(Tarde con globos de Adriana
Alarco de Zadra
Pintura acrilica)
BABELICUS EN ESPAÑOL
Número 6 - Setiembre 2018
Estimados amigos:
Les presentamos el sexto número de BABELICUS EN ESPAÑOL que forma parte del blog del amigo y escritor italiano
Stefano Valente a quien agradecemos su apoyo y disponibilidad para con esta
revista multicultural que se encuentra en:
Y también en la página de
Facebook:
Babelicus (grupo abierto)
Para este número nos hemos
escogido cuentos en español, de varios países de América Latina llenos de
fantasía, humor y humor casi infantil. Deseamos que este proyecto siga
creciendo, y ruego a los escritores de lengua española interesados en publicar
en Babelicus, que envíen sus colaboraciones adjuntas en Word a la responsable
de la edición en español de la revista virtual bianual: Adriana Alarco de
Zadra: alarcoadriana@gmail.com
Se publicarán los cuentos que
cumplan los requisitos de brevedad, gramática, fantasía y respeto. Los autores
no pierden sus derechos de autor.
Portada: Tarde
con Globos
ADRIANA ALARCO
DE ZADRA
Perú
JULIO GARCIA VENTUREYRA- ARGENTINA
LA URDIMBRE DE SATANÁS "
¡Maldita sea! ¡Una y mil veces la
maldigo... sin cansarme de hacerlo!
¡Es tan grande el odio que siento por ella!
¿Por qué?
Por haberme robado a mi papá. ¡Viejo
tonto que se dejó convencer!
¿Por qué?
Por anhelar los bienes que me
corresponden y.… algo más, por ser frívola y soberbia conmigo.
Son motivos por demás suficientes para
lo que hice.
¡Tantas veces la maté!
Con la pistola de un disparo certero al
corazón; cuando la empujé por aquella escalera interminable y rodó hasta el
final; o el día que estando desprevenida provoqué su caída desde la terraza de
aquel alto edificio, donde con un grito se perdió en el vacío.
¡Qué placer intenso!
Pero será superior ahora que estos
sueños están a un paso de convertirse en realidad, y pocas horas faltan para
ello.
¡Mamá querida! Tuviste que
abandonarme...
Irte para siempre cuando más te
necesitaba, por culpa de esa cruel enfermedad. Papá después se sintió
desconsolado y quiso reemplazarte casándose con esta intrusa que nada significa
comparándola
con vos.
¡Si supieras que te estoy necesitando
más que nunca!
¡Éramos buenas amigas! Podía confiar a
ciegas en tus consejos.
Haberte perdido siendo adolescente es un
dolor difícil de llevar.
Las cosas que tendría que decirte... ¿Te
acordás de Ricardo, aquel flaco simpático que te quería cuando íbamos al secundario?
Es mi novio desde hace tiempo, y también
está en el plan para vengarte. Sí... juntos preparamos la trampa
para eliminarla mortalmente... ¡y lo hicimos para que
nada falle!
Ricardo -- a quien para convencerlo tuve
que amenazar con dejar de tener relaciones y romper-- fue quien estableció el
día que tendríamos el encuentro con aquel siniestro personaje que prefiero no
recordar, ni volver a ver en mi vida; y por la suma que le di, se dispuso
llevar a cabo el "trabajo". Sí, se comprometió para hacerlo rápido, fulminante.
Apostándose en una terraza y esperándola llegar.
¡Por fin!
¡Terminar de una buena vez con esa mujer!
Un áspero sonido la sacó de sus
profundas cavilaciones en la penumbra del departamento. Recordó entonces que
Luisa había quedado en venir a buscarla esa tarde.
Le dijo por el contestador que bajaba;
aferró una campera que estaba sobre un sillón, y pronto estuvo en la calle
subiendo en el automóvil de su amiga.
Cuando llegaron a un gran descampado,
una verdadera multitud escuchaba al predicador.
A Luisa le habían recomendado la
presencia del orador en la ciudad; era la palabra de Jesús para Argentina, y
movida por la curiosidad le pidió a Gabriela que la acompañara.
-- Dijo Jesús: "Porque donde están
dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos"
Mateo 18:20-- leyó el predicador en la Biblia, y agregó:
-- Y donde hubo guerra que haya paz, donde hubo odio que haya amor...
