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Friday, 2 December 2022

BABELICUS No 20

BABELICUS de Aniversario n° 20


REVISTA LITERARIA EN ESPAÑOL – Diciembre, 2022


ADMINISTRADORES: ADRIANA ALARCO, STEFANO VALENTE,

CARLOS ENRIQUE SALDÍVAR, ELENA ZADRA

 

A nuestros fieles y amados lectores:

Desde el mes de enero del año 2016, en que se publicó la primera revista Babelicus en español, hasta la fecha, diciembre 2022, se cumplen siete años de la edición de Babelicus con la publicación de unos 200 cuentos de autores hispanos, para entretener a toda la familia.

Les presentamos el número 20 de BABELICUS EN ESPAÑOL, https://babelicus.blogspot.com/

Ruego a otros escritores interesados en publicar en Babelicus, (grupo abierto en Facebook) que envíen sus colaboraciones, preferiblemente de no más de 1000 palabras, adjuntas en Word, a los administradores de la edición de la revista virtual, al correo: babelicus2021@gmail.com, junto con una semblanza del autor de cinco líneas.

Los escritores no pierden sus derechos de autor. Quien desee comentar sobre sus relatos preferidos, lo puede hacer en la página de Babelicus en Facebook. Pueden encontrar todos los números anteriores en el blog de Babelicus indicado más arriba.

Portada: PLAYA SOBRE EL OCÉANO PACÍFICO, óleo de Adriana Alarco de Zadra

 

 




 

PREÁMBULO

Publico estas líneas, enviadas  por un lector italiano,

 que he guardado con gratitud y sorpresa

 y, quizás, también con un poco de vanidad,

entre mis documentos. Adriana Alarco

 

 

 

ITALIA

PEPPE MURRO

IMPROBABLE ADRIANA

 

Atada a sus costados con un hilo de plata,

una vieja cometa la llevaba en el viento

y la siguió sin chistar:

porque el viento era su amigo y el cielo era grande.

            Eso quería decirle, eso es lo que pensaba de ella, pero su sentido común y su timidez le decían que sus palabras podían parecer un halago no solicitado.

            Sabía que ella no seguía a las cometas, sino que tenía un corazón errante... una escritura clara, a veces dulcemente feroz e irónica, pero siempre teñida de melancolía, como la de quien se da cuenta de que detrás de los cristales de la ventana puede aparecer a veces el sol, pero delante sigue estando el desierto.

            La soledad de los gigantes en una tierra de enanos, pensó. Le hubiera gustado conocerla, decirle que sus páginas le encantaron siempre... y probablemente por eso mismo no quiso hacerlo.

            Improbable Adriana, quiso decirle, me gustaría a veces escuchar tus historias con esa voz ronca y alma clara, y también me hubiera gustado rozar con una mirada esa línea de tristeza que sentía suya y, suavemente, en la penumbra, como era costumbre con los que eran importantes, besar sus manos. Pero se sonrojó ante ese pensamiento, que le pareció tan desvergonzado.

            Improbable Adriana... que sabe lo que es, solo podía pensar en ella como hermosa, con el brillo en el pelo de una mujer madura (como E. Dickinson, para entendernos, o como los rostros de las fotos de Margareth Cameron) envejeciendo con sabiduría y una mirada ligera sobre las cosas, sentada en la mecedora del patio, con el pelo recogido en la nuca, la mirada desnuda y clara.

            No puedo imaginar un rostro descarado y juvenil detrás de sus páginas, atreviéndose a mirar y atreverse: en cambio, la vio absorta, con la ligera marca del tiempo marcándola sin lograr ofenderla.

            Sí, le hubiera gustado conocerla para contarle su admiración, pero se imaginó la escena de esa improbable conversación y se sintió más ridículo de lo que su timidez le permitía. Esos encuentros nunca se produjeron, sólo en sus pensamientos, en público o al aire libre, donde podía mirarla de lejos y casi por telepatía comunicarle sin ser visto ese agradecimiento admirativo por el placer que le proporcionaban sus páginas.

            Sin embargo, se dijo a sí mismo, ese incómodo encuentro no era importante, las frescas ráfagas de sus líneas o sus inusuales horrores eran suficientes para darle alivio y compañía. Le parecía cómico y divertido que tal riqueza se canalizara en cuentos de ciencia ficción hechos entre amigos educados que creían en el hombre y en la escritura. Veía poesía detrás de esas páginas que un astuto rigor limaba, complaciendo con sonrisas e ironía.

            Tal vez hubiera preferido que la poetisa saliera con fuerza, pero entonces pensó que eran los pensamientos de un hombre vanidoso que envejecía en medio de la desolación humana, sorprendido y feliz de que, de vez en cuando, en algún lugar del mundo, volvieran a brotar hojas de papel. Improbable Adriana, lectora del mundo, astuta frenadora de la melancolía, desprendida investigadora del alma, escritora de ciencia ficción... te admiro.

