BABELICUS nº24
REVISTA LITERARIA EN ESPAÑOL – Febrero 2024
ADMINISTRADORES: ADRIANA ALARCO, ELENA ZADRA,
STEFANO VALENTE, CARLOS ENRIQUE
SALDÍVAR
A
nuestros fieles y amados lectores:
Presentamos el
número 24 de BABELICUS EN
ESPAÑOL,
https://babelicus.blogspot.com/
Contiene
relatos en español para entretener a la familia y dar a conocer escritores hispanos
de varias latitudes. Ruego a otros escritores
interesados en publicar en Babelicus, (grupo abierto en Facebook
sin fines de lucro) que envíen sus
colaboraciones, preferiblemente de no más de 1000 palabras, adjuntas en Word, a
los administradores de la edición en español de la revista virtual, al correo: babelicus2021@gmail.com, junto
con una semblanza del autor de cinco líneas. Quienes vienen
publicados en la revista luego de un escrutinio, no
pierden sus derechos de autor. La revista viene publicada en la
página Babelicus de Facebook y se puede bajar del blog de Babelicus, indicado
más arriba, donde se pueden encontrar todos los números de la revista.
Portada: óleo
de Adriana Alarco de Zadra
COLOMBIA
NUEVA DIMENSIÓN
LUIS ANTONIO BOLAÑOS
(Flash del horizonte
cercano)
Todo empezó al jubilarme.
Cuando trabajaba de bibliotecólogo realicé una investigación sobre mi revista
favorita de ciencia ficción: Nueva Dimensión, y si bien no me reportó dinero si
que me entregó lauros y reconocimientos desde el sector que me interesaba, el
de los lectores y aficionados al género; nombrada, citada y comentada recopiló
en torno suyo durante un período mucho material, por mis capacidades de oficio
lo clasificaba, organizaba e interconectaba, quizás gastando demasiado tiempo y
recursos.
Mi temprana viudez me
permitió mantenerme joven practicando la caza a la fémina hasta que tropecé con
Almamer un alma afín, de espléndido derriere y melena fabulosa y que
pronto tuvo acceso a la colección de documentos que atesoraba. Debió haberme
llamado la atención que coincidió su incorporación con la aparición de fallas,
confusiones, pérdidas y hasta daños en mi impresionante colección que me llevaban
a cul de sacs, rabietas y equivocaciones.
Algo notorio era que sin
reventar los contenidos las distorsiones proliferaban, mi memoria y las
reproducciones que había impreso en el pasado para adornar mis cuadernos así me
lo indicaban y tras discutir muy alterados varias veces ambos decidimos no dar
pábulo a repeticiones de altercados, prefiriendo guardar para mí las
variaciones y rediseños que encontraba, aunque algunas de las mismas eran tan
descaradas que caían en el retortijón paródico.
Al abrir una selección de
portadas internacionales vi que todas eran variaciones de mujeres desnudas y
leones, la revisión histórica y gráfica era de tal jaez que indignaba, quizás
no era pertinente informar a mis seguidores, porque la serie de reemplazos eran
láminas hermosas con cuerpos apetecibles, pero no eran los originales con que
se tiró la revista y eso reconcomía, angustiaba y desazonaba. No sabía que actitud adoptar, rozaba con
levedad el tema para despertar interés o lanzaba un ataque frontal esgrimiendo
pruebas de las manipulaciones, me acuciaba el impulso de exponer la falacia
pero un cierto temor a resultar perjudicado me detenía. Mis peloteras con
Almamer recrudecían. Me decidí por una campaña de esclarecimiento detallada y
con aroma científico, nunca pasé de los primeros escarceos, débiles y vagas
divagaciones.
Empecé a notar que a pesar de no actuar con energía los
autores de la superchería parecían estar enterados de mis andanzas y visitaban,
frecuentaban o compartían espacios, conversaciones y saraos con mis amistades,
allegados, aficionados al género y hasta familiares dejando un mensaje: está
enloqueciendo aferrado al recuerdo de su único éxito en ciencia ficción: la
investigación sobre la revista: Nueva Dimensión.
