Ezine internacional de cuentos en lengua original.

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Ezine international de récits en langue originale.

Monday, 30 September 2019


BABELICUS N° 8
REVISTA LITERARIA EN ESPAÑOL – Diciembre  2019
ADMINISTRADORES: ADRIANA ALARCO, STEFANO VALENTE, DANIEL ANTOKOLETZ HUERTA




Estimados amigos: 
Les presentamos el octavo número de BABELICUS EN ESPAÑOL http://babelicus.blogspot.it Babelicus (grupo abierto de Facebook), con cuentos de autores hispanos.

Deseamos que este proyecto siga creciendo, y ruego a los escritores de lengua española interesados en publicar en Babelicus, que envíen sus colaboraciones adjuntas en Word a los responsables de la edición en español de la revista virtual: 

Adriana Alarco de Zadra:  alarcoadriana@gmail.com
Daniel Antokoletz Huerta:  dantokoletz@yahoo.com
Se publicarán los cuentos que cumplan los requisitos de brevedad, gramática, fantasía y respeto. Los autores no pierden sus derechos de autor.
Portada: Mujer con pulpos, óleo sobre lienzo de Adriana Alarco de Zadra

COLOMBIA
Luis Bolaños de la Cruz
Metamorfa
Las noticias continuaron llegando, estremecedoras, impactantes, insistían machaconamente: la invasión está derrotada. Destruidas sus inmensas naves, los supervivientes utilizaban sus dotes de camuflaje para intentar ocultarse. Gracias a su piel constituida por innumerables multiplacas reinsertables, sus huesos flexibles y su capacidad de reordenamiento glandular y orgánico, reducían su tamaño y podían imitar convincentemente a una persona.
En la cena, mi esposa estuvo desusadamente silenciosa, al moverse parecía vibrar y desdibujarse, exhalando un olor acre, casi eléctrico, pero me miró con tanto cariño que me apaciguó; sin embargo, una sospecha se concretaba, pero decidí remontarla. Al ingresar al lecho me estremecí, mantuve acotado el temor, y despacio, pero con seguridad, me volví hacia su cuerpo y me decidí a abrazarla.
Fábula
Era el único árbol que existía en el planeta, bajo sus ramas se celebraban feroces combates para poder morir al amparo su sombra.
(Fábula Freemen escuchada al pasar por un mercado en Arrakis)

Luis Antonio Bolaños de la Cruz
Sociólogo (no fundamentalista) y escritor de ciencia ficción nacido en Ciénaga, Magdalena (Colombia) en 1950, residente en Perú. Consultor de Concytec (Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica), del Ministerio de Educación y de MINAM (Ministerio de Ambiente); ha transitado asimismo los caminos de la Educación Ambiental y de la Psicobiología. Ha fatigado claustros universitarios, selvas y ecosistemas diversos; participado en periódicos, ONG's, cineclubes, sindicatos e institutos de investigación, dejando huellas de sus reflexiones; ha publicado en Velero25, Sitio, Axxon, Mil Inviernos, Candor Chasma, Ciencia Ficción Perú, Alfa Eridiani, Casa Jarjacha, Papirando, Argonautas, el Horla.


ARGENTINA
Fernando Sorrentino
El mago

Para mi cumpleaños, mamá me preguntó si quería que viniera un payaso o un mago. Los payasos me parecen estúpidos, de manera que elegí el mago.
Éste resultó ser un hombre flaco y pálido, pero con unos cuantos detalles negros: el cabello, el bigotito, el smoking, el moñito y su valija maravillosa.
Saludó con ademán anticuado y gentil, y los chicos empezamos a gritar:
—¡El ma-go, el ma-go, el ma-go, el ma-go!
El mago sonrió, complacido, y realizó diversas pruebas —que yo ya había visto en otros magos—, tales como, por ejemplo, multiplicar un solo pañuelo en siete u ocho, o extraer de una galera negra una paloma blanca. También, con los naipes que se usan en las películas del lejano oeste, hizo una cantidad de trucos que no logré entender.
—Este prestidigitador es muy bueno —dijo papá en voz baja.
El mago, no sé cómo, lo oyó:
—Le agradezco su opinión —contestó—. Pero yo no soy un prestidigitador sino un mago.
—Bueno —replicó papá, con su habitual suficiencia—. Digamos que es un mago, no un prestidigitador.
—Veo que usted no me toma en serio. Para que se convenza, voy a convertirlo a usted en algún animal. ¿Cuál prefiere?
Papá lanzó una risotada que casi nos deja sordos, con una boca muy grande, como si fuera un hipopótamo. Pareció leer mi pensamiento porque, justamente, dijo:
—Ya que me da a elegir, conviértame en un hipopótamo. Y a los demás, en los animales que más le gusten.
El mago hizo una breve morisqueta y movió los dedos y los brazos, y papá se convirtió en un hipopótamo: en sus ojos globosos perduró unos instantes una chispita de terror.
—Este hipopótamo se ocupa todo el departamento —dijo el mago, con reprobación—. Será mejor que siga con animales más chicos.
En seguida convirtió a mamá en un tucán, aprovechando, creo, que era medio narigueta. Después transformó a mi abuela en una tortuga. Con mis tías solteronas se lució: creó una lechuza, un quirquincho y una foca, todo dentro del estilo de cada una. A la casada, que era autoritaria, la convirtió en araña, y al sometido del cónyuge, en mosca.
Se mostró dulce con los chicos: fue convirtiéndolos en animales lindos y simpáticos: conejitos, ardillas, canarios. Pero a Gabriel, que era de cara ancha y con granos, lo transformó en sapo. A la bebita Lucila, de sólo dos meses, le dio el ser de un colibrí.
Cuando solamente quedé yo sin convertir, el mago me puso una mano en el hombro y me dijo:
—Vos tendrás que encargarte del cuidado de estos animales. Aunque la araña y la mosca, y algunos otros, van a arreglarse solos.
Guardó todo en su valija maravillosa, y se marchó.
Durante cuatro días intenté cuidarlos y alimentarlos, pero pronto me di cuenta de que esa labor me significaba un esfuerzo descomunal. Entonces llamé por teléfono al Jardín Zoológico; su propio director me agradeció y aceptó la donación.
Al principio, yo iba a visitar a mi familia y a mis amigos diariamente, después una vez por semana y, ahora, la verdad es que no voy casi nunca.