 

Peppe Murro (Italia 1947). Profesor de historia y filosofía. Ha ganado varios concursos de poesía pero no ha publicado sus obras aún. Sí ha recibido propuestas de Editoriales importantes como Scheiwiller. Hoy, pensionado, está releyendo sus escritos y seleccionando lo que pudiera ser publicado.

 

 

 

PERÚ

PRESENTE ROJO

CARLOS ENRIQUE SALDÍVAR

 

            Soy especial, con estos servomecanismos formando parte de mi cuerpo, en el cual queda poquísima carne. Lo que persiste, ante todo, es mi lado mágico. Por eso, junto a mis duendes, creé estas zonas de cultivo, granjas de humanos, donde no sienten ningún dolor ni placer, pues están dormidos, mediante procedimientos químicos complejos, aunados a un poco de mi poder sobrenatural, y no lamentan cuando les extraigo aquella sustancia valiosa.

Roja, como los rubíes que adornaron las montañas, en las cuales hace tantos milenios me formaron los maestros, quienes me brindaron mi arte.

Es magnífico que yo mida cinco metros; esta cornamenta y mis garras me ayudan a intimidar a dicha especie que ahora domina la Tierra, aunque hoy están más débiles que antes, pues no saben dónde obtener el precioso brebaje.

Antes, hace siglos, luché contra ellos con todas mis fuerzas, fueron combates violentos, mis duendecillos me apoyaron para que prevaleciera la humanidad, pero fue extinguida en el lapso de sesenta años. Cruel destino, nada pude hacer.

Ahora, en el 2532, esas criaturas esperan mi visita una vez por mes, ansiosas, contentas.

Cada día 24, evito que fallezcan de inanición; es lo justo, ganaron, además fueron causa del hombre, porque debido a los experimentos de estos para curar una pandemia, de las tantas que hubo en aquella época, nació el primer engendro insaciable. Aquel, quien resultó ser un líder consumado, murió por mi mano durante nuestra devastadora y extensa guerra.

Son bastante veloces, fuertes, ágiles. Su debilidad es que son incapaces de sobrevivir a la luz solar. Tampoco pueden subsistir sin la sangre que les obsequio mensualmente con gusto.

Viajo por todo el mundo con bidones de plástico llenos de este dulce néctar. Lo sé, sabe bien, también lo he probado. Aunque no soy como ellos.

Perdí algunas zonas de mi cuerpo, mas las he reemplazado. Al igual que muchos de los vampiros. Con artefactos metálicos incorporados pueden conservar la sanguinolencia fresca en ellos y usarla cada tanto. Yo les regalé esas piezas perfectas. Soy un generoso Papa Noel.

 

Carlos Enrique Saldívar (Lima, 1982). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019) y El viaje positrónico (2022, coescrito con Benjamín Román Abram). Compiló: Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018, 2021, 2022), Constelación: muestra de cuentos peruanos de ciencia ficción (2021), Vislumbra: muestra de cuentos peruanos de fantasía (2021), entre otras.

 

COLOMBIA

LUIS ANTONIO BOLAÑOS DE LA CRUZ

CONVERSIÓN A LA N

 

            Globos naranja en la periferia de mi visión, cual si fueran dos soles compitiendo por imponerse; por el rabillo del ojo aunque deforme visualizo césped marrón verdoso alrededor de mi cabeza, aunque las briznas de hierba deberían estar cosquilleándome no las siento, arriba pesco asimismo borrosas, nubes en descomposición.

            Estoy inmóvil, el lapso pasa veloz una y otra vez, me momifico, o eso parece, coexisto con cada uno de los momentos percibidos, recuerdo que Einstein decía: «La distinción entre pasado, presente y futuro es sólo una ilusión», por persistente que ésta sea, así percibo lo que ocurre, me entusiasmo, he logrado que mi conciencia coincida con la percepción de mi cerebro y que el tiempo se pliegue y repliegue envuelto en sensaciones hologramáticas sinestésicas, no hay diferencia entre lo que exhalo y el aire, entre la piel y el sol, entre el sonido y la imagen, ¡¡Brutal!!

            La realidad semeja paquetes de letras flotando a poca altura y huyendo hacia los bordes del panorama, o pixeles aventureros que arman veloces secuencias y luego las borran, me logro poner de pie estoy en medio de una muchedumbre, percibo a la multitud como personas con nalgas apretadas que apenas rozo, toco o presiono leve se abren y me introduzco en su palpitante zona de sombras, somos un solo organismo vibrante, tibio, estremecedor, conectado por una ola creciente de placer, el organismo se mueve para alcanzar y beneficiar a todo ser viviente.

Los que aún no han sido penetrados claman, mientras corren aterrorizados gritando ¡ZOMBIS!... pero están equivocados.

