BABELICUS N° 7
REVISTA LITERARIA EN ESPAÑOL – JULIO 2019
ADMINISTRADORES: ADRIANA ALARCO, STEFANO VALENTE, DANIEL ANTOKOLETZ HUERTA
ADMINISTRADORES: ADRIANA ALARCO, STEFANO VALENTE, DANIEL ANTOKOLETZ HUERTA
Estimados amigos:
Les presentamos el séptimo número de BABELICUS EN ESPAÑOL http://babelicus.blogspot.it Babelicus (grupo abierto de Facebook), con cuentos de autores peruanos, argentinos, españoles.
Deseamos que este proyecto siga creciendo, y ruego a los escritores de lengua española interesados en publicar en Babelicus, que envíen sus colaboraciones adjuntas en Word a los responsables de la edición en español de la revista virtual:
Adriana Alarco de Zadra: alarcoadriana@gmail.com
Se publicarán los cuentos que cumplan los requisitos de brevedad, gramática,
fantasía y respeto. Los autores no pierden sus derechos de autor.
Portada: Pesadilla (óleo en lienzo) ADRIANA ALARCO DE ZADRA - Perú
ARGENTINA
DANIEL ANTOKOLETZ HUERTA
EL TRIATLÓN
Mira
su próxima meta, enfocado a donde tiene que llegar. Pero no puede descuidar el
piso. Parece un campo de bochas. Sus trancos largos parecen saltos. Ya ve el
tajo del canal dibujándose sobre el polvo rojizo. Parece una oscura línea
brumosa. Siente cómo le queman los pulmones por la falta de aire. Abre un nuevo
botellón. Respira con un ritmo acompasado con los pasos.
Llega
al borde del acantilado. Clava una estaca en la tierra y desciende haciendo
rapel por la pared de roca al borde de la meseta de Tharsis. Llegó antes que la
legendaria tormenta roja, y eso es bueno. Los viejos experimentados, le advirtieron
que debía adelantarse a los vientos. Con el polvo tapándole la vista, se
desbarrancaría. Se descuelga y baja los primeros quinientos metros como si
descendiera en cámara lenta. Se cubre bajando lo más pegado posible a la pared
cuando unas rocas caen a su alrededor. A pocos metros se desenrolla la cuerda
de uno de sus contrincantes.
Llega
al primer descanso. Mira hacia abajo con sus binoculares. La base se encuentra
a más de un kilómetro del fondo,pero apenas se ve porque el cielo se oscurece.
Llegó la tormenta roja. El cielo muestra franjas rojizas cada vez más oscuras.
Sobre él se dibuja la grotesca sombra de Goletb, moviendo diestramente sus
piernas, y deslizándose hacia él. Entre los locales él es el favorito. Su
propia cuerda da un cimbronazo. Sabe que otro de los competidores está usando
su propia cuerda para descender. Se apura, varios competidores también son
rápidos y tanto o más fuertes. No le agradaría pelear contra ellos. Tropieza con una roca, y baja varios metros
deslizándose sobre su trasero. Verifica que no se le haya roto el traje y
continúa con su vertiginosa bajada.
Verifica
el manómetro de su botellón. Le alcanzará.
Las banderillas rojas y azules lo guían por el sendero tupido con una
especie de musgo. Logra bajar a la sima de manera relativamente segura. Baja a
un trote rápido por un camino que, cada vez, se hace cada vez más escabroso.
Sabe que no debe correr al descender. Al voltear en un recodo, imponente, el
monte Olimpo se eleva recortándose tras una niebla de polvo rojizo que no
permite ver la cumbre del monstruo.
Llega
a la dantesca aureola, y monta en su bicicleta. Sus poderosas piernas
terrestres lo empujan alejándolo de sus contrincantes, y lo acercan a la base
del volcán. Tiene que ganar la mayor cantidad de terreno posible. Su fuerte es
la carrera y el ciclismo. Escalando está en desventaja. Si bien sabe tiene el
doble de fuerza que los demás, no conoce tan bien el terreno como los locales.
La
base del viejo volcán se confunde con el terreno. Sube con la bicicleta mientras
el terreno se lo permite. Luego de varios kilómetros abandona su vehículo, y
comienza la ascensión del monte más alto del sistema solar. Se esfuerza.