Fernando Sorrentino nació en Buenos Aires en 1942. Sus invenciones suelen entrelazar de manera sutil, y casi subrepticia, la realidad con la fantasía, de manera que no siempre es posible determinar dónde termina la primera y empieza la segunda. Paraguas, supersticiones y cocodrilos (2013) es su más reciente libro de cuentos.

ARGENTINA
Daniel Frini
Arenga del Mariscal Zamudio al Octavo Ejército de soldaditos de plomo
Dirigió su ejército en veintiséis batallas, en cinco guerras. Las ganó todas. Recibió la Legión al Mérito, la Orden de Oro, tres veces la Cruz de Honor, cinco veces la Medalla al Valor en Combate. Fue nombrado Caballero de la Cruz de Hierro y Caballero de la Estrella Militar. Dejó el servicio activo con honores de Estado. Vivía alejado de la ciudad y de los juegos del gobierno.
Hoy peleó la última batalla de su vida.
Se encontraba en el sótano de la casona. 
Sobre la gran mesa en la que estaba maquetado el escenario del Some, uno de sus preferidos, esperaba su ejército: a la derecha, el Tercer y el Cuarto cuerpos ―doscientos cincuenta soldados de infantería y cinco piezas de artillería―.  A la izquierda: el Primero y el Segundo ―trescientos soldados y ocho cañones―. Al centro, los ochenta integrantes de la Guardia Imperial y los ciento cincuenta combatientes del Sexto Cuerpo de caballería. Atrás, el Quinto de infantería, el Séptimo de Caballería y la Novena Guarnición de Artillería, con veintitrés cañones.
El Mariscal Zamudio vestía sus ropas de combate y cargaba todas sus medallas. Estaba reclinado, con sus nudillos apoyados en la mesa y los ojos cerrados. Todo estaba en silencio.
El viejo Winco carraspeó. En él giraba «La cabalgata de las Valquirias», del amado Wagner; en la versión de Furtwängler, de mil novecientos cincuenta. Apenas sonaron los chelos y tremolaron las maderas, el Mariscal habló:
―¡Soldados! ¡La hora del combate ha llegado! ¡Ustedes van a completar la obra más grande que el Supremo ha encomendado a los hombres: la de salvarnos de la esclavitud! ¡El día es hoy! No mañana, ni la semana próxima ¡Aquí y ahora! ¡En nuestra casa, en nuestro hogar!
Sobre la lluvia del disco, ascendió la escala de vientos y las cuerdas otorgaron una intensidad marcial. Fue como si se descorriese un manto de nubes, dejando ver a las Valquirias.
―Camaradas de armas: ¡Somos invencibles! ¡Nadie nos negará, nadie nos desafiará, y nadie nos dirá quiénes somos, qué somos y qué podemos ser! ¡La derrota no está en nuestro credo! ¡La debilidad no está en nuestro corazón! ¡Tenemos agallas, tenemos huevos! ¡No hay cobardes entre nosotros!
Fagots, trompas, y chelos dieron paso al piano que creció hasta llegar al forte. Las Valquirias montaron sus caballos y galoparon hasta donde estaba el ejército. La progresión armónica tiñó el aire de misterio.
―Compañeros míos: ¡El enemigo que vamos a destruir, se jacta de treinta años de triunfos, de haber vivido apretando nuestras cabezas con su bota, pero no es digno de medir sus armas con las nuestras, que han brillado en mil combates! ¡El final de este día nos verá con nuestras espadas ensangrentadas o en la gloria de Dios!
La tonalidad cambió y se hizo más triunfalista. Las Valquirias celebraban y cantaban juntas.
―Hermanos del alma: Subiendo esa escalera está el enemigo. ¡Carguemos contra él! ¡Derramemos su sangre! ¡Arranquémosle las entrañas y usémoslas para engrasar nuestras armas! ¡La Libertad será hija de ustedes!
La música era impresionante. Todas las maderas hacían el trémolo, los fagots, las trompas y los chelos llevaban el ritmo de la cabalgata; las trompetas, los trombones y los contrabajos tocaban la melodía, con el acento marcado por los platos. Violines y violas dibujaban el ruido de los cascos de los caballos.
―¡Soldados!: ¡Estoy orgulloso de comandarlos en esta lucha! ¡Mío es el honor de llevarlos al campo de batalla! ¡Conquistaremos aquello que no se ha conquistado! ¡Viva nuestra lucha! Octavo Ejército: ¡Armas a discreción! ¡Paso de vencedores! ¡A la carga!»
La espectacular escala descendente de las cuerdas acompañó el grito de las Valquirias. Los ojos de algunas de ellas estaban llenos de lágrimas. El resto, contuvo la respiración cuando el viejo héroe, blandiendo su sable, subió la escalera de tres en tres escalones.
El Mariscal Zamudio perdió su última batalla.
―¡Ah! ¡Ahí está el señor jugando a los soldaditos! ―dijo su esposa apenas Zamudio apareció en la cocina, con el sable en alto― ¡Dejá esa cosa antes de que te lastimes! ¿Dónde estabas? ¿Con tu glorioso ejército? ¡Hace dos horas que te llamé! ¡Andá a lavar esos platos!
El Mariscal bajó la cabeza, dejó la espada, se calzó los guantes de goma ―aún vestido de combate y con todas sus medallas en el pecho―, abrió el agua caliente, tomó la esponja, le puso un chorrito de detergente y tomó el primer cacharro sucio. Mientras, su mujer miraba la novela.
Las Valquirias desaparecieron, silbando bajito, apenas el brazo del Winco llegó al final del disco y el automatismo lo llevó a la posición de reposo.
El Octavo Ejército de soldaditos de plomo ni siquiera se movió de la mesa.

