BABELICUS N° 8
REVISTA LITERARIA EN ESPAÑOL –
Diciembre 2019
ADMINISTRADORES: ADRIANA ALARCO, STEFANO VALENTE, DANIEL ANTOKOLETZ HUERTA
ADMINISTRADORES: ADRIANA ALARCO, STEFANO VALENTE, DANIEL ANTOKOLETZ HUERTA
Estimados
amigos:
Les presentamos
el octavo número de BABELICUS EN ESPAÑOL http://babelicus.blogspot.it Babelicus (grupo abierto de Facebook),
con cuentos de autores hispanos.
Deseamos que este proyecto siga creciendo, y ruego a los escritores de lengua española interesados en publicar en Babelicus, que envíen sus colaboraciones adjuntas en Word a los responsables de la edición en español de la revista virtual:
Adriana Alarco de Zadra: alarcoadriana@gmail.com
Se publicarán
los cuentos que cumplan los requisitos de brevedad, gramática, fantasía y
respeto. Los autores no pierden sus derechos de autor.
Portada: Mujer
con pulpos, óleo sobre lienzo de Adriana Alarco de Zadra
COLOMBIA
Luis Bolaños de
la Cruz
Metamorfa
Las noticias continuaron llegando, estremecedoras, impactantes, insistían
machaconamente: la invasión está derrotada. Destruidas sus inmensas naves, los
supervivientes utilizaban sus dotes de camuflaje para intentar ocultarse.
Gracias a su piel constituida por innumerables multiplacas reinsertables, sus
huesos flexibles y su capacidad de reordenamiento glandular y orgánico,
reducían su tamaño y podían imitar convincentemente a una persona.
En la cena, mi esposa estuvo desusadamente silenciosa, al moverse parecía
vibrar y desdibujarse, exhalando un olor acre, casi eléctrico, pero me miró con
tanto cariño que me apaciguó; sin embargo, una sospecha se concretaba, pero
decidí remontarla. Al ingresar al lecho me estremecí, mantuve acotado el temor,
y despacio, pero con seguridad, me volví hacia su cuerpo y me decidí a
abrazarla.
Fábula
Era el único
árbol que existía en el planeta, bajo sus ramas se celebraban feroces combates
para poder morir al amparo su sombra.
(Fábula Freemen escuchada al pasar por un mercado en
Arrakis)
Luis Antonio Bolaños de la Cruz
Sociólogo (no
fundamentalista) y escritor de ciencia ficción nacido en Ciénaga, Magdalena
(Colombia) en 1950, residente en Perú. Consultor de Concytec (Consejo Nacional
de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica), del Ministerio de Educación y
de MINAM (Ministerio de Ambiente); ha transitado asimismo los caminos de la Educación
Ambiental y de la Psicobiología. Ha fatigado claustros universitarios, selvas y
ecosistemas diversos; participado en periódicos, ONG's, cineclubes, sindicatos
e institutos de investigación, dejando huellas de sus reflexiones; ha publicado
en Velero25, Sitio, Axxon, Mil Inviernos, Candor Chasma, Ciencia Ficción Perú,
Alfa Eridiani, Casa Jarjacha, Papirando, Argonautas, el Horla.
ARGENTINA
Fernando Sorrentino
El mago
Para mi cumpleaños, mamá me preguntó si quería que
viniera un payaso o un mago. Los payasos me parecen estúpidos, de manera que
elegí el mago.
Éste resultó ser un hombre flaco y pálido, pero con
unos cuantos detalles negros: el cabello, el bigotito, el smoking, el moñito y
su valija maravillosa.
Saludó con ademán anticuado y gentil, y los chicos
empezamos a gritar:
—¡El ma-go, el ma-go, el ma-go, el ma-go!
El mago sonrió, complacido, y realizó diversas
pruebas —que yo ya había visto en otros magos—, tales como, por ejemplo,
multiplicar un solo pañuelo en siete u ocho, o extraer de una galera negra una
paloma blanca. También, con los naipes que se usan en las películas del lejano
oeste, hizo una cantidad de trucos que no logré entender.
—Este prestidigitador es muy bueno —dijo papá en voz
baja.
El mago, no sé cómo, lo oyó:
—Le agradezco su opinión —contestó—. Pero yo no soy
un prestidigitador sino un mago.
—Bueno —replicó papá, con su habitual suficiencia—.
Digamos que es un mago, no un prestidigitador.
—Veo que usted no me toma en serio. Para que se
convenza, voy a convertirlo a usted en algún animal. ¿Cuál prefiere?
Papá lanzó una risotada que casi nos deja sordos,
con una boca muy grande, como si fuera un hipopótamo. Pareció leer mi
pensamiento porque, justamente, dijo:
—Ya que me da a elegir, conviértame en un
hipopótamo. Y a los demás, en los animales que más le gusten.
El mago hizo una breve morisqueta y movió los dedos
y los brazos, y papá se convirtió en un hipopótamo: en sus ojos globosos
perduró unos instantes una chispita de terror.
—Este hipopótamo se ocupa todo el departamento —dijo
el mago, con reprobación—. Será mejor que siga con animales más chicos.