Escala, cruza cañones de una profundidad inconmensurable y aprovecha la fuerza
de sus músculos moldeados en la gravedad terrestre para cruzar de un salto
algunas grietas. Cada vez le cuesta más. Debe prestar atención para no toparse
con las bestias locales. Es una ascensión de veintidós kilómetros. Ve cómo
Goletb tropieza. Le cae bien. Decide ayudarlo cuando ve que una especie de
planta envuelve sus cuatro finas patas, y lo arrastra hacia la grieta. Ve el
terror en la cara del marciano manoteando para arrancar las móviles ramas. Sólo
logra quedar más atrapado. Rodolfo continúa su camino. Sabe que no puede hacer
nada.
Sigue
ascendiendo. Llega a un pequeño saliente de roca que le permite descansar unos
momentos. Al sentarse observa unos pequeños hilos que cruzan la roca de punta a
punta. Arroja una roca sobre ellos; y una planta, similar a la que que se llevó
a Goletb, envuelve la piedra pulverizándola. Asustado, esquiva esa temible
trampa, y continúa trepando. Su cuerpo le reclama descanso.
A
una decena de metros de la cumbre; Yamungia, de Titán, se le acerca
peligrosamente. Rodolfo, ya agotado, y con varias fugas en su traje, con los
músculos de sus piernas ardiendo de dolor, salta hacia adelante buscando
achicar espacio entre él y la gloria.
Con
su último aliento, llega al borde de la caldera del volcán. Observa a su
alrededor y ló único que puede ver es la ladera del volcán que se extiende
hasta el horizonte. Clava la bandera con una hermosa imagen de la Tierra. Los
ancianos del consejo del pueblo lo esperaban:
—Bienaventurado
Rodolfo Bloom, de la Tierra. Has llegado primero en el triatlón ceremonial
—dice el más viejo del grupo.
—Gracias
venerable. Es un honor ser el primer terráqueo en vencer en el triatlón
marciano. Es, sin duda, un deporte que será popular en mi planeta.
—¿Deporte?
¿Creéis que esto es un deporte?
Rodolfo
mira desconcertado a los ancianos del consejo.
—No
es un deporte —dice otro de los ancianos moviendo nerviosamente las cuatro
patas—. Es una selección —termina diciendo mientras arrojan a Bloom a la
caldera apagada del volcán —. Elegimos al mejor para sacrificarlo a los dioses.
Daniel Antokoletz
Huerta (Buenos Aires 1964) comenzó a escribir desde muy joven. Ha logrado
varios galardones por sus cuentos. Sus obras de terror y ciencia ficción se han
publicado en antologías, diarios y revistas (tanto en formato electrónico como
en papel); tanto en Argentina como en varios países de América y Europa.
Trabaja en bioinformática y realiza trabajos de investigación en inteligencia
artificial y robótica.
ESPAÑA
RICARDO CORTES PAPE
LA MARCHA
¿Alguien sabe adónde vamos?,
he preguntado por segunda vez a los que marchan a mi lado bajando por la Gran
Vía. No he conseguido obtener respuesta.
Todos parecen haber olvidado el propósito de esta marcha. O bien les parece una
pregunta tan extravagante que se limitan a sonreír amablemente como si yo fuera
el típico bromista, el inevitable bufón de todas las marchas. El hecho es que
no lo sé, y me parece notable, como también que no consiga recordar lo que he
hecho durante las últimas horas. Como si tuviera un principio de amnesia. ¿A
qué he venido aquí? ¿Es esto una manifestación o algo así? Desde luego, gente
no falta. Somos miles. Un río de personas desembocando en Cibeles, torciendo
hacia Atocha. Y de las calles laterales no para de afluir más gente. ¿Alguien
sabe adónde vamos?, vuelvo a repetir, dándome cuenta de que me estoy quedando
afónico. El silencio es otro rasgo notable de esta marcha. Curiosamente nadie
dice nada, la gente no habla entre sí, camina concentrada mirando al frente. Su
aspecto tampoco ayuda, la verdad, a aclarar las cosas. Los hay de todas clases
y colores. A mi lado marcha una oficinista, un poco más lejos un policía
municipal. Delante de mí camina un elfo, un disfraz obviamente. Incluso me ha
parecido ver a un hombre en pijama. Por otra parte, en el termómetro de una
marquesina he comprobado que la temperatura es indudablemente excesiva para
estar en la calle. Me parece extraordinario que nadie se queje del calor. Pero
si me paso la mano por la frente es solo por reflejo, ni siquiera estoy
sudando. Durante un rato sigo a una mujer calzada inapropiadamente con zapatos
de tacón de aguja y que parece que ha olvidado ponerse algo de ropa antes de
salir, y aunque la miro intensamente de arriba a abajo no consigo otra cosa que
una floja erección. Cuando estoy pensando que vamos quizá a un ritmo demasiado
rápido, se produce en un punto más adelante una caída. Aparatosa pero muda, la
caída no afecta a la marcha en lo más mínimo. Alguien se ha ido al suelo y la
gente pasa sin detenerse, sin volverse siquiera, pensando en otra cosa. Parece
que se preparase para una larga caminata y empezase a desechar lo que le pesa;
mientras descendemos hacia la boca de un túnel, el suelo empieza a aparecer
sembrado de cosas: un bolso, un maletín, un casco de motorista. ¿Un túnel?