Daniel Frini (Argentina, 1963). Participó en varias antologías en diversos idiomas. Publicó “Poemas de Adriana”, “Manual de autoayuda para fantasmas”, “El Diluvio Universal y otros efectos especiales” y Nueve hombres que murieron en Borneo. Obtuvo varios premios, el último el 1er Premio del III Concurso Microrrelato Ilustrado Universidad de Jaén.


ARGENTINA
EL PRECIO DE LAS GEMAS
Sergio Gaut vel Hartman
En sus viajes por los mundos del sector Lanane ¾Adona, Trugato, Tragolmeea¾ el viejo Jon Alonso había tropezado con muchas rarezas y singularidades, excesos, atrocidades e incongruencias, pero jamás, hasta que posó la bota en Ledone, tuvo ocasión de presenciar un cuadro tan extravagante como el que ofrecían las criaturas que habitaban ese planeta yermo y polvoriento. Jon era un hombre emprendedor y saludable; poseía equipos y herramientas de última generación para la búsqueda de gemas destinadas a los mercados de Mundo Central, y no tenía escrúpulos. Ya era muy rico, pero se proponía ver crecer su fortuna geométricamente y sin término.
¾Vamos, Robespierre ¾tronó Jon a la vez que urgía a su ayudante con un gesto que hubiera horrorizado a John Rambo¾, nos quedan cinco horas de luz. Moviendo el culo, por favor. ¾Les quedaban cinco horas de luz antes de que el viento abrasivo de Ledone empezara a soplar desde las gargantas afiladas de los riscos y procediera a esmerilar cualquier verruga que resaltara en el valle.
Robespierre movió el culo, activó su exoesqueleto, y descargó. Varias toneladas de equipo se apilaron junto a la nave. No era un montón de chatarra oxidada sino lo más sofisticado y agudo en materia de detección y análisis de gemas preciosas que se podía conseguir en esos días. Jon se sentó en un taburete plegable que se adaptó a sus nalgas como un guante, entrecruzó los dedos, los hizo sonar y bailotear. Tocó aquí y allí. En las pantallas se formó una fina red de líneas que dibujaban el mapa de la superficie de esa región de Ledone. Las líneas se dilataron al llegar al horizonte y los ojos de Jon tintinearon como caireles cuando las señales indicaron las formas poliédricas de zafiros y rubíes, esmeraldas y diamantes contenidos en el interior de los cuerpos vermiformes.
¾Será soplar y recoger, jefe ¾dijo Robespierre con un gesto obsecuente en sus facciones. Jon lo miró de reojo y no le contestó. Estaba demasiado feliz como para perder un segundo amonestando al ayudante. La llanura estaba técnicamente atestada de gemas.
 Los naturales de Ledone eran seres enfermizos que habían aprendido a medrar en las marismas arcillosas de los lechos secos de los ríos; se habían adaptado a una miserable subsistencia, en el límite mismo que separa lo vivo de lo inerte. Pasaban el día reptando por los cañadones y lamiendo con sus cilios los granos de arena y las motas de mineral dispersos en el suelo del planeta. Cuando el viento empezaba a soplar, la temperatura exterior del cuerpo de aquellas criaturas se aproximaba al punto de ebullición, y apenas tenían tiempo para enfriarse antes de que las ráfagas fueran tan intensas que se vieran obligadas a cavar pozos en la arcilla y sustraerse de su furia. Así día tras día, mes tras mes, siglo tras siglo. Pero lo inestable de la situación no había impedido que las criaturas de Ledone desarrollaran un sentido estético y una serie de habilidades que John Alonso y su fiel ayudante Robespierre no se habían tomado el trabajo de relevar. Si lo hubieran hecho, se habrían enterado de que así como ellos podían detectar las gemas que se alojaban en el cuerpo de las criaturas como producto secundario de su dieta ¾algo así como tumores benignos¾ las criaturas de Ledone eran capaces de oler el calcio desde una razonable distancia. John Alonso y Robespierre tenían mucho calcio en la parte interior de sus cuerpos.
No obstante, estos milimétricos escarceos, dignos de una partida de go, se producían a considerable distancia unos de los otros. En cuanto Jon y su ayudante pudieron tener localizadas a una docena de criaturas, las inmovilizaron utilizando un campo inhibidor de procesos motores de la I.G.Farben de Mioterca, en el sector Maenaila. Los recogedores de gemas ¾otro producto de la Farben¾ se dispersaron por la llanura y mediante económicos movimientos abrieron a las criaturas por el medio usando bisturíes invisibles y extrajeron las gemas del interior de los cuerpos. Al mismo tiempo, sin sentir pavor por los actos de los depredadores, sin compadecerse por la atroz muerte de sus semejantes, atendiendo a las sencillas y pragmáticas reglas de la subsistencia, las criaturas de Ledone se concentraron, sin utilizar tecnología, obedeciendo a sus dones cultivados en siglos de rigor climático y escasez, en dos puntos focales de la superficie del planeta: Jon Alonso y Robespierre.
Sin tiempo para proferir más que un escueto oh, ambos humanos recibieron la visita de los naturales de Ledone por vía oral y casi no se dieron cuenta de que los tejidos blandos de sus cuerpos servían poco más que de estorbo a los invasores, solo preocupados por el exquisito aroma de las vértebras, los húmeros, las tibias.
Al cabo de algunos minutos, una escena incongruente ornamentaba el valle. Los cuerpos sin vida de Jon y su ayudante yacían fláccidos en el centro de círculos de gemas que los recogedores habían depositado prolijamente. Si los recogedores hubieran tenido dedos y cabezas los hubieran utilizado para rascárselas, indicando una porción minúscula de la perplejidad que sentían. Los depredadores ¾especialmente Jon Alonso, que había estado a punto de aumentar su fortuna de un modo notable¾ eran un par de ruinosos sacos, unos tristes pellejos arrugados.
Pero tampoco las criaturas de Ledone habían salido del todo bien libradas tras su aventura. Más allá de la pérdida de una docena de semejantes por acción de los recogedores, estaban a punto de pagar un alto precio por su escaso desarrollo en el campo de las matemáticas. Ahítas de calcio, aparentemente dueñas de una incalculable fortuna, habían perdido la noción del tiempo transcurrido. El viento abrasivo de Ledone sopló desde las gargantas afiladas de los riscos y esmeriló cuanta verruga sobresalía en la llanura. En ese rincón de Ledone no quedó un ser vivo que pudiera contar esta historia, y si hoy yo puedo contarla es porque ser el viento abrasivo de Ledone tiene sus privilegios.

Sergio Gaut vel Hartman es un escritor y editor argentino nacido en Buenos Aires, Argentina, en 1947. Entre otros, publicó los siguientes libros: Cuerpos descartables (1985), El universo de la ciencia ficción (2006), Espejos en fuga (2009), Vuelos (2011) Avatares de un escarabajo pelotero (2017), Otro camino (2017), La quinta fase de la Luna (2018) y El juego del tiempo (2018). Ha compilado casi treinta antologías y fue finalista de los premios Minotauro y U.P.C. 