Entonces mucha gente se me
aproximaba, interpelaba, interrogaba o inquiría, la mayoría por Internet,
aconsejándome, sugiriendo o advirtiendo probables daños a mi prestigio,
inteligencia o sensibilidad, una cascada de bits que se acompañaba de
visualizaciones en mi entorno de personas que por el corte de sus cabelleras,
estructuras mesofórmicas, cajas toráxicas, forma de los párpados u ojos,
tonos de la piel, movimientos, elección de trajes, faldas y camisas que
destacaban sus formidables musculaturas, extremidades exquisitas y complexiones
atléticas.
Cuando me aproximaba sentía
una disminución de la temperatura, un crepitar magnético y flujos de volúmenes
de aire alrededor, todos usaban extraños
relojes de pulsera con indicadores chocantes, que soltaban destellos
inesperados y emitían un rumor que evocaba luminosas playas coralinas bajo
gigantes gaseosos (un amigo tras desencadenarse los acontecimientos sugirió que
exhibía atisbos de Efecto Hall cuántico con expresión mecánica local), se
quedaban mirándome y esbozaban leves sonrisas tranquilizadoras.
Comprendí demasiado tarde
que Almamer era una infiltrada, un día cualquiera se marchó y no pude ubicarla
en lugar alguno, lloré añorando esos momentos -en que le abría el canal interglúteo
para lamerla y chuparla- que tan suculentos se nos daban. Situaciones insólitas, manifestaciones
chocantes, multitudes desconcertadas, crisis políticas en cadena donde el
mando... -y el poder aunque invisible también-, se entregaba a recién llegados
demasiado semejantes a leones según mi gusto y parecer.
Los felinos organizaron una
invasión en nuestras propias narices y nada pudo o podría haberlo remediarlo, y
pensar que uno de los pocos que lo sospecharon se enteró al comprobar en los
colecciones de revistas de ciencia ficción como estaban revisando la historia,
rehacían los anales y cronologías para infiltrarse en los sueños de la
humanidad y masacrar a menos personas. presentando a los leones como hermanos
mayores, poderosos y magnánimos; necesarios para la próxima etapa evolutiva. Ahora,
empezará la temporada de caza, los rugidos atesorados en el pecho serán
lanzados y se dedicarán a perseguir y liquidar a quienes estorben, y a mí por
descubrir en etapa temprana su impostura me donarán a Almamer para que me cace
con sumo perjuicio y quebranto.
Luis Antonio Bolaños De La Cruz Sociólogo (no
fundamentalista) y escritor de ciencia ficción nacido en Ciénaga, Magdalena
(Colombia) en 1950, residente en Perú. Consultor de Concytec (Consejo Nacional
de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica), del Ministerio de Educación y
de MINAM (Ministerio de Ambiente); ha transitado asimismo los caminos de la
Educación Ambiental y de la Psicobiología. Ha fatigado claustros
universitarios, selvas y ecosistemas diversos; participado en periódicos,
ONG's, cineclubes, sindicatos e institutos de investigación, dejando huellas de
sus reflexiones; ha publicado en Velero25, Sitio, Axxon, Mil Inviernos, Candor
Chasma, Ciencia Ficción Perú, Alfa Eridiani, Casa Jarjacha, Papirando,
Argonautas, el Hor
ARGENTINA
ROLANDO
MARTIÑÁ
LA MADRE
In memoriam, Julia
La señora J caminaba, decidida y enérgica, con un bolsito en la mano. Iba por la colectora de la AvenidaGeneral Paz y debía llegar, sí o sí, a su unión con el Riachuelo, en el llamado Puente de la Noria. Nadie supo quién le había dado esos nombres cuando bajó del 141, que tampoco sabe nadie por qué tomó, entre las varias líneas que pasaban por la esquina de su casa.
Es la primavera del 62. Un año poco amable para todos en Buenos
Aires, especialmente para los que
teníamos 20 años y estábamos haciendo la “colimba”, nombre vulgar del servicio
militar, que según algunos es un apócope de “corre-limpia-barre”, y que se suponía era lo único
que íbamos a hacer durante ese año. Pero no fue así.