¿Acaso nos disponemos a salir de la ciudad?
Marchamos ahora por la
autopista en compacto silencio. Sobre el fondo del ruido de miles de pasos no
se oye ni una voz, ni un pitido. Muy respetuosos, lejos de impacientarse, los
conductores descienden de sus coches y se unen a nosotros como si fuese la cosa
más natural del mundo. Lo mismo que los empleados de las estaciones de servicio
o los obreros de un edificio en construcción, que salen a nuestro encuentro
como si nos hubiesen estado esperando. También se ha producido la confluencia
del pintoresco grupo de animales de un zoológico o circo cercano, que marchan
ahora entre la gente, al igual que sus mascotas, de modo que, aparte de perros
y gatos, se pueden ver caballos, osos y tigres. Esto empieza a tomar
proporciones de gran éxodo. Como si Madrid hubiese sido declarada zona
inhabitable y toda la población se encaminara decidida hacia la costa. Por otra
parte, como si hubiera problemas de espacio, marchamos muy arracimados, de modo
que las caídas son constantes. Como antes, son ignoradas; con plácida determinación
la gente sigue adelante. Ni siquiera una mujer sentada en su silla de ruedas
volcada ha sido obstáculo: simplemente le han pasado por encima. Yo tengo que
admitir que le he pisado la mano a un piloto de una compañía aérea. Estaba
tratando de determinar la clase de manchas que me han salido en la piel y que
he constatado también en los demás. Son de verdad extrañas, recuerdan más que
nada a esas zonas oscuras de la fruta estropeada. ¿Pero qué nos pasa? Frente a
mí una mujer lleva en el escote de la espalda una gran mancha húmeda como si
tuviera incrustada entre los omóplatos una manzana pasada, y del borde inferior
rezuma un hilillo de algo. Al mismo tiempo se le está formando en la cabeza una
calva. Por un momento estoy tentado de advertir a la mujer de que le está
pasando algo, pero me cuesta levantar el brazo y de mi boca solo sale un
confuso jadeo. Vengo notando que nuestro paso se ha hecho más lento y pesado, y
antes, cuando traté de determinar las dimensiones de la marcha, apenas pude
volver la cabeza. Entretanto le he pisado a alguien el tobillo.
El que marchaba delante de mí
ha caído. Otro más que no aguanta y cae al suelo. No me ha quedado más remedio
que pasar por encima y hundirle el pie en el estómago: un violento chorro
amarillo ha brotado entonces de su boca, manchándome los pantalones. Pero en
seguida su sitio ha sido ocupado por otro, así que sigo caminando detrás de
este que en poco se diferencia del anterior. Tal vez, al ser más estrecho, se
trate de una mujer, pero su cabeza muestra las mismas calvas que tienen todos,
porque a todos se les está cayendo el pelo, me imagino que a mí también. Al
poco tiempo, también la mujer se desmorona y yo paso por encima rompiéndole el
cuello. Una especie de feliz demencia se expande aún por su rostro, y me
pregunto si yo mismo sonrío también como un idiota. Otro bulto ocupa en seguida
su lugar, y al poco es el que camina a mi lado el que cae, hundiéndome el codo
en la caída: oigo como desde lejos el lento crujir de mis costillas. Sigo
adelante sobre el pavimento resquebrajado con paso ya menos firme. El liso
asfalto de antes ha dado paso a una agrietada extensión de cemento, como si
ahora anduviéramos perdidos por las pistas de un aeropuerto abandonado. En
cualquier caso, la ciudad hace ya mucho que ha quedado atrás. El cielo sobre
nosotros parece haberse oscurecido, aunque yo diría que el sol sigue estando
bastante alto.
