BABELICUS de Aniversario n° 20
REVISTA
LITERARIA EN ESPAÑOL – Diciembre, 2022
CARLOS
ENRIQUE SALDÍVAR, ELENA ZADRA
A nuestros fieles y amados lectores:
Desde el mes de enero del año 2016, en
que se publicó la primera revista Babelicus en español, hasta la fecha,
diciembre 2022, se cumplen siete años de la edición de Babelicus con la
publicación de unos 200 cuentos de autores hispanos, para entretener a toda la
familia.
Les presentamos el número 20 de
BABELICUS EN ESPAÑOL, https://babelicus.blogspot.com/
Ruego a otros escritores interesados en
publicar en Babelicus, (grupo abierto en Facebook) que envíen sus
colaboraciones, preferiblemente de no más de 1000 palabras, adjuntas en Word, a
los administradores de la edición de la revista virtual, al correo: babelicus2021@gmail.com, junto con una
semblanza del autor de cinco líneas.
Los escritores no pierden sus derechos
de autor. Quien desee comentar sobre sus relatos preferidos, lo puede hacer en
la página de Babelicus en Facebook. Pueden encontrar todos los números
anteriores en el blog de Babelicus indicado más arriba.
Portada:
PLAYA SOBRE EL OCÉANO PACÍFICO, óleo de Adriana Alarco de Zadra
PREÁMBULO
Publico estas líneas, enviadas por un lector italiano,
que he guardado
con gratitud y sorpresa
y, quizás,
también con un poco de vanidad,
entre mis documentos. Adriana Alarco
ITALIA
PEPPE MURRO
IMPROBABLE
ADRIANA
Atada a sus
costados con un hilo de plata,
una vieja
cometa la llevaba en el viento
y la siguió
sin chistar:
porque el
viento era su amigo y el cielo era grande.
Eso
quería decirle, eso es lo que pensaba de ella, pero su sentido común y su
timidez le decían que sus palabras podían parecer un halago no solicitado.
Sabía
que ella no seguía a las cometas, sino que tenía un corazón errante... una
escritura clara, a veces dulcemente feroz e irónica, pero siempre teñida de
melancolía, como la de quien se da cuenta de que detrás de los cristales de la
ventana puede aparecer a veces el sol, pero delante sigue estando el desierto.
La
soledad de los gigantes en una tierra de enanos, pensó. Le hubiera gustado
conocerla, decirle que sus páginas le encantaron siempre... y probablemente por
eso mismo no quiso hacerlo.
Improbable
Adriana, quiso decirle, me gustaría a veces escuchar tus historias con esa voz
ronca y alma clara, y también me hubiera gustado rozar con una mirada esa línea
de tristeza que sentía suya y, suavemente, en la penumbra, como era costumbre
con los que eran importantes, besar sus manos. Pero
se sonrojó ante ese pensamiento, que le pareció tan desvergonzado.
Improbable
Adriana... que sabe lo que es, solo podía pensar en ella como hermosa, con el
brillo en el pelo de una mujer madura (como E. Dickinson, para entendernos, o
como los rostros de las fotos de Margareth Cameron) envejeciendo con sabiduría
y una mirada ligera sobre las cosas, sentada en la mecedora del patio, con el
pelo recogido en la nuca, la mirada desnuda y clara.
No
puedo imaginar un rostro descarado y juvenil detrás de sus páginas,
atreviéndose a mirar y atreverse: en cambio, la vio absorta, con la ligera
marca del tiempo marcándola sin lograr ofenderla.
Sí,
le hubiera gustado conocerla para contarle su admiración, pero se imaginó la
escena de esa improbable conversación y se sintió más ridículo de lo que su timidez
le permitía. Esos encuentros nunca se produjeron, sólo en sus pensamientos, en
público o al aire libre, donde podía mirarla de lejos y casi por telepatía
comunicarle sin ser visto ese agradecimiento admirativo por el placer que le
proporcionaban sus páginas.
Sin
embargo, se dijo a sí mismo, ese incómodo encuentro no era importante, las
frescas ráfagas de sus líneas o sus inusuales horrores eran suficientes para
darle alivio y compañía. Le parecía cómico y divertido que tal riqueza se
canalizara en cuentos de ciencia ficción hechos entre amigos educados que
creían en el hombre y en la escritura. Veía poesía detrás de esas páginas que
un astuto rigor limaba, complaciendo con sonrisas e ironía.
Tal
vez hubiera preferido que la poetisa saliera con fuerza, pero entonces pensó
que eran los pensamientos de un hombre vanidoso que envejecía en medio de la
desolación humana, sorprendido y feliz de que, de vez en cuando, en algún lugar
del mundo, volvieran a brotar hojas de papel. Improbable Adriana, lectora del
mundo, astuta frenadora de la melancolía, desprendida investigadora del alma,
escritora de ciencia ficción... te admiro.
Peppe Murro (Italia 1947). Profesor de historia y filosofía. Ha
ganado varios concursos de poesía pero no ha publicado sus obras aún. Sí ha
recibido propuestas de Editoriales importantes como Scheiwiller. Hoy,
pensionado, está releyendo sus escritos y seleccionando lo que pudiera ser
publicado.