Ya había habido varios conatos, pero esta vez, el enfrentamiento
interno entre las Fuerzas Armadas se volvió serio y varios sectores de la
ciudad se convirtieron en campos de batalla. Entre ellos, el mencionado puente.
La señora J no sabía nada de “colorados” y “azules”, de los
aviones navales contra los tanques de Magdalena, de la caballería contra la
infantería… Pero algo sí sabía: tenía que llegar al puente, para ella era de
vida o muerte.
Finalmente, divisó un grupo de uniformados. Uno de ellos se
acercó: “¿Qué hace acá señora?”, preguntó en un tono que es de imaginar. “Este
es un sitio peligroso, vuélvase por donde vino...”. “No, no puedo… tengo que encontrar a mi
hijo…”. “¿Su hijo está acá, está segura? Mire que acá puede haber combate en
cualquier momento…”, se ablandó un poco el hombre. “¿Ah sí?”, dijo ella, “¿y quiénes son los enemigos?”. “Y… otros
muchachos como él…” respondió el hombre en voz baja y desviando la vista. “¡Ahhh!”,
dijo la mujer, como quién no entiende o entiende demasiado. “… bueno, sólo
quiero verlo y darle esta bolsita. Unos minutos no más…”. “¿Qué es eso?”,
preguntó él hombre. “Comida”, dijo ella. “Pero acá le damos comida, señora”, se
irritó algo el hombre. “Sí”, dijo ella, “pero no de ésta…”.
“¿Cómo se llama su hijo?”, preguntó él, superado por la
situación. La mujer en voz baja le dio
el nombre y los pocos datos que tenía. “Está bien”, dijo él. “Espéreme acá”.
A los pocos minutos, lo vio venir. Lo alcanzó, lo abrazó, hablaron
unos minutos en voz baja y finalmente le dio la bolsita diciéndole algo al
oído. Ambos sonrieron. Y se despidieron.
Cuando la señora J cumplió
cien años, muchos de los presentes comentamos el caso durante la reunión…
Alguien dijo: “Y, es LA MADRE”.
Rolando Martiñá, escritor argentino,
de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Tiene publicados ocho libros de
educación, dos de cuentos, una sola novela y su último libro de cuentos. Son
los siguientes y están disponibles para la venta: “Cuentos de todos los amores.
Experiencias terapéuticas y ficciones del enamoramiento” (2016), “Fin de siglo.
Todos los amores, el amor” (2018) y “Dicho sea de paso. Hojas sueltas” (2021).
ARGENTINA
LUIS
DUARTE
LA
CONFIANZA DE LUPERCA
Buenos
días, alumnos, dice el profesor Luperca que deja el maletín y se para frente a
la clase. Hoy vamos hablar de nuestro cerebro, para eso propongo que hagamos un
viaje.
Mira a
cada uno y piensa justo me toca dar el tema del cerebro en este curso, Dios
mío. Esa clase sobre el esclavo y el amo siempre le resultó un desastre.
Carraspea
y arranca: pensemos en un esclavo griego y en su amo romano terrateniente.
Mientras el amo vela por sus propias tierras, controla, castiga, a veces hasta
con el más pavoroso ensañamiento. El esclavo griego sólo agacha el lomo, planta
y cosecha en silencio, tratando de no enfadar a su amo. Sabe que su vida es una
hipoteca, que tiene casi los mismos derechos que un elefante de Tailandia; sin
embargo, cada mañana, al oír el canto del gallo, el esclavo se levanta, se
asea, se viste con lo mismo de siempre y automáticamente, casi como un acto
reflejo, agarra el rastrillo. Cuando termina la jornada, el esclavo guarda
todo, come lo que hay y duerme en el galpón entre el gallinero y el aserrín.
Luperca
bebe un sorbo de agua y, por el silencio reinante, cree que ha captado la
atención de todos. Bien, bien, piensa.
Continuemos,
dice. Por su parte, el amo romano cena opíparamente y va a acostarse en su
alcoba. Sabe que el esclavo no está trabajando, porque ya no lo ve ni oye el
sonido tartamudo de su rastrillo a la distancia. Debe estar roncando sin
estilo, como buen esclavo.
