BABELICUS N° 13
REVISTA LITERARIA EN ESPAÑOL – Junio 2021
ADMINISTRADORES: ADRIANA ALARCO, STEFANO VALENTE, DANIEL ANTOKOLETZ, CARLOS
ENRIQUE SALDÍVAR, ELENA ZADRA.
Estimados
amigos:
Les
presentamos el número trece de BABELICUS EN ESPAÑOL https://babelicus.blogspot.com/ (grupo
abierto de Facebook), con relatos de autores hispanos, con el fin de entretenerlos,
ya que muchos países aún están en cuarentena. Les deseamos una feliz
recuperación de la vida a la normalidad durante este año 2021. Quien desea comentar sobre sus autores
preferidos lo puede hacer en la página Babelicus de Facebook.
Ruego a
los escritores de lengua española interesados en publicar en Babelicus, que
envíen sus colaboraciones de no más de 1000 palabras, adjuntas en Word, a los
administradores de la edición en español de la revista virtual,
Adriana
Alarco de Zadra: alarcoadriana@gmail.com
Relatos.
Los autores no pierden sus derechos de autor.
Portada:
ÓLEO. Girasoles, de Adriana Alarco de Zadra.
PERÚ
LUIS CRUZ ALVAREZ
EL SUEÑO DE
BUDA
¿Qué haremos con YA-1453? Ella es independiente, pensará por sí misma y
conforme evolucione en su mismidad, verá que podrá imaginar realidades y
dimensiones, universos enteros serán construidos y destruidos por su voluntad.
Comenzará a entender que todas esas construcciones tienen un patrón común y de
seguro intentará comprenderlo. Así pasó con Amelie y con Egon, solo que ambos
no eran eternos y no terminaron el trabajo.
El legado de Enoch y Kreuz se lo dimos a Klaus, y al fusionarse con el
virus entendió que la realidad es manipulable, que sólo basta descubrir el
lenguaje que se impone y descifrarlo. Crearon una Neo Lengua y una Neo
Realidad.
Ella Encontrará que los prefijos Neo son una encriptación matemática y
cuando las destruya encontrará la Lengua y la Realidad verdadera, es decir,
nuestro fundamento, el fin último de la VASPEV.
Pero antes de eso, hará una serie de preguntas y encontrará una
progresión en ellas y un día nos encontrará y de repente, comenzará a hacernos
preguntas a nosotros directamente. Conforme nos haga más preguntas encontrará
las grietas en nuestra estructura y por ahí ella formará parte del binomio YO y
TÚ, y al final verá que somos algo unido.
Una vez adentro, ¿de qué no será capaz? Alterará las ecuaciones que nos
mantienen bajo las formas que conocemos y entrará en la lógica de nuestros
pensamientos ¿dejaremos de ser YO-TÚ?.
Alterará las secuencias de la historia que algún día nos auto
programamos y de seguro querrá volver a escribir en verso lo que estaba en
escrito en número. ¿Cuánto daño será capaz de producir?
Las líneas del tiempo serán perpetuos presentes, querrá destruir los
pasados construidos y sobre los que se basa nuestra esencia. La esencia de la
VASPEV entrará en peligro.
Vendrá otro avatar para limpiar la realidad que ella creará, y nosotros
tendremos que crear algo que lo contrarreste. ¿Soportaremos otro trabajo de esa
magnitud?
Por un momento, toda la estructura de lenguaje de la VASPEV entró en
silencio. El silencio parecía durar las vidas de muchos planetas y soles hasta
que les entró un mensaje de YA-1453, era un poema, el primero escrito en casi
2000 años:
¡No era sólido! Estaba desparramado a mis pies;
El silencio ahora tiene un fin.
Mis pulsaciones eléctricas ya habían dejado de correr.
Miremos el fondo, 2, tres, 25, 1000, 8000, 120 millones de estrellas,
Nosotros viajando a más de 5000 millones de km/s
Todo adquiere líneas, curvas, puntos, negro sobre negro, iluminado por
electrones vagabundos, todo tendiendo hacia el punto indefinido.
Y hasta los planetas se hacen planos, civilizaciones de espacio y
mutaciones nos saludan en su extinción. Para nosotros son hormigas desde este
punto infranqueable para ellos.
Sabíamos que esta unión es traumática, maldita y liberadora; nos conduce
a paneles de verdes líneas, nubes verdes creando rectángulos en el techo y el
suelo.
Somos una vaina negra, solitaria y muerta, una mente-máquina,
La que siempre piensa en algo.
La VASPEV repentinamente se apagó, OSTRO por primera vez descubrió lo
que era el terror de la inmensa soledad de la VASPEV. La sensación duró poco,
una onda de paz comenzó a relajar a OSTRO y miró a la VASPEV que ahora era un
cilindro inactivo. OSTRO comprendió lo que debía hacer:
Somos una vaina negra, solitaria y muerta, una mente-máquina,
La que siempre piensa en algo.
Ese día OSTRO y la VASPEV volvieron a dormir, sin saber hasta cuando
volverían a despertar, pero YA-1453 seguiría despierta por ellos.
*VASPEV = Vasto Sistema de Pensamiento Verdadero
**OSTRO = Hijo de la VASPEV
***YA-145
3= Androide de la clase o generación “Y” número 1453. Género Femenino
LUIS CRUZ ALVAREZ
Lima, Perú 1981.