 

Luis Antonio Bolaños De La Cruz Sociólogo (no fundamentalista) y escritor de ciencia ficción nacido en Ciénaga, Magdalena (Colombia) en 1950, residente en Perú. Consultor de Concytec (Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica), del Ministerio de Educación y de MINAM (Ministerio de Ambiente); ha transitado asimismo los caminos de la Educación Ambiental y de la Psicobiología. Ha fatigado claustros universitarios, selvas y ecosistemas diversos; participado en periódicos, ONG's, cineclubes, sindicatos e institutos de investigación, dejando huellas de sus reflexiones; ha publicado en Velero25, Sitio, Axxon, Mil Inviernos, Candor Chasma, Ciencia Ficción Perú, Alfa Eridiani, Casa Jarjacha, Papirando, Argonautas, El Horla.

 

ARGENTINA

CARLOS SUCHOWOLSKI

UN REFUGIO EFÍMERO

 

            Mis pasos comenzaron a adentrarse por la llanura nevada. Rojas manchas salieron poco a poco a relucir como si brotaran de las profundidades de la tierra, donde borboteaba el magma y se multiplicaban los infiernos. Los estruendos sonaban a lo lejos, pero acercándose a gran velocidad. Al instante la guerra me cercó por todas partes: explosiones, alaridos agónicos, dolores que anunciaban el hundimiento de los sueños en la nada, algunos tan portentosos que costaba conservar las esperanzas. Había dejado de leer unas líneas antes, incapaz de soportar esa refriega, esos dolores, esa sangre, la sucesión de individuos que pasaban de marchar con impulsos asesinos a bajar la cuesta de la muerte, pero las imágenes se repetían, de modo que con un esfuerzo ingente volví los ojos hacia la página siguiente para poder tranquilizarme con injusta institución del armisticio.

 

Carlos Suchowolski (Argentina, 1948), español desde 1976. Finalista en el Concurso de Editorial Ultramar (1988). Publicó en revistas de Hispanoamérica, Europa, USA e India, en español, italiano, inglés y bengalí, incluida INTI, del Providence College, USA (2018 y 2020). Integró varias antologías en español, francés, búlgaro, alemán y bengalí; la novela “Una nueva conciencia” (2007) por Mandrágora y Edition SOLAR-X (Alemania, 2021) y varios relatos.

MÉXICO

GISEL CAROLINA DIMAS MACHUCA

LA NUEVA ETAPA

            Estaba por entrar a secundaria, unas de las tantas etapas en donde creas recuerdos hermosos, o bueno, eso dicen. No sabía en qué grupo me iba a tocar, si habría personas nuevas o no, si a mis amigas les tocaría en la misma clase que a mí o no, cosas que todos se preguntan al entrar a un grado mayor. Solo esperaba que esta vez, pudiese hacer más amigos que en la primaria.

            Tras mis preocupaciones me di cuenta que mi hora de dormir se había pasado hace tiempo, así que me acosté, revisé por última vez que la alarma de las seis estuviera activada antes de cerrar los ojos y entregarme al país de la arena dorada, el reino de Morfeo.

Al dar las 5:50 a.m. mis ojos se abrieron, pensé que ya eran pasadas de las 7, pero al ver lo negro que estaba afuera, me di cuenta que no. Revisé la hora en mi teléfono y eran las 5:51 de la mañana, un sentimiento de amargura me invadió al igual que el nerviosismo, hoy entraba a secundaria. Me puse a ver videos, no fue hasta que minutos después que sonó la alarma que se empezó a escuchar movimiento en la casa, a es ahora mi madre despertaba para irse a trabajar.

            Siendo las 6:50 mi papá entró al cuarto con mi uniforme planchado en una mano y zapatos negros recién boleados la noche anterior.

            —Ya vas a entrar a la secundaria, morra. Ten tu uniforme pa’ que te cambies y te peines, porque acuérdate que ahora entras a las 7:30 —dicho esto se marchó. Procedí a cambiarme, mi uniforme se trataba de una blusa con una corbata cocida al igual que una falda, la cual me quedaba debajo de las rodillas.

            —Siento que no me veo bien con él —lo dije para mí y muy quedito.

Bajé a lavarme la cara y dientes, salí al porche de mi casa y me subí al carro junto con mi hermano. Él y yo dejamos de hablar aproximadamente un año; mis padres, especialmente mi madre, se preguntan el porqué de la decisión de ambos, aunque no sé qué esperaban ellos después de que cada vez que él se dirigía hacia mí eran con insultos en general, la mayoría de veces le tenía miedo.

            Mientras me consumía más en mis pensamientos no me había dado cuenta que llegamos a nuestro destino, como la escuela queda en el mismo lugar que en mi primaria solo que en edificios diferentes, la trayectoria era la misma.

            Me bajé por la parte derecha del carro, doy la vuelta a este y entro al instituto. Parte de mis compañeros de primaria se encontraban ahí al igual que unas amigas, les pregunté que dónde estaba mi salón a lo que me guiaron hacia la ventana del centro de cómputo en donde ponían el grado, grupo y nombre de cada alumno.

            No me había tocado con mis amigas.