Andaríamos
cerca de la realidad, acota Luperca, si suponemos que el amo duerme sin
problemas, que su vida está salvada; pero sin embargo, no: algo lo inquieta, no
lo deja dormir.
¿Pero por
qué? Pensemos…
Que el amo
no vea al esclavo no significa que no exista. Entonces, lo imagina ayudado por
una lámpara de aceite, pergeñando sobre un montón de hojas y bajo el silencio
de la noche, un plan para matarlo, o peor aún, para sacarle todo lo que tiene.
Primer axioma: el amo es amo sólo
si puede ver qué hace su esclavo. Para él, ignorar es inseguridad.
¿Hasta acá
alguna duda, alumnos? Bien, sigamos. Luperca se sonríe.
Por la
noche el esclavo baila una danza africana, canta entre susurros una vieja
canción sobre la libertad y sus consecuencias. Hojea un libro que no comprende,
porque jamás aprendió el significado de las letras, hasta que sus ojos caen
como cortinas de hierro. El esclavo sueña que él es el amo, y que su esclavo es
alguien por el que tiene aprecio, al que ayuda y estima, a quien busca darle
cobertura y seguridad, a pesar de la vida que le ha tocado. El esclavo
despierta cuando oye el canto atronador del gallo. Y, esta vez, no toma el
rastrillo.
Segundo axioma: somos dueños de
lo que soñamos y esclavos al despertar.
Esa misma
mañana, el amo busca al esclavo, y no lo encuentra.
El esclavo
griego se ha liberado, ya no depende. Atraviesa la ladera de la montaña, viendo
a lo lejos, y con nostalgia, su vieja guarida: es libre, sí; pero está solo,
sin nadie que lo reconozca ni siquiera como esclavo.
Tercer axioma: se alcanza la
libertad, si somos capaces de soportar la soledad.
El amo,
desesperado por no tener quién le mantenga el sembrado y no saber cómo ganarse
el sustento para vivir, se suicida.
Cuarto axioma: dos mundos se
anulan entre sí cuando al vincularse no tienden a la perfección de su espacio.
Luperca,
animado por las caras atentas de su auditorio, empuña una tiza y traza en el
pizarrón dos letras enormes: la C y la I.
Gira y
dice: sigo.
Si
tuvieran que definir, dentro de esta historia y en los términos de la
psicología, nuestra materia, ¿quién suponen o entienden representa al
Inconsciente, el amo o el esclavo? ¿Y quién sería entonces el Consciente, el
griego o el romano? ¿Por qué el miedo y el odio nos esclavizan? Les doy cinco
minutos para que lo piensen.
El
silencio del aula lo cubre todo. Desde su posición, el profesor Luperca ve ojos
que buscan ojos.
Okey,
chicos. Para ir terminando, les cuento… Un sabio de la antigüedad dijo una vez,
que ciertas ideas se convierten en realidad cuando el poder las condensa.
Según él, cuando el pensamiento perfora la profundidad se llega a una napa
turbia y deforme. Si la masa naturaliza aquello que aborrece, entonces, está
condenada a vagar entre las garras de las bestias y la ignorancia de los
dioses.
¿Alguno
quiere preguntar o acotar algo?, dice Luperca, que aprovecha para tomar un poco
de agua y suspira satisfecho.
Sí, yo,
acá, Maessstro, en el fondo, dice Tancredi con los pies sobre el pupitre, y
sacándose el chupetín de la boca. ¿No hubiera sido mejor para el esclavo soñar
que él era el gallo?
Luperca,
como siempre, traga saliva y borra el pizarrón. Y se dice que la próxima vez va
a cambiar el gallo por una oveja.
*Luis Duarte, escritor
argentino, nacido en Lanús, prov. de Buenos Aires, en enero de 1969. Estudió
periodismo y fue conductor del programa “Mano y contramano”, en FM La Tribu
88.7 mhz. Actualmente conduce su propio programa de radio “El Quijote en el parque”.
El cuento que compartimos pertenece al libro “Los guantes de Zaratustra”. En
cuanto a su carrera literaria, sus libros son los siguientes: “La herradura de
Freud”, 2013. “Fósforos gemelos”, 2014. Reedición de este título en España, año
2016. “Latigazos del azar”, 2016. “Los guantes de Zaratustra”, 2018. Y
“Rombos”, su último libro publicado en septiembre 2022.