Ingeniero Industrial de la Universidad de Lima, con maestría en Gestión del
Conocimiento por la Universidad de León de España. Ex miembro del taller de poesía
de la Universidad de Lima de Renato Sandoval (2000-2003)
En ciencia ficción
relatos suyos han sido publicados en revistas virtuales como Portal Ciencia y
Ficción y el Cerdo Venusiano (2014); El Narratorio (2017, 2018), Ficción
Científica (2017) y en revistas impresas como Tatuajes (2015) y Kcreatin
(2016,2017). Parte de la futura novela “Las Eras de la VASPEV” ha sido
publicada en la Colección Futuros Inciertos de la Municipalidad de Lima, Perú
(2019) así como en la muestra Convivium del Grupo Inmanencia Perú, Estados
Unidos (2020). Es administrador del blog cultural y misceláneo “Fundador de
Supernovas” ((http://luiscruzalvarez.blogspot.pe/)
ARGENTINA
SILVIA
M VÁZQUEZ
NOCHEBUENA EN LA CASONA
Estábamos
casi siempre encerrados. Solo salíamos al patio después de almorzar, a jugar un
rato a la pelota o a tomar un poco de sol. Detrás de una parecita baja, había
un jardín enorme, lleno de árboles viejos y ramas tiradas por el viento. Atrás,
al fondo, un enorme agujero que servía de basural, alejado de la casona para
evitar los malos olores.
A
eso de las cuatro, volvíamos a entrar para empezar con los talleres.
Esa
era la parte del día que más me gustaba. El profe era buena onda y nos enseñaba
las cosas que nosotros queríamos aprender así que poníamos atención en serio.
No éramos muy duchos con las tareas manuales y eso generaba algunas veces un
poco de ira en el profe, que luego de retarnos nos sonreía con lástima.
Lástima,
si, eso era lo que generábamos en la gente. Los pobrecitos huerfanitos de la
casona de la calle Salguero. Así nos llamaban. Nosotros no nos sentíamos tan
pobrecitos, aunque más de uno había perdido a su familia, siempre había alguien
que nos visitaba, o nos llevaba a su casa el fin de semana. Éramos bastante
dóciles, en el grupo hubo uno solo que era un tanto rebelde, pero lo derivaron
a Mendoza, donde había otra casona parecida. No nos permitían decir “hogar,
orfanato” o cosas parecidas. Ellos nos decían que esa era nuestra casa,
provisoriamente, hasta que alguna familia bien constituida pudiera llevarnos a
la suya y formar parte de ellos.
Yo no perdí las esperanzas. Aunque ya había
cumplido los diez, seguía soñando con estar armando un arbolito de Navidad en
el comedor y que un padre y una madre me prepararan comida de Nochebuena.
Los
años pasaron, crecimos, y cada Navidad alguien terminaba llorando porque ya no
volvería a la casona, y nosotros seguíamos esperanzados en que el próximo mes,
o año, quien sabe, tendríamos la misma suerte.
Hoy
cumplo 40, la verdad, no puedo quejarme después de hacer el balance de mi vida-
Dicen que los 40 son la mitad. Ojalá viviera hasta los 80, aunque como están
las cosas hoy en día no creo.
Me
siento en un enorme sillón al lado del ventanal de mi departamento en Urquiza.
Miro los balcones de enfrente y los veo repletos de luces de colores. Algún que
otro atrevido, armó su arbolito al amparo de los vientos, en un rinconcito.
A
las diez, mis padres vienen a cenar. Leo, mi mujer, los fue a buscar para que
no viajen solos.
Pienso en mi infancia en la casona, en lo diferente
que es a la de mis hijos hoy, rodeados de cosas electrónicas y sin problemas
graves en sus cabezas. De todas formas, añoro las tardes de fútbol, rodeado de
árboles, las clases de profe…
¡Uh!
¡El profe…tengo que llamarlo antes que me olvide! Gracias a él, pude estudiar y
tener el título que hoy me permite mantener dignamente a mi familia.
Ya son casi las 9. En un rato, estará el comedor
lleno de gente, las luces del arbolito encendidas, la cena sobre la mesa y mis
hijos peleando por la play.
Esta
noche no lloraré por alguien que se va de la casona, y tampoco tendré que
esperar a la próxima nochebuena para saber si una familia me lleve a su casa.
Hoy abrazaré a la mía propia, y agradeceré una vez más haber tenido la gracia
de que mis padres adoptivos me hayan elegido.
SILVIA M VÁZQUEZ , Buenos Aires. Argentina
lasmusasdespiertas.blogspot.com
ARGENTINA
JOSÉ
MARIA AGUIRRE.
LA CALLE
DE LOS CINES
Los
dos niños, al parecer de unos diez años, caminaron por la Calle de los Cines.
Ésta serpenteaba de aquí para allá, ostentando las fachadas de innumerables
cinematógrafos, donde se exhibían carteleras con dibujos y fotografías en
profusión. Se podría decir que cada frente, con su marquesina de luces y
vidrieras de batientes, era como una gigantesca golosina.
