinete durante la
siguiente hora.
Necesitaré
silencio y un esfuerzo de frialdad, convicción y carencia de pudor
para animarme a escribirle estas rápidas líneas, las que espero no
tome a mal dentro de sus importantes actividades y cruciales
decisiones que habrá de tomar este día.
Tenga
a bien creer en mis desinteresadas intenciones tras los fundamentos
de estas palabras. Espero además de su Señoría, hombre conocedor
de las miserias del alma humana, el reconocimiento en ellas de mis
más sinceros y descarnados sentimientos. Por favor, ningún motivo
lo conduzca a pensar en una demanda de complicidad entre seres
desolados.
Una
revisión de nuestros actos nos llevaría de seguro a concluir ora de
algunas cercanías, ora de nuestras profundas distancias. Y si he de
serle franco, más allá del paso del tiempo, en más de un ámbito
lo he juzgado con dureza, mientras para su Excelencia y sus
partidarios yo soy sólo digno de alabanzas: las más de las veces me
parecen exageradas y, sobre todo, me siento un mero estandarte para
alimentar un odio contra los míos que jamás habré de compartir.
Pero
sería esta mañana un sin sentido ahondar en estas materias. En la
condición en que me encuentro me siento protegido, estoy al menos al
resguardo de mis más enconados enemigos. Pero más de alguno de sus
nietos y bisnietos -me dirá su Señoría-, continúan denostándolo.
Si he de mantener mi promesa de hablarle sin dobleces, sus
fulminantes anatemas ya no me ofenden, mi preocupación se centra
ahora tan solo en su Excelencia.
Ya
habrá adivinado el por qué de esta misiva. Mis razones son
estrictamente personales: hace décadas que el papel de héroe o de
cobarde supera mi entendimiento y mis emociones.
A pesar del tránsito hacia mi muerte todo fue similar a la víspera. Si no fuese por mi profunda pena por la ausencia de mis seres queridos y mi desazón al irme a dormir sin el beso de despedida de mi esposa, al principio me sentí aliviado. Pero pasados unos meses, mi nombre fue desapareciendo de las conversaciones, de los titulares de la prensa, y se fue trasladando a los textos en versiones carentes de sensibilidad hacia mi persona. Siento que al olvidarme como ser humano no han hecho más que agraviar mi memoria. Así, pasados los lustros y las décadas, me fui sintiendo un paria. De cuando en cuando reaparecía en alguna sesión del Congreso o en una discusión en los claustros universitarios. Nadie osó hablar de mi angustia infinita tras este, mi creciente aislamiento, mi impotencia mientras una y otra vez hacían trizas la República.
A pesar del tránsito hacia mi muerte todo fue similar a la víspera. Si no fuese por mi profunda pena por la ausencia de mis seres queridos y mi desazón al irme a dormir sin el beso de despedida de mi esposa, al principio me sentí aliviado. Pero pasados unos meses, mi nombre fue desapareciendo de las conversaciones, de los titulares de la prensa, y se fue trasladando a los textos en versiones carentes de sensibilidad hacia mi persona. Siento que al olvidarme como ser humano no han hecho más que agraviar mi memoria. Así, pasados los lustros y las décadas, me fui sintiendo un paria. De cuando en cuando reaparecía en alguna sesión del Congreso o en una discusión en los claustros universitarios. Nadie osó hablar de mi angustia infinita tras este, mi creciente aislamiento, mi impotencia mientras una y otra vez hacían trizas la República.
Pero
esto pertenece a un ayer inútil. Creo, sin embargo, que habrá de
tener en el presente algún sentido decirle a su Señoría que
intentar la justificación de la labor encomendada aduciendo nobles
intenciones -comprenderá que le hablo desde mi modesta perspectiva-
es la más engañosa de todas mis experiencias. Estará quizás
pensando en que su deber con la Patria le obliga a no ceder ante los
conspiradores. Pues verá, cualquiera sea su decisión final y lo que
le depare el destino, nuestro autoproclamado patriotismo es una mera
ilusión, y me atrevería a usar la palabra desatino.
Habrá
escuchado o leído su Excelencia el lugar común de que nuestro
oficio es el arte de lo posible. Pues bien, me he dado cuenta con el
paso de los años que si hemos de hacerle honor a la verdad y dejar
de lado los eufemismos, la nuestra constituye en la actividad más
ególatra.
¿Qué
debo hacer yo en este preciso momento para salvar a la grey?, de
seguro se estará cuestionando su Señoría. Si la revisa con
detención verá que la pregunta es de por sí del todo insincera.
Tan solo desde la soberbia es posible hacérsela sin captar el
egoísmo subyacente. Me costó aceptarlo, pero la anterior era una
disyuntiva errada. Los más de mis amigos y partidarios me habían
ido dando la espalda con una frialdad que me destrozó el alma,
ofendiéndome al quebrantar sus lealtades y, lo más notable,
exigiéndome algunos una dureza que solo hubiese servido para
corroborar sus ignominiosas acusaciones de ser un gobernante
autoritario. Pero nada dependía ya de mí a esas alturas, y seguí
pensando ilusamente en mi deber con la Patria, cuando en verdad me
encontraba hacía mucho tiempo abandonado.
Han
tenido, sin embargo, la osadía de acusarme de haber atentado contra
mi vida. Si he de hacerle honor a la verdad ni yo mismo lo recuerdo.
Desconozco si me suicidé aquel día o si me morí de viejo anhelando
la oportunidad de comunicar a alguien como su Señoría estas
postreras reflexiones.
Espero
que tenga a bien considerar mis palabras escritas bajo la presión de
los acontecimientos que hoy se desencadenan, pero la mañana avanza,
y quiero hacérselas llegar antes de que sea demasiado tarde.
Mis
respetos a Su Excelencia, suyo
José
Manuel Balmaceda (1)
(1) José Manuel Balmaceda. Presidente de Chile entre el 18 de Septiembre de 1886 y el 29 de Agosto de 1891. En 1891 estalló una Guerra Civil entre sectores partidarios de su administración presidencialista, y la oposición que abogaba por un régimen parlamentario. Luego que las fuerzas leales a su gobierno fueran derrotadas en las Batallas de Cóncon y Placilla, Balmaceda se refugió en la legación argentina, donde se suicidó el 19 de Septiembre de 1891.
*Jorge
Scherman - Nació
en Santiago de Chile (1955). Economista y escritor, y Doctor en
Literatura, Pontificia Universidad Católica de Chile. En 1994
publicó la novela Sócrates despliega el arcoiris.
Asimismo, Por el ojo de la cerradura (1999) -novela; La
parodia del poder: Carpentier y García Márquez, desafiando el mito
sobre el dictador latinoamericano (2003) -ensayo; Eclipse (2005) -cuentos; El mal arcano (2008) -novela/ensayo; ¿Y
tú qué me propones?: Carta abierta a Marlon Brando (2011)
-ensayo. Y en coautoría con Rodrigo Cánovas Emhart, el ensayo
Voces judías en la literatura chilena (2010).