PERÚ
PRESENTE
ROJO
CARLOS
ENRIQUE SALDÍVAR
Soy
especial, con estos servomecanismos formando parte de mi cuerpo, en el cual
queda poquísima carne. Lo que persiste, ante todo, es mi lado mágico. Por eso,
junto a mis duendes, creé estas zonas de cultivo, granjas de humanos, donde no
sienten ningún dolor ni placer, pues están dormidos, mediante procedimientos
químicos complejos, aunados a un poco de mi poder sobrenatural, y no lamentan
cuando les extraigo aquella sustancia valiosa.
Roja, como los rubíes
que adornaron las montañas, en las cuales hace tantos milenios me formaron los
maestros, quienes me brindaron mi arte.
Es magnífico que yo
mida cinco metros; esta cornamenta y mis garras me ayudan a intimidar a dicha
especie que ahora domina la Tierra, aunque hoy están más débiles que antes,
pues no saben dónde obtener el precioso brebaje.
Antes, hace siglos,
luché contra ellos con todas mis fuerzas, fueron combates violentos, mis
duendecillos me apoyaron para que prevaleciera la humanidad, pero fue
extinguida en el lapso de sesenta años. Cruel destino, nada pude hacer.
Ahora, en el 2532, esas
criaturas esperan mi visita una vez por mes, ansiosas, contentas.
Cada día 24, evito que
fallezcan de inanición; es lo justo, ganaron, además fueron causa del hombre,
porque debido a los experimentos de estos para curar una pandemia, de las
tantas que hubo en aquella época, nació el primer engendro insaciable. Aquel,
quien resultó ser un líder consumado, murió por mi mano durante nuestra
devastadora y extensa guerra.
Son bastante veloces,
fuertes, ágiles. Su debilidad es que son incapaces de sobrevivir a la luz
solar. Tampoco pueden subsistir sin la sangre que les obsequio mensualmente con
gusto.
Viajo por todo el
mundo con bidones de plástico llenos de este dulce néctar. Lo sé, sabe bien,
también lo he probado. Aunque no soy como ellos.
Perdí algunas zonas de
mi cuerpo, mas las he reemplazado. Al igual que muchos de los vampiros. Con
artefactos metálicos incorporados pueden conservar la sanguinolencia fresca en
ellos y usarla cada tanto. Yo les regalé esas piezas perfectas. Soy un generoso
Papa Noel.
Carlos
Enrique Saldívar
(Lima, 1982). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008,
2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos
oscuros (2019) y El viaje positrónico (2022, coescrito con Benjamín Román Abram).
Compiló: Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018, 2021,
2022), Constelación: muestra de cuentos peruanos de ciencia ficción (2021),
Vislumbra: muestra de cuentos peruanos de fantasía (2021), entre otras.
COLOMBIA
LUIS ANTONIO BOLAÑOS DE LA CRUZ
CONVERSIÓN A LA N
Globos naranja en la periferia de mi visión, cual si
fueran dos soles compitiendo por imponerse; por el rabillo del ojo aunque
deforme visualizo césped marrón verdoso alrededor de mi cabeza, aunque las
briznas de hierba deberían estar cosquilleándome no las siento, arriba pesco
asimismo borrosas, nubes en descomposición.
Estoy inmóvil, el lapso pasa veloz una y otra vez, me
momifico, o eso parece, coexisto con cada uno de los momentos percibidos,
recuerdo que Einstein decía: «La distinción entre pasado, presente y
futuro es sólo una ilusión», por persistente que ésta sea, así percibo lo que
ocurre, me entusiasmo, he logrado que mi conciencia coincida con la percepción
de mi cerebro y que el tiempo se pliegue y repliegue envuelto en sensaciones
hologramáticas sinestésicas, no hay diferencia entre lo que exhalo y el aire,
entre la piel y el sol, entre el sonido y la imagen, ¡¡Brutal!!
La realidad semeja paquetes de letras flotando a poca
altura y huyendo hacia los bordes del panorama, o pixeles aventureros que arman
veloces secuencias y luego las borran, me logro poner de pie estoy en medio de
una muchedumbre, percibo a la multitud como personas con nalgas apretadas que
apenas rozo, toco o presiono leve se abren y me introduzco en su palpitante
zona de sombras, somos un solo organismo vibrante, tibio, estremecedor,
conectado por una ola creciente de placer, el organismo se mueve para alcanzar
y beneficiar a todo ser viviente.
Los que aún no han sido
penetrados claman, mientras corren aterrorizados gritando ¡ZOMBIS!... pero
están equivocados.