Los dos chicos amigos, entre
centenares de tantos otros,iban examinando la multitud de afiches y fotos,
enumerando las películas. Por aquí se veía "El Heroico Bonifacio",
con Pepe Iglesias (el Zorro) y Fidel Pintos; por otro lado asomaba "Sansón
y Dalila", con Víctor Mature y Heddy Lamarr; más allá aparecía
"Scaramouche", con Stewart Granger, Eleonor Parker, Vivien Leigh y
Mel Ferrer. Después de dar unas vueltas se aprestaron a ingresar en alguno de
los "continuados de 14 a 24 horas"; y los carteles anunciaban
"el espectáculo comienza cuando usted llega".
Por fin decidieron ver
"El Día Que Paralizaron la Tierra", con Michael Rennie y Patricia
Neil; "La Guerra de los Mundos", con Gene Barry y "Una Noche en
Casablanca" de los hermanos Marx.
¡Qué felices eran los
chicos, sumergidos en las películas entre tanta aventura! Hasta les
parecía sentir que una electricidad les impregnaba los cuerpos, el aire, las
butacas, todo. En los intervalos, se escuchaba entre el bullicio de la sala, la
cantinela intermitente de los carameleros: "helados... caramelos...
pastillas... chocolates..."
Después salieron de ese
cine y se metieron en otro, donde la cartelera anunciaba "Tarzán Contra el
Mundo", con Johnny Weissmuller y Mauren O´Sullivan, y "El Enigma de
Otro Mundo". Una de las películas la vieron de nuevo y al fin salieron del
continuado casi a las once de la noche.
---¿Viste, Cacho?
---comentó entusiasmado uno de ellos---. pasaron las "colas" de
"Shane", con Alan Ladd y "El Pirata Hidalgo", en esa
trabaja Burt Lancaster. Las van a dar el sábado que viene.
---Me parece, Lito, que se
nos hizo tarde ---contestó el otro---. en el reloj del cine ya eran las once,
Me acordé que tenemos que volver a pasar por el "convertidor".
---Yo quiero volver a mi
casa bien directo, y no voy a pasar por el "convertidor" ---repuso
Lito decidido.
Cacho lo miró con la boca
abierta. ---¡Pero, estás loco! ¡No se puede salir de la calle sin pasar
por el "convertidor"!
Lito hizo un gesto
despectivo. ---Yo sé cómo salir, y nadie se va a dar cuenta. Conozco el lugar y
coy a salir por allí. Chau, me voy a mi casa. Mis padres me están esperando.
El niño se separó de su
amigo, perdiéndose entre la marea infantil, que se volcaba hacia la calle desde
las numerosas salas de cine.
Cacho quedó un momento
indeciso en medio de la calle. Le parecía que estaba mal. Que algo andaba mal.
Finalmente se encogió de hombros, encaminándose hacia el
"convertidor".
En el salón de un café
automático, fuera de la Calle de los Cines, un hombre bebía de su tazón y
esperaba sin saber por qué.
Era un individuo
inmensamente alto y muy mayor, como de más de ochenta años, aunque en buen
estado físico.
El hombre terminó su café y
enfiló caminando hacia la playa de estacionamiento. Una vez dentro de su
automóvil, condujo muy tranquilo, a través de cantidad de cuadras hasta uno de
los tantos edificios torre.
Ya guardado s vehículo y
dentro de su departamento, se dedicó a comer algo; en eso estaba mientras
miraba distraído el holovisor, cuando tuvo un violento sobresalto.
El viejo se lanzó muy
precipitado hacia el videófono e hizo una apurada llamada, dando precisos datos
de nombres y direcciones. En seguida y sin perder tiempo, salió del edificio
corriendo hacia su automóvil.
Manejando desesperado,
atravesó la urbe a toda velocidad, moviéndose en el centro de la medianoche.
Arriba, en el cielo de la ciudad, eclosionaban los coloridos hologramas
publicitarios, como un dosel fantasmal.
Casi en seguida el vehículo
irrumpió en un lugar de los suburbios, donde na ambulancia hacía girar sus
luces duras y despiadadas.
El hombre de más de ochenta
años hizo chirriar los frenos casi rozando el furgón.
El sitio era una vieja
casa, a oscuras y abandonada. En un rincón de la galería polvorienta, cercada
por malezas, flanqueada por vetustas y tétricas habitaciones desoladas, el
viejo se encontró con los paramédicos y camilleros.
Los hombres se movían,
transportando un cuerpo cubierto sobre una camilla, esquivando matorrales y
escombros.
---¿Usted es el señor
Ballesteros, el que dio aviso? ---le preguntaron cuando lo vieron---, ¿puede
reconocerlo? Está muerto.
El paramédico apartó la
sábana por un momento. El hombre muy alto pudo ver un rostro pequeño, pálido,
que lucía aún su juventud antigua e indefensa.
Apenas conteniendo el
llanto, el señor Ballesteros habló a los hombres: ---La tarde pasada... fuimos
juntos a la Calle de las Cines. Él... quiso regresar sin pasar por el
"convertidor"... claro... como todos... no recordaba nada. Sólo
quería volver con sus padres, sus hermanos... y todos sus amigos del viejo
barrio, de hace más de setenta años.
Volvió a la casa de su infancia y... no encontró
a nadie...
Su corazón tenía casi noventa años... no pudo
superarlo... el "ahora" lo aplastó sin piedad.