Gabriela comenzó a sentirse extraña en
medio de la muchedumbre que aclamaba a Cristo, oía las prédicas y entonaba
alabanzas.
¿Acaso... se advertía una
presencia especial inundando el lugar? ¿Qué era realmente lo que le
estaba sucediendo? No le dio importancia, tal vez no sería más que alguna
sugestión o emoción momentánea.
¡Nadie de este mundo podría cambiar sus planes! ¡Absolutamente
nadie!
Cuando se fueron del lugar y mientras el
auto andaba, no podía dejar de oír uno de los cánticos que había quedado dentro
suyo. Era una hermosa melodía... y esa frase: "Donde hubo odio que haya
amor", también seguía escuchándola.
-- ¿Qué te sucede? --le preguntó Luisa
que manejaba. -- ¿Te quedaste callada? ¿No te sentís bien?
Gabriela se esforzaba por disimular,
pero al no lograr contenerse estalló en sollozos.
Luisa se sorprendió al verla,
advirtiendo que algo raro le sucedía a su íntima amiga.
Estacionó el vehículo en la misma
avenida por la que circulaban, y atónita, escuchó la historia que entre llantos
le relató su amiga que ya no soportaba su lucha interior.
-- ¡Es un tremendo disparate! -- estalló
Luisa al oír la confesión. -- ¿Tanto pudo cegarte el odio para maquinar algo así?
¿Te das cuenta? ¿Querer eliminar a un ser humano porque no nos cae bien?
¿Matar...? ¿Hasta dónde llega la maldad? ¡Podría ser
tu madre... o la mía!
Gabriela continuaba sintiéndose muy mal.
-- No sé si los milagros existen...--
siguió Luisa. -- Pero sí estoy convencida que Dios te puso su mano para que me
lo hayas relatado y hasta puedas arrepentirte; no podemos perder ni
un instante, hay una vida por medio que salvar... una preciosa vida como
lo son
para nuestro Creador. ¡Vamos...ya mismo! ¡Si es que todavía logramos llegar a tiempo!
El auto partió veloz en una vertiginosa
carrera contra el demonio.
Cuando llegaron y descendieron,
corrieron sin cesar por la soleada playa de estacionamiento; por la calle entre
la gente, y cruzaron la avenida hasta llegar a un edificio horizontal.
Un ascensor estaba en los pisos altos,
el otro no funcionaba; subieron a un tercero más pequeño. Ascendía
con una lentitud que parecía querer burlarse de la ansiedad que sentían. Por fin, llegó.
Una puerta de madera daba a una larga
galería de vidrio que siguieron tan apresuradas que Gabriela tropezó, cayendo.
Luisa le extendió su mano, y una vez que
se hubo levantado la mantuvo aferrada de ella mientras corrían.
Desembocaron a una terraza desierta.
Miraron hacia distintos lados.
En uno de sus ángulos, un hombre se
aprestaba a preparar un arma de largo alcance.
Desde este sitio se vislumbraban
perfectamente los fondos de la casa del padre de Gabriela.
-- ¡Eh... usted, oiga! -- le gritó
Gabriela con desesperación.
El hombre asustado, inmediatamente trató
de esconder el arma.
-- ¡Los planes han cambiado, no tiene
que matar a nadie! -- siguió Gabriela. -- ¡Váyase...! ¡Váyase!
Al recordarla, no pronunció palabra,
guardó el arma, y desapareció rápidamente.
Luisa y Gabriela suspiraron con alivio.
-- Querido... estuvo tu hija. Es
amorosa... me abrazó fuerte, y estaba como emocionada... hacía
tiempo que no la notaba así. Mañana salimos juntas a
tomar el té y hacer algunas compras... ¡Y pensar que vos creías que no me quería...!
-- ¡La nena! -- sonrió orgulloso a su
esposa el padre de Gabriela que recién llegaba a la casa.
-- ¡Cuántas veces juzgamos mal a las personas
premeditadamente y sin motivos; ¡pero yo... siempre supe que tiene un corazón
de oro, por algo es hija mía!