En seguida convirtió a mamá en un tucán,
aprovechando, creo, que era medio narigueta. Después transformó a mi abuela en
una tortuga. Con mis tías solteronas se lució: creó una lechuza, un quirquincho
y una foca, todo dentro del estilo de cada una. A la casada, que era
autoritaria, la convirtió en araña, y al sometido del cónyuge, en mosca.
Se mostró dulce con los chicos: fue convirtiéndolos
en animales lindos y simpáticos: conejitos, ardillas, canarios. Pero a Gabriel,
que era de cara ancha y con granos, lo transformó en sapo. A la bebita Lucila,
de sólo dos meses, le dio el ser de un colibrí.
Cuando solamente quedé yo sin convertir, el mago me
puso una mano en el hombro y me dijo:
—Vos tendrás que encargarte del cuidado de estos
animales. Aunque la araña y la mosca, y algunos otros, van a arreglarse solos.
Guardó todo en su valija maravillosa, y se marchó.
Durante cuatro días intenté cuidarlos y
alimentarlos, pero pronto me di cuenta de que esa labor me significaba un
esfuerzo descomunal. Entonces llamé por teléfono al Jardín Zoológico; su propio
director me agradeció y aceptó la donación.
Al principio, yo iba a visitar a mi familia y a mis
amigos diariamente, después una vez por semana y, ahora, la verdad es que no
voy casi nunca.
Fernando
Sorrentino nació en Buenos Aires en 1942. Sus invenciones suelen entrelazar de
manera sutil, y casi subrepticia, la realidad con la fantasía, de manera que no
siempre es posible determinar dónde termina la primera y empieza la segunda. Paraguas, supersticiones y cocodrilos (2013)
es su más reciente libro de cuentos.
ARGENTINA
Daniel
Frini
Arenga
del Mariscal Zamudio al Octavo Ejército de soldaditos de plomo
Dirigió su ejército en veintiséis batallas, en cinco
guerras. Las ganó todas. Recibió la Legión al Mérito, la Orden de Oro, tres
veces la Cruz de Honor, cinco veces la Medalla al Valor en Combate. Fue
nombrado Caballero de la Cruz de Hierro y Caballero de la Estrella Militar.
Dejó el servicio activo con honores de Estado. Vivía alejado de la ciudad y de
los juegos del gobierno.
Hoy peleó
la última batalla de su vida.
Se
encontraba en el sótano de la casona.
Sobre la
gran mesa en la que estaba maquetado el escenario del Some, uno de sus
preferidos, esperaba su ejército: a la derecha, el Tercer y el Cuarto cuerpos
―doscientos cincuenta soldados de infantería y cinco piezas de
artillería―. A la izquierda: el Primero
y el Segundo ―trescientos soldados y ocho cañones―. Al centro, los ochenta
integrantes de la Guardia Imperial y los ciento cincuenta combatientes del
Sexto Cuerpo de caballería. Atrás, el Quinto de infantería, el Séptimo de
Caballería y la Novena Guarnición de Artillería, con veintitrés cañones.
El
Mariscal Zamudio vestía sus ropas de combate y cargaba todas sus medallas.
Estaba reclinado, con sus nudillos apoyados en la mesa y los ojos cerrados.
Todo estaba en silencio.
El viejo
Winco carraspeó. En él giraba «La cabalgata de las Valquirias», del amado
Wagner; en la versión de Furtwängler, de mil novecientos cincuenta. Apenas
sonaron los chelos y tremolaron las maderas, el Mariscal habló:
―¡Soldados!
¡La hora del combate ha llegado! ¡Ustedes van a completar la obra más grande
que el Supremo ha encomendado a los hombres: la de salvarnos de
la esclavitud! ¡El día es hoy! No mañana, ni la semana próxima ¡Aquí y ahora!
¡En nuestra casa, en nuestro hogar!
Sobre la
lluvia del disco, ascendió la escala de vientos y las cuerdas otorgaron una
intensidad marcial. Fue como si se descorriese un manto de nubes, dejando ver a
las Valquirias.
―Camaradas
de armas: ¡Somos invencibles! ¡Nadie nos negará, nadie nos desafiará, y nadie
nos dirá quiénes somos, qué somos y qué podemos ser! ¡La derrota no está en
nuestro credo! ¡La debilidad no está en nuestro corazón! ¡Tenemos agallas,
tenemos huevos! ¡No hay cobardes entre nosotros!
Fagots,
trompas, y chelos dieron paso al piano que creció hasta llegar al forte. Las
Valquirias montaron sus caballos y galoparon hasta donde estaba el ejército. La
progresión armónica tiñó el aire de misterio.
―Compañeros
míos: ¡El enemigo que vamos a destruir, se jacta de treinta años de
triunfos, de haber vivido apretando nuestras cabezas con su bota, pero no es
digno de medir sus armas con las nuestras, que han brillado en mil combates!
¡El final de este día nos verá con nuestras espadas ensangrentadas o en la
gloria de Dios!
La
tonalidad cambió y se hizo más triunfalista. Las Valquirias celebraban y
cantaban juntas.
―Hermanos
del alma: Subiendo esa escalera está el enemigo. ¡Carguemos contra él!
¡Derramemos su sangre! ¡Arranquémosle las entrañas y usémoslas para engrasar
nuestras armas! ¡La Libertad será hija de ustedes!