Luis Antonio Bolaños De La Cruz Sociólogo
(no fundamentalista) y escritor de ciencia ficción nacido en Ciénaga, Magdalena
(Colombia) en 1950, residente en Perú. Consultor de Concytec (Consejo Nacional
de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica), del Ministerio de Educación y
de MINAM (Ministerio de Ambiente); ha transitado asimismo los caminos de la
Educación Ambiental y de la Psicobiología. Ha fatigado claustros
universitarios, selvas y ecosistemas diversos; participado en periódicos,
ONG's, cineclubes, sindicatos e institutos de investigación, dejando huellas de
sus reflexiones; ha publicado en Velero25, Sitio, Axxon, Mil Inviernos, Candor
Chasma, Ciencia Ficción Perú, Alfa Eridiani, Casa Jarjacha, Papirando,
Argonautas, El Horla.
ARGENTINA
CARLOS SUCHOWOLSKI
UN REFUGIO EFÍMERO
Mis pasos comenzaron a adentrarse por la llanura nevada.
Rojas manchas salieron poco a poco a relucir como si brotaran de las
profundidades de la tierra, donde borboteaba el magma y se multiplicaban los
infiernos. Los estruendos sonaban a lo lejos, pero acercándose a gran
velocidad. Al instante la guerra me cercó por todas partes: explosiones,
alaridos agónicos, dolores que anunciaban el hundimiento de los sueños en la
nada, algunos tan portentosos que costaba conservar las esperanzas. Había
dejado de leer unas líneas antes, incapaz de soportar esa refriega, esos
dolores, esa sangre, la sucesión de individuos que pasaban de marchar con
impulsos asesinos a bajar la cuesta de la muerte, pero las imágenes se
repetían, de modo que con un esfuerzo ingente volví los ojos hacia la página
siguiente para poder tranquilizarme con injusta institución del armisticio.
Carlos Suchowolski
(Argentina, 1948), español desde 1976. Finalista en el Concurso
de Editorial Ultramar (1988). Publicó en revistas de Hispanoamérica,
Europa, USA e India, en español, italiano, inglés y bengalí, incluida INTI, del
Providence College, USA (2018 y 2020). Integró varias antologías en español,
francés, búlgaro, alemán y bengalí; la novela “Una nueva conciencia” (2007)
por Mandrágora y Edition SOLAR-X (Alemania, 2021) y varios
relatos.
MÉXICO
GISEL CAROLINA DIMAS MACHUCA
LA NUEVA ETAPA
Estaba por entrar a secundaria, unas de las tantas
etapas en donde creas recuerdos hermosos, o bueno, eso dicen. No sabía en qué
grupo me iba a tocar, si habría personas nuevas o no, si a mis amigas les
tocaría en la misma clase que a mí o no, cosas que todos se preguntan al entrar
a un grado mayor. Solo esperaba que esta vez, pudiese hacer más amigos que en
la primaria.
Tras
mis preocupaciones me di cuenta que mi hora de dormir se había pasado hace
tiempo, así que me acosté, revisé por última vez que la alarma de las seis
estuviera activada antes de cerrar los ojos y entregarme al país de la arena
dorada, el reino de Morfeo.
Al dar las 5:50 a.m. mis ojos se abrieron, pensé que
ya eran pasadas de las 7, pero al ver lo negro que estaba afuera, me di cuenta
que no. Revisé la hora en mi teléfono y eran las 5:51 de la mañana, un
sentimiento de amargura me invadió al igual que el nerviosismo, hoy entraba a
secundaria. Me puse a ver videos, no fue hasta que minutos después que sonó la
alarma que se empezó a escuchar movimiento en la casa, a es ahora mi madre
despertaba para irse a trabajar.
Siendo
las 6:50 mi papá entró al cuarto con mi uniforme planchado en una mano y
zapatos negros recién boleados la noche anterior.
—Ya
vas a entrar a la secundaria, morra. Ten tu uniforme pa’ que te cambies y te
peines, porque acuérdate que ahora entras a las 7:30 —dicho esto se marchó.
Procedí a cambiarme, mi uniforme se trataba de una blusa con una corbata cocida
al igual que una falda, la cual me quedaba debajo de las rodillas.
—Siento
que no me veo bien con él —lo dije para mí y muy quedito.
Bajé a lavarme la cara y dientes, salí al porche de mi
casa y me subí al carro junto con mi hermano. Él y yo dejamos de hablar
aproximadamente un año; mis padres, especialmente mi madre, se preguntan el
porqué de la decisión de ambos, aunque no sé qué esperaban ellos después de que
cada vez que él se dirigía hacia mí eran con insultos en general, la mayoría de
veces le tenía miedo.
Mientras
me consumía más en mis pensamientos no me había dado cuenta que llegamos a
nuestro destino, como la escuela queda en el mismo lugar que en mi primaria
solo que en edificios diferentes, la trayectoria era la misma.
Me
bajé por la parte derecha del carro, doy la vuelta a este y entro al instituto.
Parte de mis compañeros de primaria se encontraban ahí al igual que unas
amigas, les pregunté que dónde estaba mi salón a lo que me guiaron hacia la
ventana del centro de cómputo en donde ponían el grado, grupo y nombre de cada
alumno.
No me
había tocado con mis amigas.