Julio García Ventureyra nació en Argentina, donde reside en la
actualidad en la ciudad de Bahía Blanca. Es autor de cuentos (publicados en
revistas, suplementos literarios y diversos medios), novelas y guiones
cinematográficos.
ADRIANA ALARCO DE ZADRA - PERÚ
TARDE CON GLOBOS
El día antes del cumpleaños, la casa estaba llena de gorros de cartulina y olía a gelatina de colores. Rellené la piñata de muñequitos de latón, sapitos bullangueros y caramelos. Inflar los globos me dejó sin respiración, por lo que conseguí un balón de gas helio para hacerlo rápidamente.
En medio del verano mi
hija mayor ha cumplido cinco años y el Club del Carbón y del Hollín, nos prestó
su jardín, para hacer allí la fiesta de cumpleaños. Mis hijas se veían como dos
muñequitas con sus vestidos almidonados, sus zapatos lustrados y cintas en el
cabello, pero apenas llegamos, se
ensuciaron de carbón y metieron la nariz en la torta de chocolate picante.
Mientras les
lavo la cara y las manos, comienzan a llegar los invitados. Siete enanos terribles voltean sillas, jalan
manteles, se cuelgan de los árboles y hay uno que otro con un chichón en la
cabeza. Soldaditos de plomo con
uniformes brillantes marchan por el sendero empedrado. Aturdida, reparto los
sombreros con gran éxito, hasta que los más grandes se los quitan a los más
pequeños.
─ ¡No me gusta este que parece una corona con espinas! ¡Yo quiero el rojo que tiene esa niña!
Al
arrojar el sombrero de la discordia al suelo y saltarle encima con los pies, en
medio de los alaridos estridentes, se escucha la voz del niño destructor:
─No importa, ya no quiero el sombrero rojo porque está roto.
Ofuscada con la tarea de deshacer entuertos y
limpiar mocos ajenos, lleno algunos globos gigantes con gas helio y los amarro
a la rama de un árbol, mientras soldaditos de plomo marchan al compás por el sendero
de piedra.
En esa tarde llena de sol, el jardín con sus árboles
frondosos ampara la algarabía de los torbellinos. Los llamo a tomar el refresco
y todos corren como diablillos a escoger el trozo de torta más grande sobre el
plato más grande a pesar de que yo los veo todos del mismo tamaño. No falta alguien que se lamenta:
─A mí los sorbetes con flores de manzanilla no me gustan
y las galletas de pétalos de rosa me hacen daño...
Veo asomar el hocico del lobo feroz detrás de un
árbol, pero cuando pestañeo, ya ha desaparecido. Los trencitos bajo las
campanillas se deslizan por los rieles en miniatura, chocan entre ellos, se
desparraman en el jardín.
Mientras cantan cumpleaños feliz, mi hija mayor
sopla sus cinco velitas, emocionada. La
menor no canta, ocupada como está en comer sola llenándose el vestido, el
cabello y las orejas de gelatina de frambuesa y betarraga.
Algunos de los más traviesos desamarran los globos
inflados con helio. Veo que empiezan a
flotar en el aire con la brisa de la tarde que los aleja sobre los árboles y
techos de las casas. Los contemplo
asombrada. No sé si sentir alivio o
espanto pues el estupor me ha paralizado los sentimientos. Sólo atino a hacerles adiós con la mano
porque veo lo alegres que van donde los lleva el viento. Me acaricio el vientre donde palpita otra
vida. Todavía sigue allí y no se ha ido
volando.
Todos corren y me crecen cinco manos para poder
repartir los globos, frenéticamente.
Los trozos de torta terminan regados por el jardín y el alboroto forma
un diseño variopinto, cuando los niños empiezan a levitar colgados de las
esferas de colores. Quisiera ser la
bella durmiente y despertar después de la fiesta. Veo a dos traviesos que se
balancean sobre las ramas de los árboles con sendas espinas de cacto reventando
los globos de los más pequeños que caen al suelo.
Apenas me acerco a levantarlos, angustiada, los
terribles revienta - globos declaran con satisfacción:
─ ¡Cómo nos estamos divirtiendo!
Les entrego otros de
formas diferentes y, como estaba previsto de antemano, al poco rato, ellos
también vuelan por el aire y se alejan de la fiesta colgados de sus globos
gigantes, gritando contentos...