La música
era impresionante. Todas las maderas hacían el trémolo,
los fagots, las trompas y los chelos llevaban el ritmo de la cabalgata; las trompetas, los trombones y los contrabajos
tocaban la melodía, con el acento marcado por los platos. Violines y violas dibujaban el ruido de los cascos
de los caballos.
―¡Soldados!:
¡Estoy orgulloso de comandarlos en esta lucha! ¡Mío es el honor de llevarlos al
campo de batalla! ¡Conquistaremos aquello que no se ha conquistado! ¡Viva
nuestra lucha! Octavo Ejército: ¡Armas a discreción! ¡Paso de vencedores! ¡A la
carga!»
La
espectacular escala descendente de las cuerdas acompañó el grito de las Valquirias. Los ojos de
algunas de ellas estaban llenos de lágrimas. El resto, contuvo la respiración
cuando el viejo héroe, blandiendo su sable, subió la escalera de tres en tres
escalones.
El
Mariscal Zamudio perdió su última batalla.
―¡Ah!
¡Ahí está el señor jugando a los soldaditos! ―dijo su esposa apenas Zamudio
apareció en la cocina, con el sable en alto― ¡Dejá esa cosa antes de que te
lastimes! ¿Dónde estabas? ¿Con tu glorioso ejército? ¡Hace dos horas que te
llamé! ¡Andá a lavar esos platos!
El
Mariscal bajó la cabeza, dejó la espada, se calzó los guantes de goma ―aún
vestido de combate y con todas sus medallas en el pecho―, abrió el agua
caliente, tomó la esponja, le puso un chorrito de detergente y tomó el primer
cacharro sucio. Mientras, su mujer miraba la novela.
Las
Valquirias desaparecieron, silbando bajito, apenas el brazo del Winco llegó al
final del disco y el automatismo lo llevó a la posición de reposo.
El Octavo
Ejército de soldaditos de plomo ni siquiera se movió de la mesa.
Daniel Frini (Argentina, 1963). Participó en varias antologías en
diversos idiomas. Publicó “Poemas de Adriana”, “Manual de autoayuda para
fantasmas”, “El Diluvio Universal y otros efectos especiales” y Nueve
hombres que murieron en Borneo. Obtuvo varios premios, el último el 1er
Premio del III Concurso Microrrelato Ilustrado Universidad de Jaén.
ARGENTINA
EL PRECIO
DE LAS GEMAS
Sergio
Gaut vel Hartman
En sus viajes por los mundos del sector Lanane ¾Adona, Trugato, Tragolmeea¾ el viejo Jon Alonso había tropezado con muchas
rarezas y singularidades, excesos, atrocidades e incongruencias, pero jamás,
hasta que posó la bota en Ledone, tuvo ocasión de presenciar un cuadro tan
extravagante como el que ofrecían las criaturas que habitaban ese planeta yermo
y polvoriento. Jon era un hombre emprendedor y saludable; poseía equipos y
herramientas de última generación para la búsqueda de gemas destinadas a los
mercados de Mundo Central, y no tenía escrúpulos. Ya era muy rico, pero se proponía
ver crecer su fortuna geométricamente y sin término.
¾Vamos, Robespierre ¾tronó Jon a la vez que urgía a su ayudante con un
gesto que hubiera horrorizado a John Rambo¾, nos quedan cinco horas de luz. Moviendo el culo, por
favor. ¾Les quedaban cinco horas de luz antes de que el viento
abrasivo de Ledone empezara a soplar desde las gargantas afiladas de los riscos
y procediera a esmerilar cualquier verruga que resaltara en el valle.
Robespierre
movió el culo, activó su exoesqueleto, y descargó. Varias toneladas de equipo
se apilaron junto a la nave. No era un montón de chatarra oxidada sino lo más
sofisticado y agudo en materia de detección y análisis de gemas preciosas que
se podía conseguir en esos días. Jon se sentó en un taburete plegable que se
adaptó a sus nalgas como un guante, entrecruzó los dedos, los hizo sonar y
bailotear. Tocó aquí y allí. En las pantallas se formó una fina red de líneas
que dibujaban el mapa de la superficie de esa región de Ledone. Las líneas se
dilataron al llegar al horizonte y los ojos de Jon tintinearon como caireles
cuando las señales indicaron las formas poliédricas de zafiros y rubíes,
esmeraldas y diamantes contenidos en el interior de los cuerpos vermiformes.
¾Será soplar y recoger, jefe ¾dijo Robespierre con un gesto obsecuente en sus
facciones. Jon lo miró de reojo y no le contestó. Estaba demasiado feliz como
para perder un segundo amonestando al ayudante. La llanura estaba técnicamente
atestada de gemas.