Por
el momento no me había preocupado mucho ya que también me había tocado con
algunos compañeros de clase, aunque, nunca habíamos interactuado entre
nosotros. Antes de que la campana sonara, me fui un rato al patio a platicar
con mis amigas, ellas estaban igual que yo, nerviosas pero felices porque ya
nos estamos acercando cada vez más a la adultez.
Al
tocar el timbre nos formaron en filas, primero íbamos los de primer grado,
grupo a y b, luego segundo y al final tercero, en este estaba mi hermano.
Observé en mi fila que había personas nuevas, una me llamó la atención porque
venía con las puntas del cabello pintadas cuando no estaba permitido hasta que
estés en prepa, otros también me llamaron la atención, un grupito de tres
personas, un niño y dos niñas, todos ahí pensábamos que eran primos o, si no,
hermanos. No fue sino hasta momentos después que nos dijeron que simplemente se
conocían de su anterior primaria y a una la acababan de conocer ahí, yo también
quería hacer amigos de esa manera rápida.
Al
irnos a los salones, me senté al lado de una compañera que ya conocía, aunque
fue muy incómodo porque nunca hablamos más que para pedirnos cosas prestadas,
al lado mío no había nadie y después de ese asiento solo estaba la compañera
que tenía el cabello pintado, se veía muy sola, quise hablarle, pero la ansiedad
me ganó y solo me le quedé viendo para luego hacer como que estaba en medio de
algo importante.
A la
primera hora de la clase todos nos presentamos, dijimos nuestros nombres
completos, de dónde veníamos, qué cosa nos gusta y qué color nos gusta. Todo
iba bien, hasta que fue mi turno y dije que me gustaba cierta banda de música,
escuché como unos murmuraban, “ay no”, “qué asco”, “que pena”.
Hice
como que no los escuché y seguí con mi presentación, me sentía muy avergonzada,
ya he tenido ese tipo de críticas cuando menciono mis gustos, pero no me había
puesto a pensar que aquí también lo harían. Al terminar con mi breve
presentación solo me volví a sentar y esperé a que pasaran las demás clases.
Hubo
una clase que me disgustó en particular, sería más bien por la maestra que por
la materia; como lo mencioné anteriormente, siempre he estado en el mismo
colegio por toda mi vida, por lo tanto, he escuchado de generaciones anteriores
sobre lo estricta que era esta maestra, debido a todo eso, ya tenía una imagen
un tanto mala de ella.
Al
igual que las clases anteriores, nos pidió que nos presentáramos ante la clase
diciendo nuestro nombre, pero, esta vez, qué era lo que esperábamos de esta
clase.
Yo
siempre he hablado bajito. Uno, porque casi no hablo; dos, porque me da pena
hacerlo; y tres, la mayoría de veces que lo he hecho se han mofado de mí,
incluyendo a familiares y compañeros. Debido a esto, cuando me tocó
presentarme, la maestra dijo que no se me entendía nada porque lo hice con un
tono muy bajo, que si preferiría que apagara el aire.
Yo
solamente sentía la temperatura de mi cara subir a lo largo que repetía las
palabras antes dichas. Al final de que pasaran todos, la maestra nos dijo que
solamente dos personas pudieron expresarse debidamente hablando sobre el futuro
a medio plazo y largo plazo.
Como
esta era la última clase del día, una vez hechas las presentaciones y equipos
para el primer trimestre, el timbre sonó. Por fin podía irme a casa.
Al
bajar por las escaleras, ya había personas ahí, alumnos, padres de familia,
personas que trabajan ahí… pero los amigos de mi hermano ya estaban ahí, al
verme bajar se me quedaron mirando, yo sentía como me hacía cada vez más
chiquita a medida que avanzaba hacia mi papá. Ellos me dan miedo.
— ¿Qué
tal te fue? ¿Te fue bien?
—Simón,
me fue bien “chido”.
—Eso
es todo.
La
trayectoria de vuelta a la casa fue muy callada por parte de todos, los cinco
minutos pareciera que se extendieron a diez. Al llegar, bajé, toqué a mis
perros como forma de bienvenida, entré a la casa, y subí a mi cuarto para
cambiarme. Hoy fue un mal día, pero, después de un mal día viene uno bueno ¿no?
Eso espero, pues, se supone que esta es la mejor etapa de mi vida.
Gisel Carolina Dimas
Machuca (H. Matamoros, Tamaulipas, México, 2006). Ha
colaborado para las revistas Elipsis y Delatripa. Participó en la antología de
cuentos: Ruta de escape (2022).
CHILE
SERGIO LIDID
ISABEL
Madrid. Era Dieciocho de septiembre,
Día de la Independencia, e Isabel me obligó a ir al acto de solidaridad con mi
propio pueblo. Pero habían pasado demasiados años, tantos, que ya no sabía si
debía seguir aferrado a mis fantasmas.
— ¡No quiero ver a nadie!
— ¿Prefieres quedarte encerrado
entre cuatro paredes?
— ¿Qué voy a celebrar, si nunca
hemos sido independientes?
— ¿Tienes miedo a tus compatriotas?