ARGENTINA
VICTOR LOWENSTEIN
LA
MANO QUE PORTA UNA BIBLIA
En la exclusiva casa funeraria se respiraba el habitual clima de triste solemnidad
que acontece en cualquier velatorio. La lujosa sala albergaba a un puñado de
conocidos del difunto señor Carletti, empresario y diputado provincial.
Repartidos en grupos de entre cuatro a ocho
personas, los allegados conversaban por lo bajo sosteniendo entre las manos sus
vasos con café. Al fondo, frente a un imponente ataúd labrado en roble, la
viuda lloriqueaba, inexplicablemente sola, una de sus manos enguantadas en seda
negra se apoyaba sobre la tapa del féretro.
“Todos somos iguales a los ojos del señor”
había proclamado el párroco de oficio minutos antes, frunciendo el ceño de
algunos de los presentes. “Está claro que no somos todos lo mismo” murmuró la
esposa de un senador de doble apellido. El comentario recibió el asentimiento
de su cónyuge y del resto del grupo que componía. No todos podían ser iguales,
claro que no; sobre todo en un mundo tan competitivamente feroz como aquel en
que se movía el difunto Carletti, un as para los negocios además de un verdadero
chacal político. Todos lo admiraban por su rápido ascenso económico.
Cuando el café se iba terminando y los lloros
de la viuda amainaban de puro cansancio, igual que el que todos sentían ya,
conviniendo en dar fin a la triste ceremonia, por las puertas del sepelio hizo
su entrada el doctor Berardi.
Nadie objetaría la impuntualidad del doctor.
Hombre de confianza del difunto Carletti, consejero político, albacea y amigo
personal. Esa mañana en particular Berardi se mostraba impermeable a la menor
crítica. Impecable en su traje negro y corbata al tono, con gafas oscuras para
la ocasión y desparramando perfume francés a diestra…y siniestra, avanzó
portando entre manos una Biblia con visibles letras de oro en la portada. Luego
de echar una mirada sobre la sala, la atravesó a paso lento.
Caminó entre los presentes sin saludar a
nadie, recibiendo en cambio reverencias de cada uno. Se dirigió directamente
hacia la viuda, dejando su Biblia sobre la tapa labrada. Era un velatorio a
cajón cerrado, dado el irreconocible estado en que había quedado el rostro del
muerto luego de ser salvajemente acuchillado hasta morir. La viuda retiró la
mano enguantada en cuanto Berardi la tomó suavemente de los hombros y le
susurró algo al oído, que volvió a hacer brotar lágrimas de sus ojos
enrojecidos tras un velo de tul. Entonces, Berardi miró a todos los presentes y
todos lo miraron a él; sin desviar su vista recogió su Biblia y la llevó contra
su pecho, y todos bajaron la vista.
Se hizo un prolongado silencio. Ya todo había
sido dicho con anterioridad, y el mismo silencio pronunció el amén de responso.
“El mundo de los hombres suele ser cruel”
supo decir el párroco minutos antes, entre toses protocolares y más ceños
fruncidos, y con razón: no hay clérigo que admita verdades tan horrendas. “La
mano que porta una Biblia es bien capaz de sostener un cuchillo”.
Víctor Lowenstein. Escritor. Corrector literario.
Coordinador de talleres literarios. Escritor y corrector literario. Autor de los
libros: Malamuerte
y sus historias; Taratología de los espejos; Paternóster y Artaud el
anarquista, De los cuatro vientos,2015. Víctor escribe
textos de carácter fantástico, no tradicional, ligado a la literatura de raíz
kafkiana. Dos menciones de honor de la Sociedad Argentina de escritores
y la Biblioteca municipal sanisidrense de Buenos Aires
ARGENTINA
FERNANDO
SORRENTINO
MURALLAS
HOSTILES VERSUS PUERTAS ABIERTAS
Según afirma
Cervantes (Quijote, capítulo I de la
primera parte), don Alonso Quijano admiraba al “famoso Feliciano de Silva”,
quien había escrito marañas tales como “La razón de la sinrazón que a mi razón
se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de
la vuestra fermosura”.