Luego, veo que algunos
se avientan por el techo, dentro de las chimeneas del Club de la Mina y me aterro. ¿Y si se quedan atrapados? ¿y si se caen y se
hacen daño? ¿y si no salen por el otro lado? ¿y si se queman?
Pero al ver que aparecen por la puerta del jardín,
llenos de hollín y de carbón, noto que están sucios, pero están enteros. Suspiro
aliviado, con el corazón que late furiosamente, y los reúno para romper la
piñata llena de sorpresas, caramelos de garabato y muñequitos. Cuando los más
pequeños recogen sus pitos y sapitos bullangueros, escapan por el jardín
felices de poder hacer ruido.
─ ¡Yo no quiero esta sorpresa! ¡No me gusta!
¿Hubiera sido mejor
llenar la piñata de manzanas?
Enseguida, los soldaditos ganan la batalla y marchan
entre los guijarros tocando su tambor de hojalata; los sapitos saltarines se
pierden entre la hojarasca y las maripositas de latón se deslizan leves entre
las flores mientras los pequeñines corretean detrás.
Reparto globos con helio ensimismada por el ruido
ensordecedor y los niños siguen desapareciendo en el aire hasta que casi no se
ve a ninguno jugando alrededor.
Quedo demudada a ratos por las caídas, la agitación,
los chillidos de susto y los sobresaltos, pero respiro profundamente y me
convenzo de que no debo inquietarme. El jardín se envuelve en una vaga penumbra
y comienzan a disminuir los últimos invitados llenos de hollín y gelatina. Sus madres los buscan desesperadas con los
ojos levantados, arriba, entre árboles y techos.
─ ¿Cuánto le ha costado la fiesta, con esos globos mágicos y esa torta tan grande?
─ ¡Paciencia, señora mía, me ha costado mucha paciencia!
Se apagan los últimos clamores de la batalla campal
en miniatura. Algunos padres persiguen a sus hijos por las calles para
llevarlos a casa, pero ellos prefieren seguir columpiándose en el aire colgados
de los globos, hasta que finalmente aterrizan en los techos, chimeneas y
jardines.
Regreso jadeando, arrastrándome y abrazando a mis
hijitas que duermen con una sonrisa en los labios. ¡Un día se irán por el mundo
colgadas de sus globos de colores!
Cierro los ojos y siento con inquietud que me patea la
bebé que aún no ha nacido. ¡Debo pensar que ella también cumplirá cinco años
algún día! Me estremezco, con ese miedo
ineludible que acompaña la libertad de procrear. Milagro de la vida. Después de
una tarde agotadora, escucho en medio del silencio los latidos de otro ser
flotando en mi interior.
Adriana Alarco de Zadra: www.adrianaz.it
FÁBULA EDIFICANTE
Éste era un mendigo muy honesto.
Un día golpeó a las puertas de una rica mansión. Salió el mayordomo y le preguntó:
—¿Qué desea, buen hombre?
El mendigo respondió:
—Una limosnita, por amor de Dios.
—Voy a consultar con la señora.
El mayordomo consultó con la señora, y ésta, que era muy avara, le contestó:
—Jeremías, dele a ese buen hombre un pan. Sólo uno. Y, en lo posible, que sea de ayer.
Jeremías —que estaba secretamente enamorado de su
ama— buscó, para complacerla, un pan viejo, duro como una piedra, y se lo
entregó al mendigo.
—Toma, buen hombre —dijo, ahora tuteándolo.
—Que Dios se lo pague —respondió el mendigo.
Jeremías cerró el pesado portón de roble, y el mendigo se alejó con el pan bajo el brazo. Llegó al terreno baldío donde solía pasar los días y las noches. Se sentó a la sombra de un árbol y empezó a comer el pan. De pronto mordió algo duro y sintió cómo una de sus muelas se hacía pedazos. Cuál no sería su sorpresa cuando rescató, junto con los fragmentos de su muela, un fino anillo de oro, perlas y diamantes.