El que marchaba delante de mí
ha caído al mismo tiempo que el que marchaba a mi lado. Bajo mi pie un glúteo
hinchado casi me ha hecho caer, y he perdido un zapato. Mis piernas tiemblan
ahora de tal modo que temo desmoronarme yo mismo en cualquier momento. Pero
sigo adelante, ahora con un mechón de pelo rubio en la mano que miro como si no
reconociera mi propio pelo, mientras que el que marcha detrás cae echándose
sobre mí, de modo que le hundo el codo en la caja torácica. Tambaleándome,
escupo un diente que va a caer en una grieta, y esta nimiedad me hace reír
violentamente, pero no consigo oír nada: estoy sordo. Entretanto he perdido el
otro zapato y se me ha desprendido la camisa. Bajo mis pies noto la blandura de
la ropa que se nos está cayendo a todos. El hombre que marcha delante de mí es
ahora un anciano desnudo y calvo, un bulto blanco y arrugado que parece que
buscara tambaleante su propia tumba entre las grietas, que mientras tanto han
alcanzado un tamaño difícil de asumir. La pista de cemento se ha perdido bajo
un campo cuarteado, polvoriento y como en proceso de disolución. Otra vez el
que marcha detrás cae agarrándose a mí, pero su carga es tan liviana que no
hago nada por quitármelo de encima y, durante un rato, voy con él a cuestas
como si llevara a la espalda una brazada de ramas; ni siquiera advierto cuándo
se suelta. Blando como un terrón, el anciano que me precedía ha cedido bajo mi
pie. Le ha sustituido un niño a juzgar por la altura, pero es un niño arrugado
y flácido, con las nalgas colgando y una cabeza que recuerda a la de una
tortuga. Me doy cuenta de que ya no hay nadie más delante de él y de que
realmente es él quien dirige la marcha hacia la enorme abertura de lo que
parece un hangar, pero es desde luego otra cosa. El flautista de Hamelín,
pienso y me río con la boca abierta y desdentada, mientras piso el suelo
metálico, seguido por la columna de espantajos.
Ricardo Cortes Pape: escritor
de ciencia ficción. Ha publicado en revistas como la recordada Alfa Eridiani y
en 2014 en Visiones. ellibroquevuela@yahoo.es
PERU
TANYA TYNJÄLÄ
SIGNOS INEQUÍVOCOS DE UNA
MUERTE CERCANA
La fila de hormigas caminaba llevándose el azúcar
desde la cocina hacia el patio. No las maté. Mi abuela siempre decía que ese
era un signo inequívoco de una muerte cercana. No pude evitar sentirme
contento.
No
soy una mala persona, no ando deseando la muerte de cada persona que se me
cruza en el camino haciéndome alguna perrada, pero todos tienen un límite y no
soy Job.
La
madre de mi novia no me considera digno de su hija. Para ella soy solo un
mediocre cajero de banco, sin el futuro grandioso que soñaba para su
“princesa”. No oculta su desprecio hacia mí cada vez que tiene la ocasión. Pero
está enferma, grave, todos los saben: Seguro es ella la que va a morir.
Recuerdo
la vez que me invitó a una reunión familiar, solo para humillarme invitando
también a un “amigo de la familia” joven, guapo y ricachón. “¿Recuerdas, Anita?
De pequeños decían que se casarían de grandes”, comentaba sonriendo. Poco
importaba que mi novia lo le hiciera caso, ella insistía: “¿No es cierto que
está muy guapo? ¡Es el partido ideal,
tiene su propia empresa!”. De nada valió el apoyo de mi Ana, pidiéndome que no
le hiciera caso, la vieja me arruinó el día.
Un
perro aúlla a lo lejos: otro signo, la muerte está cerca. Sigo preparándome
para ir al banco. Será un día largo y pesado, día de paga. Todos quieren cobrar
su sueldo. Yo igual no dejaré de sonreír.
Es fácil ser amable cuando sabes que todos tus problemas desaparecerán
de un solo golpe.