Y agrega:
Con estas
razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por
entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera
el mismo Aristóteles, si resucitara para sólo ello.
Murallas hostiles
Infinitamente lejos de atribuirme
la perspicacia del Estagirita, confieso que, con mucha frecuencia, permanezco
patitieso, estafermo y turulato ante ciertas creaciones del espíritu humano.
Ejemplo 1:
Aldo Pellegrini (1903-1973): “Alguien que despierta”
Abre
tus ojos de barro
tus
ojos de cielo y de noche interrumpida
tus
ojos de alfombra, tus ojos pisoteados
ábrete
a la luz y a la sombra y a los vientos
a
la sombra negra que arrojan los cuerpos.
Árbol
de la ceguera, de las muertes,
camino
de las desapariciones,
marchas
hacia los ojos abiertos del tiempo
hacia
el agua pura del instante que corre
cuando
te detienes te tornas invisible
cuando
andas te destruyes
sólo
eres la sombra de la idea de ser
pero
con el hueco de tu mano ves todo
por
el hueco de tu mano te derramas,
cuerpo
ávido de caricias de atmósferas,
mil
veces impasible, mil veces tierno,
pero
finalmente absorbido por la nada
que
corroe lentamente el agua del tiempo.
Ejemplo 2:
Juan L. Ortiz (1896-1978): “La paloma se queja”
La
paloma se queja. Angustia del anhelo
primaveral.
La luz de la mano con las
hojas
nuevas se va hacia un país más pleno.
Pero
este canto da al cielo un pensamiento
grave:
melancolía de la tierna ilusión.
El
paisaje ligero, infantil, casi alado
se
vuelve hacia su sueño musical, infinito.
No me atrevo siquiera a poner en
duda que muchos lectores quedarán embelesados por las respectivas bellezas de
estos poemas. Sin embargo, y con alguna contrición por mi tosquedad, debo
admitir que, en ellos, no logro advertir pizquita de belleza alguna.
Por otra parte, a la total
carencia de empatía que me produce su simple lectura, debo agregar una molestia
adicional: cumplir la tarea, desagradable, fastidiosa y estéril, de descifrar
textos que —voy a decir la verdad— se me presentan como conglomerados de
galimatías, jeroglíficos o laberintos.
En suma y sin atisbo de rubor,
declaro que no me hallo en condiciones físicas ni mentales aptas para enfrentar
textos de esta o similar índole.
Puertas abiertas
En cambio, y entre cientos de
ejemplos similares, me complacerá reproducir hermosuras de tres amigazos que,
emulando a Gonzalo de Berceo, han decidido escribir “en román paladino, / en cual
suele el pueblo fablar”:
José Hernández (1834-1886): La vuelta de Martín Fierro, canto 30
Ama
el pájaro en los aires
que cruza por donde quiera
y, si al fin de su carrera
se asienta en alguna rama,
con su alegre canto llama
a su amante compañera.
La
fiera ama en su guarida,
de la que es rey y señor;
allí lanza con furor
esos bramidos que espantan,
porque las fieras no cantan:
las fieras braman de amor.
Ama
en el fondo del mar
el pez de lindo color.
Ama el hombre con ardor,
ama todo cuanto vive.
De Dios vida se recibe
y donde hay vida, hay amor.
Macedonio Fernández (1874-1952):
“Creía yo”
No a todo alcanza Amor pues que no puede
romper el gajo con que Muerte toca.
Mas poco Muerte logra
si en corazón de Amor su miedo muere.
Mas poco Muerte puede, pues no puede
entrar su miedo en pecho donde Amor.
Que Muerte rige a Vida; Amor a Muerte.
Marco Denevi (1920-1998): “Última
voluntad”
Cuando me muera, amor, cuando me muera
prohibirás los discursos necrológicos
porque los pronunciarán aquellos mismos
que me dieron por viático veneno.
Impartirás severas instrucciones
para que a mi velatorio no concurra
ni mi cadáver y, si te interrogan
por mí, responde que no voy a fiestas.