Jeremías cerró el pesado portón de roble, y el mendigo se alejó con el pan bajo el brazo. Llegó al terreno baldío donde solía pasar los días y las noches. Se sentó a la sombra de un árbol y empezó a comer el pan. De pronto mordió algo duro y sintió cómo una de sus muelas se hacía pedazos. Cuál no sería su sorpresa cuando rescató, junto con los fragmentos de su muela, un fino anillo de oro, perlas y diamantes.
—Qué suerte —se dijo—. Lo venderé y tendré dinero
por mucho tiempo.
Pero en seguida prevaleció su honestidad:
—No —agregó—. Buscaré a su dueño y se lo devolveré.
En el interior del anillo estaban grabadas las
iniciales J. X. Ni corto ni
perezoso, el mendigo se dirigió a un almacén y pidió la guía de teléfonos.
Comprobó que, en todo el pueblo, sólo existía una familia cuyo apellido
comenzase con X: la familia
Xofaina.Pero en seguida prevaleció su honestidad:
—No —agregó—. Buscaré a su dueño y se lo devolveré.
Lleno de alborozo por poder llevar a la práctica su honradez, partió rumbo a la casa de la familia Xofaina. Grande fue su asombro al ver que se trataba de la misma rica mansión donde le habían dado el pan con el anillo. Golpeó a las puertas. Salió Jeremías y le preguntó:
—¿Qué desea, buen hombre?
El mendigo respondió:
—He encontrado este anillo dentro del pan que usted tuviera la bondad de darme hace un rato.
Jeremías tomó el anillo y dijo:
—Voy a consultar con la señora.
Consultó con la señora, y ésta, feliz y cantarina, exclamó:
—¡Afortunada de mí! ¡Hétenos aquí con el anillo que yo había perdido la semana pasada, mientras amasaba el pan! Éstas son mis iniciales, J. X., que corresponden a mi nombre y apellido: Josermina Xofaina.
Después de un instante de reflexión, añadió:
—Jeremías, ve y dale a ese buen hombre, como recompensa, lo que él quiera. Siempre que no sea muy caro.
Jeremías, tuteado por su ama, volvió a la puerta y díjole al mendigo, recayendo en el tuteo:
—Buen hombre, dime qué deseas como recompensa por tu buena acción.
El mendigo contestó:
—Sólo un pan para saciar mi hambre.
Jeremías —que seguía enamorado de su ama— buscó, para complacerla, un pan viejo, duro como una piedra, y se lo entregó al mendigo:
—Toma, buen hombre.
—Que Dios se lo pague.
Jeremías cerró el pesado portón de roble, y el mendigo se alejó con el pan bajo el brazo. Llegó al terreno baldío donde solía pasar los días y las noches. Se sentó a la sombra de un árbol y empezó a comer el pan. De pronto mordió algo duro y sintió cómo otra de sus muelas se hacía pedazos. Cuál no sería su sorpresa cuando rescató, junto con los fragmentos de esta su segunda muela rota, otro fino anillo de oro, perlas y diamantes.
Una vez más advirtió las iniciales J.X. Una vez más devolvió el anillo a Josermina Xofaina y recibió como recompensa un tercer pan duro, donde encontró un tercer anillo que volvió a devolver y por el cual obtuvo, en recompensa, un cuarto pan duro, donde...
Desde ese día venturoso hasta el infausto de su muerte, el mendigo vivió feliz y sin estrecheces económicas. Sólo debía devolver diariamente el anillo que encontraba dentro del pan.
Fernando Sorrentino nació en Buenos Aires en 1942. Sus invenciones suelen entrelazar de manera sutil, y casi subrepticia, la realidad con la fantasía, de manera que no siempre es posible determinar dónde termina la primera y empieza la segunda. Paraguas, supersticiones y cocodrilos (2013) es su más reciente libro de cuentos.
MORENO TOMASSINI - ITALIA
LA FÁBULA DE GUENDALINA
Una anciana mujer pasea por la ciudad bajo
una fuerte nevada. Los mejores años de su vida los ha pasado trabajando en la espesura, recogiendo setas y flores. Su hogar es el bosque. Mira a
los transeúntes con recelo
paseando por la calle principal, donde están las tiendas más bonitas de la
ciudad. De hecho, ella se envuelve en un manto negro que llega hasta los pies,
y su cara está tapada con un pañuelo. Muestra interés por las tiendas de ropa.