            Por el momento no me había preocupado mucho ya que también me había tocado con algunos compañeros de clase, aunque, nunca habíamos interactuado entre nosotros. Antes de que la campana sonara, me fui un rato al patio a platicar con mis amigas, ellas estaban igual que yo, nerviosas pero felices porque ya nos estamos acercando cada vez más a la adultez.

            Al tocar el timbre nos formaron en filas, primero íbamos los de primer grado, grupo a y b, luego segundo y al final tercero, en este estaba mi hermano. Observé en mi fila que había personas nuevas, una me llamó la atención porque venía con las puntas del cabello pintadas cuando no estaba permitido hasta que estés en prepa, otros también me llamaron la atención, un grupito de tres personas, un niño y dos niñas, todos ahí pensábamos que eran primos o, si no, hermanos. No fue sino hasta momentos después que nos dijeron que simplemente se conocían de su anterior primaria y a una la acababan de conocer ahí, yo también quería hacer amigos de esa manera rápida.

            Al irnos a los salones, me senté al lado de una compañera que ya conocía, aunque fue muy incómodo porque nunca hablamos más que para pedirnos cosas prestadas, al lado mío no había nadie y después de ese asiento solo estaba la compañera que tenía el cabello pintado, se veía muy sola, quise hablarle, pero la ansiedad me ganó y solo me le quedé viendo para luego hacer como que estaba en medio de algo importante.

            A la primera hora de la clase todos nos presentamos, dijimos nuestros nombres completos, de dónde veníamos, qué cosa nos gusta y qué color nos gusta. Todo iba bien, hasta que fue mi turno y dije que me gustaba cierta banda de música, escuché como unos murmuraban, “ay no”, “qué asco”, “que pena”.

            Hice como que no los escuché y seguí con mi presentación, me sentía muy avergonzada, ya he tenido ese tipo de críticas cuando menciono mis gustos, pero no me había puesto a pensar que aquí también lo harían. Al terminar con mi breve presentación solo me volví a sentar y esperé a que pasaran las demás clases.

            Hubo una clase que me disgustó en particular, sería más bien por la maestra que por la materia; como lo mencioné anteriormente, siempre he estado en el mismo colegio por toda mi vida, por lo tanto, he escuchado de generaciones anteriores sobre lo estricta que era esta maestra, debido a todo eso, ya tenía una imagen un tanto mala de ella.

            Al igual que las clases anteriores, nos pidió que nos presentáramos ante la clase diciendo nuestro nombre, pero, esta vez, qué era lo que esperábamos de esta clase.

            Yo siempre he hablado bajito. Uno, porque casi no hablo; dos, porque me da pena hacerlo; y tres, la mayoría de veces que lo he hecho se han mofado de mí, incluyendo a familiares y compañeros. Debido a esto, cuando me tocó presentarme, la maestra dijo que no se me entendía nada porque lo hice con un tono muy bajo, que si preferiría que apagara el aire.

            Yo solamente sentía la temperatura de mi cara subir a lo largo que repetía las palabras antes dichas. Al final de que pasaran todos, la maestra nos dijo que solamente dos personas pudieron expresarse debidamente hablando sobre el futuro a medio plazo y largo plazo.

            Como esta era la última clase del día, una vez hechas las presentaciones y equipos para el primer trimestre, el timbre sonó. Por fin podía irme a casa.

            Al bajar por las escaleras, ya había personas ahí, alumnos, padres de familia, personas que trabajan ahí… pero los amigos de mi hermano ya estaban ahí, al verme bajar se me quedaron mirando, yo sentía como me hacía cada vez más chiquita a medida que avanzaba hacia mi papá. Ellos me dan miedo.

            — ¿Qué tal te fue? ¿Te fue bien?

            —Simón, me fue bien “chido”.

            —Eso es todo.

            La trayectoria de vuelta a la casa fue muy callada por parte de todos, los cinco minutos pareciera que se extendieron a diez. Al llegar, bajé, toqué a mis perros como forma de bienvenida, entré a la casa, y subí a mi cuarto para cambiarme. Hoy fue un mal día, pero, después de un mal día viene uno bueno ¿no? Eso espero, pues, se supone que esta es la mejor etapa de mi vida.

 

Gisel Carolina Dimas Machuca (H. Matamoros, Tamaulipas, México, 2006). Ha colaborado para las revistas Elipsis y Delatripa. Participó en la antología de cuentos: Ruta de escape (2022).

 

CHILE

SERGIO LIDID

ISABEL

                       

Madrid. Era Dieciocho de septiembre, Día de la Independencia, e Isabel me obligó a ir al acto de solidaridad con mi propio pueblo. Pero habían pasado demasiados años, tantos, que ya no sabía si debía seguir aferrado a mis fantasmas.  

 — ¡No quiero ver a nadie!

— ¿Prefieres quedarte encerrado entre cuatro paredes?

— ¿Qué voy a celebrar, si nunca hemos sido independientes?