ARGENTINA
Daniel Antokoletz
Las tres caras de la moneda
Camino por la calle puteando. Ese sorete me robó el trabajo. Se adelantó y lo presentó a los directores antes de que yo lo terminara. Cuando se entere Malena, me va a decir de todo. O no. Es lo que buscaba para abandonarme.
Llego a la sala de juntas, preparo mi computadora, conecto el proyector y comienzo a explicar mi proyecto. Los desgraciados me dejaron llegar al final, y me preguntaron si era mi idea. Les dije que por supuesto, que venía trabajando en ella desde hace varias semanas. Me extraña cómo me miraran ¿de manera acusadora?. Vuelvo a mi oficina. Me llama el jefe. —Es muy feo robarle un proyecto a un compañero—. Me dice. No entiendo nada. Apenas lo escucho recriminándome por hurtarle a Ricardo la posibilidad de avanzar, que eso está mal, y que en la empresa hay un estricto código de ética. Veo la escena en cámara lenta. Mueve los labios, pero apenas puedo entender lo que dice. Algo como que no tolerarán un comportamiento como el mío. Sin mirarme, acomodando unos papeles, me despide.
—Juntá tus porquerías y andate. No quiero verte la cara—. Me grita.
Yo no lo puedo creer, no sé cómo reaccionar. Lo que puedo saber, es que yo destaco demasiado y que opaco al resto. Y Ricardo es el hijo del presidente. Siempre lo ayudé, le enseñé, lo cubrí. Tendría que haberlo previsto. La semana pasada repasé con él las primeras versiones de mi presentación. Ese fue mi error. El hijo de puta se adelantó y la presentó como su idea. Por eso me hacía tantas preguntas. Que cómo se me ocurrió, que cómo haría esto, que cómo haría lo otro, que porqué… Ya me parecía que estaba demasiado atento. Él nunca se interesó por nada que haya diseñado otro. Al cretino sólo le importa él.
Puedo ver lo que Malena me va a decir antes de irse: “Viejo estúpido. Yo te lo dije”. Ahora estoy solo. He quedado solo y sin nada.
En la empresa me dieron computadora, celular, auto y, cuando me trasladaron, vivienda. Me hicieron dejar todo. No me dejaron llamar por el celular para avisar a casa, ni pude usar el auto. Ni siquiera me pude acercar al garaje. Me trataron como a un delincuente, cuando la peor basura humana, es el hijo del presidente. Perdí todo. Me dieron un mes para desalojar la casa. No voy a tolerar que nadie me recrimine más nada. Me siento en la baranda al borde del puente… Tiro una moneda. Calculo la distancia contando los segundos hasta que escucho el tintinear en el pavimento.  Alguien se acerca. No lo miro, solo le exijo que se aleje, que me deje tranquilo para despedirme de esta desquiciada vida. No me hace caso y comienza a hablar.
¡Hey! Tú, el del borde. ¿Contaste el tiempo que tardó la moneda? Son treinta metros de caída. Va a ser un golpe duro. ¿Crees que lo que te pasó es tan terrible como para suicidarse? Mil cosas pueden suceder. El universo es mucho más extraño de lo que crees. Y no todo es el final. Aunque saltes, ¿piensas que es el fin? ¿Que morirás y listo? Quizás no suceda así. Con tu suerte, te romperás un par de huesos, los más dolorosos, y sobrevivas.
Cuéntame. ¿Qué te pasa? Saldremos adelante. Vamos, dime algo. Bueno, si no quieres hablar, lo haré yo. Eres un ejecutivo… Tu cara se contrajo. Lo veo por tu ropa. Eras el ejecutivo de una empresa grande. Ganabas muy bien y algo pasó. Hay mil cosas que aún puedes hacer. Eres joven y fuerte. Seguro que un amigo te traicionó. ¿Cuándo pensaste que era tu amigo? ¿Cuándo lo ayudaste? ¿Cuándo lo cubriste? Los amigos no te roban tu trabajo. Seguro tienes bronca. Le creyeron a él y que no te dieron posibilidades de defenderte. ¿No lo esperabas? Vamos, eres inteligente. Hace tiempo querían deshacerse de ti. Siempre con ideas brillantes, proyectos maravillosos. Opacas a casi todos en el departamento de