En mi partida de defunción escribe
que me he muerto de muerte a fuego lento
porque los inquisidores de mis culpas
usaron yesca vieja y leña verde.
Y después que me hayan enterrado
no permitas que los sepultureros
funden ninguna sociedad anónima
para explotar mi indefensa calavera.
Todos los días irás al cementerio
a vigilar mi tumba y, cuando notes
que mi carroña nutre biografías,
de cuajo arrancarás esa maleza.
Lego mis huesos a los castos lirios
y mi memoria a los desmemoriados.
En cuanto a mi salvación, es suficiente
la sacra ceremonia del silencio.
Ansina es…
Desde luego, no pretendo convencer
a ninguna persona para que comparta estos sentires míos: simplemente, se trata
de una cuestión de gustos literarios y, por lo tanto, no pueden ser motivo de
polémica. Recordemos el viejo adagio latino: De gustibus non est disputandum (“Sobre gustos no hay nada
escrito”).
Por un lado, tengo la convicción
de que, en estas opiniones, me acompaña mucha otra gente por mí desconocida.
Por otro, quiero expresar mi gratitud hacia dos juicios que me avalan:
Gregorio de Laferrère, Locos de verano (1905)
Enrique:
Y bueno, ¡qué querés! Pero la verdad es que no me entra a mí este
curioso talento de tus amigos a quienes resulta que nadie entiende. (Con ironía.) ¡Yo creía condición
esencial del talento hacerse entender!
Juan Luis Gallardo, Las cosas. Buenas, malas, grandes y pequeñas
(1977)
Detesto los poemas herméticos: presiento
que encubren casi siempre la ausencia de talento.
Fernando Sorrentino nació en Buenos Aires en la primavera de 1942.
Sus más recientes libros de cuentos son El crimen de san Alberto
(Buenos Aires, Editorial Losada), El centro de la telaraña (Buenos Aires,
Editorial Longseller), ambos del año 2008, Paraguas, supersticiones y
cocodrilos (Veracruz, Instituto Literario de Veracruz, 2013), Problema resuelto
/ Problem gelöst (2014), edición bilingüe español/alemán (Düsseldorf,
Düsseldorf University Press, 2014) y Los reyes de la fiesta, y otros cuentos
con cierto humor (Madrid, Apache Libros, 2015).
MÉEXICO
RONNIE CAMACHO
BARRÓN
UNA NUEVA
FAMILIA
Tras varios
meses de estar huyendo por fin logramos encontrar un lugar donde podemos
sentirnos
seguros, nuestro nuevo hogar se trata de una iglesia abandonada en medio del
bosque
perfecta en todo sentido, es tan espaciosa que hay cupo para toda la familia,
la gente
de la zona
parece haberse olvidado por completo de su existencia, posee un sótano que
conecta con
un sistema de cuevas subterráneas y las granjas de los alrededores son tan
prosperas
que hasta ahora no se han dado cuenta de que les hemos estado robando.
En este
momento, mis hermanos y yo hemos vuelto a casa con nuestro botín, listos para
presentarlo
ante nuestra madre.
—Bienvenidos
a casa mis pequeños —nos saluda con una cálida sonrisa.
—Hola,
madre —realizamos una reverencia como muestra de respeto.
—Veo que su
noche ha sido fructífera —
—Así es,
fuimos ambiciosos y trajimos con nosotros más de seis cabras, quince gallinas,
dos cerdos
y aunque algo delgada una vaca lechera, creo que si comemos con moderación,
podrían
durarnos todo el invierno y no tendríamos que volver a salir en un buen tiempo
—le hago un
recuento de lo obtenido.
—¡Esplendido,
hicieron un buen trabajo!, ahora lleven a los animales al sótano, denles agua
y
aliméntelos bien, deben estar bien cuidados o de lo contrario nosotros no
podremos
alimentarnos
de ellos, Alina, ¿puedo hablar contigo? —se dirige a mí.
—Sí,
señora.