Los naturales de Ledone eran seres enfermizos
que habían aprendido a medrar en las marismas arcillosas de los lechos secos de
los ríos; se habían adaptado a una miserable subsistencia, en el límite mismo
que separa lo vivo de lo inerte. Pasaban el día reptando por los cañadones y
lamiendo con sus cilios los granos de arena y las motas de mineral dispersos en
el suelo del planeta. Cuando el viento empezaba a soplar, la temperatura
exterior del cuerpo de aquellas criaturas se aproximaba al punto de ebullición,
y apenas tenían tiempo para enfriarse antes de que las ráfagas fueran tan
intensas que se vieran obligadas a cavar pozos en la arcilla y sustraerse de su
furia. Así día tras día, mes tras mes, siglo tras siglo. Pero lo inestable de
la situación no había impedido que las criaturas de Ledone desarrollaran un
sentido estético y una serie de habilidades que John Alonso y su fiel ayudante
Robespierre no se habían tomado el trabajo de relevar. Si lo hubieran hecho, se
habrían enterado de que así como ellos podían detectar las gemas que se
alojaban en el cuerpo de las criaturas como producto secundario de su dieta ¾algo así como tumores benignos¾ las criaturas de Ledone eran capaces de oler el
calcio desde una razonable distancia. John Alonso y Robespierre tenían mucho
calcio en la parte interior de sus cuerpos.
No
obstante, estos milimétricos escarceos, dignos de una partida de go, se
producían a considerable distancia unos de los otros. En cuanto Jon y su
ayudante pudieron tener localizadas a una docena de criaturas, las
inmovilizaron utilizando un campo inhibidor de procesos motores de la
I.G.Farben de Mioterca, en el sector Maenaila. Los recogedores de gemas ¾otro producto de la Farben¾ se dispersaron por la llanura y mediante económicos
movimientos abrieron a las criaturas por el medio usando bisturíes invisibles y
extrajeron las gemas del interior de los cuerpos. Al mismo tiempo, sin sentir
pavor por los actos de los depredadores, sin compadecerse por la atroz muerte
de sus semejantes, atendiendo a las sencillas y pragmáticas reglas de la
subsistencia, las criaturas de Ledone se concentraron, sin utilizar tecnología,
obedeciendo a sus dones cultivados en siglos de rigor climático y escasez, en
dos puntos focales de la superficie del planeta: Jon Alonso y Robespierre.
Sin
tiempo para proferir más que un escueto oh, ambos humanos recibieron la visita
de los naturales de Ledone por vía oral y casi no se dieron cuenta de que los
tejidos blandos de sus cuerpos servían poco más que de estorbo a los invasores,
solo preocupados por el exquisito aroma de las vértebras, los húmeros, las
tibias.
Al cabo
de algunos minutos, una escena incongruente ornamentaba el valle. Los cuerpos
sin vida de Jon y su ayudante yacían fláccidos en el centro de círculos de
gemas que los recogedores habían depositado prolijamente. Si los recogedores
hubieran tenido dedos y cabezas los hubieran utilizado para rascárselas,
indicando una porción minúscula de la perplejidad que sentían. Los depredadores
¾especialmente Jon Alonso, que había estado a punto de
aumentar su fortuna de un modo notable¾ eran un par de ruinosos sacos, unos tristes pellejos
arrugados.
Pero
tampoco las criaturas de Ledone habían salido del todo bien libradas tras su
aventura. Más allá de la pérdida de una docena de semejantes por acción de los
recogedores, estaban a punto de pagar un alto precio por su escaso desarrollo
en el campo de las matemáticas. Ahítas de calcio, aparentemente dueñas de una
incalculable fortuna, habían perdido la noción del tiempo transcurrido. El viento
abrasivo de Ledone sopló desde las gargantas afiladas de los riscos y esmeriló
cuanta verruga sobresalía en la llanura. En ese rincón de Ledone no quedó un
ser vivo que pudiera contar esta historia, y si hoy yo puedo contarla es porque
ser el viento abrasivo de Ledone tiene sus privilegios.
Sergio
Gaut vel Hartman es un escritor y editor argentino nacido en Buenos Aires,
Argentina, en 1947. Entre otros,
publicó los siguientes libros: Cuerpos
descartables (1985), El
universo de la ciencia ficción (2006), Espejos en fuga (2009), Vuelos (2011) Avatares
de un escarabajo pelotero (2017), Otro camino (2017), La quinta fase de la Luna (2018) y El juego del tiempo (2018). Ha
compilado casi treinta antologías y fue finalista de los premios Minotauro y
U.P.C.
ARGENTINA
Daniel Antokoletz
Las tres caras de la moneda
Camino por la calle
puteando. Ese sorete me robó el trabajo. Se adelantó y lo presentó a los
directores antes de que yo lo terminara. Cuando se entere Malena, me va a decir
de todo. O no. Es lo que buscaba para abandonarme.
Llego a la sala de juntas,
preparo mi computadora, conecto el proyector y comienzo a explicar mi proyecto.
Los desgraciados me dejaron llegar al final, y me preguntaron si era mi idea.
Les dije que por supuesto, que venía trabajando en ella desde hace varias
semanas. Me extraña cómo me miraran ¿de manera acusadora?. Vuelvo a mi oficina.
Me llama el jefe. —Es muy feo robarle un proyecto a un compañero—. Me dice. No
entiendo nada. Apenas lo escucho recriminándome por hurtarle a Ricardo la
posibilidad de avanzar, que eso está mal, y que en la empresa hay un estricto
código de ética. Veo la escena en cámara lenta. Mueve los labios, pero apenas
puedo entender lo que dice. Algo como que no tolerarán un comportamiento como
el mío. Sin mirarme, acomodando unos papeles, me despide.