investigación y desarrollo. ¡Epa! Veo que he captado tu interés. Ese mísero trabajo no es digno de tu inteligencia. Diseñás cosas impresionantes para que unos inversionistas mediocres se llenen de dinero, y vos tenés que hacer malabares para pagar la tarjeta de crédito a fin de mes. Todo para que esa reviente en el shopping todo tu maldito sueldo. Tu esposa. Lo único que le interesa es tener lo más exclusivo, y que si no puede conseguirlo, se iría con el mismo que te robó el trabajo. Tu mujer nunca fue tuya, la fidelidad no es una de sus virtudes. Pero eso ya lo sabías ¿no? ¿Por qué no inventas para vos mismo? Por una vez en tu vida, tenés que pensar en vos. Vivir para vos. Estás dolido, y eso está bien. Es lógico. Y no me preguntes cómo cuernos lo sé. Crees que has perdido todo pero pronto verás que ganaste. Seguro que esa mente científica tuya está preguntándose cómo puedo conocerte tanto. Salta y morirás en la ignorancia. No saltes, y quizás algún día comprendas…
Héctor presenta con maestría su idea frente al directorio. Es uno de los mejores proyectos que se le ocurrieron. Espera que lo nombren gerente de investigaciones, y con eso, retener a su Malena. Sabe que lo engaña y que está por dejarlo.
Cuando termina, se extraña con las preguntas que le hace el presidente del directorio. Su hijo le contó de este proyecto hace más o menos una semana. El presidente llama al jefe de Héctor. No puede permitir que un tipo así, por muy brillante que sea, le robe el proyecto a su Ricardo, y con eso se pierda ser gerente.
Héctor es despedido y sus sueños se esfuman. Él sabe que sin su trabajo, pierde la única posibilidad de retener a la promiscua de su esposa. Le obligaron a dejar el celular de la empresa y el automóvil. Quedó en la calle. Tiene un mes para dejar el departamento. Camina hacia el puente de la avenida Treinta y seis. Camina y putea maldiciendo su suerte. Sabe que Ricardo lo traicionó. Esa basura se interesó por el proyecto, exprimió toda la información que pudiera darle, y lo mostró a su padre y al resto de los jefes.
Héctor sSe sienta en el borde del puente. Ve pasar un camión por la carretera que pasa por abajo. Arroja una moneda para calcular la altura. Son treinta y dos metros. Se dispone a saltar cuando un viejo muy bien vestido se le acerca. Él no quiere escuchar a nadie, pero algo en la voz cascada hace que se detenga.
El viejo le llama la atención. Intenta convencerlo de que no salte. Trata que se descargue contando su problema. Pero no logra que hable. Decide hacerlo él. Conoce a Héctor como si fuera él mismo. Sabe que la única manera que tiene de evitar que salte es intrigándolo. Un desafío. Algo que le cueste comprenderlo. A la gente inteligente eso la atrapa. El viejo comienza a contarle por lo que está pasando, con lujo de detalles. Le cuenta sobre la traición de Ricardo, su problema con Malena, el despido… Sin dar nombres, por supuesto. Logra su cometido. Héctor se intriga. Se pregunta ¿Cómo sabe tanto sobre su vida? ¿Quién es? ¿Quién lo envió? 
Mira hacia un lado y hacia el otro. Ve la espalda del anciano que se aleja con paso cansado pero distinguido. Necesita investigar qué está sucediendo. Ahora necesita saber.
El viejo camina hacia su máquina. Sonríe con satisfacción. Y recuerda. Recuerda cuando era joven, cuando por ese hijo de puta de Ricardo lo despidieron. Recuerda cuando la desgraciada de Malena lo abandonó sin decir nada y se fue buscando a alguien que pagara sus excesos. Recuerda a ese viejo loco que se entrometió, y le sembró una maldita duda. Y él, como científico, no podía llevársela a la tumba. 
Se acerca a su extraña máquina y se acomoda en su interior. Es su mejor invento. Antes de activarla y volver a su tiempo, se ve a sí mismo, bajando de la baranda del puente.