—Mi niña,
como sabes las cosas no han sido fáciles desde que abandonamos Rumania,
nuestros
semejantes nos negaron por no seguir sus costumbres y aquellos que quieren
asesinarnos
nos han encontrado en cada nuevo lugar al que llegamos, pero a pesar de todo
seguimos en
pie, hemos prevalecido y en gran parte ha sido por ti, la forma en que guías a
tus
hermanos allá afuera, es algo digno de toda una matriarca —
Estoy por
preguntarle por lo que trata de decirme cuando uno de mis hermanos aparece.
—Madre,
encontramos esto en el cencerro de la vaca… —nos muestra un pequeño cuadrado
de plástico
con una parpadeante luz roja.
—¡Un
rastreador! —apresurada tomo el objeto y lo destruyo entre mis manos, pero ya
es
muy tarde,
hemos caído en una trampa y el ataque de nuestros perseguidores no se hace
esperar.
Una fuerte
explosión se suscita, es tan poderosa que no solo hace añicos las pesadas
puertas
de la
iglesia, sino que también logra derribar a varios de los nuestros.
Mientras
tratamos de incorporarnos un grupo de hombres atraviesan el humo y nos rodean,
todos
visten túnicas rojas, collares de ajo rodean sus cuellos y están armados con
escopetas,
crucifijos
de hierro y lanzas de madera que, sin mediar palabra, se lanzan en nuestra
contra
iniciando
una feroz pelea con mis hermanos.
La
situación se torna tensa de golpe y en medio del caos, tomo la mano de mi madre
para
llevarla
hacia el sótano, huiremos por el sistema de cuevas
—¡No dejen
que la reina huya!, no importa a cuantos de sus sirvientes matemos, si ella
sobrevive
comenzará una nueva colmena en otro lugar, — grita uno de los cazadores, antes
de enviar a
dos de sus compañeros detrás de nosotras.
Gracias a
nuestra velocidad sobrehumana logramos sacarles ventaja a nuestros
perseguidores
y recorrer un buen tramo de las cuevas, cuando de la nada, mi madre
comienza a
estremecerse hasta caer de rodillas.
—¿Qué te
pasa Madre? ¿Te hirieron? —comienzo a revisar su cuerpo.
—No puedo
seguir avanzando, Alina, no mientras tus hermanos, mis niños, están muriendo
allá
arriba, cada vez que matan a uno de ellos es como si encajaran una estaca en mi
propio
corazón.
—Por favor,
tienes que seguir, ya los escuchaste ellos saben que si te matan a ti nos
matarán
a todos
nosotros, tú eres quien importa, además, puedo sentir una corriente de aire la
salida
está cerca…
—trato de hacerla entrar en razón.
—¡Mueran
sucias vampiras! —uno de los hombres nos ha alcanzado y tras empujarme,
incrusta
una estaca en el pecho de mi madre.
—¡No!
—iracunda tomo la cabeza del hombre y la giro para torcerle el cuello.
—Alina, —mi
madre me llama desde el suelo mientras su cuerpo comienza a desintegrarse— Bebe
mi sangre…
—¿Qué?.
—Solo así
serás libre, dejarás de ser mi hija, mi súbdita y te convertirás en una vampira
en
toda regla,
aunque yo muera, tú vivirás…
—No sé si
podré vivir sin ti.
—Y yo no
quiero que mueras conmigo, por favor, obedéceme, —acerca su brazo izquierdo
a mi
rostro.
Al ver que
la mitad de su cuerpo ya es polvo, hago lo que dice y la muerdo, succiono su
sangre
hasta que lo único que queda de ella es ceniza en mi boca.
—Creo que
se fueron por aquí —las voces de los otros cazadores resuenan a la distancia.
Escucharlos
me hace enfurecer y aunque me gustaría destazarlos con mis propias manos, lo
pienso
mejor, matarlos no me devolverá a mi familia, pero morderlos me dará una nueva.
Ronnie
Camacho Barrón, escritor, Lic. en comercio internacional y aduanas, Técnico
analista
programador
bilingüe, autor de “Las crónicas del quinto sol 1: El campeón de Xólotl” y
“Carlos
Navarro y
el aprendiz del diablo” y “Entre nosotros: antología de Terror, Fantasía y
Ciencia
Ficción”,
ha colaborado en 16 antología y publicado textos en más de 160 revistas y
blogs.
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