Se detiene a mirar un escaparate que muestra una
moderna capa de color rojo. Ella la mira fijamente y parece atraída por la capa
roja; cuando el jefe la ve y dice:
- Vete, anciana, esta capa no es para ti. - Ella no levanta la cabeza, ni pronuncia
palabra y se mueve lentamente a lo largo de la carretera. Regresa poco después
y una vendedora le pregunta:
- ¿Señora, busca alguna prenda?
Ella responde:
- ¿Podría entrar a la tienda y dar una mirada?
-Entra, entra no te quedes en la calle.
Al verla, el jefe murmura:
- ¿Qué hace esa vieja mujer en esta tienda?
Allí trabajan tres empleados los cuales se angustiaron
por la arrogancia del jefe y por la indignación que sus palabras causaron en algunos clientes. La anciana se
disculpó con el jefe y salió de la tienda.
Por la noche, al bajar las persianas de la tienda, la
vendedora la ve en la calle y le pregunta:
- ¿Todavía está aquí en medio del frío y de la
nieve?
-Yo nací
en el frío, pero gracias por preguntar. Tú tienes un buen corazón.
-Vamos a
dormir a mi casa, - le dijo Aurora. - ¿Cómo te llamas?
Aurora no responde y sonríe, pero
Guendalina sabe que está preocupada y sabe que las
cosas no van bien en la tienda. Pasan la noche juntas al calor del hogar. Por
la mañana, al salir de casa, se escucha una fuerte sirena por las calles de la ciudad y con gran sorpresa de las
dos mujeres la policía se detiene frente a la tienda. Por la puerta ven salir
al jefe con las manos esposadas.
Pasan unos días y por decisión
del tribunal se entrega la gestión de la empresa a
las órdenes de Aurora. Desde entonces,
la tienda pareciera tener un vigor renovado. Fue y
sigue siendo el espacio más acogedor en esa calle para todos los clientes,
especialmente para las damas más ancianas de la ciudad.
Unos días más tarde,
Guendalina, vestida con su manto negro y el pañuelo en la cabeza, se detiene a
observar la vitrina. Solamente Aurora sabe quién es.
- ¿Viene usted por la capa
roja, ¿verdad?
-No, Aurora, he venido
a despedirme de ti, porque tú tienes un gran corazón por lo que la tienda te dará
muchas satisfacciones y sé que serás siempre muy feliz.
Aurora prepara una taza de té muy caliente para
Guendalina.
-Sólo unos minutos…- dice Aurora mientras atiende a unos
clientes.
Después de beber, Guendalina sale de la tienda. Aurora
asoma para llamarla, pero ve una luz brillante que la envuelve y, como por arte
de magia, ¡desaparece ante sus ojos!
Moreno Tomassini 1953 Rovereto (Trento) Italia.
(Coordinador
de proyectos para el desarrollo social en Centro América)
CARLOS MARIA FEDERICI - URUGUAY
DOS MICRO FICCIONES
DULCE DESQUITE
Medio siglo atrás, ella —un témpano bajo mis labios, una tabla entre mis
brazos— hizo cenizas mi juventud. Y lo más humillante fue que mi rival, su
preferido, insolentemente acaudalado, macizo, arrogante, casi cuadruplicaba
sus diecinueve años. Pero a ella, según me dijo más de una vez, “le gustaba”
él más que yo, flaco, anodino, manso… ¡Un pobre diablo!
Para él se semidesnudaba, se prestaba —hasta cierto límite, claro— a sus
caprichos eróticos. (¡A mí me lo había negado siempre todo!)
…Hoy, irónicamente, aunque no poseo la fortuna de él, los años me han dado
su apariencia. (Supongo que ahora sí “le gustaría” un poco.)
Pero ella —¡dulce desquite! — jamás recobrará aquella belleza que una vez
la adornó.
HARTURA
Tras un sinnúmero de constantes y reiteradas perturbaciones de su sueño
milenario, en 1937 el Gran Cthulhu consideró rebasado su límite de tolerancia.
—¡¿TE CALLARÁS POR FIN?! —rugió.
Sumiso, H. P. Lovecraft expiró.