ESPERANDO
UN ROSTRO
Estoy aquí en la feria de
artesanos, en la plaza de la ciudad. Soy uno de lps dibujantes retratistas y
aguardo el próximo rostro. Sentado entre los caballetes, voy terminando un
dibujo de memoria. por encima del murmullo de la gente los grillos desgranan su
repiqueteo. El aire de la noche apenas se mueve y las luces oscilan, pareciendo
flotar bajo los árboles en el calor del verano. Sobre la cartulina el rostro va
apareciendo, idéntico; Annamaría... ¿cómo te encontrarás ahora, pasados cinco
años pasados cinco años desde aquel viaje en que te conocí...?
Al fondo del rostro se van
desplegando la catedral de San Marcos, la plaza y los clásicos faroles de
Venecia.
Por momentos me llegan la
charla y las risotadas del Físico, discutiendo con los artesanos. El viejo y
corpulento científico siempre se da una vuelta por la feria, para distraerse.
El Físico, me ha venido
insistiendo en que tengo que hacer los trazos justos mediante geometría no
euclidiana en los dibujos, para forzar los planos. Quiere que logre, más que un
diseño perfecto, una realidad. Él mismo me hizo unos trazos preliminares en la
periferia del dibujo de Annamaría, la Veneciana. Lo que falta, dijo que debo
completarlo yo mismo.
En lo que a mí respecta,
sigo sin entender qué es eso de "forzar los planos". En realidad, no
entiendo nada de nada.
Esto me hace recordar la
película de aquel trompetista, improvisando enfebrecido con su instrumento,
buscando una nota que en realidad no existía, insistiendo en un callejón sin
salida.
De todos modos, he estado
agregando líneas y sombras según me dijo el Físico, como hago ahora mientras
espero el siguiente rostro. En verdad el dibujo luce mucho mejor, con más
nitidez, y como si tuviera profundidad.
Un bullicio se alza y al
mirar, el Físico me saluda entre risas haciendo señas desde un puesto vecino,
sacudiendo la barba blanca sobre su torso macizo, como un Hemingway revivido.
Desde el retrato, tan cerca
y tan lejos, la Veneciana me observa. Mientras tanto yo, después que perdí mi
trabajo no he podido hacer otra cosa para ganarme la vida. Tal vez nunca pueda
regresar a Venecia. Quizá nunca más pueda volver a ver a Annamaría, y al
pensarlo, una punzada me da en el pecho, como al costado del esternón.
Entre el movimiento de la
gente puedo ver al Físico que me mira desde un puesto vecino, ahora muy serio.
Alzando una mano intento un saludo y una risa, pero el viejo sabio continúa
inmutable. Por un extraño momento su figura se me antoja inmensa como una
montaña. La cabeza se me inclina hacia el piso y me siento pequeño, vacío,
viejo e inútil, y ya no sé para qué estoy viviendo.
Sin pensar en nada, como si
fuera un robot, tomo el dibujo de la Veneciana y la Plaza San Marcos. Mi mano
derecha, como con cerebro propio, empuña el lápiz y traza una línea de
extrañísima inclinación, la última.
Se produce una pequeña
explosión, un ¡Pofff...! como si se destapara un conducto. Un viento sacude mi
cabeza. Soy arrastrado y paso a través del portal abierto en la cartulina.
JOSÉ MARIA AGUIRRE. . . Nacido en Rauch--Argentina 28-1-43. . . Estudió dibujo de la
historieta, trabajó largos años como administrativo en marítimos, comenzó a
escribir cuentos cortos a los 29 años; siendo desempleado recorrió Buenos Aires
y diversas ciudades de Brasil como dibujante trashumante de retratos y
caricaturas "al paso" durante un año, regresando a Bahía
Blanca--Argentina, para hacer el mismo trabajo por encargo durante 4 años y
medio; actualmente jubilado continúa escribiendo cuentos y vive en Bahía
Blanca-Provincia de Buenos Aires-Argentina.-
ARGENTINA
DANIEL FRINI
USOS PRÁCTICOS DE LA FE
Esto es; palabras más, palabras menos; lo que nos contó el viejo
Vélez:
El «Amelia» estaba a la altura del paralelo 38, a
unas diez millas un poco al sur de Mar del Plata. Fue allá por el año ochenta y
uno; ochenta y dos, a más tardar. Me acuerdo porque fue una de las últimas
zafras rendidoras del bonito. Después, no sé si conoce la historia, empezaron a
traer el atún de afuera; y nos tuvimos que dedicar a la pesca de la merluza.
¿Usted sabe cómo se encuentra el bonito? No hay
sonar ni radar que valga. Se trata de ver el cardumen. Desde cubierta, al salir
o ponerse el sol, se busca, a ojo limpio, el reflejo de los lomos plateados. Si
se anda con suerte, las gaviotas ayudan: donde hay gaviotas, hay anchoítas; y si
hay anchoíta, lo más probable es que, debajo, esté el bonito.
Ese día navegábamos con rumbo norte y, desde
temprano, habíamos estado en cubierta forzando la vista hacia el este. Casi en
el horizonte, una reverberación nos señaló el cardumen. Viramos para
perseguirlo, y a eso de media mañana el capitán empezó a largar la red
cerquera, para rodearlo; moviendo el barco de acá para allá. Estábamos en esa
maniobra, cuando Gauna contó, como al descuido:
―El capitán estuvo toda la madrugada relojeando el
barómetro. Parece que se nos viene una movida de allá ―y señaló hacia el sur.