—Y porque me gusta considerarme
valiente y para no verme obligado a justificar mi soledad, decidí ceder.
Salimos del Parque de Europa,
subimos por Fanjul y, cuando pasábamos frente a Eugenia de Montijo, recordé que
en ese lugar había compartido un piso en mis primeros años de exilio con un
músico argentino y un par de anarquistas españoles. La calle, el edificio, los
bares no agitaron en mí ninguna emoción, como si nunca hubiese vivido allí;
como si mis ojos, acostumbrados a un Sur lluvioso y vegetal, no hubieran
logrado asimilar el nuevo paisaje. Intenté evocar a los que convivieron
conmigo; fue inútil: ningún rostro, ningún gesto, ningún suceso acudió a llenar
el vacío de esa etapa de mi vida (¿había estado ciego, sordo y mudo?)
Avanzamos por la calle General
Ricardos adornada de semáforos, sembrada de edificios grises salpicados de
negocios y bares. Aburridos de caminar cogimos el autobús 34 y nos descolgamos
en el Puente de Toledo. Un viejo artista con aire de adolescente, acompañado
por un guitarrista aficionado, despachaba sin gracia una gastada canción
protesta. A un costado del estrado (detrás de un mostrador poblado de
artesanía, panfletos y libros de solidaridad) unos gordos, uniformados con
casacas de segunda mano y vaqueros pringosos, exhibían con descaro sus
estropeadas dentaduras y sus sonrisas pegajosas. Rodeando el equipo de sonido y
los gigantescos amplificadores pululaban unos tipos flacos, barbudos, mal
vestidos, cuyos rostros y miradas traicionaban ideas avanzadas, derrotas
sentimentales y enfermedades mal curadas. El público, más bien escaso, estaba
formado por mujeres ajadas, hombres maduros con casacas, niños tristones y
algunos paseantes sorprendidos, que observaban con aire desconfiado desde una
distancia prudente.
El cantante puso término a sus
lamentos levantando con desgano un puño. Un ¡bravo! poco convincente y cuatro
aplausos raquíticos lo premiaron. Descendió de la tarima con un saltito
prudente para no sufrir la torcedura de un tobillo y se me acercó sonriente. Me
vi obligado a saludarlo; era un viejo conocido y, como yo, pasaba de los
cincuenta y también llevaba en su rostro señas de desamparo y fracaso personal.
— ¡Hola, intelectual de izquierda!
No se te ve por ninguna parte. ¿Dónde te metes?
—me interrogó con descaro.
—Es que no salgo mucho, no me veo con nadie,
me dedico a lo mío —me excusé malamente.
—Tú tienes mi dirección. Ven a verme, nos
tomamos unos tragos y conversamos. Puedes traer a tu compañera —agregó,
apreciando con una mirada lasciva su cuerpo atractivo. (¿Creía que si andaba con un tipo como yo
sería fácil de conquistar?)
—Sí… Iré a verte algún día… —mentí. Medité:
“Si tuviese veinte años menos y no hubiese sufrido tantas derrotas, me tomaría
unas cervezas con este güevón desagradable; arreglaríamos el mundo, diríamos
cuatro estupideces”.
Caímos en un silencio incómodo, roto de
inmediato por el “¡Venceremos! ¡Venceremos!”, seguido de “¡El pueblo unido
jamás será vencido!”, coreados rabiosamente por los gordos de casacas y los
tipos flacos.
—Bueno, compañero, me voy con los Gordos a la
Casa de León, voy a cantar en una fonda criolla. Van a asistir los dirigentes y
con suerte me invitan a cantar a donde va a estar la gente importante. ¿Por qué
no se vienen conmigo? —preguntó con su mejor sonrisa, dirigiéndose directamente
a mi acompañante.
—Me gustaría…, pero tengo que ver a
unos amigos, tal vez nos acerquemos más tarde… Chao, compadre —respondí y me
alejé rápido para evitar que me estrujara la mano (o peor todavía, me diera un
abrazo solidario) y a ella le besuqueara las mejillas.
— ¿Me entiendes ahora por qué no me
gustan los aniversarios patrióticos ni las fiestas oficiales? —pregunté a
Isabel.
No
respondió.
Pensé: “¿Dónde está la patria de los
yahaganes, los onas, los alacalufes?... ¿Cuándo se celebrará la independencia
de los mapuches, quechuas, aymaras?” No pude soportar mi propio silencio que me
ahogaba y me dejé llevar por la verborrea:
—Todos los 18 de septiembre se
celebra la dichosa independencia, que en 1810 proclamaron los descendientes de
los españoles. Querían quedarse con el botín, aprovechándose de que Fernando
VII estaba prisionero y gobernaba el hermano de Napoleón. El Presidente de la 1ª Junta de Gobierno fue
el conde de la Conquista, don Mateo de Toro y Zambrano; el vicepresidente, el
obispo electo de Santiago, don José Antonio Martínez y el primer vocal…
Callé unos segundos, pero tenía que
seguir escuchándome, así que continué machacándola sin piedad.