* Carlos
María Federici (3 de diciembre de 1941, Montevideo) es un escritor, guionista y
dibujante uruguayo, de ciencia ficción, policial
y terror. Su obra literaria aparece en varias antologías de su país
y del exterior. Se lo considera uno de los pioneros de la ciencia ficción y el
relato policial en Uruguay.
TANYA TYNJÄLÄ - PERÚ
SIGNOS INEQUÍVOCOS DE UNA
MUERTE CERCANA
La fila de hormigas caminaba llevándose el azúcar
desde la cocina hacia el patio. No las maté. Mi abuela siempre decía que ese
era un signo inequívoco de una muerte cercana. No pude evitar sentirme
contento.
No soy una
mala persona, no ando deseando la muerte de cada persona que se me cruza en el
camino haciéndome alguna perrada, pero todos tienen un límite y no soy Job.
La madre de
mi novia no me considera digno de su hija. Para ella soy solo un mediocre
cajero de banco, sin el futuro grandioso que soñaba para su “princesa”. No
oculta su desprecio hacia mí cada vez que tiene la ocasión. Pero está enferma,
grave, todos los saben: Seguro es ella la que va a morir.
Recuerdo la
vez que me invitó a una reunión familiar, solo para humillarme invitando
también a un “amigo de la familia” joven, guapo y ricachón. “¿Recuerdas, Anita?
De pequeños decían que se casarían de grandes”, comentaba sonriendo. Poco
importaba que mi novia lo le hiciera caso, ella insistía: “¿No es cierto que
está muy guapo? ¡Es el partido ideal,
tiene su propia empresa!”. De nada valió el apoyo de mi Ana, pidiéndome que no
le hiciera caso, la vieja me arruinó el día.
Un perro
aúlla a lo lejos: otro signo, la muerte está cerca. Sigo preparándome para ir
al banco. Será un día largo y pesado, día de paga. Todos quieren cobrar su
sueldo. Yo igual no dejaré de sonreír.
Es fácil ser amable cuando sabes que todos tus problemas desaparecerán
de un solo golpe.
Disfruto
pensando en nuestro futuro, sé que no pudo ofrecerle mucho, pero lo que le
daré, será de corazón. Si pudiera, le diría que no trabaje… pero eso es
imposible con mi sueldo. Es otra de las críticas de su madre: “¡Pero si ni para
mantenerla bien tienes! ¿Para qué te quieres casar?”. Y sigue quejándose de que
su pobre hija tendrá que trabajar toda su vida y sigue y sigue…
En el
trabajo no puedo pensar en otra cosa, no me concentro, me equivoco varias veces
al contar el dinero. No sonrío, estoy tenso, si el jefe se da cuenta… De pronto
una campana nos sobresalta. Pensamos inmediatamente en una alarma. Una
secretaria se ríe.
—Fíjense,
el despertador que me regaló mi hija para el día de la madre, ese que se
malogró al segundo día y que guardo solo por cariño, ¡se puso a sonar de
pronto! ¡Qué susto! ¿No?
Sí, “que
susto ¿no?” ¡Qué alegría digo yo! Tres signos al mismo tiempo. No pueden
fallar.
El banco
cierra, salgo presuroso a la parada de autobús. Quiero llegar a casa lo más
rápido posible. El ojo izquierdo me palpita: cuatro signos en un día. Debo
parecer asombrado y triste cuando Ana me dé la noticia. Quiero…
… No vi el
camión, todo el cuerpo me duele. La gente que se mueve a mi alrededor… escucho sus gritos de auxilio, también
escucho aullar a un perro, mientras veo a las personas como si se alejaran cada
vez más hasta hacerse pequeñas, como las hormigas…
Tanya Tynjälä. Escritora peruana de ciencia
ficción y fantasía. Se dedica a la
docencia. Ha publicado con NORMA “La
ciudad de los nictálopes”, “Cuentos de la princesa Malva” Y “Lectora de
sueños”, además con Micrópolis “Sum”, colección de micro relatos y poemas. Es
editora para el idioma español del equipo de blogs de “Amazing Stories”. Ha
sido galardonada con premios literarios como el “Francisco Garzón Céspedes” en
2007.
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