Daniel Antokoletz Huerta (Buenos Aires 1964) comenzó a escribir desde muy joven. Ha logrado varios galardones por sus cuentos. Sus obras de terror y ciencia ficción se han publicado en antologías, diarios y revistas (tanto en formato electrónico como en papel); tanto en Argentina como en varios países de América y Europa. Trabaja en bioinformática y realiza trabajos de investigación en inteligencia artificial y robótica.

ESPAÑA
NIEVES PASCUAL SOLER
GNOMOS DE JARDÍN
—Lo primero es quitar esos horribles gnomos de ahí. ¡No los soporto! —dijo la Sra. Ugarte mirando por la ventana de la cocina al jardín de la parte de atrás.
Los Ugarte esperaron a jubilarse para poner en venta su apartamento de la ciudad y mudarse a las afueras. Encontraron una casita a precio de risa en la ladera del monte. En dos hileras paralelas se disponían una serie de viviendas unifamiliares que no eran gran cosa, pero de jardines grandes, verdes y floridos.
El Sr. Ugarte dejó el periódico sobre la mesa y se levantó para acercarse a su mujer. Gnomos, colorados como fresones, de bonetes puntiagudos rojos y verdes, sentados, tumbados, de pie, madres, padres, niños y abuelos cubrían todo el jardín. Al Sr. Ugarte le parecían divertidos, pero sin dudarlo le dio la razón a su esposa.
¿A quién demonios se le ocurre? —preguntó simulando irritación y luego volvió a su lectura.
A la tarde, cuando el sol dejó de arder, el matrimonio salió al jardín a deshacerse de las figuritas de cerámica. Ocurrió que ni a cuatro manos, ella tirando de la punta del gorro de un niño, él del pescuezo, consiguieron mover al enano ni un milímetro. Parecía haber arraigado dentro de la tierra como una mala yerba.
—De ustedes yo no haría eso.
Los Ugarte torcieron la cabeza al unísono hacia la voz. Se irguieron sacudiéndose de las manos el polvillo ferroso del esmalte y se acercaron a presentarse al vecino. Otro lado del seto el hombre añadió:
—Son una especie protegida —. Y señaló con el dedo a su propio jardín, también infestado de gnomos.
El matrimonio miró el jardín, luego se miraron entre ellos con ojos de desconcierto y soltaron una risita entre los dientes.
¿Los muñecos? —preguntó la Sra. Ugarte.
—Eso es lo que nos quieren hacer creer —susurró el vecino con seriedad.
No bromeaba.
¡Por Dios bendito, hombre! —se enardeció el Sr. Ugarte.
Sin inmutarse, el vecino continuó:
—La mayoría están muertos, pero hay algunos vivos. Al caer la noche podan los setos y hacen crecer las plantas. ¿Cómo si no se mantendrían los jardines así en un suelo tan pedregoso? Incluso los muertos son útiles para ahuyentar a los pájaros.
—Ya veo —dijo la Sra. Ugarte que se disculpó diciendo que había de preparar la cena. El Sr. Ugarte no dijo nada, inclinó la cabeza y siguió a su mujer al interior.
Dentro soltaron unas carcajadas tensas.
—Como un cencerro —dijo ella.
—Ni que lo digas.
Esa noche la Sra. Ugarte soñó que los enanos invadían la casa. Estaban por todas partes. Se despertó chillando cuando uno se le subió a la cabeza y le arrancaba el pelo.
Al día siguiente salieron al jardín de nuevo al ponerse el sol con la intención de deshacerse de los gnomos. Al vecino de la derecha que los miraba amenazante se había unido el de en frente. Los Ugarte retrocedieron.
¿Qué le pasa a esta gente? Solo son unos malditos muñecos —dijo ella.
—Pero en peligro de extinción —contestó él, quitándole hierro al asunto.
—Pues no estoy dispuesta a dejarme intimidar —dijo ella con determinación. Con los brazos cruzados al pecho miró por la ventana. Los dos vecinos habían desaparecido.
Esa noche la Sra. Ugarte soñó que los vecinos también eran gnomos y le mordían las piernas y los brazos. Cuando manoteaba para defenderse su marido le abofeteó la cara.
Al tercer día lo intentaron de nuevo. Armados con azadillas salieron al jardín. Ahora el vecino de la izquierda les clavaba también la mirada.
Dieron con las azadas en la tierra sobre la que se plantaban los zapatos de charol de un enano de barba blanca. Arrancaron parte del césped de alrededor. Siguieron picando. Saltaron esquirlas azules de la piedra, pero apenas dentaron la superficie. Luego tiraron con fuerza hacia arriba. Algo sobrehumano tiraba hacia abajo. Pararon y en ese momento la Sra. Ugarte vio al enano levantar la pierna y bajarla.
¿Has visto eso?
El Sr. Ugarte dijo no haber visto nada.
—Te estás obsesionando, cielo.
Entonces el enano levantó otra vez la pierna y la bajó.
—Te digo que se ha movido.
—Mejor lo dejamos por hoy —concluyó él.
Esa noche la Sra. Ugarte soñó que ella y su marido eran gnomos que vivían en el jardín bajo una seta con sus nueve hijos gnomos y los abuelos gnomos que estaban muertos.
Así pasó una semana, dos y tres. La obsesión de la Sra. Ugarte creció con su frustración hasta que un amanecer cargó el rifle de caza de su esposo y desde la ventana se puso a disparar a las figurillas del jardín. Los gnomos la dispararon de vuelta.