—Juntá tus porquerías y
andate. No quiero verte la cara—. Me grita.
Yo no lo puedo creer, no sé cómo reaccionar. Lo que puedo saber, es que
yo destaco demasiado y que opaco al resto. Y Ricardo es el hijo del presidente.
Siempre lo ayudé, le enseñé, lo cubrí. Tendría que haberlo previsto. La semana
pasada repasé con él las primeras versiones de mi presentación. Ese fue mi
error. El hijo de puta se adelantó y la presentó como su idea. Por eso me hacía
tantas preguntas. Que cómo se me ocurrió, que cómo haría esto, que cómo haría
lo otro, que porqué… Ya me parecía que estaba demasiado atento. Él nunca se
interesó por nada que haya diseñado otro. Al cretino sólo le importa él.
Puedo ver lo que Malena me va a decir antes de irse: “Viejo estúpido. Yo
te lo dije”. Ahora estoy solo. He quedado solo y sin nada.
En la empresa me dieron computadora, celular, auto y, cuando me
trasladaron, vivienda. Me hicieron dejar todo. No me dejaron llamar por el
celular para avisar a casa, ni pude usar el auto. Ni siquiera me pude acercar
al garaje. Me trataron como a un delincuente, cuando la peor basura humana, es
el hijo del presidente. Perdí todo. Me dieron un mes para desalojar la casa. No
voy a tolerar que nadie me recrimine más nada. Me siento en la baranda al borde
del puente… Tiro una moneda. Calculo la distancia contando los segundos hasta
que escucho el tintinear en el pavimento.
Alguien se acerca. No lo miro, solo le exijo que se aleje, que me deje
tranquilo para despedirme de esta desquiciada vida. No me hace caso y comienza
a hablar.
¡Hey! Tú, el del borde. ¿Contaste el tiempo que tardó la moneda? Son
treinta metros de caída. Va a ser un golpe duro. ¿Crees que lo que te pasó es
tan terrible como para suicidarse? Mil cosas pueden suceder. El universo es
mucho más extraño de lo que crees. Y no todo es el final. Aunque saltes,
¿piensas que es el fin? ¿Que morirás y listo? Quizás no suceda así. Con tu
suerte, te romperás un par de huesos, los más dolorosos, y sobrevivas.
Cuéntame. ¿Qué te pasa? Saldremos adelante. Vamos, dime algo. Bueno, si
no quieres hablar, lo haré yo. Eres un ejecutivo… Tu cara se contrajo. Lo veo
por tu ropa. Eras el ejecutivo de una empresa grande. Ganabas muy bien y algo
pasó. Hay mil cosas que aún puedes hacer. Eres joven y fuerte. Seguro que un
amigo te traicionó. ¿Cuándo pensaste que era tu amigo? ¿Cuándo lo ayudaste?
¿Cuándo lo cubriste? Los amigos no te roban tu trabajo. Seguro tienes bronca.
Le creyeron a él y que no te dieron posibilidades de defenderte. ¿No lo
esperabas? Vamos, eres inteligente. Hace tiempo querían deshacerse de ti.
Siempre con ideas brillantes, proyectos maravillosos. Opacas a casi todos en el
departamento de investigación y desarrollo. ¡Epa! Veo que he captado tu
interés. Ese mísero trabajo no es digno de tu inteligencia. Diseñás cosas impresionantes
para que unos inversionistas mediocres se llenen de dinero, y vos tenés que
hacer malabares para pagar la tarjeta de crédito a fin de mes. Todo para que
esa reviente en el shopping todo tu maldito sueldo. Tu esposa. Lo único que le
interesa es tener lo más exclusivo, y que si no puede conseguirlo, se iría con
el mismo que te robó el trabajo. Tu mujer nunca fue tuya, la fidelidad no es
una de sus virtudes. Pero eso ya lo sabías ¿no? ¿Por qué no inventas para vos
mismo? Por una vez en tu vida, tenés que pensar en vos. Vivir para vos. Estás
dolido, y eso está bien. Es lógico. Y no me preguntes cómo cuernos lo sé. Crees
que has perdido todo pero pronto verás que ganaste. Seguro que esa mente
científica tuya está preguntándose cómo puedo conocerte tanto. Salta y morirás
en la ignorancia. No saltes, y quizás algún día comprendas…
Héctor presenta con maestría su idea frente al directorio. Es uno de los
mejores proyectos que se le ocurrieron. Espera que lo nombren gerente de
investigaciones, y con eso, retener a su Malena. Sabe que lo engaña y que está
por dejarlo.
Cuando termina, se extraña con las preguntas que le hace el presidente
del directorio. Su hijo le contó de este proyecto hace más o menos una semana.
El presidente llama al jefe de Héctor. No puede permitir que un tipo así, por
muy brillante que sea, le robe el proyecto a su Ricardo, y con eso se pierda
ser gerente.
Héctor es despedido y sus sueños se esfuman. Él sabe que sin su trabajo,
pierde la única posibilidad de retener a la promiscua de su esposa. Le
obligaron a dejar el celular de la empresa y el automóvil. Quedó en la calle.