—Menos la Parada Militar y el
brindis a las Fuerzas Armadas, la celebración en el exilio tiene los mismos
ingredientes: empanadas, vino, discursos, cueca, homenajes a los próceres,
peleas entre borrachos agresivos, y, como postre: la invitación solapada a la verdadera fiesta para los importantes; una ensalada indigesta en
que entran los que llevan apellidos de familias
bien, los políticos y dirigentes de todos los pelajes, y los famosos que
aparecen en la tele. Y yo no me encuentro en ninguna de esas categorías; más
bien entro en otra, en la cual nos meten a la mayoría, a los que estamos de más: los rotos.
Logré por fin cerrar el pico y
continuamos caminando en silencio. Resignada a soportar mis jeremiadas, ya no
se atrevió a insistir en que me codeara con mis compatriotas. Pensé: “¿Me
considera un enfermo incurable, me tiene lástima, me necesita porque ella
también está sola, me quiere a pesar de mis
desvaríos?”
Entramos a un bar, coloqué mi casaca
en el respaldo de una silla y sobre una mesa sucia deposité una ración de
pulpos y un par de cañas. Mientras masticaba penosamente con la prótesis que me
habían regalado en la Escuela Dental, contemplé de reojo a unas mulatas que se
retorcían en el televisor. A la cuarta cerveza
una remota historia se agitó con nitidez en mi mente, como si los años
transcurridos sólo hubieran servido para darle más fuerza:
Estaba amaneciendo cuando llegamos
al descampado, nos esperaban las familias
sin casa que se habían tomado los terrenos. Me estremeció la expresión de
desamparo en los rostros de los niños que tiritaban bajo la lluvia, el viento
frío me penetraba; sabía que cuando llegaran los pacos nos podían balear y se armaría la grande, pero la rabia me
había hecho perder el miedo y no tenía nada que perder…
Me interrumpí y en voz baja,
implorante, le pregunté:
— ¿Te aburro?
— ¡No!... Me interesa —me aseguró
Isabel.
Bebí un trago. En la tele ya no estaban las mulatas, un policía y una
periodista simpática hablaban de un accidente en la carretera.
—Pero si te
he contado esta maldita historia mil veces —insistí.
Observó mi
cara enrojecida, mis ojos húmedos, mi cuerpo tenso; me sonrió.
—De verdad, no la conozco —me
mintió.
Y me largué a hablar como condenado.
Roto:
Individuo de la clase ínfima del pueblo. Se aplica también a la gente que no es
importante. (Chile). Paco: Policía.
(Chile, Ecuador y Panamá).Cueca: baile nacional en que el gallo acorrala a la
gallina y, al final, la pisa. (Cuento
publicado en Cervantalia, revista complutense de Alcalá de Henares).
Sergio Lidid: Profesor de castellano, actor, dramaturgo. En 1967 emigró a París,
regresó a Chile en 1970. Para el Golpe fue detenido, exonerado y expulsado.
Reside en España. Ha publicado cuentos, artículos y poesía en revistas de
Inglaterra y España. Su primera novela "La desaparición de Cristal"
en editorial CEIBO, N° 28. Santiago de Chile, 2014.
ARGENTINA
LUIS DUARTE
LA POSTAL
—Mi granero se ha… —oye Tancredi,
que entra apurado en el aula y escabulle el celular en un bolsillo. La
profesora Zárate, parada frente al pupitre de Tancredi, de espalda al pizarrón,
calla al verlo llegar y lo sigue con la mirada hasta que se sienta.
—Pensé que no habías venido, Tancredi,
por eso apoyé el café acá —dice la profesora que vierte azúcar en la taza.
Él se encoge de hombros.
—Bueno, bueno —sigue Zárate—, no se
distraigan. Como les estaba diciendo, la frase completa es “Mi granero se ha
quemado, ahora puedo ver la luna”. Y yo agrego: el nuevo granero del mundo, las
redes sociales, nos inducen al sufrimiento porque observamos la vida de los
demás sin participar de su construcción. Casi como un insecto, convive entre
nosotros, pero jamás se nos manifiesta. ¿Me siguen?
Ninguno responde.
—A ver, te pregunto a vos, Tancredi
—dice la profesora Zárate—, que hoy te veo atento como un búho. ¿Es la Web el
nuevo Dios? ¿Qué genera más placer, sentirnos espías o espiados? —Va hasta su
escritorio, agarra varios sobrecitos de azúcar, vuelve y los deja en el pupitre
de Tancredi. Abre uno y lo vuelca en la taza. Revuelve y lo prueba.
Tancredi hace fuerza por contener la
risa y entender que cazzo le preguntó la Zárate. Se rasca la cabeza, se tira
para atrás a la espera de la voz de Julieta que en casos así suele salvarlo. El
sonido de la cucharita contra la taza le recuerda a un sonajero.