 — ¿Tienes miedo a tus compatriotas?

—Y porque me gusta considerarme valiente y para no verme obligado a justificar mi soledad, decidí ceder.

Salimos del Parque de Europa, subimos por Fanjul y, cuando pasábamos frente a Eugenia de Montijo, recordé que en ese lugar había compartido un piso en mis primeros años de exilio con un músico argentino y un par de anarquistas españoles. La calle, el edificio, los bares no agitaron en mí ninguna emoción, como si nunca hubiese vivido allí; como si mis ojos, acostumbrados a un Sur lluvioso y vegetal, no hubieran logrado asimilar el nuevo paisaje. Intenté evocar a los que convivieron conmigo; fue inútil: ningún rostro, ningún gesto, ningún suceso acudió a llenar el vacío de esa etapa de mi vida (¿había estado ciego, sordo y mudo?)

Avanzamos por la calle General Ricardos adornada de semáforos, sembrada de edificios grises salpicados de negocios y bares. Aburridos de caminar cogimos el autobús 34 y nos descolgamos en el Puente de Toledo. Un viejo artista con aire de adolescente, acompañado por un guitarrista aficionado, despachaba sin gracia una gastada canción protesta. A un costado del estrado (detrás de un mostrador poblado de artesanía, panfletos y libros de solidaridad) unos gordos, uniformados con casacas de segunda mano y vaqueros pringosos, exhibían con descaro sus estropeadas dentaduras y sus sonrisas pegajosas. Rodeando el equipo de sonido y los gigantescos amplificadores pululaban unos tipos flacos, barbudos, mal vestidos, cuyos rostros y miradas traicionaban ideas avanzadas, derrotas sentimentales y enfermedades mal curadas. El público, más bien escaso, estaba formado por mujeres ajadas, hombres maduros con casacas, niños tristones y algunos paseantes sorprendidos, que observaban con aire desconfiado desde una distancia prudente.

El cantante puso término a sus lamentos levantando con desgano un puño. Un ¡bravo! poco convincente y cuatro aplausos raquíticos lo premiaron. Descendió de la tarima con un saltito prudente para no sufrir la torcedura de un tobillo y se me acercó sonriente. Me vi obligado a saludarlo; era un viejo conocido y, como yo, pasaba de los cincuenta y también llevaba en su rostro señas de desamparo y fracaso personal.

— ¡Hola, intelectual de izquierda! No se te ve por ninguna parte. ¿Dónde te metes?  —me interrogó con descaro.

 —Es que no salgo mucho, no me veo con nadie, me dedico a lo mío —me excusé malamente.

 —Tú tienes mi dirección. Ven a verme, nos tomamos unos tragos y conversamos. Puedes traer a tu compañera —agregó, apreciando con una mirada lasciva su cuerpo atractivo.  (¿Creía que si andaba con un tipo como yo sería fácil de conquistar?)

 —Sí… Iré a verte algún día… —mentí. Medité: “Si tuviese veinte años menos y no hubiese sufrido tantas derrotas, me tomaría unas cervezas con este güevón desagradable; arreglaríamos el mundo, diríamos cuatro estupideces”.

 Caímos en un silencio incómodo, roto de inmediato por el “¡Venceremos! ¡Venceremos!”, seguido de “¡El pueblo unido jamás será vencido!”, coreados rabiosamente por los gordos de casacas y los tipos flacos.

 —Bueno, compañero, me voy con los Gordos a la Casa de León, voy a cantar en una fonda criolla. Van a asistir los dirigentes y con suerte me invitan a cantar a donde va a estar la gente importante. ¿Por qué no se vienen conmigo? —preguntó con su mejor sonrisa, dirigiéndose directamente a mi acompañante.

—Me gustaría…, pero tengo que ver a unos amigos, tal vez nos acerquemos más tarde… Chao, compadre —respondí y me alejé rápido para evitar que me estrujara la mano (o peor todavía, me diera un abrazo solidario) y a ella le besuqueara las mejillas.

— ¿Me entiendes ahora por qué no me gustan los aniversarios patrióticos ni las fiestas oficiales? —pregunté a Isabel.

No respondió.

Pensé: “¿Dónde está la patria de los yahaganes, los onas, los alacalufes?... ¿Cuándo se celebrará la independencia de los mapuches, quechuas, aymaras?” No pude soportar mi propio silencio que me ahogaba y me dejé llevar por la verborrea:

—Todos los 18 de septiembre se celebra la dichosa independencia, que en 1810 proclamaron los descendientes de los españoles. Querían quedarse con el botín, aprovechándose de que Fernando VII estaba prisionero y gobernaba el hermano de Napoleón.  El Presidente de la 1ª Junta de Gobierno fue el conde de la Conquista, don Mateo de Toro y Zambrano; el vicepresidente, el obispo electo de Santiago, don José Antonio Martínez y el primer vocal…

Callé unos segundos, pero tenía que seguir escuchándome, así que continué machacándola sin piedad.