Tiene un mes para dejar el departamento. Camina hacia el puente de la avenida
Treinta y seis. Camina y putea maldiciendo su suerte. Sabe que Ricardo lo
traicionó. Esa basura se interesó por el proyecto, exprimió toda la información
que pudiera darle, y lo mostró a su padre y al resto de los jefes.
Héctor s e sienta en el
borde del puente. Ve pasar un camión por la carretera que pasa por abajo.
Arroja una moneda para calcular la altura. Son treinta y dos metros. Se dispone
a saltar cuando un viejo muy bien vestido se le acerca. Él no quiere escuchar a
nadie, pero algo en la voz cascada hace que se detenga.
El viejo le llama la atención. Intenta convencerlo de que no salte.
Trata que se descargue contando su problema. Pero no logra que hable. Decide
hacerlo él. Conoce a Héctor como si fuera él mismo. Sabe que la única manera
que tiene de evitar que salte es intrigándolo. Un desafío. Algo que le cueste
comprenderlo. A la gente inteligente eso la atrapa. El viejo comienza a
contarle por lo que está pasando, con lujo de detalles. Le cuenta sobre la
traición de Ricardo, su problema con Malena, el despido… Sin dar nombres, por
supuesto. Logra su cometido. Héctor se intriga. Se pregunta ¿Cómo sabe tanto
sobre su vida? ¿Quién es? ¿Quién lo envió?
Mira hacia un lado y hacia el otro. Ve la espalda del anciano que se aleja
con paso cansado pero distinguido. Necesita investigar qué está sucediendo.
Ahora necesita saber.
El viejo camina hacia su máquina. Sonríe con satisfacción. Y recuerda.
Recuerda cuando era joven, cuando por ese hijo de puta de Ricardo lo
despidieron. Recuerda cuando la desgraciada de Malena lo abandonó sin decir
nada y se fue buscando a alguien que pagara sus excesos. Recuerda a ese viejo
loco que se entrometió, y le sembró una maldita duda. Y él, como científico, no
podía llevársela a la tumba.
Se acerca a su extraña máquina y se acomoda en su interior. Es su mejor
invento. Antes de activarla y volver a su tiempo, se ve a sí mismo, bajando de
la baranda del puente.
Daniel Antokoletz
Huerta (Buenos Aires 1964) comenzó a escribir desde muy joven. Ha logrado
varios galardones por sus cuentos. Sus obras de terror y ciencia ficción se han
publicado en antologías, diarios y revistas (tanto en formato electrónico como
en papel); tanto en Argentina como en varios países de América y Europa.
Trabaja en bioinformática y realiza trabajos de investigación en inteligencia
artificial y robótica.
ESPAÑA
NIEVES PASCUAL
SOLER
GNOMOS DE JARDÍN
—Lo
primero es quitar esos horribles gnomos de ahí. ¡No los
soporto! —dijo la Sra. Ugarte mirando por la ventana de la cocina al jardín de
la parte de atrás.
Los Ugarte esperaron a jubilarse para poner
en venta su apartamento de la ciudad y mudarse a las afueras. Encontraron una
casita a precio de risa en la ladera del monte. En dos hileras paralelas se
disponían una serie de viviendas unifamiliares que no eran gran cosa, pero de
jardines grandes, verdes y floridos.
El Sr. Ugarte dejó el periódico sobre la mesa
y se levantó para acercarse a su mujer. Gnomos, colorados como fresones, de
bonetes puntiagudos rojos y verdes, sentados, tumbados, de pie, madres, padres,
niños y abuelos cubrían todo el jardín. Al Sr. Ugarte le parecían divertidos,
pero sin dudarlo le dio la razón a su esposa.
—¿A
quién demonios se le ocurre? —preguntó simulando irritación y luego volvió a su
lectura.
A la tarde, cuando el sol dejó de arder, el
matrimonio salió al jardín a deshacerse de las figuritas de cerámica. Ocurrió
que ni a cuatro manos, ella tirando de la punta del gorro de un niño, él del
pescuezo, consiguieron mover al enano ni un milímetro. Parecía haber arraigado
dentro de la tierra como una mala yerba.
—De ustedes yo no haría eso.
Los Ugarte torcieron la cabeza al unísono
hacia la voz. Se irguieron sacudiéndose de las manos el polvillo ferroso del
esmalte y se acercaron a presentarse al vecino. Otro lado del seto el hombre
añadió:
—Son una especie protegida —. Y señaló con el
dedo a su propio jardín, también infestado de gnomos.
El matrimonio miró el jardín, luego se
miraron entre ellos con ojos de desconcierto y soltaron una risita entre los
dientes.
—¿Los
muñecos? —preguntó la Sra. Ugarte.
—Eso es lo que nos quieren hacer creer
—susurró el vecino con seriedad.
No bromeaba.
—¡Por
Dios bendito, hombre! —se enardeció el Sr. Ugarte.
Sin inmutarse, el vecino continuó:
—La mayoría están muertos, pero hay algunos
vivos. Al caer la noche podan los setos y hacen crecer las plantas. ¿Cómo si no se mantendrían los jardines así en
un suelo tan pedregoso? Incluso los muertos son útiles para ahuyentar a los
pájaros.