Nieves Pascual Soler (Almería, España, 1966). Catedrática acreditada de Filología Inglesa. Enseña online para la Universidad de Jaén y la Universidad Internacional de Valencia. Ha publicado múltiples ensayos y libros de carácter académico, así como relatos en diversas revistas de creación literaria.


ESPAÑA
Francesc Barrio
Ophelia
-       ¿Cómo ha conseguido este número? - A través de la distancia, la voz del Asesino suena como triste, cansada. Pero a pesar de la frialdad del teléfono, también suena dulce, grave, pero dulce.
-       Bueno, supongo que, en realidad es algo que no importa, ¿no?- contesta la desconocida con cierta seguridad. Es una voz de mujer, un poco ausente, melancólica.- Lo que importa es que le he encontrado y tengo un encargo para usted. Es su trabajo, ¿no?
-       Bien, entonces ¿qué es lo que necesita de mí? - El hombre habla con calma, dejando que las palabras llenen una a una el silencio. Al principio la mujer no se había dado cuenta pero, de fondo, suavemente, un aparato reproduce la voz aterciopelada de Chris Isaak:
The world was on fire and no one could save me but you
It's strange what desire will make foolish people do
-       Bueno, no conozco el argot. No sé cómo se refieren ustedes a esto. Tengo un encargo, necesito..., necesito que mate a alguien.
-       De acuerdo, ¿sabe cómo funciona esto?
I'd never dreamed that I'd meet somebody like you
-       Bueno, la verdad es que no – a la mujer se le escapa una risita incómoda – es la primera vez que preciso de un servicio así.
-       Bien, para empezar, debe saber que usted y yo no vamos a vernos nunca. Y, después de hoy, tampoco vamos a volver a hablar, ni por teléfono ni de ninguna manera. ¿Entendido?
And I'd never dreamed that I'd meet somebody like you
-       Sí, sí, claro, lo entiendo.
-       De acuerdo, esto es lo más importante. ¿De quién estamos hablando?
No I don't want to fall in love (this girl is only gonna break your heart)
-       Es..., se trata de una mujer...
-       No, no me cuente nada más –corta tajante el Asesino.- Preparará un documento de texto con toda la información que tenga de esa mujer. Necesito su nombre, su edad, sus direcciones: domicilio, trabajo, amistades, locales a los que acuda habitualmente; sus costumbres, sus rutinas, sus horarios. ¿Entendido?
No I don't want to fall in love (this girl is only gonna break your heart)
-       Sí, sí, ¿qué hago con ese documento? – pregunta ella.
-       Espere, - continúa el hombre - al documento le añadirá unas cuantas fotos de esa persona. Necesito conocerla, saber quién es. Necesito imágenes de su cara, de su cuerpo, diversos ángulos, diversas poses. Imágenes actuales. ¿Es eso posible?
With you (this girl is only gonna break your heart)
-       Sí, sí, claro, no hay problema.- A la mujer le tiembla un poco la voz.
-       Bien, pues pondrá todos esos documentos en un solo archivo comprimido, un zip, un rar, me es indiferente. Y los comprimirá con una contraseña que sólo sabremos usted y yo. Ese archivo lo nombrará como XXX y me lo enviará por mail a la dirección que le daré luego, ¿entendido?
With you (this girl is only gonna break your heart)
-       Ophelia – dice ella.
-       ¿Cómo?- increpa el Asesino.
-       La contraseña: Ophelia.
-       ¡Ah! Bien, de acuerdo. A la vez que dispone lo del archivo XXX, deberá preparar el efectivo – sigue diciendo el hombre.- Sólo trabajo en efectivo. Un 60% por adelantado y el resto al finalizar el contrato, ¿de acuerdo?
No I...(this girl is only gonna break your heart)
-       Sí, sí, perfecto. ¿Cuánto debo entregarle en el primer pago? - pregunta la Víctima.
-       Deberá reunir 6.000 euros. Le aconsejo que no los extraiga de una sola vez en una sola entidad bancaria. Haga varios reintegros en días diferentes y, si es posible, en bancos diferentes. ¿Es eso posible?
(This girl is only gonna break your heart)
-       Sí, sí, no será ningún problema. ¿Cómo le pago si no vamos a vernos?
-       Será muy sencillo – le explica el Asesino. - Tome nota.
-       Espere – dice la mujer un poco alterada – antes quería preguntarle una cosa.
-       Usted dirá – el Asesino parece un poco contrariado.
Nobody loves no one
-       ¿Le importa si se lo pago todo de una vez?