—Menos la Parada Militar y el brindis a las Fuerzas Armadas, la celebración en el exilio tiene los mismos ingredientes: empanadas, vino, discursos, cueca, homenajes a los próceres, peleas entre  borrachos agresivos,  y, como postre: la invitación solapada a la verdadera fiesta para los importantes; una ensalada indigesta en que entran los que llevan apellidos de familias bien, los políticos y dirigentes de todos los pelajes, y los famosos que aparecen en la tele. Y yo no me encuentro en ninguna de esas categorías; más bien entro en otra, en la cual nos meten a la mayoría, a los que estamos de más: los rotos.

Logré por fin cerrar el pico y continuamos caminando en silencio. Resignada a soportar mis jeremiadas, ya no se atrevió a insistir en que me codeara con mis compatriotas. Pensé: “¿Me considera un enfermo incurable, me tiene lástima, me necesita porque ella también está sola, me quiere a pesar de mis  desvaríos?”

Entramos a un bar, coloqué mi casaca en el respaldo de una silla y sobre una mesa sucia deposité una ración de pulpos y un par de cañas. Mientras masticaba penosamente con la prótesis que me habían regalado en la Escuela Dental, contemplé de reojo a unas mulatas que se retorcían en el televisor. A la cuarta cerveza  una remota historia se agitó con nitidez en mi mente, como si los años transcurridos sólo hubieran servido para darle más fuerza:

Estaba amaneciendo cuando llegamos al descampado, nos esperaban las familias sin casa que se habían tomado los terrenos. Me estremeció la expresión de desamparo en los rostros de los niños que tiritaban bajo la lluvia, el viento frío me penetraba; sabía que cuando llegaran los pacos nos podían balear y se armaría la grande, pero la rabia me había hecho perder el miedo y no tenía nada que perder…

Me interrumpí y en voz baja, implorante, le pregunté:

 — ¿Te aburro?

— ¡No!... Me interesa —me aseguró Isabel.

  Bebí un trago. En la tele ya no estaban las mulatas, un policía y una periodista simpática hablaban de un accidente en la carretera.

—Pero si te he contado esta maldita historia mil veces —insistí.

Observó mi cara enrojecida, mis ojos húmedos, mi cuerpo tenso; me sonrió.

—De verdad, no la conozco —me mintió.

Y me largué a hablar como condenado.

Roto: Individuo de la clase ínfima del pueblo. Se aplica también a la gente que no es importante. (Chile).  Paco: Policía. (Chile, Ecuador y Panamá).Cueca: baile nacional en que el gallo acorrala a la gallina y, al final, la pisa.  (Cuento publicado en Cervantalia, revista complutense de Alcalá de Henares).

 

Sergio Lidid: Profesor de castellano,  actor, dramaturgo. En 1967 emigró a París, regresó a Chile en 1970. Para el Golpe fue detenido, exonerado y expulsado. Reside en España. Ha publicado cuentos, artículos y poesía en revistas de Inglaterra y España. Su primera novela "La desaparición de Cristal" en editorial CEIBO, N° 28. Santiago de Chile, 2014.

 

ARGENTINA

LUIS DUARTE

LA POSTAL

 

—Mi granero se ha… —oye Tancredi, que entra apurado en el aula y escabulle el celular en un bolsillo. La profesora Zárate, parada frente al pupitre de Tancredi, de espalda al pizarrón, calla al verlo llegar y lo sigue con la mirada hasta que se sienta.

—Pensé que no habías venido, Tancredi, por eso apoyé el café acá —dice la profesora que vierte azúcar en la taza.

Él se encoge de hombros.

—Bueno, bueno —sigue Zárate—, no se distraigan. Como les estaba diciendo, la frase completa es “Mi granero se ha quemado, ahora puedo ver la luna”. Y yo agrego: el nuevo granero del mundo, las redes sociales, nos inducen al sufrimiento porque observamos la vida de los demás sin participar de su construcción. Casi como un insecto, convive entre nosotros, pero jamás se nos manifiesta. ¿Me siguen?

Ninguno responde.

—A ver, te pregunto a vos, Tancredi —dice la profesora Zárate—, que hoy te veo atento como un búho. ¿Es la Web el nuevo Dios? ¿Qué genera más placer, sentirnos espías o espiados? —Va hasta su escritorio, agarra varios sobrecitos de azúcar, vuelve y los deja en el pupitre de Tancredi. Abre uno y lo vuelca en la taza. Revuelve y lo prueba.

Tancredi hace fuerza por contener la risa y entender que cazzo le preguntó la Zárate. Se rasca la cabeza, se tira para atrás a la espera de la voz de Julieta que en casos así suele salvarlo. El sonido de la cucharita contra la taza le recuerda a un sonajero.