—Dejá, Tancredi, no te gastes, en un
rato te formulo una pregunta más sencilla. —Bebe un sorbo—. Disculpen un
segundo, esto sigue amargo. —Vuelve a apoyar la taza en el banco de Tancredi y
vuelca en ella el contenido de un nuevo sobrecito. Levanta la taza, revuelve, y
la vuelve a apoyar—. Como decía, el paradigma de estos tiempos se basa sobre
una falsa ilusión: creer que una vida feliz es la que se muestra. Un ejemplo:
supongan que, debido a la catarata de información que hay en la Web, comprendo
que he vivido equivocada. Entonces, un día me separo de mi marido, mis hijos me
tironean del pantalón para que me quede, pero yo me voy igual. Desaparezco de
las redes por dos meses. Como aún mantengo mi trabajo, me alquilo un dos
ambientes, digamos… en Monte Castro, me compro un caniche Toy blanco, pido
delivery de sushi, hago yoga,
incremento glúteos en el gimnasio, leo filosofía y lo mejor: cada fin de
semana, me encamo con uno distinto pero con cero de compromiso. ¿Me oyeron
bien? “Compromiso Cero”. —La profesora
Zárate representa el cero con los dedos y lo mira a Tancredi a través del
círculo.
Él baja la vista, se deja envolver
por el aroma del café.
—Entonces… —dice ella que parece
desinflarse—. Uff, lo logré, soy feliz, he transformado mi futuro en un
presente idealizado. ¿No es cierto, Tancredi, que la mejor manera de
construirnos es escapando? —Abre el cuarto sobrecito, lo vuelca en el café,
revuelve—. Ahora bien, un domingo a la noche, después de mucho tiempo, y sólo
para pasar el rato, me conecto y abro el Facebook. Ahí lo veo a mi ex,
sonriente y bronceado, con la camisa abierta y la boca también abierta y la
misma cara de nabo, pero sexy. Está tomando un helado con mis hijos y una mina
veinte años menor que yo, a orillas del Sena.
Un par de chicas se miran y ahogan
las carcajadas, otros hacen que buscan algo en las mochilas. Julieta bosteza.
— ¿Cuáles serían mis reacciones
lógicas? —Sigue ensimismada la profesora, y otra vez prueba el café—. Ay,
esperen que ponga algo de azúcar porque esto no tiene gusto. Ahora sí… Se me
viene a la memoria otra frase del mismo autor: “Es fácil ser heroico y generoso
en un momento determinado, lo que cuesta es ser fiel y constante”.
La profesora Zárate vuelve a probar
el café ante un silencio compacto. Hace un gesto. Pregunta si de casualidad
alguno tendría un sobrecito de azúcar que le sobre. Tancredi ya no espera que
le haga la pregunta; el resto de la clase espera el final de la historia.
Suena el timbre.
Suspiros, silencio.
—Bien, llegamos hasta acá —dice la
profesora Zárate que, como siempre, deja la taza en su escritorio—. La semana
que viene seguimos con Marx. —Agarra la cartera y se retira.
Todos salen al patio, menos Tancredi
que se acerca a la taza. La da vuelta, la agita. Primero cae azúcar amarronada.
Después, la araña. Tancredi la mete en el bolsillo, va hasta el baño, deja la
araña dentro del mingitorio en que la encontró. Limpio, el insecto flota entre
un océano dorado y una mini cascada. Tancredi saca el celular, toma una foto.
Ahí mismo la sube a las redes con la
leyenda “Recuerdo de Zárate”.
Luis Duarte, escritor argentino, nació en Lanús
en enero de 1969. Estudió periodismo y fue conductor del programa “Mano y
contramano”, en FM La Tribu 88.7 Libros publicado “La herradura de Freud”, 2013. “Fósforos gemelos”, 2014.
Reedición en España, año 2016. “Latigazos del azar”, 2016. “Los guantes de
Zaratustra”, 2018. “Rombos”, septiembre
2022. Editorial Alción.
PERÚ
JUAN CARLOS
ALFARO
NO TE IRÁS DE MI LADO
Te
estás marchando poco a poco, y yo sólo puedo mirarte inerte desde aquí. Ya no
tengo palabras para decirte que no te vayas, la saliva que he gastado durante
estos años ya no brota como otros días cerca de mis labios. Veo que no me
miras, ni me hablas. ¿Te irás en silencio? ¿Serás capaz de marcharte
definitivamente para dejarme postrado en este nuestro lecho?
Quisiera
que algo pudiera detener este momento, pero nada lo hace, cada paso que das me
duele más y más y yo que ni siquiera puedo cogerte del brazo, como antes lo
hacía. Y no es porque no quiera, sino porque me duele más el hecho de
humillarme nuevamente. Después de todo, ya no puedo retener algo que nunca fue
mío. Quizás por ello fue que nunca me mirabas fijamente, que tus ojos
soslayaban los míos cobardemente; tal vez, fue por eso que tus labios
renunciaban a fundirse con los míos. Ahora entiendo porque tus besos se
esfumaban fácilmente.
Mi
mente ya está cansada de hacer todo tipo de conjeturas sobre lo que nos pasó,
sin embargo, creo que no podré detenerla en su intento de dar una explicación
válida a lo que no tiene explicación. Tal vez, si voltearas en este instante
podría consumir las ganas de estrangularte con mis increpaciones; pero no lo
harás; lo sé por el paso firme que te acompaña. Contra ello ya no puedo más, es
una estaca que se ha ido clavando sobre mi mente de poquito a poquito.