—Ya veo —dijo la Sra. Ugarte que se disculpó
diciendo que había de preparar la cena. El Sr. Ugarte no dijo nada, inclinó la
cabeza y siguió a su mujer al interior.
Dentro soltaron unas carcajadas tensas.
—Como un cencerro —dijo ella.
—Ni que lo digas.
Esa noche la Sra. Ugarte soñó que los enanos
invadían la casa. Estaban por todas partes. Se despertó chillando cuando uno se
le subió a la cabeza y le arrancaba el pelo.
Al día siguiente salieron al jardín de nuevo
al ponerse el sol con la intención de deshacerse de los gnomos. Al vecino de la
derecha que los miraba amenazante se había unido el de en frente. Los Ugarte
retrocedieron.
—¿Qué le
pasa a esta gente? Solo son unos malditos muñecos —dijo ella.
—Pero en peligro de extinción —contestó él,
quitándole hierro al asunto.
—Pues no estoy dispuesta a dejarme intimidar
—dijo ella con determinación. Con los brazos cruzados al pecho miró por la
ventana. Los dos vecinos habían desaparecido.
Esa noche la Sra. Ugarte soñó que los vecinos
también eran gnomos y le mordían las piernas y los brazos. Cuando manoteaba
para defenderse su marido le abofeteó la cara.
Al tercer día lo intentaron de nuevo. Armados
con azadillas salieron al jardín. Ahora el vecino de la izquierda les clavaba
también la mirada.
Dieron con las azadas en la tierra sobre la
que se plantaban los zapatos de charol de un enano de barba blanca. Arrancaron
parte del césped de alrededor. Siguieron picando. Saltaron esquirlas azules de
la piedra, pero apenas dentaron la superficie. Luego tiraron con fuerza hacia
arriba. Algo sobrehumano tiraba hacia abajo. Pararon y en ese momento la Sra.
Ugarte vio al enano levantar la pierna y bajarla.
—¿Has
visto eso?
El Sr. Ugarte dijo no haber visto nada.
—Te estás obsesionando, cielo.
Entonces el enano levantó otra vez la pierna
y la bajó.
—Te digo que se ha movido.
—Mejor lo dejamos por hoy —concluyó él.
Esa noche la Sra. Ugarte soñó que ella y su
marido eran gnomos que vivían en el jardín bajo una seta con sus nueve hijos
gnomos y los abuelos gnomos que estaban muertos.
Así pasó una semana, dos y tres. La obsesión
de la Sra. Ugarte creció con su frustración hasta que un amanecer cargó el
rifle de caza de su esposo y desde la ventana se puso a disparar a las
figurillas del jardín. Los gnomos la dispararon de vuelta.
Nieves Pascual Soler
(Almería, España, 1966). Catedrática acreditada de Filología Inglesa. Enseña
online para la Universidad de Jaén y la Universidad Internacional de Valencia.
Ha publicado múltiples ensayos y libros de carácter académico, así como relatos
en diversas revistas de creación literaria.
ESPAÑA
Francesc Barrio
Ophelia
-
¿Cómo ha conseguido este número? - A través de la
distancia, la voz del Asesino suena como triste, cansada. Pero a pesar de la
frialdad del teléfono, también suena dulce, grave, pero dulce.
-
Bueno, supongo que, en realidad es algo que no
importa, ¿no?- contesta la desconocida con cierta seguridad. Es una voz de
mujer, un poco ausente, melancólica.- Lo que importa es que le he encontrado y
tengo un encargo para usted. Es su trabajo, ¿no?
-
Bien, entonces ¿qué es lo que necesita de mí? - El
hombre habla con calma, dejando que las palabras llenen una a una el silencio.
Al principio la mujer no se había dado cuenta pero, de fondo, suavemente, un
aparato reproduce la voz aterciopelada de Chris Isaak:
The
world was on fire and no one could save me but you
It's
strange what desire will make foolish people do
- Bueno,
no conozco el argot. No sé cómo se refieren ustedes a esto. Tengo un encargo, necesito...,
necesito que mate a alguien.
-
De acuerdo, ¿sabe cómo funciona esto?
I'd
never dreamed that I'd meet somebody like you
- Bueno,
la verdad es que no – a la mujer se le escapa una risita incómoda – es la
primera vez que preciso de un servicio así.
- Bien,
para empezar, debe saber que usted y yo no vamos a vernos nunca. Y, después de
hoy, tampoco vamos a volver a hablar, ni por teléfono ni de ninguna manera. ¿Entendido?
And
I'd never dreamed that I'd meet somebody like you
- Sí, sí,
claro, lo entiendo.
- De
acuerdo, esto es lo más importante. ¿De
quién estamos hablando?
No
I don't want to fall in love (this girl is only gonna break your heart)
- Es...,
se trata de una mujer...
- No, no
me cuente nada más –corta tajante el Asesino.- Preparará un documento de texto
con toda la información que tenga de esa mujer. Necesito su nombre, su edad,
sus direcciones: domicilio, trabajo, amistades, locales a los que acuda
habitualmente; sus costumbres, sus rutinas, sus horarios. ¿Entendido?
No
I don't want to fall in love (this girl is only gonna break your heart)
- Sí, sí,
¿qué hago con ese documento? – pregunta ella.