—Dejá, Tancredi, no te gastes, en un rato te formulo una pregunta más sencilla. —Bebe un sorbo—. Disculpen un segundo, esto sigue amargo. —Vuelve a apoyar la taza en el banco de Tancredi y vuelca en ella el contenido de un nuevo sobrecito. Levanta la taza, revuelve, y la vuelve a apoyar—. Como decía, el paradigma de estos tiempos se basa sobre una falsa ilusión: creer que una vida feliz es la que se muestra. Un ejemplo: supongan que, debido a la catarata de información que hay en la Web, comprendo que he vivido equivocada. Entonces, un día me separo de mi marido, mis hijos me tironean del pantalón para que me quede, pero yo me voy igual. Desaparezco de las redes por dos meses. Como aún mantengo mi trabajo, me alquilo un dos ambientes, digamos… en Monte Castro, me compro un caniche Toy blanco, pido delivery de sushi, hago yoga, incremento glúteos en el gimnasio, leo filosofía y lo mejor: cada fin de semana, me encamo con uno distinto pero con cero de compromiso. ¿Me oyeron bien? “Compromiso Cero”.  —La profesora Zárate representa el cero con los dedos y lo mira a Tancredi a través del círculo.

Él baja la vista, se deja envolver por el aroma del café.

—Entonces… —dice ella que parece desinflarse—. Uff, lo logré, soy feliz, he transformado mi futuro en un presente idealizado. ¿No es cierto, Tancredi, que la mejor manera de construirnos es escapando? —Abre el cuarto sobrecito, lo vuelca en el café, revuelve—. Ahora bien, un domingo a la noche, después de mucho tiempo, y sólo para pasar el rato, me conecto y abro el Facebook. Ahí lo veo a mi ex, sonriente y bronceado, con la camisa abierta y la boca también abierta y la misma cara de nabo, pero sexy. Está tomando un helado con mis hijos y una mina veinte años menor que yo, a orillas del Sena.

Un par de chicas se miran y ahogan las carcajadas, otros hacen que buscan algo en las mochilas. Julieta bosteza.

— ¿Cuáles serían mis reacciones lógicas? —Sigue ensimismada la profesora, y otra vez prueba el café—. Ay, esperen que ponga algo de azúcar porque esto no tiene gusto. Ahora sí… Se me viene a la memoria otra frase del mismo autor: “Es fácil ser heroico y generoso en un momento determinado, lo que cuesta es ser fiel y constante”.

La profesora Zárate vuelve a probar el café ante un silencio compacto. Hace un gesto. Pregunta si de casualidad alguno tendría un sobrecito de azúcar que le sobre. Tancredi ya no espera que le haga la pregunta; el resto de la clase espera el final de la historia.

Suena el timbre.

Suspiros, silencio.

—Bien, llegamos hasta acá —dice la profesora Zárate que, como siempre, deja la taza en su escritorio—. La semana que viene seguimos con Marx. —Agarra la cartera y se retira.

Todos salen al patio, menos Tancredi que se acerca a la taza. La da vuelta, la agita. Primero cae azúcar amarronada. Después, la araña. Tancredi la mete en el bolsillo, va hasta el baño, deja la araña dentro del mingitorio en que la encontró. Limpio, el insecto flota entre un océano dorado y una mini cascada. Tancredi saca el celular, toma una foto.

Ahí mismo la sube a las redes con la leyenda “Recuerdo de Zárate”.

 

Luis Duarte, escritor argentino, nació en Lanús en enero de 1969. Estudió periodismo y fue conductor del programa “Mano y contramano”, en FM La Tribu 88.7 Libros publicado “La herradura de Freud”, 2013. “Fósforos gemelos”, 2014. Reedición en España, año 2016. “Latigazos del azar”, 2016. “Los guantes de Zaratustra”, 2018. “Rombos”, septiembre 2022. Editorial Alción.

 

PERÚ

JUAN CARLOS ALFARO

NO TE IRÁS DE MI LADO

 

            Te estás marchando poco a poco, y yo sólo puedo mirarte inerte desde aquí. Ya no tengo palabras para decirte que no te vayas, la saliva que he gastado durante estos años ya no brota como otros días cerca de mis labios. Veo que no me miras, ni me hablas. ¿Te irás en silencio? ¿Serás capaz de marcharte definitivamente para dejarme postrado en este nuestro lecho?

            Quisiera que algo pudiera detener este momento, pero nada lo hace, cada paso que das me duele más y más y yo que ni siquiera puedo cogerte del brazo, como antes lo hacía. Y no es porque no quiera, sino porque me duele más el hecho de humillarme nuevamente. Después de todo, ya no puedo retener algo que nunca fue mío. Quizás por ello fue que nunca me mirabas fijamente, que tus ojos soslayaban los míos cobardemente; tal vez, fue por eso que tus labios renunciaban a fundirse con los míos. Ahora entiendo porque tus besos se esfumaban fácilmente.