Así
es el amor, tantos de miles han luchado por alcanzarlo y han muerto en el
intento; y yo, ¿qué de especial tendría para cogerlo entre mis brazos? Soy uno
más de sus víctimas, eso es todo. Después de todo, lo único que puedo lograr es
lastimarte más en mi intento de hacerte mía. Así han sido todos estos años.
Buscando acercarte a mí, lo único que he logrado ha sido cavar más profundo
sobre el hoyo en el cual hoy mismo estoy enterrándome. Al menos me queda el
recuerdo de un sueño que, aunque no logre recordarlo por completo, sabré que siempre
lo tuve. Sólo espero que ese día llegue pronto para no seguir mirándote desde
aquí, desde donde ya no veo más que tu calor; ahora mismo estoy viendo ese
calor que me cubría vagamente entre la soledad de nuestro lecho y el desaire de
tus besos.
Me pregunto
si en estos momentos estoy despierto o aún sigo soñando para tratar de negar
este sufrimiento que me arropa como niño desvalido. Tendré que mentirme
nuevamente para decirte que nunca te irás de mi lado; es por eso que aún
sonrío, aunque tú no lo comprendas; esa será mi mejor venganza, seguirás
preguntándote porque soy tan feliz si ya no te tengo.
Y ya
no me importa lo que pienses, solo sé que así podré seguir viviendo, que
nuevamente abriré lo ojos y estarás aquí para darte de caricias un beso tras
otro hasta que juntos se dispongan para convencerte que no te vayas. Entonces,
todo será como siempre; tú fingirás quererme entregándome tu ser y yo olvidaré
que no me amas para tratar de ser felices hasta el final de nuestros días.
A
Toño le dolió saber que la volvería a ver, que tendría que verla pasar junto a
otro, que sus manos ya no serían las suyas. Recordó sus alargados dedos, la
noche en que acarició sus manos por primera vez. Ya no la vería a los ojos, ni
mucho menos sentiría suya su sonrisa; ahora sería de otro; y, sin embargo, sus
recuerdos permanecerían más vivos que la última vez que se marchó. Había
caminado por varias horas tratando de encontrársela. Pensó en llamarla, en
decirle que la quería ver; quizás habría accedido y las cosas hubieran sido
diferentes, pero prefirió esperar al destino. Los minutos pasaban y por
momentos la creía ver entre la gente que cruzaba las calles; cuando esto
ocurría, entonces avanzaba hasta que se daba cuenta que tan solo era otra
mujer. Cada calle, cada avenida le traía a la memoria su sonrisa, el brillo de
sus ojos, su semblante de niña traviesa. Había llegado al mismo parque donde la
conoció y tenía la esperanza de volver a verla. Miró a todo lo que le rodeaba y
solo encontró como respuesta un leve vacío que le penetraba desde cada arteria
hasta la más subrepticia vena de su corazón. Luego, todavía inquieto, decidió
acomodarse en la banca, cruzó las piernas, cogió el libro que traía entre sus
manos y se puso a leer.
Durante
algunos meses, había reprimido las ganas de llamarla, de escuchar su voz, de
decirle que aún la quería y que sentía que no podría olvidarla. Sentía en su
corazón las ansias de abortar esa palabra que siempre trató de guardarse.
Era
la caída de la tarde, la gente empezó a marcharse, solo unas cuantas parejas
permanecían abstraídas de la realidad. Habían pasado dos horas desde que se
sentó a leer y estaba punto de terminar su lectura cuando sintió que una sombra
le dificultaba la visión.
¿Qué
haces aquí?, me preguntas. Y todavía me dices que tengo que continuar con mi
vida. Ya no me digas que no regresarás conmigo. Tú no eres ella, eres solo una
sombra. Y todavía insistes en que lo lamentas, quieres hacerme creer que ya es
demasiado tarde y que lo único que sientes por mí es lástima; piensas que te
voy a creer. Tú no eres ella. Así que lárgate de aquí, vete que ni siquiera
tienes derecho a hablar conmigo, ¡vete!, ¡largo de aquí!, ¡déjame solo!...
Juan Carlos Alfaro
Valverde: Profesor de profesión y escritor por afición.
Nació en el puerto de Chimbote en Perú. Desde muy pequeño tuvo el apego por los
libros y la lectura. Es Licenciado en Educación Secundaria por la Universidad
Nacional del Santa en la especialidad de Lengua y Literatura. Trabajó
como profesor de niños de la calle en la asociación LENTCH (Luz y Esperanza
para los Niños Trabajadores de Chimbote). Maestrista en la Universidad Nacional
del Santa en Docencia Universitaria e Investigación. Actualmente viene trabajando
en la institución educativa parroquial Santa Rosa de Lima donde el trabajo con
adolescentes y jóvenes motiva su compromiso con la creación de mundos
literarios.
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