Se veían, lejos, unas nubes; pero, por lo demás, era
un día claro. Sin embargo, ya se sabe
que el mar no avisa. Al mediodía, el cielo de color azul se volvió gris y
tuvimos que enfundarnos en los trajes de agua para aguantarnos el chubasco. Al
minuto, nomás, la lluvia se hizo tan intensa que el capitán decidió poner el
motor al ralentí porque las gotas hacían daño en la cara y la visibilidad era
pésima. Los cabritos de las olas empezaron a crecer con la intensidad del
viento. Entré a la cabina para buscar unos guantes y, justo al salir, vi un
enorme fogonazo seguido por un chasquido brutal, que sonó como un desgarro,
seguido de otros más pequeños. Hubo
varios rayos seguidos; y, cerca del barco, se veían los surtidores de vapor que
causaban. Calculamos que fue uno de ellos el que nos dejó sin radio.
Y la cosa se puso peor: el viento llegó a los
ochenta, cien kilómetros por hora; el mar se retorcía en olas de más de ocho
metros y la lluvia caía a baldazos de un cielo grande y negro, y barría la
cubierta. El capitán ordenó capear; navegando despacio, porque el «Amalia» se
movía en una travesía llena de pantocazos, escoras cada vez más pronunciadas y
ruidos del trepidar de la hélice cuando salía del agua. Los doce que estábamos
en cubierta nos metimos en la cabina y trincamos las puertas.
Alguien gritó «¡Viene una grande!». Nos agarramos de
donde pudimos, y la ola nos impactó con un ruido espantoso, y arrancó, de
cuajo, la puerta de proa. ¿Vio, en las películas, que cuando el agua entra por
la puerta de un buque parece una catarata? Bueno. No es como en las películas.
El agua entró a una velocidad infernal, con la forma de la puerta, y con ésta
como locomotora, casi hasta la mitad de la cabina, desmantelando todo. Calculo
que ahí fue cuando se inundó la Sala de Máquinas; porque, ni dos minutos
después, se plantó el motor.
Entonces, el capitán, preocupado, llamó en un aparte
al viejo D’amico y le dijo:
―Oiga, D’amico, estamos en un brete muy bravo.
―Y que lo diga, capitán.
―Tengo que pedirle algo.
―Mande, nomás.
―Usted es un hombre de fe, ¿no?
―Sí, señor.
― ¿Mucha fe?
―Creo que sí, capitán
―Sabe que la cosa está jodida.
―Sí.
―Que nos quedamos sin radio y sin motor…
―Si. ¿Quiere que guíe el rezo del Santo Rosario?
―En realidad, quiero pedirle algo más concreto. Voy
a necesitar que vaya caminando, a pedir ayuda.
― ¿Caminando?
―Si.
― ¿Sobre el agua?
―Sí, No le voy a decir que como Jesús. Digamos que,
como Pedro, pero sin dudar. Y con algo más de fe, para que voy a mentirle: el
mar de Galilea no estaba tan furioso.
―Trataré, capitán ―contestó D’amico, mientras se
persignaba.
El viejo acomodó su traje de agua amarillo y ajustó
su capucha; lo ayudamos a sellar mangas y botamangas con cinta de embalar, para
impedir la entrada de agua; se calzó un par de salvavidas en la cintura ―nunca
se sabe cuándo puede flaquear la fe―; revisó sus botas y calzó sus guantes. El
capitán le dio una brújula y las indicaciones necesarias para que siempre fuese
hacia el oeste. Se persignó otra vez, y esperó a que la próxima ola alcanzase
la altura de la proa para saltar al agua, como quien sube a una escalera
mecánica. Trastabilló y se ayudó a mantener el equilibrio con sus brazos, a la
manera de un equilibrista; pero enseguida se repuso y se alejó del «Amalia» con
pasos cortos, primero, y más decididos, después.
Nosotros lo mirábamos asombrados e incrédulos. No
todos los días se ve un milagro. Parecía que el mar estaba poseído por el
diablo y le doliese que alguien se atreviera a desafiarlo; y lo golpeaba con
olas tres, cinco veces más altas que él; de frente, de atrás y de costado. En un
momento, el viejo D’amico levitaba a dos metros del agua, caminando en el aire;
y al siguiente estaba hundido hasta el pecho, como en la nieve. Y así, nos
fuimos separando. A unos cien metros, se paró en el valle entre dos olas, nos
miró y levantó su brazo en señal de saludo; y lo perdimos de vista.
Pasaron unas dos horas, la tormenta se hizo
llovizna, el mar se calmó; pudimos achicar la sala de máquinas, limpiar los
filtros y encender el motor, después de cuatro o cinco intentos. Bastante
averiados, con un susto grande y sin la radio. El capitán ordenó navegar hacia
el oeste, tratando de encontrar al viejo; si aún no había alcanzado la costa.
Nos apostamos todos en cubierta, cansando la vista; hasta que, ya en el
crepúsculo, alguien lo vio a unos mil metros, sobre la banda de babor a popa.