Disfruto
pensando en nuestro futuro, sé que no pudo ofrecerle mucho, pero lo que le
daré, será de corazón. Si pudiera, le diría que no trabaje… pero eso es
imposible con mi sueldo. Es otra de las críticas de su madre: “¡Pero si ni para
mantenerla bien tienes! ¿Para qué te quieres casar?”. Y sigue quejándose de que
su pobre hija tendrá que trabajar toda su vida y sigue y sigue…
En
el trabajo no puedo pensar en otra cosa, no me concentro, me equivoco varias
veces al contar el dinero. No sonrío, estoy tenso, si el jefe se da cuenta… De
pronto una campana nos sobresalta. Pensamos inmediatamente en una alarma. Una
secretaria se ríe.
—Fíjense,
el despertador que me regaló mi hija para el día de la madre, ese que se
malogró al segundo día y que guardo solo por cariño, ¡se puso a sonar de
pronto! ¡Qué susto! ¿No?
Sí,
“que susto ¿no?” ¡Qué alegría digo yo! Tres signos al mismo tiempo. No pueden
fallar.
El
banco cierra, salgo presuroso a la parada de autobús. Quiero llegar a casa lo
más rápido posible. El ojo izquierdo me palpita: cuatro signos en un día. Debo
parecer asombrado y triste cuando Ana me dé la noticia. Quiero…
…
No vi el camión, todo el cuerpo me duele. La gente que se mueve a mi
alrededor… escucho su gritos de auxilio,
también escucho aullar a un perro,
mientras veo a las personas como si se alejaran cada vez más hasta hacerse
pequeñas, como las hormigas…
Tanya Tynjälä. Escritora peruana de ciencia
ficción y fantasía. Se dedica a la
docencia. Ha publicado con NORMA “La
ciudad de los nictálopes”,
“Cuentos de la princesa Malva” Y
“Lectora de sueños”, además con Micrópolis “Sum”, colección de micro relatos y
poemas. Es editora para el idioma español del equipo deblogs de “Amazing
Stories”. Ha sido galardonada con premios literarios como el “Francisco Garzón
Céspedes” en 2007.
ESPAÑA
FRANCESC BARRIO
LOS QUE ACECHAN
Abre los ojos. Le rodea la más absoluta oscuridad.
Parpadea varias veces. Un opaco manto tenebroso lo envuelve en un abrazo
invisible. Nada. Todo. Negro. Estoy. Solo.
Un proceso fugaz pero eterno. Se le eriza el vello de
la nuca. Su corazón se acelera, un hormigueo le recorre las articulaciones.
Siente que le falta el aire.
Está de pie, en medio de algún lugar. Presiente la
proximidad de lo cercano. La cabeza le da vueltas, se tambalea todo su ser.
Extiende los brazos esperando descubrir algo familiar. Latidos desbocados, el
corazón a punto de estallar. Su respiración cada vez más rápida, más intensa.
El yo se le escapa, difuminándose en la oscuridad que le rodea.
Su mente se embala, pretende huir de su cabeza, hacia
algún lugar más seguro. Necesita gritar, un alarido mudo y desesperado. De
repente, recuerda. Se acostó. Sonámbulo. Un paseo nocturno. Seguramente se
encuentre en medio del comedor. Un paso tímido le acerca al contacto esponjoso
de un sofá. Se calma, se orienta, se acerca a una pared y acciona un interruptor.
Y, precisamente, en ese mismo instante en que se hace
la luz, todos los seres que habitan las sombras, aquellos que acechan en la
oscuridad, se retiran para volver a sus madrigueras.
Francesc Barrio: Nació el 1968 en Santa Coloma de Gramanet, ciudad
cercana a Barcelona (España). Ha sido editor de juegos de rol, redactor de
revistas de juegos, editor de contenidos freelance para un estudio de diseño y,
tardíamente, ha descubierto su vocación de escritor. Ha recibido algunas
menciones, ha quedado finalista en unos cuantos concursos y ha publicado sus
relatos en unas cuantas revistas y antologías. Es colaborador del Portal
Ciencia y Ficción y de la revista Catarsi.
https://noencuentroellitio.wordpress.com/
PERU
ADRIANA
ALARCO – DANIEL SALVO – BETO BENZA
EL RUMOR
Eulogia vive en Huancavelica, cerca de las minas
de carbón. Escucha rumores cuando nadie oye nada. Quizás existen sólo en su
mente. Es una joven creativa porque inventa personajes que le conversan y la
alejan de su propia soledad. Una vez
percibió aterrada el fragor del tren que se acercaba con furia y eso la hizo
saltar del lecho pensando que iba a ser aplastada. Escucha manadas y enjambres
dentro de su cabeza, y vive escabulléndose de su propia vida.