- Espere,
- continúa el hombre - al documento le añadirá unas cuantas fotos de esa
persona. Necesito conocerla, saber quién es. Necesito imágenes de su cara, de
su cuerpo, diversos ángulos, diversas poses. Imágenes
actuales. ¿Es eso posible?
With
you (this girl is only gonna break your heart)
- Sí, sí,
claro, no hay problema.- A la mujer le tiembla un poco la voz.
-
Bien, pues pondrá todos esos documentos en un solo
archivo comprimido, un zip, un rar, me es indiferente. Y los comprimirá con una
contraseña que sólo sabremos usted y yo. Ese archivo lo nombrará como XXX y me
lo enviará por mail a la dirección que le daré luego, ¿entendido?
With
you (this girl is only gonna break your heart)
- Ophelia – dice ella.
- ¿Cómo?- increpa el Asesino.
- La contraseña: Ophelia.
-
¡Ah! Bien, de acuerdo. A la vez que dispone lo del
archivo XXX, deberá preparar el efectivo – sigue diciendo el hombre.- Sólo
trabajo en efectivo. Un 60% por adelantado y el resto al finalizar el contrato,
¿de acuerdo?
No
I...(this girl is only gonna break your heart)
- Sí, sí,
perfecto. ¿Cuánto debo entregarle en el primer pago? - pregunta la Víctima.
- Deberá
reunir 6.000 euros. Le aconsejo que no los extraiga de una sola vez en una sola
entidad bancaria. Haga varios reintegros en días diferentes y, si es posible,
en bancos diferentes. ¿Es
eso posible?
(This
girl is only gonna break your heart)
- Sí, sí,
no será ningún problema. ¿Cómo le pago si no vamos a vernos?
-
Será muy sencillo – le explica el Asesino. - Tome nota.
-
Espere – dice la mujer un poco alterada – antes quería
preguntarle una cosa.
-
Usted dirá – el Asesino parece un poco contrariado.
Nobody loves no one
-
¿Le importa si se lo pago todo de una vez?
Cosas que un niño no entiende
Al llegar Bastian a casa de la escuela, Mrs. Rossum ya
apreció los signos inequívocos de alguna pelea. Rodillas peladas, arañazos en
los brazos y moratones en el rostro. La madre enseguida intuyó el motivo de la
disputa, pero prefirió no presionar al niño y esperar a que él mismo hallara el
momento.
Por la noche, cuando Mr. Rossum se acerca a su cama
para acostarlo, Bastian, finalmente, claudica y decide contarle a su padre lo
sucedido.
- Hoy en la escuela me he peleado con unos niños
-explica el niño compungido por la culpa-. Lo siento, no lo haré más.
- Sé que no lo harás más cariño. Explícame por qué te
has peleado.
- Unos niños decían que tú y mamá no me queréis. –
Haciendo pucheros, la inocente voz de la criatura denota el enfado recordado.
- ¿Y por eso les has pegado, cariño? - interroga él
comprensivo.
- No, no ha sido sólo por eso. Decían muchas más cosas
malas. Se reían de mí y decían que no soy vuestro hijo. Y que por eso no me
querréis nunca, -las palabras le salían atropelladamente- que si encontráis un
niño más guapo o cuando os canséis de mí, me tiraréis a la basura y os
buscaréis otro niño. Y que nunca habrá nadie que me quiera. -La confesión
empieza a entremezclarse con sollozos incontrolados.
- Pero Bastian, cariño. –Intenta tranquilizarlo Mr.
Rossum-. Ya sabes que no debes hacer caso de todas esas sandeces. Ya sabes que
no son más que mentiras. –Remarca el padre con una caricia-. Por supuesto que
eres nuestro hijo. Y tanto mamá como yo siempre te hemos querido mucho. Y
siempre lo haremos. Somos una familia y así debe ser.
- Pero los niños dicen que yo soy diferente. –Se
lamenta Bastian en un último coletazo del disgusto.
- Hijo, eso también son tonterías. Tú eres exactamente
igual que el resto de los niños. Y cuando crezcas, serás alto y fuerte como yo,
y guapo e inteligente como tu madre. –Termina el padre culminando con una nueva
caricia y un beso en la frente-. Venga, ya es hora de dormir.
Mr. Rossum
coloca bien la sábana y la colcha, protegiendo al pequeño Bastian del
frío de la noche. Su mano se detiene unos instantes sobre el pecho del infante,
sintiendo los últimos tic-tac del mecanismo de relojería que le da vida. Por la
mañana, Mrs. Rossum le dará cuerda de nuevo, dándole la ilusión de un nuevo
despertar. Pero todo esto ya son cosas que un niño no entiende.
Francesc Barrio: Nació el 1968 en Santa Coloma de
Gramanet, ciudad cercana a Barcelona (España). Ha sido editor de juegos de rol,
redactor de revistas de juegos, editor de contenidos freelance para un estudio
de diseño y, tardíamente, ha descubierto su vocación de escritor. Ha recibido
algunas menciones, ha quedado finalista en unos cuantos concursos y ha
publicado sus relatos en unas cuantas revistas y antologías. Es colaborador del
Portal Ciencia y Ficción y de la revista Catarsi.
https://noencuentroellitio.wordpress.com/
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