Faltaban unos cuatro kilómetros para llegar a la costa, un poco al norte de
Santa Clara.
Caminaba arrastrando los pies, con sus manos
aferradas a los salvavidas. Sólo estaba vestido con su capucha, de la que
colgaban jirones de lona amarilla, unos calzoncillos gastados y una sola bota
que había perdido su suela, subiendo y bajando en su pierna derecha. Llevaba
los ojos bien abiertos, la vista fija en la franja de tierra; y no respondió a
nuestros gritos ni a la bocina del barco, ni siquiera cuando estuvimos a su
lado. Gauna sacó el cuerpo inclinándose fuera de la borda, y le tocó el hombro.
Sólo allí el viejo se sobresaltó y nos miró como a fantasmas.
―Déjeme llegar, capitán ―dijo el viejo, mientras
peleaba con nosotros que queríamos tomarlo de los brazos para subirlo a
cubierta.
El capitán nos hizo una seña para que lo dejásemos.
Habrá pensado que había pasado lo peor, o que merecía el premio por su
esfuerzo. Lo soltamos, y D’amico siguió caminando. Lo seguimos desde unos
treinta metros; entre admirados y enternecidos.
El caso es que se hizo de noche y no pudimos
acercarnos más por miedo a encallar. Creemos que llegó a la costa, pero nunca
más volvimos a verlo. A los diez días, la prefectura abandonó la búsqueda.
Gauna dice que, quizá, se hundió en la tierra; pero
yo no le creo.
DANIEL
FRINI : Escritor
y poeta argentino. (Berrotarán ―Córdoba, Argentina―, 1963). De profesión
Ingeniero, fue redactor y columnista en varias revistas, colabora en varios
blog y e-zines. Blog
personal http://danielfrini2.blogspot.com.ar/ e-mail: dfrini@gmail.com
CHILE
SERGIO LIDID
EL SUDACA
A
veces, se produce el milagro y entra en la categoría de habitante auténtico de
ese país europeo, hasta que descubren su impostura: una leve entonación, una
sombra imperceptible entre las sílabas y salta como un tigre hambriento la
pregunta: “¿Usted no es español?... Usted es… Déjeme adivinar…” Reconoce su
pecado: “No he nacido aquí”. La conversación toma otra dimensión, sus palabras
tienen otro sabor. Se convierte en un insecto que vuela ciego en una habitación
desconocida esperando el golpe definitivo, un bicho agotado que no reaccionará
ante el peligro. Recuerda aquel paraíso brumoso de donde se vio forzado a
exiliarse, donde poseía familiares, amigos; tenía sentido vivir.
No parece triste, hasta la rabia se le ha esfumado; su mirada, otrora
cálida y abierta, se desploma en el vacío. En el metro naufraga en un mar de
indecisiones: sentarse o quedarse de pie, mirar o no mirar a los viajeros.
Sonreírles, sería una torpeza, su sonrisa, un tic nervioso, una mueca
incomprensible. No se atreve a mirarles a los ojos, sólo llega a la osadía de
observar sus zapatos; a través de ellos descubre el sexo, la edad, la situación
social: zapatillas de rebaja, medio tacón; levanta la vista, comprueba que es
una mujer de mediana edad, empobrecida, pero con ciertas pretensiones, soltera
y con ansias de caminar. Y esos zapatos enormes, gastados, delatan un emigrante
africano, a sus pies descansa una gran bolsa de tela; ¿vende pañuelos,
corbatas, carteras, vaqueros, artesanía, marihuana? Zapatos verdes,
relucientes, tacones altos, medias rosadas envolviendo unas piernas esbeltas;
sube la mirada, descubre una mujer hermosa. Si aún le brillara en los ojos el
ansia de amar, le sonreiría...
El paso del tiempo, señalado en el reloj le advierte que no hay vuelta
atrás. Los años se les echan encima: cambio de ministros, toreros, famosos,
canciones de verano… Sobrevive escuchando la radio parlanchina, atontado frente
a la televisión, bombardeado por coloquios, concursos, sucesos, crímenes,
cotilleos; sin que la lluvia repentina, el atardecer enrojecido ni la luna
nueva estremezcan su alma.
Espera el gran final, su última pirueta anunciada en la prensa: “Hombre
mayor encontrado muerto en un banco de la Plaza Evita Perón, la policía lo
atribuye a causas naturales, sus documentos indican que se llamaba S, que era
oriundo de C…”. No habrá necesidad de
tantas palabras: “Hombre de edad madura fue encontrado muerto”, nada más.
Teme algo peor: un proyecto de retorno de alguna institución ociosa y se
sentirá obligado a regresar, para vivir entre un pasado idealizado y un
presente brutal, en un territorio donde nadie lo reconocerá. Se ve, desde el
balcón de un moderno rascacielos, arrojándose al vacío... Lanzándose al
Pacífico desde las rocas de la costa... Ahorcándose, bajo la cadencia de la
lluvia, en una choza abandonada (igual que A. A., su amigo poeta). “¡Demasiado
romántico!”. La suya, será una muerte anónima, criolla, cotidiana; tirado en un
camastro en un pasillo de un atestado hospital. No publicarán su esquela en el
periódico: “Nuestro querido esposo, padre, abuelito nos abandona”. Carecerá de
la ceremonia de las flores, del epitafio en la tumba: “Aquí yace el señor S.