Dado que
no hay psiquiatras por donde vive, Eulogia no ha recibido tratamiento ni
consejo alguno. Y con el transcurso de los años, la intensidad de los rumores
que escucha dentro de su cabeza se ha incrementado. Una vez la sorprendieron
con un cuchillo en la mano, haciendo un ademán de llevárselo a la sien. "Quiero
que salgan", dijo. "Para que se callen".
Los
sonidos eran cada vez más incesantes. Un día sintió un temblor. El ruido sonó
como una pisada que se acercaba y solamente atinó a taparse con las frazadas.
Cada vez se escuchaban los pasos más fuertes y aparecían grietas en las
paredes. El ruido sonó estruendosamente al acercarse. Y esa fue la última vez.
CUENTO COMPARTIDO
DANIEL SALVO (Perú, 1967). En 2002, inició la
publicación del BLOG “Ciencia Ficción Perú”, con el propósito de apoyar la
difusión del género y de autores peruanos. Ha publicado cuentos en diversos
sitios web y también en publicaciones españolas, argentinas, peruanas y
norteamericanas. Su cuento “El primer peruano en el espacio” fue incluido en la
antología “The Apex Book of World SF 2", publicada en 2012 y luego fue
publicado en libro con gran éxito.
ALBERTO BENZA GONZÁLEZ (Perú, 1972). Durante 2013, le
otorgaron el premio al Microrrelatista del año en el hemiciclo Raúl Porras
Barrenechea. Algunos de sus microrrelatos se encuentran antologados en
ediciones diversas de Argentina, España, Francia, Italia, México y Puerto Rico.
Actualmente mantiene una web dedicada a la minificción: http://micropolis.pe/
ADRIANA ALARCO: www.adrianaz.it
ARGENTINA – PERU
LUCIANO DOTI, PATRICIO G.BAZÁN
Y ADRIANA ALARCO DE ZADRA
MAÑANA ANORMAL
MAÑANA ANORMAL
Ricardo salió a correr como todos los días en una mañana normal. En medio de su recorrido habitual, una chica se cruzó con él y le dijo:
—Mejor no vayas hasta allá, porque está la policía y un montón de gente alrededor. Supongo que hubo un accidente o un asalto.
Ricardo agradeció el aviso y dudó acerca de tomar el consejo o no. Decidió hacer caso omiso a la advertencia. Aproximándose al lugar del incidente, las luces de los patrulleros lo atrajeron como un faro en la penumbra.
—Circulando, circulando… —un policía con cara de nada repetía aburrido la misma orden inútil. Mucho vecino en piyama y camisón interponiéndose entre su visión y aquél cuerpo inerte.
—Parece que le dio un infarto mientras corría… —opinó un típico transeúnte sabelotodo, que le observó detenidamente, tal vez para comprobar si le prestaba la debida atención.
Pudo acercarse lo suficiente como para observar al muerto: vestía ropas deportivas similares a la suya.
La cara ensangrentada no permitía verle los rasgos.
−− ¡Es él! – gritaron varias personas señalándolo. La chica corredora se
acercó:
−− Ellos saben quién eres…
−− ¿Cómo es eso? ¿Yo qué tengo que
ver?
−− Mucho. Ellos saben que ahora tú
también eres un fantasma como todos nosotros… ¿o no te habías dado cuenta?
Ricardo la miró incrédulo.
−− ¿Te estás burlando de mí?
La corredora desapareció de su vista desvaneciéndose entre la
muchedumbre. Asustadísimo, se desmayó y
falleció de infarto.
CUENTO COMPARTIDO
LUCIANO DOTI –*Luciano Doti (Buenos Aires,
Arg.1977). He ganado 5 premios literarios. Habla inglés y esperanto.
*Breve relato escrito junto
con dos escritores argentinos para el blog: Cuentos del Can Cerbero.
PATRICIO C.BAZAN Patricio G. Bazán (Argentina, 1965). Escritor e
ilustrador. Autor de obras de ficción inéditas, entre las que se incluyen
"Panoplia" (cuentos), la novela "El Tapado y el León", y
varias obras de teatro. Participó en las antologias "Grageas 3"
(2014) y "Cien Páginas de Amor" (2015).
ADRIANA ALARCO DE ZADRA: www.adrianaz.it
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