Cosas que un niño no entiende
Al llegar Bastian a casa de la escuela, Mrs. Rossum ya apreció los signos inequívocos de alguna pelea. Rodillas peladas, arañazos en los brazos y moratones en el rostro. La madre enseguida intuyó el motivo de la disputa, pero prefirió no presionar al niño y esperar a que él mismo hallara el momento.
Por la noche, cuando Mr. Rossum se acerca a su cama para acostarlo, Bastian, finalmente, claudica y decide contarle a su padre lo sucedido.
- Hoy en la escuela me he peleado con unos niños -explica el niño compungido por la culpa-. Lo siento, no lo haré más.
- Sé que no lo harás más cariño. Explícame por qué te has peleado.
- Unos niños decían que tú y mamá no me queréis. – Haciendo pucheros, la inocente voz de la criatura denota el enfado recordado.
- ¿Y por eso les has pegado, cariño? - interroga él comprensivo.
- No, no ha sido sólo por eso. Decían muchas más cosas malas. Se reían de mí y decían que no soy vuestro hijo. Y que por eso no me querréis nunca, -las palabras le salían atropelladamente- que si encontráis un niño más guapo o cuando os canséis de mí, me tiraréis a la basura y os buscaréis otro niño. Y que nunca habrá nadie que me quiera. -La confesión empieza a entremezclarse con sollozos incontrolados.
- Pero Bastian, cariño. –Intenta tranquilizarlo Mr. Rossum-. Ya sabes que no debes hacer caso de todas esas sandeces. Ya sabes que no son más que mentiras. –Remarca el padre con una caricia-. Por supuesto que eres nuestro hijo. Y tanto mamá como yo siempre te hemos querido mucho. Y siempre lo haremos. Somos una familia y así debe ser.
- Pero los niños dicen que yo soy diferente. –Se lamenta Bastian en un último coletazo del disgusto.
- Hijo, eso también son tonterías. Tú eres exactamente igual que el resto de los niños. Y cuando crezcas, serás alto y fuerte como yo, y guapo e inteligente como tu madre. –Termina el padre culminando con una nueva caricia y un beso en la frente-. Venga, ya es hora de dormir.
Mr. Rossum  coloca bien la sábana y la colcha, protegiendo al pequeño Bastian del frío de la noche. Su mano se detiene unos instantes sobre el pecho del infante, sintiendo los últimos tic-tac del mecanismo de relojería que le da vida. Por la mañana, Mrs. Rossum le dará cuerda de nuevo, dándole la ilusión de un nuevo despertar. Pero todo esto ya son cosas que un niño no entiende.

Francesc Barrio: Nació el 1968 en Santa Coloma de Gramanet, ciudad cercana a Barcelona (España). Ha sido editor de juegos de rol, redactor de revistas de juegos, editor de contenidos freelance para un estudio de diseño y, tardíamente, ha descubierto su vocación de escritor. Ha recibido algunas menciones, ha quedado finalista en unos cuantos concursos y ha publicado sus relatos en unas cuantas revistas y antologías. Es colaborador del Portal Ciencia y Ficción y de la revista Catarsi. https://noencuentroellitio.wordpress.com/


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