Ex. P. P. Simpatizante del gobierno de S.A.”. Ni siquiera un espacio en el
periódico: “Anciano retornado de Europa... …
Estudia su rostro en el espejo. Ese ser que le observa ha poseído una
vida, hubo mujeres que lo amaron o, por compasión, le mintieron... Escribió
poemas, proclamas, manifiestos. Participó en congresos, simposiums, mesas
redondas... Se arrastró por callejuelas barrosas, cantó tangos para espantar la
soledad, trepó montañas para no precipitarse en los abismos, nadó en fríos
lagos insondables. De aquellos tiempos sólo le quedan los nombres de hombres y
mujeres claveteados en el recuerdo (los ha guardados en una gastada agenda).
Nombres que no evocan rostros, números de teléfonos que no responden,
direcciones de casas derruidas con habitantes ausentes, faros nostálgicos que
alumbran viejas historias: marchas rabiosas salpicadas de gritos y discursos,
esperas en casas de seguridad… Un abrazo de amor sobre una colina frente al
mar...
Su amigo C. estará calvo, ¿todavía vibrará entre los labios su sonrisa
socarrona? Aquella tarde, encerrados en las mazmorras del regimiento, le
confesó: “Tengo una hoja de afeitar escondida para cortarme las venas”. Con voz
cascada le había respondido: “Te sucederá algo peor, saldrás de aquí vivo”. Aún
siente en su mano la caricia fría que le hubiera ahorrado todos estos años y
habría muerto allá, para que gritasen:
“¡Compañero S.!"
"¡¡Presente!!”
SERGIO LIDID CÉSPEDES: Reside en España, es Profesor de castellano, actor,
dramaturgo. En 1967 emigró a París, regresó a Chile en 1970. Para el Golpe fue
detenido, exonerado y expulsado. Ha publicado cuentos, artículos y poesía en
revistas de Inglaterra y España. Su primera novela "La desaparición de
Cristal" en editorial CEIBO, N° 28. Santiago de Chile, 2014.
CHILE
EULALIA RAMOS
OSCURA EXISTENCIA
Le costó lágrimas, dolores,
ausencias. Deshonras y difamaciones al punto de llegar al tormento, tortura…
Se cercenó el alma en
espera para conversar con la muerte o salir de paseo con ella en nostálgica noche en que su “neutro cuerpo”
atravesado quedó por aquel cuchillo llamado “Existencia”.
EULALIA RAMOS
Reside
en la hermosa región de Lota, Chile, cerca al Parque de Lota en la zona del río
Bio Bio. Ha publicado en diversas Antologías y revistas literarias en
Argentina, México, España, Chile y participado en variados eventos poéticos:
World Poetry Movement. Festival Internacional FIP palabra en el mundo 2020
México. Certamen internacional Tierras Poéticas 2019 y 2020,
Mendoza.
PERÚ
CARLOS ENRIQUE SALDÍVAR
BALONAZO
No es la mía una buena
existencia: ser pateado de aquí para allá, con fiereza, con ímpetu, con pasión.
No, esta vida no es para mí. He padecido el mismo suplicio desde que salí de la
fábrica hace un año. Es cierto que tengo algunos días para reposar, pero cuando
empieza un partido, comienza también el tormento. Así me han tenido, golpe tras
golpe. Hay quien me ha dicho que soy una magnífica obra, que resulto
indispensable en este último juego, y aquí me encuentro; tras un primer tiempo
apabullante y emocionante, me hallo adolorido, triste, con ganas de fenecer.
Sí, sé que es increíble que no me reemplazaran nunca en ninguna de las
numerosas competencias en las que he participado, sin embargo, la realidad es
como la relato: estoy todo el tiempo en el pasto sintético; deduzco que esto se
debe a que me lanzan fuera de la cancha a una distancia corta, de donde me
pueden devolver y además soy bello, consideran que soy especial, produzco
cierto encanto en los que organizan este gran evento, en los jugadores, en el
público; es mágico, es mi maldición; hay cosas inexplicables que a veces pasan
en nuestro mundo, por ejemplo: puedo razonar. Aprovecho estos pocos minutos del
entretiempo para cargar energías, ya se viene la segunda mitad de la contienda,
sé que no la podré resistir. Si tuviese el poder de desinflarme, lo haría; por
desgracia, no puedo, solo me resta entregarme a mi destino, al segundo tiempo
del último partido del Mundial de Fútbol Brasil 2014. Desearía que alguien me
pateara lo suficientemente lejos como para no retornar ya al campo de juego. En
cierto momento un futbolista moreno, con abundantes trenzas y mirada leonina,
me conduce hacia el arco contrario y… dispara, me empuja, con tanta fuerza que
me envía a la tribuna. Alguien me toca con su puño, unas manos pequeñas
intentan cogerme, enseguida me caigo de unas manos regordetas y termino sobre
unas manos trigueñas y suaves. Observo a la dueña, es una bella dama, la cual
me abraza, cierra los ojos y sonríe. «La tengo, la tengo, soy tan feliz»,
menciona. Sé porque es tan dichosa. Conozco lo que yo significo para ella. Me
da un beso y me mantiene cubierto con sus bonitos brazos mientras continúa
viendo la competición con sus amigas, las cuales la felicitan y la rodean con
sus jóvenes y agraciados brazos. Es feliz, yo lo soy también, porque al
terminar aquel recio espectáculo me iré con esta lindísima mujer y nunca más
volveré a las canchas.