            Mi mente ya está cansada de hacer todo tipo de conjeturas sobre lo que nos pasó, sin embargo, creo que no podré detenerla en su intento de dar una explicación válida a lo que no tiene explicación. Tal vez, si voltearas en este instante podría consumir las ganas de estrangularte con mis increpaciones; pero no lo harás; lo sé por el paso firme que te acompaña. Contra ello ya no puedo más, es una estaca que se ha ido clavando sobre mi mente de poquito a poquito.

            Así es el amor, tantos de miles han luchado por alcanzarlo y han muerto en el intento; y yo, ¿qué de especial tendría para cogerlo entre mis brazos? Soy uno más de sus víctimas, eso es todo. Después de todo, lo único que puedo lograr es lastimarte más en mi intento de hacerte mía. Así han sido todos estos años. Buscando acercarte a mí, lo único que he logrado ha sido cavar más profundo sobre el hoyo en el cual hoy mismo estoy enterrándome. Al menos me queda el recuerdo de un sueño que, aunque no logre recordarlo por completo, sabré que siempre lo tuve. Sólo espero que ese día llegue pronto para no seguir mirándote desde aquí, desde donde ya no veo más que tu calor; ahora mismo estoy viendo ese calor que me cubría vagamente entre la soledad de nuestro lecho y el desaire de tus besos.

            Me pregunto si en estos momentos estoy despierto o aún sigo soñando para tratar de negar este sufrimiento que me arropa como niño desvalido. Tendré que mentirme nuevamente para decirte que nunca te irás de mi lado; es por eso que aún sonrío, aunque tú no lo comprendas; esa será mi mejor venganza, seguirás preguntándote porque soy tan feliz si ya no te tengo.

            Y ya no me importa lo que pienses, solo sé que así podré seguir viviendo, que nuevamente abriré lo ojos y estarás aquí para darte de caricias un beso tras otro hasta que juntos se dispongan para convencerte que no te vayas. Entonces, todo será como siempre; tú fingirás quererme entregándome tu ser y yo olvidaré que no me amas para tratar de ser felices hasta el final de nuestros días.

            A Toño le dolió saber que la volvería a ver, que tendría que verla pasar junto a otro, que sus manos ya no serían las suyas. Recordó sus alargados dedos, la noche en que acarició sus manos por primera vez. Ya no la vería a los ojos, ni mucho menos sentiría suya su sonrisa; ahora sería de otro; y, sin embargo, sus recuerdos permanecerían más vivos que la última vez que se marchó. Había caminado por varias horas tratando de encontrársela. Pensó en llamarla, en decirle que la quería ver; quizás habría accedido y las cosas hubieran sido diferentes, pero prefirió esperar al destino. Los minutos pasaban y por momentos la creía ver entre la gente que cruzaba las calles; cuando esto ocurría, entonces avanzaba hasta que se daba cuenta que tan solo era otra mujer. Cada calle, cada avenida le traía a la memoria su sonrisa, el brillo de sus ojos, su semblante de niña traviesa. Había llegado al mismo parque donde la conoció y tenía la esperanza de volver a verla. Miró a todo lo que le rodeaba y solo encontró como respuesta un leve vacío que le penetraba desde cada arteria hasta la más subrepticia vena de su corazón. Luego, todavía inquieto, decidió acomodarse en la banca, cruzó las piernas, cogió el libro que traía entre sus manos y se puso a leer. 

            Durante algunos meses, había reprimido las ganas de llamarla, de escuchar su voz, de decirle que aún la quería y que sentía que no podría olvidarla. Sentía en su corazón las ansias de abortar esa palabra que siempre trató de guardarse.

            Era la caída de la tarde, la gente empezó a marcharse, solo unas cuantas parejas permanecían abstraídas de la realidad. Habían pasado dos horas desde que se sentó a leer y estaba punto de terminar su lectura cuando sintió que una sombra le dificultaba la visión.

            ¿Qué haces aquí?, me preguntas. Y todavía me dices que tengo que continuar con mi vida. Ya no me digas que no regresarás conmigo. Tú no eres ella, eres solo una sombra. Y todavía insistes en que lo lamentas, quieres hacerme creer que ya es demasiado tarde y que lo único que sientes por mí es lástima; piensas que te voy a creer. Tú no eres ella. Así que lárgate de aquí, vete que ni siquiera tienes derecho a hablar conmigo, ¡vete!, ¡largo de aquí!, ¡déjame solo!...

 

Juan Carlos Alfaro Valverde: Profesor de profesión y escritor por afición. Nació en el puerto de Chimbote en Perú. Desde muy pequeño tuvo el apego por los libros y la lectura. Es Licenciado en Educación Secundaria por la Universidad Nacional del Santa en la especialidad de Lengua y Literatura.  Trabajó como profesor de niños de la calle en la asociación LENTCH (Luz y Esperanza para los Niños Trabajadores de Chimbote). Maestrista en la Universidad Nacional del Santa en Docencia Universitaria e Investigación. Actualmente viene trabajando en la institución educativa parroquial Santa Rosa de Lima donde el trabajo con adolescentes y jóvenes motiva su compromiso con la creación de mundos literarios.

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