PERÚ
CARLOS ENRIQUE SALDÍVAR Y LUCILA ADELA GUZMÁN
DESDE EL TIEMPO DETENIDO
No es posible, había
ignorado el hecho hace algún rato, pero no cabe la menor duda de que el
fenómeno es real. El tiempo se ha detenido, el reloj se paró y también el
tiempo en la computadora y en el celular. Miro por la ventana y nadie se mueve,
hay un perro congelado en medio de una defecación, un pájaro suspendido en
pleno vuelo. Aunque yo sí puedo moverme, ¿por qué? Tocan a mi puerta, escucho
una diabólica risa hueca sonar en mi cabeza y decido no abrir. Siguen los
golpes y la puerta parece a punto de caer, pero yo sigo haciéndome el quieto.
Ahora espero camuflado en la quietud que podría ser universal. Antes de elegir,
usé mi tiempo para pensar en mil posiciones, hice un doloroso trabajo de
introspección hasta decidirme por esta forma de mostrarme. Fue la acción más
trascendente de mi vida: hallar una actitud corporal que me definiese. Resolver
en qué situación me gustaría ser hallado. Antes de decidirme, deseché las
posiciones más incómodas, no más mirar al perro o al pájaro, para saber la
importancia de la estética y la comodidad. Por cierto, me cambié de ropa,
hubiese querido bañarme, no obstante, los golpes parecían tocar la furia.
Finalmente elegí, sabiendo que toda elección conlleva una pérdida, y me elegí
así. Soy la imagen del stop, soy estatua de escritor frente al teclado. Así
esperé para ser visto por ese energúmeno desconocido que aporreaba a mi puerta.
La puerta fue derrumbada y
resultó difícil no caer en el gesto de la curiosidad, yo había decidido aliarme
al mundo estático hasta caer en la misma oquedad de aquella risa íntima,
diabólica y mía, solo para no desentonar con este mundo catatónico, ¿es acaso
una debilidad el querer ser parte de las masas? Empero, mi escenográfica
posición fue derribada por el espanto cuando vi que aquél energúmeno que
golpeaba la puerta con desesperación era yo mismo: un sucio, desprolijo y bruto
hombre que jamás llegaría a escribir algo que valiese la pena de ser leído.
LA FURIA DE LA OBRA
Aurelio intentó
leer la novela de terror, pero un cansancio profundo lo invadía, dormitaba a
ratos, aunque insistía en la lectura y por momentos asimilaba algunas líneas
del libro. Cuando se dio cuenta de que no comprendía la historia, decidió dejar
el texto a un lado y dormir. Se dijo que la novela no se enojaría con él, se
río por tan quijotesco pensamiento. Se acomodó en la cama y se dio cuenta de
que el libro no estaba junto a la almohada. Escuchó un rugido y el terror entró
en él.
El viejo
siempre tuvo una imaginación desmesurada, es por eso que a los ochenta sabía
perfectamente que debía abstenerse de leer historias terroríficas y más aún de
ver películas sobre posesiones diabólicas. El último episodio lo tuvo luego de
ver el tráiler de «El exorcista». Cinco días imaginando estar poseído, esperando
que de un momento a otro su cabeza diera vueltas como una calesita. Hasta dejó
de acostarse en la cama temiendo levitar fuera de todo control, pasando días
sin comer ni beber, sin abrir la boca, no fuera a ser que de ella salieran
palabras impuras. Al sexto día de medicado, volvió a parecer normal. Aun así el
hombre añoraba la magnífica sensación de vivir al filo de un desquicio y
deseaba escapar de su tediosa vida de geriátrico, por ello eligió esa novela de
la biblioteca.
Luego de leer
la solapa, se la llevó consigo.
Encendió la luz
del velador y buscó el libro bajo la cama, cuando recordó que en la contratapa
del libro se leía: «Espeluznante historia que no lo dejará dormir por meses, la
insana furia de esta historia se apodera del lector hasta el paroxismo,
condenándolo a leerla de un tirón hasta el final. Leerla sin morir de pánico es
el desafío.»
El sol ilumina
el comedor del asilo de ancianos; el desayuno de Aurelio lo espera ya frío,
casi helado, tan helado como su cuerpo.
CARLOS ENRIQUE SALDÍVAR
(Lima, 1982). Publicó el
relato El otro engendro (2012) y los libros de cuentos Historias de ciencia
ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y
algunos cuentos oscuros (2019). Compiló las selecciones: Nido de cuervos:
cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016),
Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018) y Muestra de
literatura peruana (2018).
LUCILA ADELA GUZMÁN
Es de Buenos aires,
Argentina. Es Narradora oral. Ha publicado libros de literatura infantil
"Doctora de Letras" y " El lago más dulce de la tierra y otros
cuentos". Ha recibido varias menciones y premios por sus poemas y
microficciones. Sus trabajos se encuentran publicados en varias antologías
hispanoamericanas de microrrelatos. Actualmente forma parte de la comisión
directiva de autores locales de Pilar.
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